domingo, 27 de abril de 2014

Arder/Quemar - Capítulo 5: Origami - TRADUCIDO - Julianna Baggott

LYDA
ORIGAMI
El hombre de reparaciones es de extremidades largas, enjuto y alto. Lyda se lo imagina fuera de la Cúpula—como un cazador, como un carroñero. De hecho, podría irle bien allí fuera, pero luego recoge el orbe roto—su regalo de navidad de Perdiz—y nota cuan suaves y pálidas son sus manos. Sostiene el aparato con tal delicadeza que Lyda sabe que tiene miedo—¿de ella? Vino tan rápido que su petición debe de haberle llegado por un canal especial ¿Sabe él que es la… qué? ¿Amante? ¿Señora? ¿Qué es ella de Perdiz?
Sabe qué palabras usa la gente para chicas que se embarazaron sin casarse como ella—arruinadas, deshonrosas, penosas… Estas niñas que supuestamente se enamoraron, siendo atrapadas. Lyda sólo escuchó rumores. Ciertas chicas desaparecidas de la academia, que si volvían, llevaban brillantes pelucas, al ser afeitadas sus cabezas, y se veían pálidas y asustadas—cómo versiones de muñecas de porcelana encogidas de sí mismas.
Habían sido encerradas en el centro de rehabilitación. Lyda lo recuerda bien—su solitaria celda con luz falsa, las filas de píldoras, los especialistas con anotadores, incluyendo su madre, quien trabajaba allí y apenas podía mirarla por la vergüenza ¿Qué piensa de ella ahora? No la vino a visitar aunque de seguro que sabe que Lyda está aquí, en este departamento que Perdiz le mandó a preparar con su reciente poder.
Y ella también tiene un poder extraño, nota ahora, mirando a las manos temblorosas del hombre de reparaciones, pero no lo entiende. Quizás a las chicas arruinadas, como ella, se las conoce por ser salvajes, apartadas de la sociedad de una manera que no puede ser arreglada, y por esto las reglas ya no aplican para ellas ¿Hay libertad en su ruina—incluso encerrada fuera del ojo público? ¿O es simplemente su conexión con Perdiz lo que le da ese poder? No puede leer la nerviosidad del hombre de reparaciones.
Su cabello está volviendo a crecer. Se pasa un pequeño mechón detrás de cada oreja. –Gracias por venir tan rápido, -Dice probándolo un poco. -¿Respondes a todos los llamados con esta rapidez?
-¡Estos orbes son especiales! –Dice él sosteniéndolo en alto. –No recibo muchas llamadas por ellos. De hecho trabajé en el prototipo. –Su nombre es Boyd. Está impreso en la tarjeta enganchada a su remera. –Mi primer trabajo fuera de la academia.
El orbe es un pequeño dispositivo que le permite a Lyda cambiar el decorado de la habitación—incluso la vista desde las ventanas—para que el apartamento pueda sentirse repentinamente como si existiera en alguna versión del Cairo, París, las Islas Canarias, los Alpes suizos u otros lugares—todo durante el Antes. -¿Sabes cómo funciona realmente esta cosa? -Pregunta Lyda.
-Sí. Seguro. Las correcciones deberían de ser bastante simples. –Lleva el orbe a la pequeña mesa de vidrio en el comedor, sacando un pequeño set de herramientas. -¿Te importa si trabajo aquí?
-Por mí bien, -Dice. -¿Quieres beber algo?
Boyd la mira con rapidez pero aparta la vista. –No. No, gracias. Lindo de tu parte ofrecerlo, pero no, gracias. –Se sienta, sonrojándose, e inclina la cabeza hacia el orbe.
Está tan nervioso que Lyda se pregunta si pensará que coquetea con él, tratando de seducirlo. Tal vez otros la consideran, no penosa, sino peligrosa. Lo prefiere de esa forma.
Se sirve un vaso de agua y se sienta frente a él en la mesa. –Dime cómo funciona.
-Es realmente complicado. Quizás deberías mirar la transmisión del funeral. Todos lo estábamos haciendo en el trabajo, pero luego recibí esta llamada urgente, así que…
-¿Urgente? No sé nada sobre eso.
-Es el único motivo por el que me estoy perdiendo la trasmisión, es mandataria. Está en vivo en cada hogar. Creo que se supone que usted…
-Ya no tengo que hacer lo que se supone que haga. Esa es la ventaja de ser una marginada social.
Él sacude la cabeza, asintiendo rápidamente. –Aun así, deberíamos tenerla encendida. Ellos saben, sabes, lo que está prendido y lo que no. Me sentiría más cómodo si estuviera encendida. Me refiero… ya sabes.
Lyda se levanta y camina hacia la televisión pero no la prende. Sabe qué verá—a Perdiz mintiendo. Estará con Iralene, tal vez incluso sosteniendo su mano. En la víspera de navidad, le prometió que acabaría pronto, que alguien estaba a cargo de manejar esto para que ellos dos pudieran emerger, juntos. Sólo unos pocos días más, le prometió hace unos días, la última vez que lo vio—hace una semana como mucho. Con el cuarto puesto en el Cairo y la vista de pirámides a la luz de la luna desde la ventana, le había confesado que mató a su padre. No le diría los detalles—sólo que no quería hacerlo, pero lo hizo. Lo entendía ahora, habiendo vivido con las Madres y comprendiendo la supervivencia en su nivel más básico. Pero aun así, su confesión le hacía sentir un quiebre dentro de sí misma. Era lo correcto, sí. No duda de que Perdiz se sintiera obligado a hacerlo—para sobrevivir o hacer bien lo malo del pasado o hacer los cambios dentro de la Cúpula posibles. Pero también estaba mal. Incluso si era noble, no había forma de escapar de este hecho inmutable. Y cambia a la persona. Perdiz ahora es diferente. Lo sintió antes de que le hubiera confesado el asesinato, pero tan pronto como lo hizo, sabía que era la razón del cambio—uno casi imperceptible. –Y Lyda, -Le dijo, -Algo bueno tiene que salir de todo esto. Tiene que. –Sabía que se refería a que quería hacer de este mal la fuente de algo mejor.
Y sí, todo se le abalanzó encima cuando volvió a la Cúpula—siendo Iralene parte del paquete. No era su culpa. Lyda le cree pero a veces se pregunta qué tan duro peleó él por ella. Iralene es innegablemente hermosa de un modo que ella siempre quiso ser pero nunca consiguió.
-¿Vas a prenderla? -Pregunta Boyd de nuevo. Pero lo ignora.
Se acerca más a la pantalla y ve su propio reflejo. Su cara engordó un poco, y sus labios están más llenos—como si su cuerpo supiera qué está viniendo.
El sistema de filtrado de aire zumba y aun así en la Cúpula se asfixia—siente que apenas puede respirar. Y todavía a veces le dan nauseas. Los estantes se encuentran llenos de libros sobre el embarazo y parto. Ella no es Lyda. Es la vasija que carga a un Willux.
-Puedo prenderla sin sonido, Boyd ¿Es ese un compromiso con el que puedas vivir? –Perdiz le contó lo que se le decía a su padre en estos servicios, y no puede aguantar la efusiva adoración.
-Realmente pienso que deberíamos…
Lo mira. Aún tiene la fiereza que las Madres le enseñaron—algo que siempre tuvo pero que nunca usó.
-Bueno, -Dice él. -Bien.
Prende el televisor y allí está Perdiz, apretando manos, aceptando condolencias. Un reportero narra sobre quién se encuentra en la fila, cómo sirvieron a la Cúpula o su relación con Willux. Aprieta el silencio. -¿Puedes reprogramar el orbe? –Le pregunta a Boyd.
-¿A qué te refieres? ¿Por qué querrías hacer eso? –Mira a su alrededor, y ella sabe que busca las cámaras de vigilancia. Perdiz le aseguró que todos los equipos de grabación estaban prohibidos aquí. Aun así, Lyda—y seguramente Boyd—tiene sus dudas.
-Quiero que agregues un mundo ¿Puedes?
-Si los algoritmos fueron inventados, sí. Hay un montón de atajos. Fue hecho para que una persona no experta pueda elegir entre las distintas opciones con facilidad. Willux los quería hacer baratos y “amigables” para todos. Todavía son un poco muy caros para entregarlos como dulces, pero se están acercando ¿Dónde quieres que te lleve?
Se imagina el viento empujando ceniza, las frías sombras que sentía justo al borde del bosque raquítico, y la nieve. Dios, sí—nieve gris filtrándose del cielo. –Allí fuera.
Boyd para. Sus manos se congelan. -¿Afuera? –dice con un respingo.
Lyda entrecierra los ojos. -Sí.
-¿Pero por qué? –Mira hacia el orbe y luego a la televisión como si los rostros allí pudieran verlo y escuchar la conversación. Lyda también mira. Un niño pequeño está saludando a Perdiz. Su mano perfecta, su rostro perfecto—tan limpio y liso, casi parece irreal. –¿Cómo es allí fuera? –Pregunta Boyd en un susurro.
-Difícil de explicar, -Dice Lyda. –No recordaba realmente el Antes así que me impresionó el aire, qué tan rápido da vuelta las cosas. El sol real—cubierto pero maravilloso. Y la luna también—como una lámpara brillante en el cielo. La gente, las Bestias y los Terrones, las deformidades, lo grotesco… No te puedes imaginar la belleza en sus vidas. Todo está sucio y es real. No hay nada falso o estéril. Es… la vida ¿Sabes a qué me refiero?
Boyd había empezado a llorar. Dos lágrimas manchaban sus mejillas. No se las seca. -Lo recuerdo. Soy un poco más grande que ti así que… sí. Sé de qué habIas. Solía trepar árboles. Incluso me caí de uno una vez y me quebré un hueso de la mano. –Cerró su puño. –A veces, cuando me acuesto de noche, recuerdo cómo era caer en el aire y aterrizar con fuerza sobre el suelo embarrado. No podía respirar. Todo el aire había salido de mis pulmones. Pero yo simplemente miré al cielo. Había nubes—nubes grandes, gordas y blancas que parecían moverse muy rápido por el cielo. –Sacude la cabeza. –Maldita sea.
Lyda camina hacia la mesa y apoya su mano sobre las de él. –Quiero el mundo detonado. El verdadero, -Dice. -¿Lo harías por mí? Viento, ceniza, suciedad, nubes oscuras, todo quemado y chamuscado y roto.
-No lo sé, -Dice, mirando a Foresteed en la pantalla de la TV. Justo terminó su discurso y se está bajando de la plataforma. –No creo que se suponga que yo…
-Creo que se supone que hagas lo que yo digo, -Dice Lyda. No está segura de si funcionará ¿Está este hombre de reparaciones por encima de su estatus social porque está arruinada, o está por debajo porque el bebé es un Willux? Las jerarquías de la Cúpula son estrictas, pero este es territorio desconocido para ella. Aplana su voz, tratando de hacerla sonar más distante, menos temblorosa. -¿Sabes quién soy? ¿Sabes quién está a cargo?
Perdiz va a hablar ahora. Va a dar sus comentarios, que terminarán de la manera que siempre lo hacen: espero que todos podamos ir hacia el futuro con seguridad y esperanza. Lyda lo ayudó con esas líneas. Podría sacarlo a relucir frente a Boyd. Camina hacia la televisión y sube el volumen.
Pero Perdiz no está diciendo lo usual. Le cuenta a la gente que su padre era un asesino de masas; los llama ganado. No—no ganado. Miembros de la audiencia. Les dice que son cómplices. Quiere que reconozcan la verdad ¿Cómo sino podremos avanzar hacia el futuro?
El corazón de Lyda empieza a martillearle el pecho. Se lo debemos a los supervivientes allí afuera y nos lo debemos a nosotros mismos. Podemos mejorar. Aún está hablando—sobre el Nuevo Edén, sobre ser perdonados… La pantalla se pone en blanco.
Lyda apenas puede respirar. Lo hizo. Dijo la verdad. Se siente excitada y sorprendida. Es una vindicación. Quiere decirle a las Madres y a todos los Miserables fuera de la Cúpula. Quiere gritarle a Bradwell, Pressia e Il Capitano y Helmud, ¡Lo hizo!
Pero también está asustada. Esto significa cambio—uno grande y radical. El futuro. Lleva una mano a su estómago. Había entrado en su segundo mes de embarazo. Se siente hinchada, la primera pista de que su cuerpo empezaría a abultarse. El futuro, el mundo donde su niño vivirá—acaba de tomar una nueva forma.
Camina de vuelta hacia la mesa y mira a Boyd. -¿Acaba de…? –No puede terminar la oración. Sólo quiere asegurarse de que tiene un testigo. No se ha vuelto loca.
-Sí.
-Todo va a cambiar, -Le dice, aunque en lo profundo de su estómago, no está segura de si para mejor o peor. -¿Puedes creerlo?
Boyd se para. Se ve incómodo con su peso y brazos larguiruchos. Se cubre la boca con las manos y sacude la cabeza.
-¿Qué pasa, Boyd?
Él no se mueve.
-¿Qué pasa? –Es un extraño, pero aun así se acerca agarrando sus muñecas y apartando las manos de su boca. -Dime.
Él cierra los ojos lentamente y después los abre. –Demasiado pronto, -Susurra. –No estábamos listos.
-¿Nos?
Busca en su bolsillo con su mano derecha y luego le da un apretón de manos, como si recién se estuvieran conociendo.
Lyda siente la presión de algo en el centro de su palma. Lo toma, escondiéndolo en su mano cerrada, y luego se sienta en una de las sillas del comedor. Se inclina lentamente, y a través del vidrio de la mesa, ve una pequeña pieza de papel—un cisne de origami.
Mira a Boyd. Es uno de ellos. Es parte del movimiento revolucionario en el interior, las células durmientes que fueron alineadas a la madre de Perdiz—aquellos que querían derribar la Cúpula. Es como si su rezo silencioso fuese respondido. Se siente conectada a algo más grande que simplemente ella y Perdiz.
Cierra su mano sobre el pequeño cisne de papel. Piensa, ¿Demasiado pronto? ¿No estábamos listos? ¿Acaba Perdiz de cometer un error terrible? Se siente alterada.
-Pero es bueno, -Dice. –Va a contarle sobre nosotros también. Esto es lo que se suponía que hiciera. Tenía que decir la verdad.
Boyd le mira la mano en el bolsillo.
Ahora ella está asustada del cisne. Lo da vuelta en sus manos y ve el borde de una palabra debajo del ala. Lo desdobla. Y allí hay un mensaje. Glassings necesita tu ayuda. Sálvalo.
¿No se supone que Glassings ayude a Perdiz? Él había querido contactar con su maestro. Lo necesitaba, ¿pero ahora debía salvarlo primero? La red que, sólo momentos antes, parecía que podía ayudarlos se veía ahora frágil.
Lyda dice, -Me prometió que iba a… -Contarles a todos lo de su bebé. Prometió que estarían juntos—públicamente. Pero sabe que ahora todo ha cambiado. Dijo la verdad—era demasiado pronto ¿Pero iba alguna vez a ser el momento adecuado para decir lo que debía decir? Está enojada y asustada ¿Qué le pasó al futuro?
Boyd no le pide que termine la oración. Sabe que no hay nada que pueda hacer para ayudar.
Lyda pone el cisne en su bolsillo. Mira a Boyd. –Me encargaré de esto cuando vea a Perdiz de nuevo, pero debes hacer algo por mí a cambio.
-Por supuesto.
-Programa el orbe de la manera que te lo pedí, -Le dice. -¿Harías eso por mí?
-Sí, Srta. Mertz, -Dice, -Por supuesto. Haré lo que digas. Ese es mi trabajo.


viernes, 18 de abril de 2014

Arder/Quemar - Capítulo 4: en memoria - TRADUCIDO - Julianna Baggott

PERDIZ
EN MEMORIA
En la línea de recepción, el deseo de Perdiz de confesar el asesinato de su padre empeoró. La pena le llega de a montones. Tiene guardias a ambos lados; Beckley, en quién llegó a confiar, está a su derecha. Ofreció hacer circular a la gente, pero Perdiz quiere ser un líder accesible—real, humano. Y quizás es parte de su castigo. Su propia tristeza se encuentra tan llena de ira que apenas cuenta como pena, así que debe aceptar la de ellos. Es un depósito de ella, un almacén.
Perdiz busca en la fila a Arvin Weed. Este funeral está reservado a los dignatarios, y Weed ciertamente se volvió uno. Eran amigos en la academia—por completo no cercanos, pero amigos, al fin y al cabo. Arvin era el cerebro de la clase. De hecho, probó ser más inteligente de lo que nadie jamás hubiera adivinado. Era el médico personal del padre de Perdiz, el cual iba a trasplantar su cerebro dentro del cuerpo del hijo—el plan de inmortalidad de su progenitor, requiriendo la muerte de Perdiz.
Weed se encargó de la autopsia y lo declaró muerto por causas naturales, pero Perdiz no lo ha visto desde entonces. Se pregunta si conoce la verdad, si cubrió el asesinato y puede ser confiado. Podría usar un aliado.
También, Weed podía ser el único al cual preguntarle sobre las “pequeñas reliquias,” de su padre, los cuerpos que suspendió—congelados, pero todavía vivos—y guardó en el edificio en el que Perdiz vivió antes del asesinato. Weed podría saber quién está atrapado allí abajo y liberarlos. El abuelo de Pressia es uno, y Jarv Hollenback, apenas un bebé, otro. El padre de Perdiz castigó a su hijo por medio del Sr. y Sra. Hollenback—ambos en la facultad de la academia—en las vacaciones, y Perdiz se había encariñado con ellos.
El Sr. Hartley, un viejo vecino, es el próximo en la línea. Detrás se encuentra su esposa y luego el Capitán Westing y los Elmsford—sus hijos mellizos son de su misma edad; los conocía de la academia, y ahora están en las Fuerzas Especiales. Tienen los ojos llorosos—¿porque lloran a su padre o porque Perdiz les recuerda que, de algún modo, perdieron a sus hijos? No está seguro. Sacuden la mano de Perdiz con las dos de ellos—con fuerza. Golpean sus hombros, lo abrazan tan fuerte que puede oler sus polvos y colonias. Lloran y sacan pañuelos de sus bolsos y bolsillos, y se soplan la nariz.
Algunos otros traen a sus niños, como si esto fuera lo más cerca que jamás estarán de su nuevo líder. El heredero. –Sacude su mano, -Le dicen a sus niños. -Vamos.
-Lo sentimos.
-Es tal la pérdida.
-Lo soportas tan bien. Estaría orgulloso de ti.
Quiere decirles que tienen razón; lo estaría. Cuando un asesino muere a manos de su propio hijo—a quien siempre consideró débil e inútil—¿no siente un destello de orgullo, justo antes de morir?
Perdiz todavía lo odia ¿Puedes aborrecer a alguien por obligarte a matarlo? Forzado. Así es como se sintió. No parecía correcto y aun así es por qué más odia a su padre justo ahora.
Mira a una madre joven, sosteniendo un bebé, equilibrarse al poner una mano en el cerco de vidrio que rodea la urna de su padre. Sus costillas se contraen bajo su vestido negro mientras solloza. Uno de los camarógrafos en el grupo obtiene un primer plano de su cara marcada de lágrimas y su niño, quien parece saber que es una ocasión sombría.
Su padre no merece esta efusión.
Lo maté, quiere decir Perdiz. Lo maté, y deberían agradecerme por hacerlo.
Entonces, cuando menos se lo espera, allí está Arvin Weed.
Perdiz le agarra la mano y lo atrae para abrazarlo. –Quiero que me hagas un favor, -Susurra. –Las personas suspendidas en hielo ¿Sabes sobre ellas? –Es todo lo que puede sacar antes de que se acabe el abrazo.
Weed asiente. -Sí.
Perdiz mira la línea de dolientes, a los guardias—y, no muy lejos, a Foresteed hablándole a Purdy ¿Cómo puede llegar al punto con tanta gente a su alrededor? –Extraño la academia, -Dice. -¿Cómo están el Sr. y la Sra. Hollenback? –El Sr. Hollenback enseñaba ciencias. La Sra. Hollenback, artes domésticas a las chicas. -¿Y sus hijos?
Weed asiente, como si entendieran que la gente suspendida y los Hollenback están vinculados. –Bien, creo.
-Ve cómo están por mí. Especialmente el pequeño Jarv. Lo extraño. –Recuerda encontrar a Jarv en la hilera de camas cerradas con vidrio en forma de huevo que mantenían a los niños con los tubos en sus bocas y hielo cristalizado en su piel.
Weed dice, -Siento tu pérdida. Me imagino que es casi imposible superar algo como esto. –¿Se refiere a la muerte de su padre o al hecho de que Perdiz lo mató?
-Es bueno verte, Arvin, -Y luego, como superado por la emoción, lo agarra y abraza. -Belze, -Susurra. –Es un hombre viejo. Sácalo de suspensión a él también. –Y entonces lo deja ir.
Weed asiente y empieza a caminar, pero Perdiz dice, -Espera ¿Escuchaste algo de nuestros viejos profesores de la academia?
-¿Qué?
-Ya sabes, nuestros profesores ¿Te mantienes en contacto con alguno? –Quiere que saque a relucir a Glassings.
Arvin sacude la cabeza. –Como si tuviera tiempo para eso, -Dice. –Sé que no los encontrarás aquí.
Tiene razón. Los profesores de la academia no son lo suficientemente importantes como para este grupo de sólo invitados. Arvin se aleja. Perdiz desea haber tenido más tiempo, más privacidad.
Un chico de diez años es el próximo en la fila. Lleva puesto un traje azul marino y una corbata a rayas. No dice una palabra. Simplemente saluda a Perdiz.
-Tranquilo, -Dice Perdiz. -Descansa. –El chico está congelado de esa forma ¿Dónde están sus padres? –Puedes parar, -Dice Perdiz.
Uno de los camarógrafos presiente el momento y se acerca para obtener un primer plano del niño.
Ahora Perdiz debe quedarse allí y aceptar el saludo. Pero es claro que el chico espera una respuesta. No lo hará. No quiere ser visto como un líder militar. No quiere alinearse con la guerra mundial y la aniquilación. Se estira y revuelve el pelo del niño. -Ve, -Dice con gentileza. –Es casi hora del servicio, ¿sí?
El chico levanta la mano y toca el punto donde Perdiz lo tocó, como si estuviera asombrado por el contacto personal.
El camarógrafo hace zoom en Perdiz. Él mira hacia delante, negándose a mirar derecho hacia la cámara. La verdad, piensa para sí mismo. Es tiempo de la verdad.
Finalmente, la fila mengua, y Perdiz es escoltado hacia la primera fila del salón. Allí se encuentra Iralene, le sorprende: su postura derecha, su piel cremosa contrastada contra el negro de su vestido fúnebre (parece tener un suministro ilimitado de ellos), y sus rasgos perfectos y cantarines sobre la suave tristeza de su expresión. Específicamente pidió que no se presentara, y aun así, allí está. Iralene fue criada para ser la esposa perfecta, una que hace lo que se le dice. Había sido preparada para su rol tan duramente que parecía siempre lista, pero esa fachada nublaba sus motivos. Perdiz rara vez sabe qué quiere en verdad ¿Le pidieron que se fuera y se negó amablemente? Es absolutamente posible. Iralene puede convencer a la gente a hacer casi cualquier cosa con tal cautela que se van pensando que acaban de convencerla a ella, y no al revés.
Su madre se sienta a su izquierda—Mimi parece compuesta a puntadas. Sus ojos, redondos por el miedo, vuelan por la habitación como si estuviera perdida. El asiento a la derecha de Iralene está vacío, reservado para Perdiz, por supuesto.
Se sienta y se inclina hacia ella, susurrando, -Les dije que te dejaran irte a casa. Estuviste en demasiados de estos. En serio, deberías tomarte un recreo si quieres.
Ella toca su rodilla. –Ambos me necesitan aquí, -Dice, indicando a Perdiz y su madre.
-De hecho, estoy bien. –Busca a su alrededor otro asiento, pero todos están ocupados.
-Tu padre lo hubiera querido de esta forma. –Sonríe tristemente.
Esta es la parte confusa. Iralene sabe que mató a su padre. Ella fue la que le entregó la píldora venenosa ¿Así que por qué creía que estaría dispuesto a hacer las cosas del modo en que su padre quería?
-Desearía que Glassings estuviera invitado. -Dice.
Su nombre la sorprende. Susurra, -Escuché que dejó de presentarse a clase. Su oficina también fue vaciada.
-¿Cómo sabes eso? ¿Quién te lo contó?
-Tengo amigas, Perdiz. Tu padre se aseguró de que hubiera un montón de chicas de la academia que me conocieran bien ¡Tengo que tener a alguien a quien pedir ser mi dama de honor!
-¿Dama de honor? Iralene, sabes que…
-No dije que me casaba contigo ¿O no? –toca su cabello para asegurarse de que esté perfectamente derecho.
Él desabotona el saco de su traje. -Perdón. No quise…
-Glassings vendrá cuando lo necesites. Sin importar hacia dónde haya corrido.
-Eso espero, -Dice Perdiz. Pero lo pone nervioso que Glassings se haya ido. No hay hacia dónde correr dentro de la Cúpula. Ningún lugar en absoluto.
Alguien se estira de la fila trasera y le aprieta el hombro. Se gira y ve a uno de los arquitectos de la Cúpula y compañero de su padre hace siglos atrás, Walton Egert.
El papá de Perdiz y los otros arquitectos lo llamaban Gertie. Dice,
-Se fuerte, Perdiz ¿Escuchas? Se fuerte, hijo.
Perdiz mira por sobre su hombro y dice, -Gracias, Gertie. Muchas gracias. –Nunca se le había permitido llamar a Walton Egert por su sobrenombre si su padre hubiera estado vivo. Es una demostración de poder—el modo de Perdiz de decir, Soy tu jefe ahora ¿Así que por qué no retiras tu indulgencia?
Gertie lo entiende y dice, -Por supuesto. De nada, -Y se vuelve a sentar con rigidez, mirando de lado a lado para ver quien más los había escuchado. Unas pocas personas lo hicieron, y miraron hacia un costado para no sumarse a su vergüenza. En este momento se le ocurre a Perdiz que va a tener que hacer ese movimiento mil veces de muchas maneras distintas.
Gente importante camina hacia el podio y habla sobre la dedicación, inteligencia y visión de su padre, pero, principalmente, sobre cuán endeudados le están por haberles salvado la vida. Los discursos hechos durante estos servicios lo hacían sentirse incómodo, y esta noche no es la excepción.
Uno de los consejeros de su padre se inclina sobre el micrófono, diciendo, -Willux nos salvó a todos y cada uno de nosotros de la muerte, de la mutilación. No tenemos que vivir entre esos Miserables: asesinos, violadores, monstruos, ¡Todos ellos! Fuimos elegidos. Déjenos merecer esa elección para siempre. –Y luego levanta la mano y señala a Perdiz. –Ahora tenemos un nuevo líder. El único hijo sobreviviente de Willux. Guíanos, -Le dice a Perdiz. –Guíanos y protégenos. Estás aquí por nosotros en este turbulento tiempo de tristeza y pena, durante este tiempo de cambio. Gracias por levantarte y tomar el lugar de tu padre.
Todos en la habitación se giran para mirar a Perdiz. Los camarógrafos apuntan las cámaras a su cara. Se siente sonrojado y aun así frío por dentro. Su cara está congelada. Sus ojos se mueven de una cámara a otra.
Iralene lo codea con gentileza. Asiente y le responde con gestos al hombre del podio. Las cámaras se giran de nuevo y sólo entonces puede respirar.
Se dice a sí mismo que todo lo que debe hacer es levantarse después de la charla de Foresteed y decir sus líneas: Estoy aquí para representar a mi familia. Mi padre está muerto. Y ahora es un tiempo de sanación. Gracias por venir, y espero que todos podamos ir hacia el futuro con seguridad y esperanza. Eso era lo único en lo que él y Hoppes pudieron coincidir. Es tan lejos como Perdiz podía llevarlo. Casi acaba, se dice a sí mismo.
Escucha la voz de Gertie en su cabeza—Se fuerte, hijo—lo que sólo consigue retorcer su estómago.
Foresteed toma el micrófono. Dice lo de siempre: -Ellery Willux fue el principal intelectual de esta generación. Un hombre de ciencia, de visión, de innovación… -Su tono está perfectamente modulado. Sus ojos se humedecen en el momento adecuado, pero su mandíbula sobresale con braveza. Su voz suena con la tal emoción que, en algún punto, Perdiz se pregunta si el hombre realmente amó a su padre. Willux era carismático—incluso al ser la mente maestra detrás de escena antes de las Detonaciones ¿De qué otra forma pudo haber amasado tanto poder desenfrenado?
Todavía puede escuchar a Foresteed diciendo, -Tu padre no sólo fue el mayor asesino en masa de la historia. Fue el más exitoso… -¿Es qué algunas de estas personas son adoradores?
Los ojos de Foresteed vagan por el gentío mientras habla y luego los centra en Perdiz. –Nunca olvidemos lo que hizo por nosotros, y llevemos su legado hacia el futuro.
La espalda de Perdiz pica por el sudor. No quiere que eso suceda.
Y ahora es su turno en el micrófono como si él fuera quien llevaría el legado hacia el futuro, y supuestamente lo es.
Se levanta y camina por la fila de fotografías ampliadas, que empiezan en los días de su padre como cadete en el Mejor y más Brillante, cuando fundó los Siete, se enamoró de la madre de Perdiz, y pudo haber empezado a volverse loco—quizás mostrando los primeros signos de manía, narcisismo, y tal vez algo de la buena paranoia a la vieja usanza. Siguen con las fotos de él como ingeniero líder de la Cúpula, parado junto a más de un presidente, y fotos más recientes de él dentro de la Cúpula, dando discursos, parado frente a las fuerzas de elite más recientes de las Fuerzas Especiales. Y luego hay una fotografía de su padre con un brazo rodeando a cada hijo. Perdiz se ve desgarbado, pequeño para su edad, y lleva la expresión preocupada de alguien de mediana edad. Sedge, por el otro lado, entró en la pubertad siendo joven. Es alto y ancho de hombros. Se para derecho y le sonríe a la cámara. Están frente a un árbol de navidad. Debe de haber sido la primer navidad después de las Detonaciones. Tienen un aire de supervivientes. Habían atravesado algo. Ahora están a salvo.
Perdiz sube al podio armado para la trasmisión. Mira hacia la audiencia pero apenas puede ver por el brillo de las luces. Localiza a Mimi, quien lo mira somnolienta. A su lado, Iralene le sonríe con los labios apretados y asiente para darle valor. Foresteed se encuentra en una pared junto a Purdy y Hoppes.
Como si ya no tuvieras tus propias mentiras, Perdiz. Si vas a confesarte, ¿Por qué no empiezas por ti mismo?
Tose sobre su puño y abre la boca para decir las líneas que le dieron. Estoy aquí para representar a mi familia. Mi padre está muerto. Y ahora es un tiempo de sanación… Pero cuando empieza a hablar, las palabras allí son más simples: Maté a mi padre.
Entra en pánico ¿Qué le va a decir a estas personas? Las cámaras apuntan hacia él—es como estar rodeado de ojos extra grandes. Allí afuera, Lyda podría estar mirando. Todos están mirando. Esta es en realidad la primera vez que se dirige a toda la gente de la Cúpula.
La primera vez.
La verdad.
No importa lo que quiere Cygnus de él, lo que Glassings espera. De todas formas, ninguno se puso en contacto desde la muerte de su padre ¿Por qué? Lo desconoce, pero sí sabe que ahora está a cargo. Él es el líder. Es tiempo de que lidere.
Piensa en Bradwell viendo estas cintas algún día ¿Y si termina en su baúl junto a todas las otras cosas viejas que ha guardado? Escucha a Pressia preguntándose en voz alta si tiene el coraje y a Il Capitano gritándole, -¡Dilo! ¡Cuéntales! ¿A qué le tienes miedo? Lo peor ya nos pasó a nosotros.
Mierda. Él mismo va a ser padre algún día—pronto. Su propio hijo podría ver una filmación de este momento en un futuro distante.
Mira al gentío y divisa a Gertie, quién parecía demasiado viejo como para sentirse tan avergonzado, pero lo está y rápidamente mira sus rodillas. Perdiz no quiere tener que mandar un mensaje a todos los Gertie en la Cúpula, uno a uno. No. Mierda. Este es el momento.
Abre la boca de nuevo. Si les arrebatas su mentira, se auto-destruirán. No puede seguir con la mentira. Él también tiene que ser capaz de mirarse en el espejo.
-Gracias a todos por venir, -Dice y mira a Hoppes, quien se ve afablemente sorprendido. Él quería que fuera más conversador, pero el rosto de Foresteed se oscurece. Sabe que este apartado del libreto no es bueno. A estas personas les gusta la consistencia, la normalidad… Toma una bocanada de aire y se aferra al podio. –Aquí está la honesta verdad sobre mi padre. Él fue la mente maestra detrás de las Detonaciones. Fue un asesino en masa. –Puede sentir el aire tensarse, silencioso e inmóvil. –Estuve fuera de la Cúpula. Conocí a gente que sabe la verdad, incluyendo mi propia madre. Fui testigo de cómo mi padre la mató junto a mi hermano. –De pronto, esto se sentía como lo más importante. Atestiguar. Ve un borrón de su madre y Sedge, la explosión. Mira hacia el podio y levanta la vista hacia el mar de rostros blancos, mirándolo con los ojos abiertos. Ve a Iralene. Sus ojos brillan con lágrimas. Sacude la cabeza un poco, urgiéndole que pare, pero no puede detenerse ahora. –La única razón por la que necesitaban salvarse era porque él voló en pedazos el mundo como lo conocíamos. Mi padre los salvó porque quería quemar la tierra entera y empezar de nuevo.
Foresteed había empezado a caminar a empujones por entre Hoppes y Purdy en el pasillo hacia la parte trasera del salón—quizás buscando a la persona a cargo de las cámaras.
Perdiz acelera. -¿Por qué empezar de nuevo solos? En adición a tener a la clase inferior de Miserables rotos y fusionados como sirvientes, ¿por qué no tener, más o menos, piezas cuidadosamente seleccionada de ganado con ideas similares para arrear hasta alguna nueva versión del planeta que mi padre quería dominar, solo? Eran su ganado. -Sacude la cabeza. –No, no era un pastor. No así. No eran su ganado. Eran su audiencia. Todos somos cómplices. Dejamos que las Detonaciones sucedan. Debemos ser honestos ¿Cómo podremos avanzar hacia el futuro si no podemos al menos reconocer la verdad del pasado?
La madre de Iralene, Mimi, está fuera de su asiento, marchando hacia el pasillo, diciendo, -¡No lo soporto! ¡No lo soporto!
Iralene se lanza tras ella.
Otros también se están parando, tratando de irse, empujando a los otros.
Perdiz había perdido a Foresteed entre las luces de la parte trasera del salón, pero escucha su voz. -¡Corten el micrófono! ¡Córtenlo!
Muchas voces aumentan el volumen, pero Perdiz sigue. –Se lo debemos a los supervivientes allí afuera—los que llamamos Miserables—y nos lo debemos a nosotros mismos. Podemos mejorar. Podemos ir al Nuevo Edén con todas nuestras fallas. Podemos admitirlos. Y podemos, al fin, sentir la culpa. Hacerlo es como tal vez—sólo tal vez—seremos perdonados. Quiero que cada uno sepa— -El micrófono se corta. Los reflectores bajan su intensidad. Perdiz puede ver más de la audiencia ahora. Aquellos aun en sus asientos están petrificados. Sus caras destensas por el shock y sus ojos abiertos con miedo. El niño que lo saludo se encuentra sentado junto a su madre, quien le cubre los oídos con las manos. Hay silencio. Los camarógrafos se alejan de las cámaras, ahora muertas.
Dice Perdiz, -Quiero que cada uno de ustedes sepa que voy a construir un puente entre Puros y Miserables—desde dentro de la Cúpula hacia fuera. Voy a hacer lo correcto para que cuando nos mudemos al Nuevo Edén, no seamos— -Foresteed corre hacia él. Llamaría a los guardias, pero no tiene control sobre ellos. Sólo responden ante Perdiz. –No seamos tiranos ni opresores. Debemos decir la verdad para perdonarnos a nosotros mismos y los unos a los otros y esperar ser perdonados por los que dejamos allí fuera. Los que dejamos morir.
Foresteed está ahora a su lado, sin aliento por correr detrás de escenas. Agarra su brazo y lo hace retroceder un poco.
–Está bien, -Dice Perdiz con calma. –Ya acabé.
Baja del escenario, afloja su corbata, y marcha por el pasillo central. Los guardias trotan para alcanzarlo y escoltarlo por ambos lados. Pasa la antesala y abre de un empujón las puertas dobles.
Pero no está fuera. Nunca está fuera.
Por un segundo, no sabe a dónde va, pero por supuesto que lo hace. Quiere saber si Lyda vio la transmisión. Quiere ver a la única persona que lo entenderá, que sabrá que hizo lo correcto.

Como sea que su futuro se desenvuelva, lo construirá junto a ella. Esa es la próxima verdad a revelar. Forzará la mano de Hoppes. Una verdad a la vez… hasta que sólo quede una—que asesinó a su padre. Va a aguantarse esa.

domingo, 13 de abril de 2014

Arder/Quemar - Capítulo 3: armadura - TRADUCIDO - Julianna Baggott

EL CAPITAN
ARMADURA
El Capitan no tiene un cuchillo. –No necesito uno, -Le explica a Helmud. –Estamos drogados. -Primero notó el cambio en el color de piel de los brazos de Helmud—siempre colgando alrededor de su cuello. Al principio pensó que era ictericia, pero luego, tan pronto como las guardianas le dijeron que era un químico que repelía a las vides—sus espinas filosas y caninas—requirió subir su dosis. –Dos corazones aquí, dos pares de pulmones, dos cerebros—más o menos, -Dijo. –Necesitamos el doble de medicinas. Mantenlo en mente.
Y ahora su piel se ve como si hubiera estado al sol durante todo el verano. No roja y ampollada, sino marrón dorado. Casi tenía un brillo metálico. Recuerda broncearse los brazos, cara y nuca de niño—un bronceado de granjero, o así era llamado. Pero su color siempre estaba mezclado con mugre. Él y Helmud eran el tipo de niños que se pasaban mucho tiempo en bicicletas sucias, trepando árboles, remolcándose en el lodo. Quizás así era más él que su hermano. De hecho, como niño, Helmud parecía, de alguna manera, refinado. El Capitan había sido el bravucón, el bruto—no tenía opción. Era el hombre de la casa tan joven.
Con sus manos envueltas en toallas robadas de un gabinete, usa las enredaderas para trepar hacia la escotilla, la cual, como la aeronave había rodado sobre un costado, está ahora en la parte superior ¿Pero dónde está la trampilla? No sobresale, que es como la había dejado cuando fue a buscar a Bradwell. Las vides debían de haberla cerrado cuando hicieron su camino por los costados de la nave.
Las enredaderas parecían presentir los químicos emanados por la piel suya y de Helmud. No retroceden pero ciertamente no son agresivas y parece que se alejaran. El Capitan escucha las espinas arañando el exterior de la nave. Lo mata estarla rayando.
Las vides lo espantaban—no simplemente porque casi lo matan una vez, sino porque no eran naturales. –Hay algo mal con este lugar, -Le dice a Helmud. Se refiere a la manada de criaturas pastando en la colina—¿son jabalíes gigantes? Y los chicos—todos por debajo de la edad de nueve, o así parece, lo que significa que nacieron después de las Detonaciones. Además, muchos eran parecidos. Para él no tenía sentido, pero sabe que está desmadrado. –Definitivamente mal ¿Pero quién soy para hablar, verdad?
-¿Quién soy? -Dice Helmud ¿Está hablando filosóficamente? El Capitan se alegra de que Helmud se pueda comunicar únicamente repitiendo. Si verdaderamente pudiera expresarse, El Capitan teme que su hermano podría empujarlo a llevar la conversación hasta un nivel más profundo. El Capitan no es alguien para filosofar.
Ríe. -¿Quién eres? Mantengamos nuestra mierda junta, Helmud, ¿sí? No vayamos por el camino profundo. Sabes a qué me refiero.
-Sabes a qué me refiero, -Repite Helmud, y El Capitan sabe que debe dejarlo. Helmud está en uno de esos humores en los que quiere reafirmarse como persona. Sin charlas para él.
Un cuchillo ayudaría, pero no tenía tiempo para ir a buscar uno. Quería salir. Quería ver su aeronave, y finalmente había reunido las fuerzas suficientes para deambular. Se había escabullido, ¿Y ahora estaba siendo vigilado a la distancia? Quizás ¿A quién le importa? Tiene una nave que poner en orden y, con suerte, de vuelta en el aire. Tiene personas a las que llevar a casa—Bradwell, Pressia. Piensa en ella y recuerda el beso.
Jesús.
La besó. Cada vez que piensa en ello, su corazón se vuelve una cosa tortuosa en su pecho, toda tornada y mal—una rareza que latirá por ella por el resto de su vida. La amará por siempre.
Bradwell pudo haber sido capaz de darle la espalda, pero El Capitan nunca podría hacerlo. Tendrá que aguantar el dolor. Tendrá que soportarlo dentro suyo eternamente. Había sobrevivido hasta ahora con el peso de su propio hermano. Conocía la carga. Se siente avejentado por ella, y aun así todavía joven. Era un niño en el momento de las Detonaciones, apenas más grande que Bradwell, pero se siente de mediana edad—probablemente porque nunca tuvo una infancia. Sin un padre y con su madre siéndole arrebatada y muriendo joven, fue apresurado dentro de la adultez siendo un niño pequeño.
Sólo espera que Pressia no esté destrozada por siempre por lo que le hizo a Bradwell—lo salvó, sí, pero también lo mató de cierta forma. Un golpe mortal. El Capitan vio su cara cuando se dio cuenta de lo que había hecho, y sabía a quién realmente amaba. Se había acabado. A la mierda con eso. El Capitan tenía que seguir adelante—sin importar que tan enfermo lo hiciera sentir. Nostalgia—eso lo podía arreglar ¿Asuntos del corazón? Simplemente tejen una red de cicatrices. Le estaría agradecido, algún día, por haberlo hecho endurecer su corazón. –Las cicatrices son buenas ¿No es verdad, Helmud? Es la manera del cuerpo de hacer una armadura.
Helmud se queda callado. Quizás su silencio signifique que no está de acuerdo.
El Capitan sigue empujándose con las vides, y después de tantear ciegamente a su alrededor por algunos minutos, encuentra el contorno de la trampilla.
Sabe qué esperar—sus raciones podridas, la mancha de su sangre, el caos del aterrizaje estrellado. La bucky de popa—uno de los tanques que ayudó a mantenerlos en alto, como un dirigible—se rompió durante el vuelo. Empezó a dejar entrar aire y es por eso que se estrellaron. Las otras buckies podrían estar rotas por el impacto. Pero no sabrá estas cosas a menos que la aeronave esté prendida y los diagnósticos funcionando.
Corre las vides, aflojándolas lo suficiente para abrir la puerta.
Está aquí sólo para verla, para entrar otra vez. No hay otro lugar en la tierra donde se sintió tan cómodo, tan en control. Mira el interior de la nave. Las vides sofocan tanto la luz que es sólo un agujero oscuro. No huele a podrido. Quizás las ratas entraron y comieron sus raciones.
Primero balancea las piernas hacia adentro y le dice a Helmud que se agarre. Baja con su doble peso, golpea con una bota y la aeronave se eleva un poco.
Ama su maldita nave. -Bebé, -Dice, -Estoy en casa.
Tiene un aire submarino. Las enredaderas envuelven las ventanas, sin dejar pasar la luz del sol.
Pasa los asientos, gatea hasta la puerta de la cabina de mando y entra. Camina hacia la consola, corre sus manos por sobre los botones, interruptores y pantallas. Están raramente prístinas. De hecho, parecen recién pulidas. El vidrio fracturado de la ventana había sido cambiado. Lo toca. No—el vidrio no fue reemplazado. De alguna forma fue arreglado. Puede sentir las ondas en donde alguna vez estuvo roto, y el está nublado justo en ese punto ¿Quién había estado aquí abajo? ¿Alguno de los hombres de Kelly? Si arreglaron el vidrio, ¿Hicieron lo mismo con la bucky de popa? Se siente esperanzado ¿Funciona la aeronave? Por supuesto que no puede hacerla volar. Está sujeta al lugar por vides, con una enorme fuerza colectiva.
-Deberíamos ser capaces de poner a este bebé devuelta en el aire, -Le dice a Helmud. -Dios, se sintió bien estar aquí al timón ¿O no?
-¿O no? -Dice Helmud.
-Nunca lo comprenderás—no como yo, -Le dice a su hermano. –No entiendes, Helmud.
Helmud levanta su peso de la espalda de El Capitan. –No entiendes Helmud. -Dice.
Y tiene razón. El Capitan solía pensar que entendía a su hermano porque pensaba que era un idiota, una marioneta grotesca que se sentaría en su espalda, para siempre. Pero durante los últimos meses, Helmud había cambiado, volviéndose sí mismo, de alguna forma—o quizás Helmud siempre había sido más complicado de lo que El Capitan le había dado crédito. –Me parece justo, -Le dice a su hermano. –Me parece justo.
Mira hacia donde una vez estuvo la bandeja de comida, las manchas secas de su propia sangre, una errante taza de hojalata. –Podría haber muerto aquí.
-Podría, -Dice Helmud.
Y entonces El Capitan recuerda la cara de Pressia, inclinada sobre él—su hermoso rostro—y la manera que tocó su cabeza y lo miró a los ojos. Ella tenía miedo de que estuviera muriendo. Quería salvarlo. Él quería que esa fuera la prueba de que lo amaba. Tal vez por eso la beso y le dijo que la amaba. Había confundido su amabilidad con amor. Tenía demasiado miedo de decirle cómo se sentía antes.
Había gastado su tiempo siendo un cobarde mientras Bradwell avanzaba, ganándosela. Pero en ese momento, se sacudió el miedo y eligió vivir de verdad.
Se pregunta si se lo debería haber dicho antes. Tal vez esperó demasiado. Pero entonces Helmud empieza a tararear a sus espaldas—una vieja canción de amor: Me quedaré justo aquí y esperaré por siempre hasta que me haya vuelto piedra—y sabe que no hubiera importado. De todas formas, no se iba a enamorar de él. Siente su pecho hincharse de dolor. Se niega a sentir pena por sí mismo. -¡Cállate, Helmud! -Dice. –¡Nadie quiere escuchar esa mierda!
-¡Cállate, mierda! -Responde Helmud.
-¿Me estás llamando mierda?
-¡Nadie!
-Púdrete, Helmud ¿Me escuchas? Si no fuera por ti, Pressia podría caer por mí ¿No lo sabes? ¿Piensas que alguien va a enamorarse jamás de alguno de los dos? Estamos enfermos ¿Me entiendes? Somos grotescos. Y siempre lo seremos.
Helmud empuja su cabeza contra el hombre de El Capitan. - Si no fuera por ti…
- Si no fuera por mí, tú estarías muerto.
-estarías muerto.
-Lo sé. Lo sé, -Dice. -¿Piensas que no sé que nos necesitamos mutuamente ahora? Te hubiera matado hace mucho si eso no hubiera significado matarme a mí mismo.
-¡Matarme a mí mismo! -Dice Helmud, como si estuviera lanzando una amenaza.
-No hables así. No seas tan dramático. Cállate.
-Cállate. Cállate. Cállate, -Dice Helmud. - Cállate.
El Capitan se apoya con fuerza contra el metal. Helmud resopla.
-Cállate, -Helmud resuella una vez más.
El Capitan se desliza hasta sentarse, sintiendo una punzada de culpa por golpear a su hermano tan fuerte. Odia la culpa. Estas punzadas son relativamente nuevas. No las tenía antes de conocer a Pressia—o no sabía qué eran—y desea que desaparezcan.
Mira las ventanas cubiertas de verde ¿Cuál es el punto de ir a casa si no puede estar con Pressia—no aquí, no nunca? -¿Sabes qué es lo que realmente lo arruina, Helmud? El amor. El amor es lo que nos arruina. –Deja que su barbilla caiga sobre su pecho. -¿Qué piensas, Helmud? No me repitas ¿Qué piensas realmente?
Helmud se queda callado por un momento, hasta que finalmente dice, -Piensas. Realmente piensas.
El Capitan cierra los ojos ¿Qué tendría Helmud para decir sobre el amor y su desperdicio? –No sé lo que dirías, Helmud. –Pero entonces le llega—como si verdaderamente estuvieran conectados en algún nivel elemental. -¿Quizás dirías que ya estamos arruinados, así que, qué es un poco más de ruina?
-¿Qué es un poco más de ruina? -Helmud dice. - Ya estamos arruinados.
Y entonces hay un ruido—vides moviéndose, arañazos de botas sobre sus cabezas—y voces ¿Otros vinieron para proclamar la aeronave como de ellos? ¿Siguieron a El Capitan y Helmud hasta aquí? ¿Están armados?
No hay a dónde ir. –Estamos atrapados, -El Capitan le dice a su hermano. ¿Cuántos hay? Dos, tal vez tres… posiblemente más.

-Atrapados, -Helmud susurra.

sábado, 5 de abril de 2014

Arder/Quemar - Capítulo 2: luto - TRADUCIDO - Julianna Baggott

PERDIZ
LUTO
Trepa por su garganta. Lo maté. A veces incluso abre la boca como si realmente se lo fuera a decir a alguien. Maté a mi padre. El líder que aman—Willux, su salvador—lo asesiné. Pero entonces su garganta se cierra.
No le puede decir sobre esto a nadie, por supuesto—excepto a Lyda. Después de confesarse ante ella, se sintió más aliviado—pero sólo por un corto tiempo. La ve cada pocos días y pasó Noche Buena con ella, casi un mes atrás. La mañana de Navidad despertaron e intercambiaron pequeños regalos en su hermoso departamento, el que había hecho arreglar para ella en el Nivel 2. Fue lo primero que hizo cuando el poder de su padre le fue transferido a él. Sacó a Lyda del centro médico, y ahora ella tenía gente que se encargara de ella—y del bebé creciendo dentro suyo. Su bebé.
Le sorprende cuánto un secreto puede resonarle en la cabeza. Lo maté. Aunque no es sólo un secreto. Lo sabe. Es asesinato. Es el asesinato de su padre.
Perdiz está sentado en la antecámara junto al salón principal, donde puede escuchar a los dolientes empezar a hacer fila. Sofocaban su dolor, pero pronto lo dejarían de hacer. Se pondría ruidoso y sofocante con todos los cuerpos entrando, y Perdiz tendrá que aceptar sus condolencias, todo su retorcido amor por su padre.
No se sorprendió cuando Foresteed entró a la habitación. Él había sido la cara del líder de la Cúpula por algún tiempo, y atiende a la mayoría de estos servicios. El padre de Perdiz lo había usado como representante desde el comienzo de su deterioración, y seguramente Foresteed esperaba ser el reemplazo de Willux después de su muerte. Naturalmente, Perdiz no le enorgullece.
Foresteed no está solo. Lo flanquean Purdy y Hoppes, quienes trabajan para él. Todos saludan y se sientan frente a él y la mesa de caoba. Perdiz lleva puesto uno de sus trajes fúnebres. Tiene siete de ellos—uno para cada día de la semana.
-Pensé que podríamos hablar un minuto, -Dice Foresteed.
-Bueno, a mí me gustaría saber cuántos funerales más habrán, -Dice Perdiz.
Es como estar de gira con la urna de su padre—una gira de luto. Lo peor es sentarse aguantando los elogios. Algunos de los oradores hablaban sobre de lo que su padre los había salvado a todos—los Miserables, aquellos viles maldecidos de la humanidad, desalmados, ya inhumanos. Tuvo que convencerse a sí mismo que podía hacerlos cambiar de parecer—cuando el momento llegara. Le había dicho a Lyda, -Cuando conozcan a un Miserable, como Pressia, todo cambiará. –Pero todo el asunto lo pone enfermo y ansioso.
Foresteed ladea su cabeza y dice, -¿Es demasiado para ti? Quiero decir, ¿luchando con tu luto personal sobre toda esta adoración? ¿Seguro que puedes manejarlo?
Foresteed es un conversador de muchas capas—Perdiz le concedía eso ¿Está siendo sarcástico acerca del luto personal del chico? ¿Está indicando que no está lo suficientemente afligido? ¿Sospecha que él mató a su padre? ¿O está llamándolo simplemente débil? –Sólo quiero llegar al trabajo en mano, -Dice Perdiz, -el trabajo que mi padre quería que hiciera. –Pone su mentón sobre su pecho y rasca su frente, escondiendo sus ojos un momento porque se le habían puesto llorosos. El hecho era que, él mató a su padre, sí, y no se arrepiente de haberlos hecho, pero también lo extraña. Esta es la parte enferma. Lo amaba. A un hijo le está permitido querer a su progenitor no importa qué, ¿o no? Perdiz odia como las emociones le llegan tan rápido—culpa, miedo a ser expuesto, tristeza.
Purdy revisa una agenda en su portátil.
Para alguien que vive en la Cúpula, Foresteed está muy bronceado. Sus dientes son tan brillantes que parecen pulidos. Su cabello se encuentra tieso, como si hubiera sido rociado con espray de pelo. Dice, -La gente aún necesita del luto en público.
-¿Qué hay sobre algo de luto en privado? -Dice Perdiz. –Culturalmente hablando, creo que somos bastante buenos embotellando nuestras emociones.
-Tu padre quería un período de luto en público, -Dice Foresteed. A veces Perdiz piensa que el hombre puede haber odiado a su padre. Siempre el segundo en línea, tenía que estar celoso del poder.
-Pero este servicio es diferente, -Dice Purdy.
-¿Cómo?
-Lo mencioné en mi último reporte, -Dice Foresteed. Le da a Perdiz reportes todo el tiempo—gordas pilas de papeles llenos de actualizaciones sobre política burocrática escritas en un lenguaje denso y sin sentido (“Hasta el momento, la caución presumirá de vigor y resistencia ante los deberes anteriormente tratados…”).
No soporta leerlos.
-Ah, cierto, -Dice Perdiz. –Debí de haberme perdido esa parte ¿Puede alguien ponerme al día?
Purdy mira a Foresteed. –Todos los dignatarios y miembros de la alta sociedad vienen esta vez, -Dice este último. –Está cerrado al público. De todos modos, lo estaremos trasmitiendo. En vivo. Queremos que este se sienta trascendental. El momento en el que la gente reconozca verdaderamente a los líderes del mañana, avanzando a esta nueva fase.
Perdiz se apoya en el respaldo y suspira. Reconocerá a estas personas por sus funciones políticas, fiestas, aquellos que viven en el edificio departamental donde creció, padres de sus amigos de la academia. Sacude la cabeza. –No quiero sentarme junto a Iralene esta vez. No me malinterpreten. Me gusta Iralene. La respeto. Pero tienen que acostumbrarse a la idea de que no vamos a casarnos. Cada vez que me ven con ella, va a ser más difícil de explicar que estoy con Lyda. –En víspera de Navidad, Perdiz y Lyda se besaron un poco. Él puso su mano en la suave piel de su estómago, donde el bebé recién empezaba a crecer. –Voy a ser padre. Lyda y yo vamos a casarnos. Debemos introducir esta idea y deshacer las mentiras de mi padre.
Hoppes sacude la cabeza y sus gordos cachetes se mueven. Él es el responsable de manejar la imagen de Perdiz.
-Estamos trabajando en una historia que ponga todo esto en orden. Tenemos un plan. Pero es demasiado pronto. Mi equipo está trabajando con diligencia. Créeme.
-¿Qué hay de la verdad? –Perdiz siente un fogonazo de calor correr por él. La mentira era como operaba su padre. Le contaba a la gente cuentos de hadas para que pudieran dormir de noche—historias sobre un mundo dividido entre Puros y Miserables. -¿Qué hay de la maldita verdad por una vez?
Foresteed pone los puños sobre la mesa y se levanta, inclinándose sobre Perdiz. –La verdad es que derribaste a alguien y te comprometiste con otra persona. Tu querida, acomodada en un lindo lugar para mantenerla callada—de tal palo, tal astilla.
-No soy en nada como mi padre. –Perdiz mira a Foresteed fijamente, esperando a que recule, pero no lo hace. Le devuelve la mirada como si le rogara que tomara un trago.
Purdy rompe el silencio. Rascándose la nuca, dice, -Simplemente no entiendo por qué no estarías interesado en una chica como Iralene. Ella fue hecha para ti.
-Literalmente, -Dice Perdiz.
-Bueno, es una verdadera conquista, -Dice Purdy. –A veces tienes que confiar en alguien que te tenga un espejo en alto. ¿Estoy en lo correcto, amigos?
Hoppes dice, -Sí, por supuesto.
Foresteed asiente.
Perdiz siente una presión en el pecho. –Amo a Lyda. No voy a ser presionado por ustedes para desenamorarme, ¿bien? ¿Así que por qué no mantienen sus malditas opiniones para ustedes mismos?
Purdy alza las manos. –Vamos a resolverlo ¡Va a estar todo bien!
Odia esto más que nada—animadas sonrisas defensivas para cubrir las mentiras. Ya no lo soporta. Siente que su pecho podría explotar. Se inclina hacia delante. –Sé la verdad. Y voy a liderar con la verdad. Mi padre fue el mayor asesino en masa de la historia, -Dice Perdiz. Esta era la verdad que había escondido por un largo tiempo. Se siente bien decirlo. Se siente poderoso por una vez. –La gente lo sabe, pero pretende que no. Se les fue entregada una mentira, y viven de ella. Los debe de estar carcomiendo. Tienen que estar listos para aceptarlo. Es la única forma de seguir hacia delante.
-Jesús, -Dice Hoppes. Sacó un pañuelo de su bolsillo y lo presionó contra su labio superior y su frente.
-¿Para qué fin posible? -Pregunta Foresteed, sus ojos abiertos con sorpresa. –Quiero decir, ¿Quieres a los Puros y Miserables caminando mano a mano hacia un mañana maravilloso?
-¿Dolería prepararse para el tiempo cuando dejemos la Cúpula y empecemos una vida para nosotros mismos allí afuera? Quiero decir, ¿Qué hay de un poco de compasión por los sobrevivientes? –Perdiz y Lyda habían estado haciendo planes, cosas simples que pueden empezar a hacer para mejorar vidas fuera—agua limpia, comida, educación, y medicina. –Realmente podemos impactar en sus vidas para mejor.
-¿No es noble? -Dice Foresteed.
Perdiz no puede soportar su condescendencia.
Purdy dice, -Vamos a desacelerar por un minuto.
Perdiz está harto de posponer las cosas, evitar el conflicto. Ahora era el tiempo. Levanta el tono, trata de sonar lo más calmado posible. -Miren, estuve pensando sobre esto ¿Qué hay de malo con un consejo, conformado por gente del interior y del exterior? –Él, Lyda, y Pressia podrían estar en ese consejo—más Bradwell y El Capitan. Podrían progresar de veras.
-Dios. -Foresteed camina hacia la puerta, comprueba que esté cerrada, y se vuelve a sentar en la mesa.
-¿Qué hay de malo con un consejo? ¿Qué hay de malo con algo de progreso? -Dice Perdiz. Tiene que haber progreso. Fue por eso que se entregó a la Cúpula, en primer lugar. Fue por eso que mató a su padre—para pujar por algo esperanzador.
-No, no, no, -Dice Hoppes en voz baja. –Esta es tu gente, Perdiz, la gente de la Cúpula. Les gusta la normalidad, la consistencia. No puedes irrumpir en sus vidas y comenzar a destrozar cosas.
Perdiz quiere voltear la mesa. Cruza los brazos sobre el pecho para tratar de contener su desbordado corazón -¿Por qué no? Tal vez sea la única forma de que podamos reconstruir.
Foresteed ríe.
-¿Qué es tan gracioso? –Perdiz odia a Foresteed de forma repentina. Su cara se pone roja por el enojo. Hubiera sido mejor si lo hubiera golpeado o al menos respondido—¿Pero reírse de él?
Hoppes dice, -Como investigador, me gustaría explicarte lo que la “mentira”, como la llamas…
Purdy lo interrumpe, -Un término con el que estoy profundamente en desacuerdo.
-Esa “mentira”, -Continúa Hoppes, usando comillas invisibles, -creó el marco que le permite a la gente aceptarse a sí mismos, les permite mirarse a los ojos, amar, y seguir adelante. Si te llevas eso, entonces…
-¿Entonces qué? -Dice Perdiz.
Foresteed sonríe. –Si les arrebatas su mentira, se auto-destruirán. Eso es qué ¿Qué hay de un poco de compasión por la gente dentro de la Cúpula? ¿Eh?
La habitación se silencia. Estos hombres nunca lo verán desde su lado. Habían otros dentro de la Cúpula que se suponía que estaban del bando de Perdiz—Cygnus—aquellos que tenían el plan de meterlo en el poder, un plan que su madre había tratado de poner en acción desde fuera ¿Dónde demonios estaban ahora? A Perdiz le servirían algunos refuerzos. Ni siquiera puede saber si Foresteed le está diciendo la verdad ¿Es que la mentira mantiene a la gente unida o sólo trata de callar a Perdiz? –Quiero ver a Glassings, -dice.
-¿Glassings? -Pregunta Hoppes.
-Mi viejo profesor de Historia Mundial. -Glassings es uno de los líderes secretos de las células durmientes, parte de Cygnus, y el que le dio la píldora para matar a su padre. En algunos aspectos, Glassings lo metió en esto. Le gustaría que al menos se aparezca de nuevo.
-¿Por qué quieres verlo? -Pregunta Foresteed ¿El nombre de Glassings lo alarma?
-Tengo algunas preguntas sobre historia mundial, -Miente rápidamente Perdiz. –Me ayudaría saber cómo lideraron otras personas ¿No te parece?
-Tu padre era un gran líder ¿Qué más podrías pedir? -Dice Purdy, sonriendo nervioso.
Quiere pedirle a Purdy que arregle una cita con Glassings, pero no le gusta la mirada sospechosa en los ojos de Foresteed, así que suspira pesadamente como si estuviera aburrido. -¿Cuántos más de estos servicios? –Pregunta nuevamente.
Purdy vuelve a examinar su agenda. Toca las fechas y cuenta en voz alta hasta siete. –Eso es. Siete funerales más. No está mal.
-Y luego podemos publicar la nueva historia—el rompimiento entre tú e Iralene y las noticias de tu nuevo amor, Lyda, -Dice Hoppes. –Abarcaremos la situación del bebé dos meses después.
¿Van a seguir posponiéndolo? –La nueva historia sobre Lyda saldrá pronto, ¿Verdad? ¿Días, no semanas?
-Por supuesto, -Dice Hoppes.
Foresteed dice, -Sólo sal y di tus líneas, Perdiz. Déjalos mostrar su respeto.
-Bien, pero sin Iralene, -Dice Perdiz. –de todos modos, necesita un descanso. Sólo mándenla a casa, ¿sí? –Le preocupa Iralene. Está bajo un montón de presión, sintiéndose terriblemente escrudiñada, y sabe que su rol está por cambiar. Perdiz le aseguró que siempre tendrá un lugar en su vida—como amiga—y un sitio respetado en la sociedad, pero no sabe cómo va a verse eso.
-No podemos prometer nada acerca de Iralene, -Dice Hoppes. –Sabes que hay muchas piezas en juego aquí. –Se refiere a Mimi, viuda de su padre y madre de Iralene, que puede ser impredecible.
-No podemos ser acorralados por Mimi. –Perdiz se levanta. –Estoy a cargo, -Dice, aunque se siente nervioso al hacerlo. -Sin Iralene esta vez ¿Sí? No la quiero sentada a mi lado en una proyección en vivo. -Lyda estará mirando, ¿o no? La imagina como la vio por última vez. Llevaba un largo camisón blanco de algodón. Estaba cansada—no está durmiendo bien—pero también inquieta.
-Me siento como un tigre enjaulado, -Le había dicho ella. –No sé cuánto pueda soportarlo ¿Cuándo vas a volver?
La besó y le dijo, -Tan pronto como pueda. Mi vida no es realmente mía por ahora, pero lo será dentro de poco. Ya viene. Lo prometo.
-Esta reunión acabó, -Dice Perdiz. Algunas veces, son las pequeñas cosas las que se sienten tan bien—como anunciar el fin de una junta. No debería importar, pero le gusta poder flexionar este músculo sin que nadie lo pueda contradecir.
Foresteed da una zancada hacia la puerta, llega allí primero y la destraba. -Permíteme, -Dice. Abre la puerta para Perdiz. Allí estaba la línea de dolientes, vestidos inmaculadamente. Sus cabezas se giran, y miran a Perdiz. Escucha un par de sollozos sofocados. Lo observan expectantes.
Foresteed le da una palmada a Perdiz en el hombro, con el agarre demasiado duro. Se le acerca y susurra,
-Te equivocas, lo sabes. Tu padre no sólo fue el mayor asesino en masa de la historia. Fue el más exitoso. Hay una diferencia.
Perdiz pone una mano en la puerta, listo para salir del cuarto. –No viviré sus mentiras por él. No soy su marioneta, y estoy completamente seguro que tampoco de ustedes.

Foresteed le sonríe. Sus dientes casi brillan por su blancura. –Como si ya no tuvieras tus propias mentiras, Perdiz. –Dice tan bajo que sólo el chico lo escucha. –Si vas a confesarte, ¿Por qué no empiezas por ti mismo?