LYDA
ORIGAMI
El hombre de reparaciones es
de extremidades largas, enjuto y alto. Lyda se lo imagina fuera de la Cúpula—como
un cazador, como un carroñero. De hecho, podría irle bien allí fuera, pero
luego recoge el orbe roto—su regalo de navidad de Perdiz—y nota cuan suaves y
pálidas son sus manos. Sostiene el aparato con tal delicadeza que Lyda sabe que
tiene miedo—¿de ella? Vino tan rápido que su petición debe de haberle llegado
por un canal especial ¿Sabe él que es la… qué? ¿Amante? ¿Señora? ¿Qué es ella
de Perdiz?
Sabe qué palabras usa la gente para chicas que se embarazaron sin
casarse como ella—arruinadas, deshonrosas, penosas… Estas niñas que
supuestamente se enamoraron, siendo atrapadas. Lyda sólo
escuchó rumores. Ciertas chicas desaparecidas de la academia, que si volvían,
llevaban brillantes pelucas, al ser afeitadas sus cabezas, y se veían pálidas y
asustadas—cómo versiones de muñecas de porcelana encogidas de sí mismas.
Habían sido encerradas en el centro de rehabilitación. Lyda lo
recuerda bien—su solitaria celda con luz falsa, las filas de píldoras, los
especialistas con anotadores, incluyendo su madre, quien trabajaba allí y
apenas podía mirarla por la vergüenza ¿Qué piensa de ella ahora? No la vino a
visitar aunque de seguro que sabe que Lyda está aquí, en este departamento que
Perdiz le mandó a preparar con su reciente poder.
Y ella también tiene un poder extraño, nota ahora, mirando a las
manos temblorosas del hombre de reparaciones, pero no lo entiende. Quizás a las
chicas arruinadas, como ella, se las conoce por ser salvajes, apartadas de la
sociedad de una manera que no puede ser arreglada, y por esto las reglas ya no
aplican para ellas ¿Hay libertad en su ruina—incluso encerrada fuera del ojo público?
¿O es simplemente su conexión con Perdiz lo que le da ese poder? No puede leer
la nerviosidad del hombre de reparaciones.
Su cabello está volviendo a crecer. Se pasa un pequeño mechón
detrás de cada oreja. –Gracias por venir tan rápido, -Dice probándolo un poco. -¿Respondes
a todos los llamados con esta rapidez?
-¡Estos orbes son especiales! –Dice él sosteniéndolo en alto. –No
recibo muchas llamadas por ellos. De hecho trabajé en el prototipo. –Su nombre
es Boyd. Está impreso en la tarjeta enganchada a su remera. –Mi primer trabajo
fuera de la academia.
El orbe es un pequeño dispositivo que le permite a Lyda cambiar el
decorado de la habitación—incluso la vista desde las ventanas—para que el apartamento
pueda sentirse repentinamente como si existiera en alguna versión del Cairo,
París, las Islas Canarias, los Alpes suizos u otros lugares—todo durante el
Antes. -¿Sabes cómo funciona realmente esta cosa? -Pregunta Lyda.
-Sí. Seguro. Las correcciones deberían de ser bastante simples.
–Lleva el orbe a la pequeña mesa de vidrio en el comedor, sacando un pequeño set
de herramientas. -¿Te importa si trabajo aquí?
-Por mí bien, -Dice. -¿Quieres beber algo?
Boyd la mira con rapidez pero aparta la vista. –No. No, gracias. Lindo
de tu parte ofrecerlo, pero no, gracias. –Se sienta, sonrojándose, e inclina la
cabeza hacia el orbe.
Está tan nervioso que Lyda se pregunta si pensará que coquetea con
él, tratando de seducirlo. Tal vez otros la consideran, no penosa, sino
peligrosa. Lo prefiere de esa forma.
Se sirve un vaso de agua y se sienta frente a él en la mesa. –Dime
cómo funciona.
-Es realmente complicado. Quizás deberías mirar la transmisión del
funeral. Todos lo estábamos haciendo en el trabajo, pero luego recibí esta
llamada urgente, así que…
-¿Urgente? No sé nada sobre eso.
-Es el único motivo por el que me estoy perdiendo la trasmisión, es
mandataria. Está en vivo en cada hogar. Creo que se supone que usted…
-Ya no tengo que hacer lo que se supone que haga. Esa es la
ventaja de ser una marginada social.
Él sacude la cabeza, asintiendo rápidamente. –Aun así, deberíamos
tenerla encendida. Ellos saben, sabes, lo que está prendido y lo que no. Me
sentiría más cómodo si estuviera encendida. Me refiero… ya sabes.
Lyda se levanta y camina hacia la televisión pero no la prende. Sabe
qué verá—a Perdiz mintiendo. Estará con Iralene, tal vez incluso sosteniendo su
mano. En la víspera de navidad, le prometió que acabaría pronto, que alguien
estaba a cargo de manejar esto para que ellos dos pudieran emerger, juntos. Sólo
unos pocos días más, le prometió hace unos días, la última vez que lo vio—hace una
semana como mucho. Con el cuarto puesto en el Cairo y la vista de pirámides a
la luz de la luna desde la ventana, le había confesado que mató a su padre. No
le diría los detalles—sólo que no quería hacerlo, pero lo hizo. Lo entendía
ahora, habiendo vivido con las Madres y comprendiendo la supervivencia en su
nivel más básico. Pero aun así, su confesión le hacía sentir un quiebre dentro
de sí misma. Era lo correcto, sí. No duda de que Perdiz se sintiera obligado a
hacerlo—para sobrevivir o hacer bien lo malo del pasado o hacer los cambios
dentro de la Cúpula posibles. Pero también estaba mal. Incluso si era noble, no
había forma de escapar de este hecho inmutable. Y cambia a la persona. Perdiz
ahora es diferente. Lo sintió antes de que le hubiera confesado el asesinato,
pero tan pronto como lo hizo, sabía que era la razón del cambio—uno casi imperceptible.
–Y Lyda, -Le dijo, -Algo bueno tiene que salir de todo esto. Tiene que. –Sabía
que se refería a que quería hacer de este mal la fuente de algo mejor.
Y sí, todo se le abalanzó encima cuando volvió a la Cúpula—siendo Iralene
parte del paquete. No era su culpa. Lyda le cree pero a veces se pregunta qué
tan duro peleó él por ella. Iralene es innegablemente hermosa de un modo que ella
siempre quiso ser pero nunca consiguió.
-¿Vas a prenderla? -Pregunta Boyd de nuevo. Pero lo ignora.
Se acerca más a la pantalla y ve su propio reflejo. Su cara
engordó un poco, y sus labios están más llenos—como si su cuerpo supiera qué
está viniendo.
El sistema de filtrado de aire zumba y aun así en la Cúpula se
asfixia—siente que apenas puede respirar. Y todavía a veces le dan nauseas. Los
estantes se encuentran llenos de libros sobre el embarazo y parto. Ella no es
Lyda. Es la vasija que carga a un Willux.
-Puedo prenderla sin sonido, Boyd ¿Es ese un compromiso con el que
puedas vivir? –Perdiz le contó lo que se le decía a su padre en estos servicios,
y no puede aguantar la efusiva adoración.
-Realmente pienso que deberíamos…
Lo mira. Aún tiene la fiereza que las Madres le enseñaron—algo que
siempre tuvo pero que nunca usó.
-Bueno, -Dice él. -Bien.
Prende el televisor y allí está Perdiz, apretando manos, aceptando
condolencias. Un reportero narra sobre quién se encuentra en la fila, cómo
sirvieron a la Cúpula o su relación con Willux. Aprieta el silencio. -¿Puedes reprogramar
el orbe? –Le pregunta a Boyd.
-¿A qué te refieres? ¿Por qué querrías hacer eso? –Mira a su
alrededor, y ella sabe que busca las cámaras de vigilancia. Perdiz le aseguró
que todos los equipos de grabación estaban prohibidos aquí. Aun así, Lyda—y
seguramente Boyd—tiene sus dudas.
-Quiero que agregues un mundo ¿Puedes?
-Si los algoritmos fueron inventados, sí. Hay un montón de atajos.
Fue hecho para que una persona no experta pueda elegir entre las distintas
opciones con facilidad. Willux los quería hacer baratos y “amigables” para
todos. Todavía son un poco muy caros para entregarlos como dulces, pero se están
acercando ¿Dónde quieres que te lleve?
Se imagina el viento empujando ceniza, las frías sombras que
sentía justo al borde del bosque raquítico, y la nieve. Dios, sí—nieve gris
filtrándose del cielo. –Allí fuera.
Boyd para. Sus manos se congelan. -¿Afuera? –dice con un respingo.
Lyda entrecierra los ojos. -Sí.
-¿Pero por qué? –Mira hacia el orbe y luego a la televisión como
si los rostros allí pudieran verlo y escuchar la conversación. Lyda también
mira. Un niño pequeño está saludando a Perdiz. Su mano perfecta, su rostro
perfecto—tan limpio y liso, casi parece irreal. –¿Cómo es allí fuera? –Pregunta
Boyd en un susurro.
-Difícil de explicar, -Dice Lyda. –No recordaba realmente el Antes
así que me impresionó el aire, qué tan rápido da vuelta las cosas. El sol real—cubierto
pero maravilloso. Y la luna también—como una lámpara brillante en el cielo. La
gente, las Bestias y los Terrones, las deformidades, lo grotesco… No te puedes
imaginar la belleza en sus vidas. Todo está sucio y es real. No hay nada falso
o estéril. Es… la vida ¿Sabes a qué me refiero?
Boyd había empezado a llorar. Dos lágrimas manchaban sus mejillas.
No se las seca. -Lo recuerdo. Soy un poco más grande que ti así que… sí. Sé de qué
habIas. Solía trepar árboles. Incluso me caí de uno una vez y me quebré un
hueso de la mano. –Cerró su puño. –A veces, cuando me acuesto de noche,
recuerdo cómo era caer en el aire y aterrizar con fuerza sobre el suelo
embarrado. No podía respirar. Todo el aire había salido de mis pulmones. Pero
yo simplemente miré al cielo. Había nubes—nubes grandes, gordas y blancas que
parecían moverse muy rápido por el cielo. –Sacude la cabeza. –Maldita sea.
Lyda camina hacia la mesa y apoya su mano sobre las de él. –Quiero
el mundo detonado. El verdadero, -Dice. -¿Lo harías por mí? Viento, ceniza,
suciedad, nubes oscuras, todo quemado y chamuscado y roto.
-No lo sé, -Dice, mirando a Foresteed en la pantalla de la TV. Justo
terminó su discurso y se está bajando de la plataforma. –No creo que se suponga
que yo…
-Creo que se supone que hagas lo que yo digo, -Dice Lyda. No está
segura de si funcionará ¿Está este hombre de reparaciones por encima de su
estatus social porque está arruinada, o está por debajo porque el bebé es un Willux?
Las jerarquías de la Cúpula son estrictas, pero este es territorio desconocido
para ella. Aplana su voz, tratando de hacerla sonar más distante, menos
temblorosa. -¿Sabes quién soy? ¿Sabes quién está a cargo?
Perdiz va a hablar ahora. Va a dar sus comentarios, que terminarán
de la manera que siempre lo hacen: espero que todos podamos ir hacia el futuro con seguridad y
esperanza. Lyda lo ayudó con esas líneas.
Podría sacarlo a relucir frente a Boyd. Camina hacia la televisión y sube el
volumen.
Pero Perdiz no está diciendo lo usual. Le cuenta a la gente que su
padre era un asesino de masas; los llama ganado. No—no ganado. Miembros de la
audiencia. Les dice que son cómplices. Quiere que reconozcan la verdad ¿Cómo sino podremos avanzar hacia el futuro?
El corazón de Lyda empieza a martillearle el pecho. Se lo debemos a los supervivientes allí
afuera y nos lo debemos a nosotros mismos. Podemos mejorar. Aún
está hablando—sobre el Nuevo Edén, sobre ser perdonados… La pantalla se pone en
blanco.
Lyda apenas puede respirar. Lo hizo. Dijo la verdad. Se siente excitada
y sorprendida. Es una vindicación. Quiere decirle a las Madres y a todos los
Miserables fuera de la Cúpula. Quiere gritarle a Bradwell, Pressia e Il Capitano
y Helmud, ¡Lo hizo!
Pero también está asustada. Esto significa cambio—uno grande y
radical. El futuro. Lleva una mano a su estómago. Había entrado en su segundo
mes de embarazo. Se siente hinchada, la primera pista de que su cuerpo
empezaría a abultarse. El futuro, el mundo donde su niño vivirá—acaba de tomar
una nueva forma.
Camina de vuelta hacia la mesa y mira a Boyd. -¿Acaba de…? –No
puede terminar la oración. Sólo quiere asegurarse de que tiene un testigo. No
se ha vuelto loca.
-Sí.
-Todo va a cambiar, -Le dice, aunque en lo profundo de su
estómago, no está segura de si para mejor o peor. -¿Puedes creerlo?
Boyd se para. Se ve incómodo con su peso y brazos larguiruchos. Se
cubre la boca con las manos y sacude la cabeza.
-¿Qué pasa, Boyd?
Él no se mueve.
-¿Qué pasa? –Es un extraño, pero aun así se acerca agarrando sus
muñecas y apartando las manos de su boca. -Dime.
Él cierra los ojos lentamente y después los abre. –Demasiado
pronto, -Susurra. –No estábamos listos.
-¿Nos?
Busca en su bolsillo con su mano derecha y luego le da un apretón
de manos, como si recién se estuvieran conociendo.
Lyda siente la presión de algo en el centro de su palma. Lo toma,
escondiéndolo en su mano cerrada, y luego se sienta en una de las sillas del
comedor. Se inclina lentamente, y a través del vidrio de la mesa, ve una
pequeña pieza de papel—un cisne de origami.
Mira a Boyd. Es uno de ellos. Es parte del movimiento
revolucionario en el interior, las células durmientes que fueron alineadas a la
madre de Perdiz—aquellos que querían derribar la Cúpula. Es como si su rezo
silencioso fuese respondido. Se siente conectada a algo más grande que
simplemente ella y Perdiz.
Cierra su mano sobre el pequeño cisne de papel. Piensa, ¿Demasiado pronto? ¿No estábamos listos? ¿Acaba Perdiz de cometer un error terrible? Se siente alterada.
-Pero es bueno, -Dice. –Va a contarle sobre nosotros también. Esto
es lo que se suponía que hiciera. Tenía que decir la verdad.
Boyd le mira la mano en el bolsillo.
Ahora ella está asustada del cisne. Lo da vuelta en sus manos y ve
el borde de una palabra debajo del ala. Lo desdobla. Y allí hay un mensaje. Glassings necesita tu ayuda. Sálvalo.
¿No se supone que Glassings ayude a Perdiz? Él había querido
contactar con su maestro. Lo necesitaba, ¿pero ahora debía salvarlo primero? La
red que, sólo momentos antes, parecía que podía ayudarlos se veía ahora frágil.
Lyda dice, -Me prometió que iba a… -Contarles a todos lo de su bebé.
Prometió que estarían juntos—públicamente. Pero sabe que ahora todo ha
cambiado. Dijo la verdad—era demasiado pronto ¿Pero
iba alguna vez a ser el momento adecuado para decir lo que debía decir? Está
enojada y asustada ¿Qué le pasó al futuro?
Boyd no le pide que termine la oración. Sabe que no hay nada que
pueda hacer para ayudar.
Lyda pone el cisne en su bolsillo. Mira a Boyd. –Me encargaré de
esto cuando vea a Perdiz de nuevo, pero debes hacer algo por mí a cambio.
-Por supuesto.
-Programa el orbe de la manera que te lo pedí, -Le dice. -¿Harías
eso por mí?
-Sí, Srta. Mertz, -Dice, -Por supuesto. Haré lo que digas. Ese es
mi trabajo.