sábado, 15 de noviembre de 2014

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Arder/Quemar - Capítulo final 63: Cuartos - TRADUCIDOS - Julianna Baggott

PERDIZ
CUARTOS
Sol. Cortinas calientes. Iluminadas. Es como se sintió cuando vio las cartas y después a la misma Lyda—como si lo hubieran llenado repentinamente de luz, como si el sol ardiera en su propio pecho.
No dejó de amarlo. Las cartas eran la prueba, pero ella misma lo dijo.
-Incluso aunque me abandonaste, te seguía amando. Siempre lo haré.
Y ahora aquí está con él, vagando por esta cocina en la casa que Iralene diseñó, de la que le empezó como si fuera un sueño, pero ya estaba en construcción—Ahora ¿desde hace cuánto?
Manteca brilla en un plato de cristal. Un tostador reluce en la esquina. Una mujer está junto al lavado, con su fina espalda, su remera floreada.
Sabe que es una imagen de su madre. Quiere ir y tocarle el hombro. Pero sabe que no hay ningún hombro. Ninguna mujer. Quiere que se gire y lo mire. Pero no tiene madre.
Lyda toma un vaso de leche, agua decorada. Su mano la atraviesa en un desliz.
Iralene entra al cuarto. -¿Te gusta? –Pregunta.
¿Puede él amarlas a ambas? Su amor por Lyda es profundo. Pero ha llegado a querer a Iralene. Es firme y honesta. Todos se mueven por la cocina donde su madre—su pálida imagen en el lavado—mete la mano en el agua espumosa, girando un plato blanco, tarareando para sí misma. Es tan real que no soporta mirarla demasiado tiempo. Quiere que ella lo vea allí, que lo trate como suyo—de vuelta.
¿Pero le gusta? ¿Puede responder a eso? Es un espejismo. No es real ¿No conoce Iralene la diferencia? No le dice nada de esto. Dice. –Me gusta estar aquí. –Es una verdad a medias.
¿Por qué hay tanto sol? Mana de las ventanas, llena el cuarto con tanto brillo que emborrona los detalles. Tal vez los detalles no están terminados.
-¿Cómo lo hiciste todo? –Pregunta Perdiz.
-Purdy y Hoppes tienen acceso a todos esos archivos. Pensaron que te convencería. Hay más. –Dice ella. –Tanto más.
Lyda no se mueve. Está parada en el rayo de luz que tira la falsa ventana. –Aves. –Dice. –En el centro de rehabilitación tenían pájaros que volaban por las ventanas falsas de luz justo así.
-¡No tuvimos mucho tiempo! –Dice Iralene con enojo.
-No me gustaban los pájaros. –Dice Lyda. –Me recordaban que no tenía donde ir.
Lyda le dijo que Arvin dejó entrever que las cartas no eran pasadas entre ellos, que pensó que la había abandonado. Perdiz le explicó que no lo dejaban verla; Foresteed había tomado el control de su vida. Después ella le confesó que siempre lo había amado, él le dijo que quería estar con ella. Ella dijo. –Lo entiendo. -¿Pero qué significa eso—
lo entiendo? ¿Qué quería él? ¿Que dijera que había estado equivocada al dejarlo ir la última vez y que de ahora en adelante, siempre estarían juntos?
-¡Perdiz! –Es Pressia, llamándolo desde el pasillo. Sigue su voz, pasando un cuarto con camas marineras.
Se detiene, retrocede y mira dentro. Allí, durmiendo en la cama inferior, está su hermano.
Mi Dios, es Sedge—antes de las mejoras y toda la codificación. No es un soldado de las Fuerzas Especiales. Es sólo un niño—tal vez de quince o dieciséis. Duerme aunque el sol brille por la ventana.
Perdiz quiere despertarlo. Quiere escuchar la voz de su hermano. Pero sabe que éste fue un trabajo apurado. Esto es probablemente todo lo que hace su hermano—duerme, como una vez hizo, un chico en una litera.
Perdiz apoya la cabeza contra el marco de la puerta. Dice. -Sedge, Sedge. Mi hermano.
Y entonces Pressia lo vuelve a llamar.
Se aleja de la puerta y entra, sin equilibrio, a un dormitorio. Una pollera rosa con volados, un dosel. Una jirafa de peluche. Un gran espejo con incrustaciones en la puerta del armario. Pressia se mira a sí misma en él. Se acomoda el pelo para atrás. La cicatriz en forma de luna creciente alrededor de su ojo ya no está en la imagen de su rostro en el espejo.
Y entonces ella se aleja y alza el puño de cabeza de muñeca. Pero en el reflejo ya no está. Levanta las dos manos y las flexiona—abiertas, cerradas, abiertas, cerradas.
Mira a Perdiz por el espejo. -¿Por qué alguien haría un lugar como este?
Él no tiene una respuesta.
* * *
Un coro de voces. Pressia las reconoce. Puede decir que Perdiz también lo hace. Él se paraliza, y ella lo empuja para pasar. Siente como si su corazón se hubiera hinchado y pudiera explotar. Sigue un pasillo hasta una salita. Y allí, como si la estuvieran esperando, hay tres hombres. Bradwell, Il Capitano y Helmud. Tres hombres separados. Hablan, bromean. Helmud se alisa el pelo y se frota las rodillas. Está nervioso. Il Capitano palmea a Bradwell en la espalda. Todos ríen.
No puede entender las palabras. Siguen siendo sólo voces—del tipo que se escuchan al extremo de un largo pasillo por las paredes y puertas. Ellos tampoco parecen saber que está parada en frente.
-Bradwell. –Dice.
Su rostro está limpio. Sin cicatrices. Sus nudillos no están arañados. Lleva puesto el saco de un traje—uno hecho a medida.
No hay alas enormes. No hay ningún pájaro en su espalda en absoluto.
-¿Cómo hicieron esto?
Perdiz está ahora junto a ella. Se agacha y mira sus rostros. –Jesús. –Dice. –Míralos.
Pressia no puede hacerlo. –Están mal. –Le dice a Perdiz. –No son ellos mismos—no así, no sin algún pasado.
Ella puede ver un pequeño ojo en un objeto redondo, del tamaño de una manzana, en el suelo. Un orbe, como le contó Lyda. Cada cuarto debe tener uno, creando cada una de las imágenes. Nada de esto es real.
Sale de la habitación y corre devuelta por el pasillo, pero éste cambió un poco. Hay una puerta donde antes estaba segura de que no la había. Está abierta—sólo una raja. Alza la cabeza de muñeca, aliviada de que sigua con ella, y abre la puerta de un empujón.
Allí está su abuelo, con una pila de almohadas mullidas detrás de su espalda. Hay un libro de crucigramas sobre su rodilla. Ella puede ver que sólo tiene una pierna, y una falsa—brillante y rosa—con una media y zapato negros y pequeños en la esquina. El ventilador que había estado alojado en su garganta, ya no está. En su lugar, hay una cicatriz dentada en forma de cruz.
No es como Bradwell, Il Capitano y Helmud en la salita. Parece saber que ella está allí. Pero entonces dice. -¿Puedo ayudarte? –Como si fuera una desconocida.
-Soy yo. –Dice Pressia.
-Hola. –Dice su abuelo, pero su tono es vergonzoso como si nunca antes la hubiera visto.
-Pressia. –Dice ella. –Soy yo. Pressia.
Él cierra fuertemente los ojos por un segundo, como si el nombre en sí mismo le causara algún dolor. Cuando los abre, sonríe. –Ese era el nombre de mi esposa. –Dice finalmente. –Murió algunos años atrás.
Pressia entonces camina hasta su abuelo. Alza la mano, se estira para tocar la de él pero duda. Quiere sentir la calidez ¿Qué pasa si es sólo un truco—un truco cruel?
Apoya la mano sobre la de él—y siente la sequedad de su piel, la soltura de sus nudillos artríticos.
-Eres real. –Dice ella. –Pero no me conoces.
Él le sonríe.
A Pressia le arden los ojos con lágrimas. -¡Perdiz! ¡Lyda! –Grita.
Lyda aparece en la puerta.
-Es real. –Dice Pressia. –Tenemos que sacarlo de aquí. Debe estar con nosotros.
Lyda está pasmada por ver al viejo.
-¡Perdiz! -Grita Pressia. -¿Dónde estás?
La chica se estira y toca ahora todo—el muro, las fotos, los pomos, un jarrón.
A veces las cosas son reales, y otras su mano las atraviesa como aire. -¡Perdiz! –Grita. -¡Perdiz!
No hay respuesta. Corre hacia la cocina, que había pasado de largo la primera vez.
Una mujer está junto al lavado limpiando los platos y Perdiz está sentado en la mesa de la cocina.
-Trajiste a mi abuelo de vuelta.
-Excepto su memoria. –Dice él.
-Pero está vivo. –Dice ella. –Hiciste eso. Gracias.
Él mira a la mujer en el fregadero y dice. -¿No sabes quién es ella?
Pressia camina hasta la mesada. Se inclina hacia delante y ve la cara de su madre, el perfil de su delicada nariz y mentón. Sus ojos son amables. Sus brazos levemente pecosos están desnudos. Las burbujas de jabón brillan en la superficie del agua. Entonces ella alza una burbuja en su palma y la sopla hasta que se eleva y planea y después explota.
Pressia se estira para tocarla.
-No. –Dice Perdiz. –No la toques.
Iralene entra al cuarto, sonriendo. –Esto vale la pena quedárselo ¿o no? Una casa llena de familia. Todos los que perdieron, perfeccionados. No puedes derribar la Cúpula ahora ¡No cuando este lugar existe! Puedes llamarlo tu hogar, Pressia.
-¿Piensas que voy a querer salvar este lugar? No es real.
-No, no. –Dice Iralene, retorciéndose las manos. –Podemos programarlos mejor. Podemos hacerlos interactivos. Podrás conversar con ellos eventualmente. No entiendes.
-no entiendes. No son gente de verdad.
-Por eso no puedes derribar la Cúpula, Pressia. –Interrumpe Perdiz. –Está llena de gente real. Morirán allí afuera ¿Y sabes a quién matarán primero? A nosotros. A ti y a mí y a Iralene y a Lyda. A Lyda y a nuestro bebé. Y más…
-¿Más?
-Bebés. –Dice él. –Pequeños bebés en incubadoras ¿Qué les pasará a ellos?
-¿Bebés en incubadoras? –Ella se imagina a las Madres encontrando filas de niños en cajas de plástico cálidas.
Madre Hestra y las otras los recogerían llenándose los brazos y amarrándolos a sus cuerpos—un confort familiar de cercanía—y los cuidarían. –Si hay bebés que necesitan madres, Perdiz, creo que deberías saber quiénes los cuidarían.
-¿Confiarías en las Madres? ¿Las que me cortaron el meñique?
-Las cosas deben cambiar. –Dice Pressia. –Lo sé ¡Tienen que!
-Bueno, se pone peor. Hay gente guardada congelada. No te imaginas… -Perdiz se levanta, tambalea y sale de la casa, volviendo al corredor.
Pressia lo sigue, gritando. –Perdiz ¿Qué estás haciendo? ¡Perdiz!
Él está doblado sobre sí mismo, tratando de recuperar el aliento, pero cuando ella lo alcanza, se endereza y entra a la sala de conferencias, deteniéndose junto a una mesa en el centro del cuarto.
Pressia va hacia la mesa. Hay un mapa del área rodeando la Cúpula, pero es uno en vivo. Marcas negras se mueven cuesta arriba en cada dirección, acercándose más y más a la Cúpula ¿Es uno de esos puntos Bradwell? ¿Están Il Capitano y Helmud entre ellos? ¿Quién tiene la bacteria?
-Los sobrevivientes se están movilizando. –Dice Perdiz.
-Se acercan. –Dice Beckley.
-Jesús. –Dice Perdiz.
-¿Es esta…? –Pressia no está segura de cómo terminar la oración ¿Es esta
la revolución?
-Es lo que crees que es. –Él pone la mano en una brillante almohadilla negra junto a la puerta. Ésta se abre.
-La cámara de mi padre. Entra. Tengo algo más para que veas.
Pressia entra en el cuarto oscurecido. Las luces se prenden. El suelo está cubierto con fotos de Perdiz y su familia—vacaciones, fotos escolares, feriados—y cartas escritas a mano. Pressia ve una, claramente firmada. –Tu padre. -¿Es así como Willux eligió decorar su oficina?
Pressia ve una foto de su madre. Se arrodilla rápidamente y la levanta. Está sentada junto a una chimenea con un recién nacido en sus brazos—¿Perdiz o su hermano Sedge? Sólo sabe que no es ella de bebé.
Iralene entra y empieza a levantar los papeles y fotografías como si le avergonzara el desorden. Perdiz camina hasta un gran escritorio en medio del cuarto.
-Aquí hay un sistema de comunicación. –Dice Perdiz. –Nos conecta con los otros lugares en el mundo que sobrevivieron. –Toca el escritorio y una pantalla se prende en su superficie, como la mesa de caoba en la sala de conferencias, pero éste es un mapa del mundo. –Si la Cúpula cae, también lo hace tu oportunidad de encontrar a tu padre. –Apunta a Japón. –Su corazón latía.  –Dice Perdiz. –Está vivo en algún lado…
-Weed me dijo que me tirarías con todo para cancelarlo.
-¿Por qué no lo harás?
-¿Por qué piensas que puedo?
-Déjame contarte qué descubrió mi padre. Los Miserables son la raza superior. Han sido probados y probados por todos los horrores por los que han pasado y fueron endurecidos ¿Y los Puros? Son débiles—mimados y protegidos. Ya no tienen realmente sistemas inmunitarios ¿Sabes qué pasará si ya no existe la Cúpula y los Puros deben vivir allí afuera, respirando ceniza y luchando Terrones y alimañas y Amasoides?
-Sí. –Dice Pressia. –Sé exactamente qué pasará ¿Lo olvidaste? Esa es mi niñez.
-¿Y quieres que eso suceda de nuevo?
Pressia sacude la cabeza. –Quería que los Puros ayudaran a los sobrevivientes. Quería equilibrar el campo de juego con la cura. Quería borrar todas las cicatrices y fusiones y que todos estén enteros de nuevo. Pero ya no quiero eso. Bradwell tenía razón. Nunca deberíamos borrar el pasado, incluso cuando lo llevamos en nuestra piel.
-Sé dónde está el botón, Perdiz. -Iralene señala al pequeño cuadrado de metal incrustado a la pared. -Es éste ¿no? Sálvanos, Perdiz.
Hay un golpe en la puerta abierta. Una voz de hombre dice. -Bradwell está en espera ¿Estamos listos?
-Lo estamos. –Dice Perdiz.
Una pantalla se ilumina en un muro. Y allí está el rostro de Bradwell. Entrecierra los ojos. El viento golpea su remera, su pelo. Se gira y mira a un lado—mostrando las cicatrices gemelas corriéndole por un lado de la cara, sus alas oscuras.
Iralene jadea. No está acostumbrada a la ceniza, cicatrices y fusiones.
Las cámaras alojadas en los ojos de Hastings captan a Il Capitano y Helmud, que se ven pálidos y débiles. El mayor tiene dos ojos negros y la mandíbula torcida.
-¿Qué les pasó? –Dice Pressia.
-¿Están esos dos fusionados juntos? -Iralene dice la palabra
fusionados como si fuera nueva para ella. Está horrorizada y Pressia recuerda lo que dijo Bradwell sobre qué suponía que los Puros pensarían de él—ese disgusto, ese horror.
-Lo explicaré más tarde. –Dice Perdiz.
Pressia se pregunta si habrá un más tarde…
-Dile a Bradwell que lo cancele. –Le dice Perdiz a Pressia ¿Pulsaría el botón? ¿Mataría a todos los supervivientes de una vez por todas?
Pressia desliza las manos al bolsillo y toma una de las lanzas que Lyda afiló de los palos de la cuna.
-¡Bradwell! -Dice Pressia. -¿Puedes escucharme?
-¡Sí! –Grita al viento. -¿Estás bien?
-¿Y tú? -Dice.
Él asiente. Mira a Il Capitano y Helmud. –Estamos bien ¡Desearía poder verte!
-Dile, Pressia. -Dice Perdiz.
-¿Es esa la voz de Perdiz? –Pregunta Bradwell.
-Soy yo. –Dice Perdiz.
-¿Qué tienes que decirme? -Pregunta Bradwell.
Pressia sabe que se supone que le diga que cancele el ataque, pero en su lugar dice. –Perdiz puede matarlos a todos. Puede presionar un botón diseñado por su padre y soltar un gas en el viento que los pondrá a dormir para siempre.
Bradwell inspira profundamente. –Estamos desarmados. –Dice. –Il Capitano dijo que era la única forma de hacerlo. Sin armas. Todos juntos.
-Si derriban la Cúpula, Puros morirán. No pueden vivir fuera. La mayoría no lo logrará. –Duce Perdiz. –Así que parecen bastante armados para mí.
Il Capitano empieza a hablar. Los ojos de Hastings rápidamente lo enfocan y su cara acapara las pantallas. -¿Elegirías matar supervivientes a salvar Puros?
-¿No ven la cantidad de muertes en ambos lados? –Pregunta Perdiz.
-¿Las muertes de Miserables cuentan menos? –Dice Bradwell.
-Ninguno lo puede entender. Voy a ser padre. Tengo un bebé de camino—no saben cómo es preocuparse por criar a un niño allí afuera.
-Perdiz. –Dice Bradwell. –Nosotros fuimos chicos aquí. Sabemos cómo es, y tú nunca lo harás.
-¡Mi propio hijo! –Dice Perdiz. –Mi propio hijo tiene que ser capaz de respirar y crecer y desarrollarse. No puede hacer eso allí afuera.
-
¿Tu hijo? -Dice Iralene como si recién ahora le llegara cuánto le importa este niño ¿Piensa que será su madre? ¿O está hablando de Lyda?
Pressia dice. –El bebé no es sólo tuyo. De hecho, justo ahora, no lo es para nada.
-Me matarán—lo sabes. Seré el primero en morir. Matarán también a Iralene. Puros y Miserables—no importa quién. Nos asesinarán. Sabes qué representamos. –Presiona las manos contra la pared. –Están en mí. Dentro mío. Mi padre. No se encuentra sólo en el aire a nuestro alrededor. Está dentro de mi cuerpo. Su sangre es la mía.
Pressia mira su mano, la que tiene el meñique de vuelta, la que está peligrosamente cerca del botón de comando. No puede apurarlo con la lanza. Ha sido codificado con fuerza y velocidad. La vencería con facilidad.
Pero mira a Iralene. Es una Pura—es la raza más débil; eso es lo que llegó a creer Willux.
Y entonces Pressia se estira en busca de la pálida muñeca de Iralene. La toma y gira, doblándole el brazo, apretándoselo entre los omóplatos. Las cartas y fotos que coleccionó en sus brazos caen de sus brazos al suelo, un spray de caras, cumpleaños, bicicletas, árboles de navidad y cartas escritas a mano—hojas y hojas de ellas. Su piel se siente fina y fría. Pressia presiona el rostro de Iralene contra la pared, sosteniéndole el otro brazo con la cadera y la lanza contra su garganta.
-Aléjate. –Dice Pressia. –O la mataré.
Perdiz mira a Pressia. Aprieta los puños y se queda completamente inmóvil. –Hastings. -Dice Perdiz. –Toma a Bradwell.
La voz de Perdiz es pequeña y fría. Toma a Bradwell. Las palabras hacen un eco enfermizo en la cabeza de Pressia, un timbre que no se detendrá.
Hastings no tiene opción.
Empuja a Bradwell al suelo, pone su pie bueno sobre su pecho. Las alas de Bradwell extendidas debajo suyo. Hastings apunta una de las armas alojadas en sus brazos al corazón del chico.
Hay un rayo rojo de luz.
Bradwell mira a Hastings a los ojos, pero sólo le habla a Pressia. Dice. -Lo siento.
Pressia no puede respirar. Ella sabe por qué está arrepentido—no por lo que pasó, no. Dice que lo siente por lo que está por pasar.
-¡No! -Grita, aun sosteniendo firmemente a Iralene. -¡No!
Y luego Bradwell empieza a luchar devuelta. Contraataca. Patea a Hastings y trata de luchar para levantarse de la suciedad. Sus alas golpean el suelo, llenando el aire con más polvo y ceniza.
La pantalla se opaca. El rostro de Bradwell se pierde en la nube oscura.
-¡Deja de resistirte! –Ordena Hastings. -¡Para, ahora!
Pressia le grita a Perdiz. -¡Haz algo!
Pero Perdiz no entiende ¿o no? Bradwell está peleando a muerte. Lucha, sabiendo que va a morir.
La pantalla se pone blanca.
Hastings había cerrado los ojos.
Y entonces hay un tiro.
Sólo uno.
Algunos sobrevivientes gritan.
Y luego silencio.
Y entonces hay un grito—fuerte y largo.
Es seguido por otro grito—justo igual de fuerte y justo igual de largo.
Un eco del primero.
Pressia deja caer la lanza. Afloja su agarre en Iralene, quien permanece completamente quieta, con su cuerpo apoyado en la pared.
-Está muerto. -Susurra Pressia.
* * *
Hastings está rígido, su pistola posada en la multitud. Es un soldado. Mantiene su posición.
Il Capitano se arrodilla junto a Bradwell. Le aterroriza toda la sangre, tan repentina y rápida, esparciéndose por el pecho de Bradwell. Helmud se sostiene del cuello de su hermano. Agarra su camisa con sus delgados puños.
-Bradwell. –Dice Il Capitano sin aliento. Se supone que debe revisarle el corazón. Pero la sangre ha empapado su remera. No puede quedar mucho del órgano.
Las manos de Il Capitano tiemblan tanto que apenas puede agarrar la remera de su amigo. Pero cuando lo hace, la desgarra, abriéndola.
El viento sopla.
Pequeñas hojas sangrientas de papel se alzan.
Il Capitano se sienta mientras el viento recoge los papeles y los manda volando sobre la suciedad seca.
La bota de Hastings se para sobre uno, sus bordes empapados con rojo.
Il Capitano levanta uno.
Estamos aquí, mis hermanos y hermanas, para acabar con la división, para ser reconocidos como humanos, para vivir en paz. Cada uno tiene el poder de ser benevolentes.
No hay una cruz al final del mensaje. Sólo manchas al azar de la sangre del difunto.
Los sobrevivientes levantan las hojas. Se reúnen alrededor de Bradwell.
Su cuerpo yace en la manta de sus alas con plumas negras. Las sangrientas hojas blancas siguen revoloteando de su pecho como un moño interminable empujado por el viento.
Sus brazos están estirados, sus manos abiertas—y de una de ellas, Freedle aparece. Apenas perdido en las hojas flotando y girando de papel, Freedle extiende sus alas mecánicas y alza vuelo, dirigiéndose a la Cúpula.
* * *
Pressia no puede respirar. No puede llorar. Bradwell murió. Él sabía que iba a morir. Si no nos volvemos a ver… Debería haberse quedado con él. No se debería haber ido. Él sabía, y no le dijo—no la verdad completa. Dijo si si, si, si… Pensó que era sólo el comienzo.
Todavía no se olvida del beso ¿lo recordará por siempre? ¿Le quedó marcado en los labios? Por esto le hizo prometer estar juntos aquí, ahora, y en el más allá—en caso de que haya un paraíso… en caso de lo que pueda haber más adelante.
Se lleva el puño al corazón. Ella y Bradwell siguen juntos. No hay mejor iglesia que el bosque. Al fin y al cabo, una boda es entre dos personas—lo que prometen en un susurro.
No está segura de por qué, pero ahora siente miedo. Le aprieta el pecho. Sabe cómo es tener un golpe de pena, cómo es estar de luto. Pero lo que siente es terror. Se ha ido. Darse cuenta de que el mundo sigue existiendo y él no—a esto es lo que más le temía. Y aquí está.
Mira el suelo sucio con las fotografías de la feliz niñez de Perdiz.
El chico camina hacia ella.-Lo maté. –Dice.
-No me toques. No me mires.
Perdiz es un fantasma.
Iralene dice. –No mataste a nadie. No lo hiciste. No lo mataste ¡Fue Hastings!
-Cállate. –Dice Pressia. -¡Cállate!
Iralene se desliza por la pared hasta sentarse en el suelo. Su mirada es inexpresiva.
-Pressia. –Dice Perdiz. –Hice lo correcto. Lo juro. No sabía que Hastings iba a matarlo.
-Hastings estaba programado para matar a cualquiera que se resistiera. Bradwell lo sabía. Por eso contraatacó.
-Di la orden. -Dice Perdiz, su voz está tan ronca que es apenas audible. –Podría haber hecho retroceder a Hastings. Podría haber hecho algo.
-Nos trajiste hasta aquí, -Dice Pressia. –Nos trajiste a todos hasta este momento. Hiciste algo peor que no haber hecho retroceder a Hastings.
-No iba a presionar el botón. -Murmura Perdiz. –No lo habría hecho. No habría.
-No. -Dice Iralene. –No habrías. Sé que no. –Luego, con esperanza en su voz, agrega. -Tal vez eso los detuvo. Quizás se den la vuelta ahora.
-Freedle. -Dice Pressia. -¿No lo viste? Él lleva la bacteria. Ya viene. Trabaja rápido.
Golpean la puerta con estruendo. Escuchan la voz alta y urgente de Beckley. -¡La gente se está revelando en las calles! ¡Quieren sangre!
-Vienen por nosotros. -Dice Iralene.
-Nos encontrarán aquí. -Dice Perdiz. –Sé que lo harán.
La pantalla aun muestra la escena. Los ojos de Hastings están bien abiertos. Escanea la multitud. Il Capitano está gritando. -Sigamos. Esto es lo que él quería. Avancemos ¡Juntos! –Su cara se encuentra manchada con negro por la ceniza. Se había limpiado las manos sangrientas en la remera.
Y luego Hastings gira. Camina hacia la Cúpula y se para en línea junto a otros dos soldados.
-La Cúpula va a caer, y cuando lo haga, voy a salir e ir a casa. -Dice Pressia. Camina hacia la puerta, la abre, y se para en la sala de conferencias. Beckley se encuentra junto a su abuelo, quien está sentado en una de las sillas de cuero, con Lyda a su lado.
-Vienes con nosotros. -Le dice Pressia al anciano. –Te mantendremos a salvo.
Está asustado pero asiente. Hace mucho, él fue el extraño que la acogió. Esta vez, ella será la que cuide de él.
* * *
Perdiz mira a Lyda, todavía sorprendido de que esté aquí, tan cerca, y aun así, tan distante. Las cosas han cambiado entre ellos ¿Cómo fue esto para ella? Recuerda a Pressia diciéndole a Lyda que iban a llevarse al bebé ¿Le creyó? ¿Era la verdad? Ya no sabe qué es real. Quizás nunca lo hizo. Pressia le dirá qué pasó en ese cuarto. Le contará que podría haber salvado a Bradwell y que falló. Su amigo está muerto. Perdiz dudó ¿Por qué? ¿Por rabia, rancor, o realmente pensó que estaba haciendo lo correcto, intentando salvar a su gente? En lo profundo ¿así piensa de los Puros—como su gente? Podría nunca descubrir su propia verdad. Tal vez así es como empezó su padre—un acto que nunca pudo retirar y que tuvo que decidir qué tipo de persona era. Perdiz quiere ser bueno. Siempre lo quiso ¿o no? Justo ahora, debe decidir cómo todos tratarán de sobrevivir. –Podrías haber corrido. Probablemente deberías haberlo hecho ¿Por qué te quedaste? –Le pregunta a Beckley.
-Somos amigos. Los amigos se quedan.
Perdiz no se dio cuenta de que ha estado esperando esto, pero ahora que lo escucha, se alegra. Toma a Beckley y lo abraza. –Gracias. -Dice.
-Debemos movernos ahora. Si no te vas. –Dice Beckley. –Te encontrarán aquí. No se pueden encerrar. Simplemente te esperarán afuera si te quedas en la cámara de tu padre.
Perdiz mira a Pressia. Sabe que no se merece ir con ellos. Sacude la cabeza.
-Nos destruirán allí afuera. –Dice. –De una forma o la otra…
-Tenemos que movernos ahora. –Lo urge Beckley.
-Ven con nosotros. –Dice Pressia. –Podemos encontrar una forma de sacarte de la Cúpula; entonces te hallaremos un escondite fuera.
Beckley y Lyda ayudan al abuelo de Pressia. Van hacia la puerta. Pressia los sigue. –Vamos, Perdiz. Trae a Iralene. Salir es su única oportunidad. Mantengámonos juntos. –Perdiz puede decir que le duele decir esto. Sabe qué piensa de él. Se odia. Detesta ambas palabras—dentro de la Cúpula y fuera.
Iralene y Perdiz entran al pasillo, siguiendo a los otros al ascensor, con Lyda y Beckley ayudando al abuelo cojo de Pressia.
Entonces Iralene se detiene. Mira la puerta a la casa que diseñó. Sigue abierta—sólo un poco.
Luz mana de ella.
Agarra el brazo de Perdiz, lo sostiene con fuerza. –Recuerda. -Dice. -Aún me debes un favor.
-Iralene. –Dice Perdiz con suavidad.
-Me hiciste una promesa. -Dice ella. -¿Te atendrás a ella?
-Por favor… -Dice.
-¿Eres un hombre de palabra? –Dice ella. Él sabe qué desea, y no quiere que lo diga en voz alta, pero lo hace. –Construí un hogar para nosotros.
Pressia sostiene la puerta del ascensor abierta. -Deprisa. –Los llama, mientras los otros se giran y miran.
Él sacude la cabeza. –No puedo. -Iralene le suelta el brazo y se dirige hacia la puerta llena de luz dorada. Agarra las cartas de Lyda.
-No, Perdiz. –Dice Pressia.
Lyda dice. –Allí no hay nada real. Está vacío.
-Puedo sacarlos de aquí. -Dice Beckley rogando. -¡Iralene, dile que venga con nosotros!
-Un minuto. -Le dice Perdiz a Iralene. Ella asiente. Camina por el pasillo hacia Lyda. Busca en su bolsillo un manojo de cartas y se las entrega. -Aquí. Éstas son tuyas.
Lyda toma el pilón y sostiene las cartas contra su pecho. -¿No puedo quedarme y tú no puedes irte? –Le dice a Perdiz.
-Nunca se sabe qué pasará. Un día…
-Si vienes a buscarme, sabes que estaré allí fuera…
-Ambos. –Dice él. Madre e hijo. –Esta es una nave. Pienso que si se hunde, debería irme con ella.
Camina de vuelta con Iralene, le toma la mano, saluda una última vez. Entran al cuarto brillante, a la luz cegadora—y él cierra la puerta detrás de ellos.
* * *
Un grupo de sobrevivientes hacen guardia sobre el cuerpo de Bradwell mientras Il Capitano y Helmud lideran a los otros.
El círculo se aprieta más y más hasta que sólo hay nueve metros entre Il Capitano y los soldados de las Fuerzas Especiales, Hastings entre ellos. Il Capitano da un grito y los sobrevivientes a su alrededor se detienen.
Su comando viaja por el círculo y pronto, todos los supervivientes están plantados en su lugar. Hastings mira a Il Capitano ¿Ha perdido contacto con aquellos dentro? ¿Qué está pasando allí?
Nadie se mueve. Nadie habla. Están parados allí, en el viento, las hojas de Bradwell aun revoloteando en el aire cenizo.
Y entonces sucede.
Un chirrido, bajo y profundo, como algo escuchado desde una gran nave.
Hay un pop, y entonces una grieta corre por el costado de la Cúpula, como una rasgadura en el hielo de un lago congelado. Se dispara por la superficie, creando fisuras.
Y luego una pieza del domo se levanta, balancea, y luego cae dentro de la misma Cúpula.
* * *
Nuestra Buena Madre camina cuesta arriba, protegida por todos lados por Madres. La cruz del marco de la ventana en su pecho mantiene su postura rígida. Sostiene la cabeza en alto. Cuando ve las grietas correr por la blanca superficie de la Cúpula, le susurra a la boca de bebé alojada den su brazo. -¡Vamos a buscar a papi, querido! –Y aprieta su lanza. –Vamos a encontrar a tu papá.
* * *
Las luces titilan y se atenúan. Arvin espera. Sostiene la respiración, cierra los ojos—y cuando lo hace, ve las caras de sus padres. Siguió órdenes para poder mantenerse con vida. Se hizo importante, indispensable. Pero ahora, finalmente es libre. El generador zumba con vida. Las luces sobre su cabeza brillan, y escucha el murmullo del laboratorio siendo sellado. No se irá hasta tener una cura.
* * *
Cuando las luces se apagan, el zumbido de la maquinaria muere dentro de cada cámara—a un lado y al otro de los pasillos.
Hay un silencio mortal. Peekins ha estado trabajando en esta cámara, tratando de salvar a una familia—cuatro infantes rígidos, el tinte azul pálido desvaneciéndose de su piel. Busca en su bolsillo una linterna. La saca y apunta el brillo hacia los bebés ante él—los Willux. Un par de ojos tiemblan. Se abren. Es una niña pequeña. La madre de Perdiz. Tal vez sea la única en sobrevivir.
* * *
Los orbes iluminan cada habitación. Iralene eligió la música—la misma que bailaron en el picnic, lo que parece hace tanto tiempo. Se filtra por parlantes escondidos. Se sostienen mutuamente en el salón—es un balanceo más que un baile. Ahora hay voces en el pasillo, pisadas fuertes.
Perdiz susurra. –La luz solar no entibia. No es real.
-¿Qué es, de todas formas, la realidad? –Dice Iralene.
-Vienen por nosotros.
-Déjalos.
-Iralene. -Dice. Le toma el rostro en sus manos y le toca la mejilla con los pulgares.
Hay golpes en la puerta, un cuerpo pesado tirándose contra ella una y otra vez.
* * *
Para cuando alcanzan la calle, pueden ver el cielo a través del agujero. La ceniza entra revoloteando.
Pressia dice. -Está pasando.
-Ceniza. -Dice Lyda.
Beckley llevan al frágil abuelo de Pressia en su espalda. –Recordaré cómo era ¿O no? -Dice.
El anciano alza la mano en el aire y caza pequeños copos de ceniza con su palma. Mira a Pressia, con una expresión sorprendida en el rostro y dice. -Mi niña.
Pressia empieza a llorar. –Sí. -Dice. –Estoy aquí. –Su madre está muerta. Bradwell se ha ido. Y Perdiz eligió su propio fin. Pero obtuvo a una persona de vuelta.
Hay otros en las calles. Algunos gritan y lloran. Aprietan a sus hijos contra sus pechos. Algunos sostienen objetos de valor—candeleros dorados, cajas de mobiliaria, sus pistolas. De hecho, a esta distancia, las están aferrando con tanta fuerza que parecen fusionados con sus posesiones terrenales.
Algunos empiezan a correr—¿pero hacia dónde? No hay donde ir.
La red eléctrica ha sido comprometida. Las luces parpadean y mueren. El monorriel para con un chillido. Beckley los lleva hasta el set de escaleras ocultas entre los ascensores secretos, ahora atascados como todo lo demás.
Llegan a la planta baja de la Cúpula y caminan por las tierras vacías de la academia, pasan dormitorios, las ventanas oscuras de clases, incluso un campo de futbol—sus líneas blancas cruzando el césped falso—y la cancha de básquet detrás de un alambrado. Hubo un tiempo en el que le dijeron que su padre era base. Su verdadero padre—probablemente nunca escuchará su voz… está allí afuera.
Finalmente llegan a los campos de soja, verdes y llenos de hojas. Las hileras se curvan con la forma de la Cúpula. Caminan y caminan. Pressia puede sentir el viento silbando desde algún lugar oculto a la vista.
Lyda saca su lanza. La ceniza es ahora más espesa, revoloteando por el aire. Dice. -Está nevando.
Cerca del suelo, un triángulo de la Cúpula ha caído sobre los campos de soja, sobre las plantas con sus hojas verdes y epispermos amarillas. El suelo, rociado con esquirlas, cruje bajo sus botas.
Caminan hacia el mismo hoyo y borde de la Cúpula. Pressia mira hacia afuera, a ese mundo cenizo, su tierra natal. Caminando arduamente colina arriba están los sobrevivientes, viniendo a aclamar lo que es suyo. Ella empieza a correr hacia ellos y busca entre las caras a Bradwell, sabiendo que no estará entre ellas.
Pero allí están Il Capitano y Helmud—manchados de ceniza y adoloridos. Cuando Il Capitano ve a Pressia, se detiene y cae sobre una rodilla. Tiene agarrado un pedazo blanco de papel con el puño. Lo levanta sobre su cabeza como una bandera blanca.
No hay victoria. Siempre hay pérdida.
Esta es la rendición de él.
Esta es la rendición de ella.
Su corazón dice, Suficiente, suficiente, suficiente. Me rindo.
Y espera que su corazón se detenga.
Perdió demasiado.
Y sabe que allí fuera encontrará el cuerpo de Bradwell. Le golpeará una y otra vez que él está muerto ¿Cuántos impactos puede soportar?
Pero su corazón late en su pecho y no se detiene.
La devuelve a la vida.
Su propio corazón no se rendirá.
Así que este no es el fin.
Es sólo otro comienzo.
Se detiene y mira sobre su hombro hacia atrás. Caminando por la nieve negra hacia ella, están Beckley, llevando a su abuelo, vivo después de todo, en la espalda, y Lyda y el bebé dentro de ella, protegido debajo de su armadura hecha a mano. Se vuelve hacia Il Capitano. Él se tambalea al ponerse de pie, con Helmud pesado en su espalda, y camina hacia Pressia. La abraza. Cuando estaban en la niebla rodeados por criaturas y pensaron que los matarían, Il Capitano dijo, Si fueras la persona a mi lado, me quedaría por siempre jamás. Esta es la promesa en la que necesita creer. Quédate conmigo. Quédate.
Esta es su familia ahora.
Ella e Il Capitano y Helmud se giran y miran a los Puros que se dirigen a los campos, la soja verde relucen alrededor de sus tobillos. Están pálidos y tienen los ojos bien abiertos, moviéndose como tímidos fantasmas hacia el borde roto de su mundo.
En algún lugar, Perdiz e Iralene están sentados en una mesa en una cocina falsa, llena de la brillante luz del sol artificial— mientras las baterías dentro de los orbes se gastan lentamente. Si la gente venía tras ellos, espera que al menos luchen. Este es el último retazo de esperanza que tiene en él.
Pero ella eligió esta verdad –Grotescamente hermosa y hermosamente grotesca—este mundo.
-¿Qué haremos ahora? -Susurra Il Capitano.
-¿Qué haremos? -Dice Helmud.
-No más sangre, -Dice Pressia.
Su corazón late y late y late— cada vez, como una detonación en su propio pecho— y cada momento a partir de aquí, es un mundo nuevo.

El Fin

sábado, 8 de noviembre de 2014

Arder/Quemar - Capítulos 59 a 62 - TRADUCIDOS - Julianna Baggott

IL CAPITANO
CORAZÓN
Se están movilizando—todos: Amasoides, Madres, soldados de la ORS, adoradores de la Cúpula, incluso un par de niños del sótano y familias que tuvieron que salir de las ciudades y cuarteles generales y puestos de avanzada por el humo.
No hay muchas Fuerzas Especiales restantes, pero, de vez en cuando, una aparece en los bordes, huele el aire, y antes de ser disparado, sale corriendo.
Los sobrevivientes se reúnen en el bosque, a los límites del territorio estéril, que va cuesta arriba hacia la Cúpula, brillando con blancura, y coronada con armas negras y brillantes, su cruz atravesando las nubes oscuras.
Il Capitano está apoyado a ambos lados por soldados de la ORS, que están soportando su peso y el de Helmud combinados. Le duelen los huesos, especialmente las costillas rotas, y tiene la piel túrgida por los moretones y profundas hinchazones. Donde las cuerdas se hundieron en sus muñecas, hay ahora vendajes.
Bradwell le está hablando a un grupo de Madres. Todos se mueven con una intensidad silenciosa, una electricidad silenciada.
Il Capitano está aliviado porque su propósito unificador ya no es matarlos a él y Helmud.
Las Madres han estado organizando la manada. Los sobrevivientes se despliegan en ambas direcciones para rodear la Cúpula.
Y ya eligieron a los que se quedarán—chicos, quienes los cuidarán y aquellos que son más una carga que ayuda. Están alzando un par de tiendas improvisadas para romper con el frío y viento, y allí es donde los dos soldados de la ORS se detienen.
-Esta servirá. –Murmura uno de ellos.
-No voy a ir a una tienda. –Dice Il Capitano.
-¡No voy a ir! –Dice Helmud.
-Señor, nos dijeron que lo instalemos en una tienda.
-No. Me quedo con Bradwell. Él va. Nosotros vamos.
-Nosotros vamos. –Dice Helmud.
-Pero ni siquiera puede caminar, señor. -Dice el soldado de la ORS.
-¡Bradwell! –Grita Il Capitano, rompiendo el silencio.
Bradwell camina hacia ellos. -¿Qué?
-No nos vamos a sentar en el banquillo en esta endemoniada tienda.
-Cap, no estás en ninguna condición de—
-Vamos contigo. Incluso si tengo que gatear, vamos.
-En serio, ni siquiera puedes—
-No voy por las razones que siempre creí que lo haría. Voy porque no te dejaré solo. Somos como hermanos.
-Hermanos. –Dice Helmud.
Bradwell mira las puntas de los árboles atrofiados. –Bueno. –Dice. –Si vas a venir conmigo, quiero que me prometas algo.
-¿Qué? –Dice Il Capitano.
-Si no lo logro. –Dice Bradwell. –Quiero que revises mi corazón.
-¿Tu corazón?
-Sólo asegúrate que ya no esté latiendo. Asegúrate de que ha parado.
-Si mueres ¿quieres que ponga mi oído en tu pecho y me asegure de que tu corazón ya no late?
-Sí. Y lleva a Gorse con su hermana. Eso es lo que quiero, y no me preguntes nada más sobre ello.
-Bueno. –Dice Il Capitano. –De todas formas, no vas a morir, Bradwell.
El aludido no responde. En su lugar, dice. –El viento es fuerte hoy ¿o no?
Il Capitano asiente. –Bastante fuerte.
-Con suerte seguirá así. –Dice Bradwell y se aleja.
-¿El viento? -Pregunta Il Capitano. -¿Estamos hablando sobre el viento?
-El viento. -Dice Helmud.
PERDIZ
ATADOS CON CORDEL
La larga mesa de caoba es en realidad una pantalla. Proyecta un mapa en vivo—la Cúpula en el centro. Perdiz mira la imagen. Pequeños puntos rojos han rodeado la Cúpula, y más están de camino—puntos manan del bosque.
-Está producido con una compilación de varias cámaras que registran movimiento y lo siguen. –Explica Beckley.
-¿Cada punto es un superviviente? –Dice Perdiz. Realmente está pasando. Se da cuenta ahora de que nunca lo creyó por completo.
-Correcto.
Iralene engancha su brazo con el de Perdiz. Él está tan desconectado que el tacto lo sorprende. -¡Hay tantos! –Dice ella.
A Perdiz le golpea el corazón en las orejas. Siente un surgimiento de orgullo. No puede creer que se hayan organizado y juntado así. Se imagina cómo deben de estar sintiéndose Il Capitano y Bradwell ahora ¿Están a la cabeza de esto? ¿Ha pasado a su alrededor? Pero al mismo tiempo, el surgimiento de orgullo cambia rápidamente a miedo. Se están reuniendo porque esperan entrar. Esta no es una misión de buena fe.
Este es el principio de una revolución.
-Tenemos que comunicarnos con ellos. –Dice Perdiz. –¡Sigue habiendo una forma de enlentecerlo todo! Tenemos que hacerlo de forma pacífica ¿Hay noticias de Pressia y Lyda?
-Están de camino. –Dice Beckley.
Pensar en Lyda hace que se le contraiga el pecho ¿Por qué ni siquiera le respondió las cartas? ¿Se desenamoró de él?
-Puedes convencer a Pressia de hacer una tregua. Sé que puedes. –Dice Iralene. –Viene de esa gente. Sabrá cómo comunicarse con ellos ¿no? -Miserables—eso es a lo que Iralene se refiere.
Beckley le está hablando a alguien por su walkie-talkie. -¿Está listo? ¿Aquí ahora?
-¿Qué pasa? –Pregunta Perdiz.
-Espero que no te importe. –Dice Beckley. –Pero tomé la oportunidad de tomar a alguien que podría ser de intermediario.
-¿Intermediario?
-Necesitarás a alguien en el campo que te sirva como mediador. Pensé en la persona perfecta. Alguien que puede parecer… confiable para ellos. –Beckley camina hacia la puerta, la abre, y entra un soldado de las Fuerzas Especiales alto y larguirucho, cojeando sobre una prótesis elegante, la pierna del soldado termina en el muslo.
El soldado mira a Perdiz, y éste lo conoce.
-Hastings… -Trata de ver a su viejo amigo, torpe y fácil de avergonzar. Lo extraña.
-Perdiz Willux. –La voz de Hastings es más robótica que nunca, pero sigue habiendo algo muy profundamente humano dentro suyo, algo que no pueden borrar.
Iralene le teme a Hastings. Aprieta su agarre en el brazo de Perdiz y se mueve para estar apenas detrás de él.
-¿Qué pasó? –Perdiz se refiere a la pierna de Hastings. La última vez que lo vio, le dijo que encontrara a Il Capitano ¿Lo llevó eso a su pérdida? ¿Es Perdiz el culpable? No le sorprendería.
-Un incidente. -Hastings ha sido cerrado. Sólo puede dar respuestas cortas—del tipo menos relevante. Se rebeló y lo recodificaron.
-Siento eso. –Dice Perdiz.
Hastings asiente. Siguen siendo viejos amigos. Algo de lealtad permanece.
-Hastings. –Dice Beckley. –Necesitamos que seas nuestros ojos y oídos. –Está completamente intervenido. –Te prepararemos la comunicación para que podamos hablar directamente con quien esté al mando allí abajo.
-Il Capitano y Bradwell. –Dice Perdiz.
-Te daremos un portátil que transmitirá nuestras voces desde aquí. –Explica Beckley.
Hastings inspira profundamente. Sus inmensos hombros se alzan y caen.
-Beckley te trajo porque eres en quien confiarían allí afuera, pero realmente eres en quien yo confío, Hastings. –Dice Perdiz. –Tenemos un pasado.
-No tienes que jugar con tus viejas ataduras. –Dice Iralene suavemente, reconociendo algo en Hastings. –Está programado para obedecerte.
-Ella tiene razón. –Dice Beckley. -Foresteed dobló su codificación de comportamiento. Nunca se rebelará de nuevo.
-¡Quiero que tenga una opción! –Dice Perdiz. -¡Mierda! ¡Quiero que la gente se decida por sí misma!
Beckley camina hacia Hastings. -¿Puedes decidir por ti mismo, Hastings?
Hastings mira a Perdiz y después a Iralene. Sacude la cabeza. -No, señor.
-Debemos sacarlo rápido. –Dice Beckley. –Si tenemos alguna esperanza de negociar.
-Bueno, Hastings, vamos, afuera. Encuentra a Bradwell o Il Capitano. Pressia llegará pronto. –Dice Perdiz, esperando que sea verdad. –Cuando los encuentres, estaremos listos para hablar. Todavía podemos voltear esto.
Beckley camina hacia el pasillo y elige a dos guardias para escoltar a Hastings fuera de la Cúpula.
Antes de irse, Hastings echa un vistazo por sobre su hombro. Mira a Perdiz—es todo lo que tiene, innegable humanidad en sus ojos. La mirada es ambas, acusadora y llena de sufrimiento. Filosa y rápida y le manda un shock a Perdiz. Es como si Hastings conociera el futuro, y es peor de lo que Perdiz jamás podría imaginar. Pero antes de poder decir algo—¿Y qué diría?—Hastings sale del cuarto, medio con pesadez, medio rengueando.
Lo recuerda hablándole a una chica en el último baile al que fue, en el que Perdiz bailó con Lyda ¿Cómo terminaron aquí—cada uno roto de una nueva forma que nunca hubieran podido predecir?
-Hay algo más. –Le dice Beckley a Perdiz cuando vuelve a entrar al cuarto. –Cygnus decidió que era mejor si tú y Lyda eran separados. –Mete la mano en el bolsillo de la campera de su uniforme y saca dos atados—montones de papeles doblados, cada uno atado con un cordel. -Cartas—tuyas para Lyda y de ella para ti.
PRESSIA
SAGRADO
Pressia y Lyda están corriendo por las calles de la Cúpula hacia el cuarto de Guerra. Sus lanzas están en sus cinturones.  Pressia tomó una pequeña y filosa, de sólo 15 centímetros y fácil de esconder. Lyda tiene puesta su armadura. Todos están tan golpeados por el pánico, tan sorprendidos y enojados y esperanzados y perdidos, que ni siquiera lo notan. La ventana de una tienda ha sido quebrada, y hay gente en la calle peleando por linternas y baterías. Otro grupo bloqueó un camión oficial de la Cúpula y está saqueando máscaras de gas, mantas, agua embotellada. Pressia recuerda las historias que su abuelo le contaba sobre qué pasó justo después de las Detonaciones—peleas en mini-marts y supertiendas tumbadas. Los posters anunciando el compromiso de Iralene y Perdiz, pegados en las vidrieras, han sido pintarrajeados, sus caras tachadas, MUERAN, escrito en tinta espesa sobre sus cabezas, por sus narices y cráneos.
-Es el chivo. –Dice Lyda. -¡Perdiz es el chivo!
-¿A qué te refieres?
-El chivo expiatorio ¡Van a culparlo por todo!
Pressia está asustada. Esta gente quiere sangre. Conoce esa mirada en sus ojos. Le recuerda a los sobrevivientes que tomaron las calles durante las Muerterías. La gente sólo puede sufrir por tanto tiempo antes de que alguien deba pagar.
Ella y Lyda cruzan la calle para evitar a los Puros, que están alborotando en sus sobretodos y monos y vagando en sus mocasines de suelas finas, dirigiéndose a una nube de humo. Éste se alza de una multitud frente a una iglesia adelante, agitándose y agitándose sin dónde ir.
-Está empezando a oler como en casa. –Dice Lyda. –No sólo a humo pero a desesperación.
Se cubren las bocas y narices con sus mangas y siguen.
Cuando pasan la iglesia, Pressia ve que el gentío está quemando una efigie—un traje relleno con un rostro chisporroteante. -¡Per-diz! ¡Per-diz! ¡Per-diz! –Gritan. Pressia apenas puede respirar. Perdió la fe en su hermano ¿Pero quemar una efigie?
Mira a Lyda, que está impactada. Pressia se la lleva lejos de la multitud. –Simplemente mantén la cabeza gacha. –Dice Pressia. –Sigue caminando.
Lyda se tambalea un poco pero continúan.
Cuando giran en la última esquina, Pressia choca contra un guardia. Él la agarra por el brazo. -¿A dónde demonios van?
Una mujer está parada cerca. Ve la cabeza de muñeca antes que el guardia y suelta un alarido.
-¡Ya están aquí! –Grita. -¡Miserable! –La mujer sube más la voz. -¡Miserable!
El guardia ve la cabeza de muñeca y se cae de espaldas, tanteando desesperado por el rifle en su espalda. -¡Detente! –Grita a través del humo cada vez más grueso. -¡Detente ahora!
Pero siguen corriendo tan rápido como pueden. Los Puros a su alrededor también lo hacen mientras gritan. Hay un disparo ¿Fue del guardia gritándoles a través del humo? ¿De alguien más?
Lyda empuja a Pressia dentro del edificio, y corren por una recepción ancha y aireada con paredes espejadas y un hermoso marco dorado. Otro guardia grita. -¡Por aquí! –Corren hacia un único elevador y entran.
El guardia golpea un botón. –Ha estado esperando.
-¿A cuál de nosotras? –Pregunta Lyda.
El guardia se encoge de hombros como si ni siquiera supiera realmente quiénes son, y ahora Pressia puede decir que es joven—más que ella. -¿Piensas que debería quedarme? –Pregunta él en voz baja. –Estoy preocupado por mis hermanas ¿Debería irme? Se está poniendo feo ¿o no?
-¿Estás relacionado con las chicas Flynn? -Dice Lyda. -¿Fuiste a la academia de chicos?
-Aria y Suzette. –Dice él. –Mis padres no están. No lograron superar bien... –Baja la voz. –El discurso. Lo hicieron de una buena forma—realmente bien planeado. Sin sangre, y lo arreglaron para que sea la sirvienta la que los encontrara, no nosotros. Eran buenos padres. –El chico tiembla.
-Por supuesto que eran buenos padres. –Dice Pressia. –Estoy segura de que te amaban mucho. Estarían orgullosos de ti ahora, pensando en tus hermanas. –Ella sabe qué es lo que siempre quiso escuchar de su madre y padre—
Te amo. Estoy orgulloso de ti. Se aferra a la idea de ellos cuidándola por tanto tiempo… no podría imaginarse que se hubieran suicidado.
Lyda se estira y toma la manga del chico. –Deberías ir. Este es el momento para que la gente hable sobre amor. Podría no quedar mucho tiempo.
Pressia piensa en Bradwell. No puede evitarlo. Amor. Allí está. Siempre lo amará ¿Tendrán más tiempo juntos?
El ascensor se balancea y para. Pressia nunca se acostumbrará a ellos. La puerta se abre y las chicas salen.
-¡Por aquí! –Las llama otro guardia por el corredor.
-Siento lo de tus padres. –Dice Pressia girándose hacia el chico en el elevador.
Se le humedecen los ojos. –Nunca nadie dice algo como eso aquí. Nadie habla sobre ellos ya. Es como si hubieran desaparecido.
-No se fueron. –Dice Pressia.
El guardia agacha la cabeza y las puertas se cierran con un desliz. Pressia sabe que probablemente nunca lo verá de nuevo. Así es como todo se siente ahora—una primera vez y una última, todo al mismo tiempo.
Lyda corre por el pasillo. Pressia la sigue. Cuando pasan una serie de puertas, Lyda se agacha en un pasillo y presiona la espalda contra la pared.
-¿Qué estás haciendo? –Pregunta Pressia.
Lyda se toma las costillas con un brazo. –Sólo necesito un momento. Sigue.
-¿Segura?
Ella asiente.
Pressia continúa. Una puerta se abre adelante. Perdiz da un paso hacia el pasillo. Pressia recuerda la primera vez que lo conoció—cómo, con su bufanda desatada, sabía que era el Puro del que había escuchado, el Puro de cabello corto y piel perfecta librado de la Cúpula. Él se estira—¿Para sacudirle la mano? ¿Va a ser formal? –Te salvé la vida antes de siquiera saber quién eras. –Dice ella. No acepta el apretón.
Perdiz se mete la mano en los bolsillos. –Es verdad. –Dice. –Unos groupies estaban a punto de matarme.
-Aunque no lo habrían hecho ¿O no? En ese entonces estábamos siendo reunidos, y ahora pasa lo mismo. –Dice ella.
-Tal vez es verdad.
-Tengo el presentimiento de que va a ser distinto esta vez.
-Estamos mucho más metidos. –Dice Perdiz. –Tan profundo como es posible ¿Qué hiciste aquí, Perdiz? ¿En quién te convertiste?
-¿Qué hay de ti? Te volviste sobre mí. Te diste por vencida conmigo.
-No, tú te rendiste con nosotros. –Dice Pressia.
-Debes cancelar el ataque. –Dice Perdiz con frialdad. –Estamos localizando a Bradwell e Il Capitano y estableciendo comunicación. Dialogaremos—de verdad—por primera vez en la historia de la Cúpula.
-¿Y en este diálogo tú me dices qué hacer? ¿Es eso un diálogo?
Perdiz mira el pasillo y Pressia sabe por el cambio en su mirada que Lyda apareció. Y entonces él dice su nombre. -Lyda. Lyda Mertz. –Empieza a caminar hacia ella, y después a correr. Lyda se queda completamente quieta. Pressia no sabe si lo aceptará o no ¿Todavía lo ama realmente, o tiene que saber si él la amó en algún momento—amarla de verdad? En el último segundo, él desacelera. Ella dice algo que Pressia no puede escuchar y él le responde. Se estira y le toca la mejilla con la parte trasera de los dedos. Ella lo abraza entonces, susurrándole algo.
Pressia escucha un ruido detrás de ella y se gira. Hay una mujer. Está mirando a Perdiz y Lyda, aspira de forma cortada y suspira temblorosamente.
-Iralene. –Dice Pressia, reconociéndola como la novia en la boda.
Iralene asiente. –Tengo algo que cambiará tu forma de pensar. –Y mira al pasillo. Pressia sigue su mirada hacia Perdiz, quien ahora sostiene el rostro de Lyda con ambas manos, hablándole con palabras apuradas. –Era un regalo de boda.
-Iralene. –Dice Pressia nuevamente. -¿Estás bien?
Iralene agarra el marco de la puerta. –Es el paraíso. –Dice y le sonríe a Pressia mientras le resbalan lágrimas por los cachetes. –Hice que hicieran el paraíso. Aquí. Justo aquí. Porque es el lugar más seguro del mundo. Aquí. –Dice. –Déjame mostrarte el paraíso.
Cuando da un paso hacia el pasillo, su tobillo se tuerce y se tambalea por un momento sobre sus talones. Susurra en una voz tan baja que Pressia apenas puede escucharla. –Ven conmigo. Quiero mostrarte por qué deberías decirles que se detengan. Esto cambiará todo. Hará que se sienta bien. Ya verás.
Iralene camina unos metros por el corredor. Perdiz y Lyda notan su presencia ahora. Levantan la vista, tomándose de las manos, justo cuando Iralene abre una puerta, y repentinamente, la ilumina una brillante ola de luz. Es como si el cuarto contuviera al sol en sí mismo. -Pressia, -Dice. –Eres de la familia. La familia es sagrada ¿Qué es el hogar sin la familia?
IL CAPITANO
OJOS
La multitud está en silencio. Camina callada. Il Capitano ve sus rostros—el plástico y vidrio relucientes, las quemaduras brillantes, y las ásperas y nudosas cicatrices. Sus mandíbulas están fijas con nefasta determinación. Se tambalean y arrastran los pies y cojean. Algunos están fusionados juntos pero igual dan zancadas. Sin pistolas, sin rifles, sin cuchillos. Adelante están las Fuerzas Especiales—sus cuerpos se ven sobre trabajados, demasiado pesados con sus armas y rígidas fusiones. Algunos están encorvados y sus extremidades parecen desparejas. Se paran a intervalos de seis metros, anillando el perímetro de la Cúpula. A pesar de verse casi discapacitados, están preparados para abrir fuego.
Il Capitano no puede mantener el ritmo. Cada paso le manda una serie de dolores por el cuerpo. Y aun así, siente un raro surgimiento de fuerza. La Cúpula se hace más y más grande. El viento es frío y cortante. Y, por alguna razón, es todo hermoso.
Los velos de ceniza alzándose.
El diáfano cielo oscuro.
El sol, una mancha de luz.
Y entonces todos se detienen. Voces empiezan a susurrar y sisear ¿Anda algo mal? Il Capitano se abre camino a través de la multitud a empujones, su cuerpo grita de dolor. -¡Bradwell! –Grita. -¡Bradwell! –Llega al frente y ve a Hastings emerger desde detrás de la fila de Fuerzas Especiales protegiendo a la Cúpula.
Bradwell da un paso hacia delante para encontrarse con Hastings, quien corre a zancadas cuesta abajo, con un rengueo apenas notable en su andar.
-Hastings está comprometido. –Dice Bradwell. –Ven lo que ve y escuchan lo que escucha.
Pero ahora que Il Capitano ve la cara de Hastings claramente, sabe que hay algo mal. –Hastings. –Il Capitano dice. -¿Qué te hicieron? –Puede decir que, a pesar de la profunda emoción en sus ojos, ha pasado por más codificación. –Te reprogramaron ¿o no?
Hastings asiente.
-¿Peor que antes?

Hastings vuelve a asentir.
-¡Perdiz! –Grita Il Capitano. -¿Qué le hiciste? ¡Dios santo! Es amigo tuyo.
Hastings dice. -Perdiz y Pressia van a hablar pronto. Por favor, espere.
Bradwell mira a Il Capitano. -¿Están listos?
-¿Listos para qué? –Dice Il Capitano.
-Lo que sigue.
-¿Qué sigue? -Pregunta Helmud.

domingo, 2 de noviembre de 2014

Arder/Quemar - Capítulos 57: Adecuado y 58: Cabeza de Muñeca - TRADUCIDOS - Julianna Baggott

IL CAPITANO
ADECUADO
Nuestras vidas no son accidentes. Este es el inicio, no un final. Haz lo que debas hacer.
Bradwell lo lee una y otra vez, en voz alta, con los dedos pellizcando las puntas de la pequeña tira de papel.
Sus manos tiemblan tanto que el cisne dibujado a mano parece sacudirse. –¿Cómo demonios vamos a derribarla sin bacteria? –Dice.
-Mierda si lo sabré. –Dice Il Capitano.
-¡Mierda! –Dice Helmud enojado.
Afuera, la gente empieza agitarse, a hacer ruido—han habido un par de gritos y canticos poco claros.
Desde su cama, Il Capitano encuentra una vista de la multitud reuniéndose a través de las estanterías ennegrecidas y los muros derrumbados.
-¿Qué está pasando allí afuera? -Dice Bradwell.
-Ni idea. –Dice Il Capitano.
Pero entonces, el gentío se parte y Nuestra Buena Madre, flanqueada por todas partes por Madres, avanza a zancadas hacia los restos de la escuela primaria. Está envuelta en pieles, excepto por las partes desnudas en su bíceps, donde la boca del bebé está alojada, e Il Capitano sabe que viene para encontrarlos a él y Bradwell. Una vez esté en la habitación, será capaz de ver los pequeños labios fruncidos del bebé.
El niño lo asusta más que nada.
-Está aquí. –Dice Il Capitano.
-¿Quién?
-Nuestra Buena Madre. Siento como si me fuera a meter en líos. –Dice Il Capitano. –Espero que no esté armada.
-Siempre está armada. –Dice Bradwell
-Siempre. -Dice Helmud.
Il Capitano sube una fina sábana para cubrirse, como si fuera a servir como alguna clase de protección. –Odio cuando las madres nos dicen Muertos.
-Odio cuando Nuestra Buena Madre nos dice algo en absoluto.
La lona puesta entre dos estanterías es corrida. Nuestra Buena Madre la atraviesa seguida por tres otras Madres que se detienen junto a la entrada.
-Déjenos solos por un momento. –Ella dice. –Hagan guardia en la puerta. –Las mujeres miran a Il Capitano y Bradwell, después se van reluctantes.
-No creo que nos hayas visitado antes. –Dice Bradwell. -¿Cuál es la ocasión?
-No tomes un tonito conmigo, Muerto. Estoy aquí fuera por bondad de mi corazón. –Mira a Il Capitano, su cara moteada con moretones. –Así que finalmente obtuvieron su venganza.
-Quizás no toda. –Dice Il Capitano.
-Toda. –Dice Helmud, no estando de acuerdo.
-Bueno, no puedes culparlos. –Dice ella.
Il Capitano no responde. Se culpa a sí mismo, y el sentimiento es nuevo y extraño. No le gusta.
-¿Por qué estás aquí? –Dice Bradwell.
-Estoy aquí porque me necesitan. –Dice Nuestra Buena Madre.
-¿En serio? –Dice Bradwell. –Porque siento como si ya tuviéramos un show bastante de grande aquí. Podríamos estar listos. –Il Capitano sabe que Bradwell no quiere estar en deuda con Nuestra Buena Madre. Ella tiene una manera brutal de saldar deudas.
-Por favor—están desorganizados, desarmados, y son débiles. Y creo que les está faltando algo muy precioso ¿Tengo razón?
Bradwell abre la boca para decir algo, pero Il Capitano lo interrumpe. -¿Qué es eso? ¿Qué tienes?
-Hemos estado siguiéndolos—sólo vigilando. Y dejaron algo atrás. Saben qué es. –Dice con evasivas.
-No me estás entendiendo. –Dice Il Capitano. –No estoy convencido de que
sepas qué es.
-Sé que es pequeño. Sé que es poderoso. Sé que es esencial para tu plan. Sé que si uno de ustedes emprende hacia la Cúpula solo, o incluso si van juntos, los matarán en el proceso ¿Notaron estas nuevas armas brillantes que ahora están sobre el techo de la Cúpula—¿una guirnalda de armamento?
-¿Qué? –Dice Bradwell. -¿Armas nuevas?
-Se están preparando para la guerra. –Dice Nuestra Buena Madre. -¿Y ustedes? -Las alas masivas del chico se despliegan y agitan. -Será una masacre de todas formas ¿Por qué no los ayudamos a derribar la Cúpula y hacerlo una lucha justa?
Il Capitano sacude la cabeza. –No puedo entrar en pelea. –Dice. –No lo haré. Ese ya no es quien soy—nunca más.
-Este no tiene que ser un acto de agresión. –Dice Bradwell. –No tenemos que estar atacándolos. Estamos asaltando a la Cúpula en sí misma. Podríamos estar liberándolos.
-Esperas acercarte con tu pequeña entrega especial ¿correcto? –Empieza Nuestra Buena Madre. -Tenemos que estar preparados para la posibilidad de que se le haya escapado a Pressia—o que le hayan sacado información de tu
arma a los golpes. Deben de saber una buena parte, de hecho. Si rodeamos la Cúpula y vamos todos a la vez, no sabrán quién tiene esta entrega especial. Podría ser cualquiera ¿Dónde empezar a disparar? ¿Cómo iniciar la masacre? Todos llegamos en un círculo apretado. Vivimos como una masa; quizás muramos como tal. Pero al menos estamos todos juntos. Para matar al correcto, tendrán que acabar con todos nosotros.
-Van a empezar a mermarnos con ametralladoras. -Dice Bradwell. –No les va a importar a quién disparen.
-Sólo aquellos que quieran hacer el círculo lo harán. –Dice Nuestra Buena Madre. –Nadie será forzado.
-Si Perdiz está de veras a cargo. –Dice Il Capitano. –No tendrá el estómago para matarnos a todos.
-¿Y si no está realmente al mando? –Dice Bradwell.
-Lo descubriremos, de una vez y para siempre. –Dice Nuestra Buena Madre. Mete la mano en sus pieles de animal y saca la caja cuadrada de metal conteniendo la bacteria. -¿Están dentro?
Bradwell mira a la multitud por el muro derrumbado. –Lo estoy sólo si soy quien lleve la bacteria a la Cúpula. –Dice.
Nuestra Buena Madre sacude la cabeza. –Te apuntarán primero, Bradwell. Sospecharán de ti más que nada.
-No tendré que acercarme demasiado. –Camina hacia el estante donde está sentado Freedle sobre sus pequeñas piernas segmentadas. –Si me disparan, todavía podemos asegurarnos de que la bacteria lo logre.
-¿Esa pequeña criatura? –Nuestra Buena Madre la mira entornando los ojos. -Lo recuerdo ahora. Este era un regalo a Pressia de su madre ¿o no? ¿Es como se aseguraba de que Pressia esté siendo cuidada?
-Correcto. –Dice Bradwell.
Nuestra Buena Madre se inclina más cerca de la delicada cigarra de metal. –Su madre sigue con nosotros. Esto es lo que las madres hacen. Alertas—incluso desde la tumba. –Asiente. –Es adecuado. Sí. Lo apruebo. –Con eso, se mueve hacia la lona, pero antes de irse, se gira y dice. –Tuve un marido una vez. Deben saberlo. Me dejó antes de que impactaran las Detonaciones. Está dentro de la Cúpula, mi Muerto lo está ¿Saben que haré una vez la Cúpula caiga?
-¿Qué? –Pregunta Bradwell.
-Lo cazaré como a un animal y lo mataré a sangre fría—preferiblemente con mis manos desnudas. -Sonríe. –La Sra. Foresteed va a matar al Sr. Foresteed. Confieso que algunos aspectos de la guerra pueden ser muy íntimos.
PRESSIA
CABEZA DE MUÑECA
Chandry, Lyda y Pressia se paran en el centro del planetario, sobre un pequeño escenario circular, con el tacho que las llevó allí entre ellas. El teatro está a oscuras, como si fuera el atardecer. Las estrellas brillan sobre sus cabezas.
-Todo está cerrado—tiendas, escuelas, restaurantes. –Dice Chandry. –Por eso pudimos arreglar el encuentro aquí.
-¿Cerrado? –Pregunta Lyda.
-Saben qué tienes. –Le dice Chandry a Pressia. –Conocen tu plan.
-¿De qué estás hablando? –Dice Pressia, negándose a soltar nada. No está convencida de realmente confiar en Chandry. Se fio lo suficiente para meterse en el tacho porque era su única salida, pero revelar un secreto es diferente.
-Tu revolución. Lo saben.
-¿Revolución? -Dice Pressia. Nunca antes lo había pensado como una revolución, pero por supuesto que Chandry tiene razón. Eso es exactamente lo que podría ser.
-Nos estamos preparando. –Dice Chandry. –Para lo peor, que podría ser para mejor, al final.
-¿Preparándose cómo? –Pregunta Lyda.
-Con fuerza militar, por supuesto. Una milicia armada. La Ola Roja Honesta es necesaria una vez más.
Chandry mira su reloj con nerviosismo. Pressia conoce las historias de la Ola Roja Honesta tomando el poder antes de las Detonaciones—un reinado de terror y opresión; quiere saber a quién esperan. -¿Quién viene? –Dice Pressia.
-Un doctor. -Dice Chandry, y mira la cabeza de muñeca de Pressia, como si el doctor viniera a curarla.
-¿Arvin Weed? -Pregunta Lyda.
Chandry asiente.
Pressia conoce el nombre. –Se acercó a mí en la recepción de boda. –Inmediatamente se siente culpable por sacar el casamiento a relucir frente a  Lyda. Puede sentir su enojo. –Quería hablarme.
-Estaba desesperado por llevarte a un lugar seguro para hablar. –Dice Chandry. –Y aquí estás.
-¿Qué quiere? –Pregunta Pressia, consiente de la caja de metal aún presionada a salvo contra su piel.
-Piensa que podrías tener algo. Algo… -Chandry busca la palabra correcta.-Esencial.
A Pressia le cosquillea el estómago ¿Podría ser esta la persona que ha esperado conocer? –¿Lo conoces? ¿Es confiable? –Le pregunta a Lyda.
-No sé en quién confiar ¿No es obvio ya? –La chica está mirando las estrellas falsas.
-¿Es parte de Cygnus? –Le pregunta a Chandry. -¿Cómo tú?
-Conocí a tu madre. –Dice Chandry. –Estábamos en un grupo de juego juntas—una tapadera para nuestras reuniones.
Cualquier mención de su madre hace a Pressia sentirse físicamente hambrienta. Trata de no sonar demasiado desesperada. -¿Mi madre? ¿Cómo era en ese entonces?
-Ella era maravillosa. Una mente aguda y pensativa, un corazón profundo. Pensé el mundo de ella. –Dice Chandry, mirándose las manos. –Creí que podía salvarnos. –Mira a Pressia. –Tal vez tú puedas.
Pressia no está segura de qué decir, pero de todas formas no hay tiempo.
Escuchan un clic. La puerta de la salida de emergencia del planetario se abre. Un borde de luz se desliza dentro del cuarto, y entonces la puerta se cierra con un sonido metálico.
Es el joven que vio en la recepción de boda—sí, lo reconoce de inmediato. Él camina hacia el escenario y luego se queda allí parado con extrañeza por un momento. –He estado tratando bastante duro tener un minuto contigo. –Dice. –Al final tuve que hacerlo de la forma difícil. –Mira a Chandry. –Gracias. –Dice. –Lo aprecio mucho.
-Es lo menos que podía hacer. –Dice ella, y Pressia se pregunta si está en deuda con Weed.
Él mira a Pressia y sonríe. –Ha pasado demasiado tiempo. –Dice.
Ella dice. -¿De qué lado estás. Sólo dime la verdad.
-Estoy de mi propio lado. –Dice él. –Cada uno de nosotros lo está. Si piensas de otra forma, deliras.
-¿Entonces qué quieres? –Pregunta Pressia.
-Sé qué alcance has estado teniendo. Sé a qué puede que tengas acceso.  Sé que podrías ser más como tu madre de lo que Perdiz alguna vez soñó.
-¿Qué se supone que eso signifique? –Dice Pressia.
-Quieres hacer lo correcto.
-Quiero un montón de cosas. –Dice ella.
Weed se agarra las manos detrás de la espalda. –Dime qué son esas cosas, Pressia. Quizás podamos hacer un trato.
-No sé si puedo confiar en ti.
-¿Qué quieres? Empieza por allí.
-Quiero que Lyda sea capaz de salir de aquí. Hice una promesa.
Weed sacude la cabeza. –No lo entiendo ¿Quieres vivir allí afuera, Lyda?
-No me importa si lo entiendes o no.
-¿Es por eso que le diste la espalda a Perdiz? ¿Porque querías dejarlo atrás?
-Nunca le di la espalda.
-Aunque no le respondiste ninguna de sus cartas.
-¿Me mandó cartas? –Pregunta Lyda. -¡Arvin! ¿Me escribió?
-Muchas. -Dice Weed.
Lyda inspira con profundidad. Mantiene el aire en sus pulmones. Sus ojos corren por el cuarto. –Necesito verlo antes de irme. Ahora. –Dice -¡Necesito verlo ahora!
-Espera, Lyda. -Pressia se gira hacia Weed. –Sé que Purificaste gente aquí. Sé que creaste a las Fuerzas Especiales pero que esas mejoras se volvieron contra la gente. Los niños que Purificaste…
-¿Qué pasa con ellos? –Dice Weed.
-Están muertos. Los mataste. Tienes la habilidad de Purificar, pero ese proceso…
-Erosiona las funciones más básicas del cuerpo. -Weed sostiene sus manos abiertas frente a él, con las palmas hacia abajo. Tiemblan, incluso tan levemente. -Willux me hizo tomar mejorías de cerebro. Quería que usara mi mente para salvarlo. –Se estira y sostiene la muñeca de Pressia, levantando su cabeza de muñeca. –Tal vez no sea demasiado tarde para ninguno de los dos.
A Pressia le falta el aliento. Siente como si su corazón se alzara sin peso en su pecho. –tengo lo que necesitas—un vial del suero de mi madre y la fórmula. Puedes Purificar y tengo lo que se necesita para que el proceso no tenga ningún efecto secundario mortal. Había otra pieza. Para eso está la formula y—
-Tenemos todo lo que necesitamos, Pressia. –Dice Weed. –Podría empezar contigo.
Este es el momento que Pressia ha estado esperando. La cabeza de muñeca puede ser removida. Puede liberarse de ella. Puede volver a ser entera—ella misma por completo. Y pueden salvar a otros sobrevivientes.
Lyda interrumpe. –No hay tiempo.
-No sabemos cuándo van a atacar—si siquiera tienen el coraje para intentarlo. –Explica Weed, metiéndose las manos en los bolsillos. –Quizás tengamos tiempo. Quizás no.
-Todavía no recibieron un mensaje mío. Están esperando. –Dice Pressia.
-No. –Dice Lyda, mirando hacia otro lado. –El mensaje ha sido enviado.
-Yo no lo mandé. –Dice Pressia a la defensiva ¿Lyda no le cree? -¡No lo hice!
-Yo fui. –Dice Lyda en voz baja.
-¿Qué les dijiste, Lyda? -Dice Pressia, agarrándola por el codo. -¿Qué mensaje mandaste?
-Sabes qué les dije. –Dice ella, liberándose del agarre de su amiga. –Les dije que hagan lo que tengan que hacer. Usé las palabras que me dijiste y dibujé un cisne—para que Bradwell supiera que es de tu parte.
-Lyda ¿Por qué? ¿Por qué hiciste eso? -Pressia mira el suelo, tratando de procesarlo todo—los hechos cambiando, las repercusiones fuera de la Cúpula—y entre todo eso, se siente traicionada. -Me hiciste decirte las palabras clave ¿Cómo pudiste hacerme eso?
-Lo hice por todos nosotros. –Dice Lyda. Mete la mano en el cesto, saca dos lanzas y le entrega una a Pressia.
-No voy a llevar una lanza, Lyda ¿Siquiera sabes lo que hiciste?
Lyda mete la mano en el tacho de nuevo y saca una pieza de metal tejida con perchas. Pone los brazos en las correas que agujereó. Le sienta cómodamente sobre el pecho y estómago—donde el bebé recién comienza a tomar forma. Es una armadura tejida a mano. Lyda debió de haberla hecho—¿Cómo? Pressia no lo sabe, pero le entra perfecto. –Hice lo que debía hacer. –Dice Lyda.
-Tenemos que llevarlas a ambas a un lugar seguro. –Dice Weed frotándose la mandíbula, obviamente tratando de armar una estrategia.
-Debo ver a Perdiz. –Dice Lyda de nuevo, con énfasis.
-Ahí es donde las estoy mandando. Pero primero. –Mira a Pressia. –Puedo proteger los laboratorios de investigación, Pressia. Hay una defensa extra construida dentro. Si me das lo que tengas, puedo mantenerlo a salvo.
Pressia puede sentir la caja de metal contra sus costillas. -¿Me prometes hacer lo correcto?
-Lo prometo.
Pressia mira a Lyda. -¿Confías en él?
Lyda dice. –La confianza requiere un acto de fe. Justo ahora ¿Qué más tienes?
Pressia agarra debajo del saco de su uniforme la caja y la saca. Cuando entrega el vial y la fórmula dentro, la golpea el miedo. Sus manos tiemblan como si ella también se estuviera derrumbando.
-Perdiz va a querer que canceles el ataque. Los Puros tienen todo que perder, así que va a tirarte con todo—todo lo que alguna vez quisiste. Prepárate para eso.
¿Cómo podría prepararse para serle dado todo lo que alguna vez quiso? –Mantén tu promesa, Arvin Weed.
-Sabes, Willux también mató a mis padres. -Dice Weed. –Se supone que diga que mi hermana pequeña murió de complicaciones durante el nacimiento. Pero fue un rehén. Mis padres hicieron lo que Willux quería, pero la mató de todas formas. Y entonces, cuando yo era un poco mayor,  se resfriaron y nunca recuperaron, como si algo tan benigno como un resfrío los hubiera matado. He seguido con el juego, Pressia. Lo seguí y seguí y seguí. Y ahora solo quiero salvarlos.
-¿A quiénes?

-Tantos—demasiados para contar… -Weed no puede hablar por un momento. La tristeza ahoga su voz. Tose y dice. -Willux me hizo crearlos. Ahora es mi responsabilidad mantenerlos vivos. –Mira a Pressia y Lyda de pronto, como si hubiera estado tan sumergido en sus pensamientos que se olvidó de que estaban allí. -Le mandaré palabra a Perdiz que estás yendo. –Agarra la caja de metal, la alza en su puño. –Gracias. –Dice, y mientras camina devuelta hacia la puerta, grita por sobre su hombro. –Lleva la lanza, Pressia. En algún punto, la necesitarás.