PRESSIA
Llave
La puerta del cuarto de
Pressia está trabada. Las guardianas vienen y van con llaveros,
tintineando—¿Cuántas habitaciones hay? ¿Dónde está Bradwell? ¿Helmud y El
Capitan? ¿Dónde están sus cosas—el vial, la fórmula?
Las guardianas nunca responden a sus preguntas. Le dicen que se
mejore. –No estoy enferma. –Le dicen que descansen. –No puedo dormir. –Sonríen
y asienten y señalan las alarmas en cada una de las paredes de su habitación.
–Aprieta aquí si hay una emergencia. –Las guardianas también llevan collares
con botones de emergencia adheridos. Pero ella no sabe qué tipo de emergencia
esperar. Cuando pregunta, dicen, -Por si acaso…
-¿En caso de qué?
No le dirían.
Cada día es lo mismo.
Demasiados días para contar; pasaron semanas- ¿Casi un mes, ya?
Las guardianas son todas mujeres y doradas, cada una de ellas,
casi brillantes ¿Es la luz de lumbre? Es que tantas están embarazadas— ¿No
brillan las mujeres en cinta? ¿Es algún tipo de radiación interna? La mayoría
tiene panzas que sobresalen de sus caderas. Hinchadas.
Pero no sólo las guardianas son doradas. Los niños en el campo
también lo son. Son enviados afuera a diferentes intervalos de día para jugar.
Tienen palos y bolas y redes en postes enterrados en el frío suelo. Dorados,
todos ellos, como si se hubieran parado sobre algo levemente metálico, y sin
fusiones o cicatrices o marcas. Solamente piel. Las alarmas se bambalean en la
parte frontal de sus abrigos.
Las guardianas le traen a Pressia bandejas con comida: sopa caliente,
avena, vasos grandes de leche fría— leche blanca, blanca, sin una pizca de
ceniza en ella. Los devoradores de ceniza están por todas partes, escabulléndose
entre las cucharas, en los bordes de la bañadera de metal, en los paneles de
las ventanas, dentro y fuera. Con la espalda de un escarabajo y levemente
iridiscente, parecían trabajar día y noche, resistiendo el frío.
Una de las guardianas le dijo que habían sido engendrados para utilizar
sus delicados brazos para palear cenizas dentro de sus pequeñas bocas, para limpiar la loza—así fue como lo dijo.
Ellos eran la razón de por qué el cielo fuera de la ventana estaba
teñido de azul en lugar de gris.
Ellos eran el por qué las sábanas, fundas de las almohadas, y
hasta las pequeñas plumas de ganso que escapaban de la colcha eran generalmente
blancas. Pressia no recuerda haber visto nunca algo tan prístino.
Todo en su habitación es mantenido limpio. Le cambian las sábanas
todos los días. En el baño adjunto, siempre hay una barra nueva de jabón. Alguien
incluso saca los pequeños mechones enredados de cabello suelto de su cepillo; cada
mañana está limpio.
Pasa sus dedos por la ventana y mira a través de ella. Puede
divisar una antigua torre de piedra, inclinada como si fuera arte del viento,
extrañas bestias de caminar pesado— del tamaño de vacas pero con abrigos
espesos, gomosos y sin pelo, ocasionalmente con colmillos—vagando por la
niebla, cuesta abajo. Más allá de la manada, está la aeronave, atada al suelo
por un montón verde; había sido tragado por las vides.
¿Alguna vez volverían? A casa ¿Siquiera existía? Y ahora, después
de todo lo que pasó, después de todo lo que hizo, ¿Se merece un lugar llamado hogar?
Bradwell, sus alas masivas —ella le hizo eso.
Quiere regresar a como era antes. Pero no hay vuelta atrás.
Para limpiar la loza.
¿Pero qué haces cuando la loza no puede limpiarse?
¿Hay alguien trabajando en la aeronave? ¿Recuperaron Bradwell, El
Capitan, y Helmud las fuerzas suficientes como para viajar? ¿Bradwell la
perdonará alguna vez?
-¡Esto es una pérdida de tiempo! –Había perdido la paciencia un
par de veces y gritado a las guardianas -¡Necesitamos volver a casa! ¡La gente
nos necesita!
Ellas sonríen, asienten, apuntan a las alarmas en las paredes.
Al anochecer, cuando su cuarto se oscurece, la alarma brilla con
rojo y escucha el aullido. Viene con cada atardecer— caninos a la distancia ¿Lobos,
zorros, coyotes? ¿Qué perros aulladores viven en esta tierra?
Algunas veces desea que los perros se acerquen, amenacen con
devorarla. Tal vez quiere ser vuelta pedazos, desaparecer.
Y se despierta sintiéndose del mismo modo. Es su culpa a la que
quiere destruir, devorar, hacer desparecer. Bradwell. Piensa en él ahora, con
su habitación llenándose con la luz matutina. Después de inyectarle el suero a
los pájaros en su espalda, después de que esas alas crecieran rápida y
ferozmente mientras sus costillas y hombros también se expandían, él dijo: -¿Qué
me has hecho?
Ella sabe que lo traicionó. Él no quería ser salvado por los
contenidos del vial— la medicina que puede que algún día lleve a la
Purificación de los sobrevivientes, de todas esas cicatrices y fusiones. Quería
morir Puro— por su propia definición de la palabra.
Pero no podía dejarlo ir.
Sola, aún soñolienta, se recuesta en la cama y recuerda cómo era
estar en el paso subterráneo sobre el duro suelo con Bradwell, sus manos
ásperas y cálidas, rodeando su cara. Era como estar completamente viva por
primera vez en su vida—cada una de las células de su cuerpo despiertas. Y
ahora, algo dentro suyo se siente muerto. Se siente vacante. Bradwell la odia. Se
odia a sí misma. No está segura cuál es peor. Haría cualquier cosa para ganarse
su confianza de vuelta, pero sabe que el daño no puede ser deshecho.
Entiende por qué odia la idea de ser capaz de revertir sus
fusiones, borrar sus cicatrices, filosóficamente; él no quiere revertir o
borrar el pasado, los pecados de la Cúpula. Pero ella no entiende por qué no
hay siquiera una pequeña parte de él—muy al fondo— que desee estar entero de
nuevo.
Toca la cicatriz en el interior de su muñeca— una línea fina y
arrugada donde la piel sintética de la cabeza de muñeca delineaba sus propias
terminaciones nerviosas. A los trece trató de cortar la muñeca. Recuerda la
sensación del cuchillo sobre su piel. Su punta era afilada. Era algo de lo que
ella tenía control— no algo que le pasaba a ella. Le encantaría tener el
control ¿Acaso pensaba que un muñón iba a ser mejor? ¿Pensaba siquiera? No realmente.
Solamente quería ser libre.
Aún quiere eso. El vial y la fórmula la acercaban un paso más a
esa posibilidad, pero Bartrand Kelly confiscó estas cosas— lo que todos habían
arriesgado sus vidas para descubrir. Si conseguía llevar estas cosas devuelta a
la Cúpula donde hay científicos trabajando en laboratorios, no solamente la
ayudaría a ella. No. Habría un futuro donde todos los supervivientes estaban
enteros de nuevo.
Frota sus nudillos ocultos bajo la cabeza de la muñeca y rasca su
brazo. Quiere estar entera. Después de todos estos años, ¿quién no?
Una llave repiquetea en la cerradura. La manija gira. Es una
mañana brillante.
Pressia se sienta en el borde de la cama, esperando.
Fedelma es la única guardiana de la que conoce el nombre. Está a
cargo del resto y recoge su cabello en dos rodetes puntiagudos arriba de su
cabeza. Ella tiene más poder y quizás sea por esta razón que le es permitido
hablar más. Pressia se alivia al verla.
Fedelma también está embarazada. Su estómago es un tenso tambor
que tiene que soportar, y no es joven.
Su pelo es canoso en las raíces. La piel que rodea sus ojos se arruga
un poco cuando sonríe. Empuja la puerta con una mano y sostiene una bandeja de
estaño en lo alto con la otra. -¿Dormiste? -Pregunta.
-Apenas, -Dice Pressia, y va directo al grano. –Quiero ver a
Bartrand Kelly. –No lo había visto desde el primer día— una mezcla fugaz de
sonidos, espinas, sangre y alas— cuando habían sido cargados dentro del carrito
y llevados dentro. –Tiene cosas que me pertenecen.
-Él es fiel a su palabra, -Dice Fedelma, apoyando la bandeja al
lado de la cama. –Te contará todo cuando sea el momento correcto.
Todo ¿sobre
su madre y padre? ¿Sobre su pasado? Bartrand Kelly era uno de los Siete. Era
amigo de sus padres cuando eran jóvenes. Sabe más de ellos que los que ella
nunca podrá. Le parece increíble haber esperado encontrar a su padre aquí. Lo
extraña aunque él sea un extraño para ella.
-¿Y la aeronave? ¿Va a dejarla cubierta de enredaderas allí
afuera?
-Las enredaderas funcionan como camuflaje por ahora. Mantendrán la
nave a salvo de predadores y bandas de ladrones. Es por eso que fueron criadas
para ser carnívoras. Protección.
“¿Criadas para ser carnívoras?” Piensa Pressia. En algún lado hay laboratorios, campos de sembrado…
Fedelma se estira y sujeta gentilmente la muñeca de Pressia— no la
de la pepona, no. A Fedelma le sorprende la muñeca, trastornada por la forma en
la que está fusionada a su puño, aunque trata de pretender que no le afecta.
-¿Qué haces? -Pregunta Pressia.
Fedelma levanta la manga del suéter de Pressia, revelando su
brazo. -¿Ves? Tu piel ha comenzado a volverse dorada, -Dice. –Tu comida está infectada
con un químico que disuaden a las vides— una esencia emanada por tu piel.
Pressia ahora lo ve también. Una leve tonalidad. Empuja la manga
hacia abajo. –A la gente no le gusta ser envenenada. -Dice.
-A la gente no le gusta morir atragantada por enredaderas con
espinas. –Es verdad. Pressia vio cómo las plantas casi matan a Bradwell, El
Capitan, y Helmud. -Come, -Dice Fedelma, empujando la bandeja hacia Pressia.
-¿Por qué nadie me cuenta sobre las alarmas? ¿A qué le temen?
Fedelma frota sus brazos como si tuviera frío.
–No hablamos de ello. –Camina hacia la ventana.
-Escuché los aullidos.
-Los perros salvajes son nuestros. Nos ayudan a mantenernos a
salvo.
-¿Por qué no simplemente me lo cuentas? Dime la verdad.
-Nunca llegaron extraños. No sabemos cómo tratarlos, excepto como a
extranjeros, tal vez una amenaza.
-¿Parezco una amenaza?
Fedelma no contesta. –Uno de ustedes empezó a caminar por las
tierras. Desconozco cómo obtuvo el permiso. Era el que peor se encontraba cuando
llegaron. Tal vez no lo tenga permitido, pero aun así está allí afuera. Hasta
ahora lo vi dos días seguidos.
Pressia se levanta y camina rápidamente hacia la ventana.
-¿Bradwell?
-¿Bradwell?
Fedelma asiente. –Aún se encuentra algo inseguro de pie desde…
Las bestias domesticadas habían sido llevadas a alguna otra parte,
pero los chicos se encuentran allí— corriendo con pelotas y palos. Muchos de
los juguetes parecían nuevos, como los sombreros y bufandas. La navidad acababa
de pasar ¿Los consiguieron cómo obsequios? Gritan y silban. Unos pocos cantan
en un pequeño grupo, hacienda gestos al unísono.
Una niña pequeña con un suéter rojo brillante rodea los bordes de
los grupos. Sostiene una muñeca contra el pecho. Pressia se imagina a sí misma
a esa edad con su propia muñeca— la que está fusionada a su puño, para siempre.
En algún momento fue nueva— sus ojos brillaban y se cerraban al
unísono. Ser nueva. Sentirse nueva. No puede imaginarlo…
Otra niña camina hacia la de la muñeca— su gemela. Ambas se
agarran del brazo de la otra y siguen caminando.
Muchos chicos, pocos adultos. Están repopulando. Deben hacerlo.
¿Dónde estaba Bradwell? -¿Lo ves? -Pregunta Pressia.
-No, -Dice Fedelma. –Pero está allí afuera, en alguna parte.
-Yo también tengo que salir, -Dice Pressia.
Fedelma sacude la cabeza. –Necesitas comer. Necesitas dormir. Si
vas a fortalecerte necesitas…
-Necesito verlo, con mis propios ojos. -Pressia camina hacia la
puerta, que Fedelma olvidó trabar.
-¡No! -Dice Fedelma. -¡Pressia! ¡Detente!
Pero Pressia ya había atravesado la puerta y empezado a correr por
el vestíbulo. Encuentra una escalera y baja pisando fuertemente los escalones. Puede
escuchar a Fedelma detrás suyo. -¡Pressia! ¡No!
¿Debería estar corriendo embarazada? ¿Cuántos años tiene, de todas
formas?
Pressia encuentra una pesada puerta hacia el exterior.
El aire es cortante y húmedo. Camina velozmente a través del campo
de niños, todos ellos dorados.
Un grupo juega a formar un círculo impreciso mientras que otros,
dentro de la ronda, giran y giran.
Mira tú reflejo.
Halla tu pareja.
¡Encuéntrate! ¡Encuéntrate!
¡No quedes al final!
Los niños en la ronda gritan la canción, y luego, los chicos
mareados persiguen a los otros, dispersándose por el pasto.
Pero otros, sin jugar, se detienen y miran a Pressia. Y ahora que
se encuentra entre ellos, divisa otro par de gemelos. Ve a un tercero que es
idéntico. Nunca vio trillizos antes. Aunque no quiere mirarlos fijamente; no le
gusta cuando la observan con fijeza.
Un chico de cabello negro azabache dice, -¡Miren! –Y señala al
puño de muñeca. Pressia se niega a ocultarlo.
Fedelma, jadeando detrás de ella, grita, -¡Callado, niño! Sigue
con tu juego.
Pressia se dirige a la torre de piedra; necesita una mejor vista.
Estos chicos le recuerdan de cómo podrían ser las cosas en la Cúpula. El aire
respirable, la falta de deformidades, cicatrices y fusiones. Se pregunta dónde
su medio hermano, Perdiz, se encuentra en el momento. Había vuelto a la Cúpula
¿Está buscando gente que lo ayuden a encontrar una forma de tomar el control
del reinado de su padre? ¿Recordará a aquellos que sufren fuera? ¿Hará lo
correcto? ¿Está Pressia haciendo lo correcto, prisionera aquí, perdiendo tiempo
preciado? ¿Será Bartrand Kelly fiel a su palabra?
-¡No deberías estar fuera! –Le grita Fedelma. -¡Te encuentras bajo
órdenes estrictas de recuperación! Si Bartrand Kelly se entera sobre esto, no
será bueno ¿Estás escuchando? ¿Lo estás?
Pressia corre el resto del camino hacia la torre, con los pulmones
doliéndole por el frío. Sube la pequeña escalera circular de a dos escalones,
propulsándose con la baranda con su mano buena. Presiona el lado de la cabeza
de muñeca contra su pecho, como si pudiese escuchar su frenético corazón.
La torre es redonda con techo picudo. Las ventanas estrechas solo
son agujeros— sin vidrio. El viento sopla dentro. La piedra está fría y curtida,
con parches de musgo resbaladizo. Se detiene en uno de los agujeros y mira el
exterior –Niebla ondulada, otra vista de la aeronave. Las vides crujen y la
aeronave parece balancearse un poco ¿Están las enredaderas apretando tanto que
la nave es sacudida por ellas?
¿Alguna vez saldrán de allí? Sin la aeronave, no es posible.
Se mueve con rapidez a la próxima ventana—unas pocas bestias, del
tipo que no puede nombrar, huelen el pasto cerca de un saliente rocoso.
Escucha las botas de Fedelma en la escalera. Pressia se gira y
allí está ella, respirando pesadamente.
-¿Deberías correr detrás mío en tu condición? -Dice Pressia.
-¿Deberías estar corriendo por ahí en tu condición?
-Rebate la mujer. Ambas dejaron la casa principal sin abrigo. Fedelma se abraza
a sí misma, con los brazos sobre su panza. El viento mueve los finos cabellos
que se habían soltado de los dos rodetes sobre su cabeza.
-¿Por qué piensas que yo estoy
enferma? -Pregunta Pressia.
-Bradwell, El Capitan, y Helmud— ellos fueron los que casi mueren. No yo.
-Bradwell, El Capitan, y Helmud— ellos fueron los que casi mueren. No yo.
-Ellos enfermaron por las heridas de las espinas, pero tu caso es
más serio, en algunos aspectos. Estás enferma del corazón.
Pressia se sorprende. –No sé de qué estás hablando. –Pero si lo
hace. El dolor se encuentra en su interior, como si una piedra pesada se
hubiera posado en su pecho. Culpa, pérdida, traición. Se mueve hacia la
siguiente ventana y mira a través de ella. Solamente ve cielo y tierra, y árboles
en la distancia. Un devorador de ceniza se arrastra por las rocas acomodadas de
forma ceñida. Le da un empujón con la punta del dedo.
-Tienes que sanar desde dentro, -Dice Fedelma. –Toma tiempo.
Los ojos de Pressia se llenan de lágrimas. El peso es tan
abrumador que le es difícil respirar. Aprieta sus pulmones, y le provoca
dolores agudos en el pecho.
-Kelly quiere verlos hoy. A todos.
-¿Por qué no me dijiste antes?
-No se supone que te debería haber contado. –Suspira. –Te ayudará,
pero querrá algo de vuelta.
-¿Qué?
Fedelma señala una ventana con la cabeza. Hay silencio por un
momento, excepto por los chicos jugando en el campo y viento. –Allí está el que
buscas, -Dice la mujer, y se aleja de la ventana. -Mira.
Pressia se mueve con rapidez.
Bradwell está caminando cuesta abajo a través del pasto alto. Tres
pares de alas masivas encorvadas en su espalda, coincidiendo con la suela de
sus botas, y las puntas siendo arrastradas por detrás. Él no está acostumbrado
al peso de las alas, y las duras ventiscas lo empujan y vuelven torpe,
desgarbado e inseguro –casi como un potro tratando de acostumbrarse a nuevas
piernas.
Fignan, siempre leal, lo sigue, su pequeño cuerpo de caja negra
suspendido en sus piernas larguiruchas conectadas a las ruedas, las cuales aplastan
un pequeño camino de pasto detrás de él.
Recuerda la jeringa en su mano temblorosa y cómo había inyectado a
cada una de las tres pequeñas aves incrustadas en su espalda. Él quería morir
bajo sus propios términos. Ella le arrebató eso. Aun así, está vivo.
Su corazón golpea contra su pecho. No puede disculparse por
salvarlo, no importa qué. No puede.
Y nunca la perdonará por ello.
Bradwell se detiene, y por un momento, se pregunta si puede sentir
sus ojos en él. Pero el chico no gira en su dirección. Mira al cielo—pájaros viraban
sobre su cabeza. Aún se encuentra pálido por la pérdida de sangre, pero su
mentón es puntiagudo y sus ojos acerosos. Suspira profundamente, lo cual
ensancha su pecho. Mientras observa a las aves planear, una de sus alas se sacude
casi imperceptiblemente.
Gírate. Gírate y mírame, lo urge. Estoy
aquí.
Pero él se incorpora nuevamente y sigue caminando en el viento.