Bueno, bueno, cuanto tiempo! Ya estaba fuera de práctica,
hace mucho que no hago esto, pero para volver a empezar, aquí traigo la primera
parte (de 3, supongo) de “The Bane Chronicles N° 9: The Last Stand of The New
York Institute” por la maravillosa Cassie Clare (obviamente, no me pertenece
nada, desafortunadamente)… personalmente, esta historia me gustó mucho, y
seguramente vaya a subir las otras, pero sin ningún orden en específico… espero
que la disfruten:
Las Crónicas de Bane: la Última Defensa
del Instituto de Nueva York
Ciudad de Nueva York, 1989
El hombre estaba, por mucho,
demasiado cerca. Se detuvo en el buzón a unos dos metros de Magnus y comió de
su desastroso pancho con chili de Gray’s Papaya. Cuando hubo terminado, arrugó la
envoltura cubierta de chili y la tiró al suelo, en dirección a Magnus, luego,
tironeó de un agujero en su campera de mezclilla y no le quitó el ojo de
encima. Su mirada era la misma que algunos animales le dan a sus presas.
Magnus estaba acostumbrado a
una cierta cantidad de atención. Su ropa la llamaba. Usaba unos Doc Martens
plateados, jeans rasgados artísticamente, tan grandes que sólo un angosto
cinturón de plata brillante prevenía que se le cayeran por completo, y una
remera rosa tan grande que exponía sus clavículas y un poco de su pecho- la
clase de ropa que hacía a la gente pensar en la desnudez. Pequeños pendientes
bordeaban una de las orejas, terminando en uno más grande balanceándose en el
lóbulo, un aro con la forma de un gran gato de plata usando una corona y
sonriendo con superioridad. Un collar ankh plateado descansaba sobre su
corazón, y una campera negra hecha a medida lo envolvía, con cuentas colgando,
más para completar el conjunto que para protegerlo del aire nocturno. El
atuendo era completado por un corte Mohawk, presumiendo un mechón rosa.
Y estaba apoyándose contra
la pared exterior de la clínica West Village, ya entrada la noche. Eso era suficiente para sacar lo peor de
algunas personas. La clínica era para pacientes con SIDA. La plaga local
moderna. En vez de demostrar compasión, o buen sentido, o preocupación, muchas
personas se referían al hospital con odio y disgusto. En todas las eras pensaba
que fueron iluminados, y en todas las eras vagaba en casi la misma oscuridad de
miedo e ignorancia.
-Bicho raro. –Dijo el hombre
finalmente.
Magnus lo ignoró y siguió
leyendo su libro, It’s Always Something por Gilda Radner, bajo la leve luz fluorescente
de la entrada a la clínica. Ahora, enojado por la falta de respuesta, el hombre
empezó a murmurar una serie de cosas bajo su aliento.
Magnus no podía escuchar lo
que decía, pero podía adivinarlo. Insultos sobre su sexualidad percibida, sin
duda.
-¿Por qué no circulas? –Dijo
Magnus, tranquilamente cambiando de hoja. –Sé de una peluquería abierta toda la
noche. Pueden arreglar esa uniceja tuya en poco tiempo.
No era lo correcto para
decir, pero a veces esas cosas salían. No puedes aceptar tanta ignorancia ciega
y estúpida sin fracturarte un poco en los lados.
-¿Qué dijiste?
Dos policías pasaron en ese
momento. Posaron su vista en dirección a Magnus y el extraño. Había una mirada
de advertencia para el hombre, y una de disgusto apenas disimulado para Magnus.
Esta dolía un poco, pero el brujo estaba tristemente acostumbrado a ese trato.
Él había jurado hacía mucho que nadie lo cambiaría –no los mundanos que lo
odiaban por una cosa, ni los Cazadores de Sombra que estaban actualmente cazándolo
por otra.
El hombre se alejó, pero
mirando hacia atrás.
Magnus guardó el libro en su
bolsillo. Eran casi las ocho, demasiado oscuro para seguir leyendo, y ahora
estaba distraído. Miró a su alrededor. Sólo unos años atrás, esta había sido
una de las esquinas más vibrantes, festivas y creativas de la ciudad. Buena
comida en cada cuadra y parejas paseando. Ahora las cafeterías parecían
raramente pobladas. Las personas caminaban con rapidez. Tantas habían muerto,
tanta gente espléndida. Desde donde estaba, Magnus podía ver tres apartamentos
anteriormente ocupados por amigos y amantes. Si giraba en la esquina y caminaba
por cinco minutos, pasaría frente a una docena de otras ventanas oscuras.
Los mundanos morían tan
fácilmente. No importaba cuantas veces lo presenciaba, nunca se volvió más
tolerable. Él había vivido por siglos, y todavía esperaba a que la muerte se
volviera más sencilla.
Normalmente evitaba esta
calle por esa razón, pero esta noche, esperaba a que Catarina terminara su
turno en la clínica. Cambió su peso de un pie al otro, y apretó la campera aún
más contra su pecho, lamentando por un momento haber elegido basarse en la
ligera moda en vez de en calor y comodidad.
El verano se había quedado
hasta tarde, y los árboles cambiaron sus hojas con rapidez. Ahora esas hojas caían velozmente y las
calles estaban desnudas y desprotegidas. El único punto luminoso era el mural
Keith Haring en la pared de la clínica –brillantes caricaturas en colores
primarios bailando juntas con un corazón flotando sobre todas ellas.
Los pensamientos de Magnus
fueron interrumpidos por la repentina reaparición del hombre, quien había claramente
dado la vuelta a la cuadra y estaba completamente enojado por el comentario de
Magnus. Esta vez, el hombre caminó derecho hacia el brujo, parando ante a él,
casi frente a frente.
-¿En serio? –Dijo Magnus.
–Vete. No estoy de humor.
Como respuesta, el hombre
sacó una navaja y la abrió. La poca distancia significaba que nadie podía
verla.
-Te das cuenta, -Dijo Magnus
sin mirar la punta del cuchillo justo debajo de su cara. –Que parado de esa
forma todo el mundo va a pensar que nos estamos besando. Y eso es terriblemente
embarazoso para mí. Tengo un gusto mucho mejor en hombres.
-¿Crees que no lo haría,
rarito? Tú…
Magnus levantó la mano. Una
chispa azul caliente se repartió por sus dedos, y, un segundo después, su agresor
estaba volando hacia atrás por la vereda, finalmente golpeando su cabeza contra
una toma de agua. Por un momento, cuando la figura boca abajo no se movía,
Magnus se preocupó por haberlo matado accidentalmente, pero luego lo vio
removerse. El hombre miró hacia el brujo con los ojos entrecerrados y una
mezcla de terror y furia en su rostro. Estaba claramente impactado por lo que
había pasado. Un hilo de sangre corría por su frente.
En ese momento apareció
Catarina. Evaluó la situación con rapidez, fue hasta el hombre caído y pasó una
mano por su cabeza, deteniendo el sangrado.
-¡Quítate de encima! –Gritó
él. –¡Vienes de allí dentro! ¡Quítate! ¡La cosa está sobre ti!
-Idiota, -Dijo Catarina.
–Así no es como contraes SIDA. Soy enfermera, déjame…
El extraño la alejó y se
revolvió hasta pararse. Al otro lado de la calle, unos transeúntes miraron el
intercambio con una leve curiosidad.
Luego, cuando el hombre
tropezó, perdieron el interés.
-De nada, -Dijo ella a la
figura yéndose. –Imbécil.
Se giró hacia Magnus.
-¿Estás bien?
-Sí, -Respondió. –Él era el
que estaba sangrando.
-A veces deseo poder dejar a
alguien así sangrar. –Dijo Catarina, sacando un pañuelo y limpiando sus manos.
-¿Qué estás haciendo aquí, de todas formas?
-Vine para acompañarte a casa.
-No necesitas hacer eso.
–Dijo con un suspiro. –Estoy bien.
-No es seguro y estás
exhausta.
Catarina estaba inclinándose
levemente a un lado. Magnus agarró su mano. Estaba tan cansada que el brujo vio
su glamour desaparecer por un momento, advirtiendo un flash de azul en la mano
que sostenía.
-Estoy bien. –Repitió ella,
pero sin mucha convicción.
-Sí, -Dijo Magnus.
–Obviamente. Ya sabes, si no empiezas a cuidarte me veré forzado a ir a tu casa
y hacer mi sopa de atún mágicamente asquerosa hasta que te sientas mejor.
Catarina rió. –Cualquier
cosa excepto la sopa de atún.
-Entonces comeremos algo.
Vamos. Te llevaré a Veselka. Necesitas un poco de goulash y una gran rebanada
de torta.
Caminaron hacia el este en
silencio, sobre pilas resbaladizas de hojas mojadas aplastadas.
Veselka estaba tranquilo, y
consiguieron una mesa junto a la ventana. Las únicas personas a su alrededor
hablaban en voz baja en Ruso, fumaban y comían repollo relleno. Magnus ordenó
café y rugelach. Catarina, un gran plato de borscht, pierogi frito con cebolla
y salsa de manzana y bolas de carne Ucranianas y un Cherry Lime Rickey. No fue
hasta haber terminado esto y ordenado como postre crepês de queso que encontró
las energías para hablar.
-No se está bien allí.
–Dijo. –Es duro.
Había poco que Magnus
pudiera acotar, así que se limitó a escuchar.
-Los pacientes me necesitan,
-Dijo, pinchando con su sorbete el hielo de su vaso que, por lo demás, estaba
vacío. –Algunos de los doctores, gente que debería de saberlo mejor que nadie,
no tocan siquiera a sus pacientes. Y es tan horrible esta enfermedad. La manera
en la que se consumen. Nadie debería morir así.
-No. –Dijo Magnus.
Caterina pinchó su hielo un
rato antes de recostarse en el reservado y suspirar profundamente.
-No puedo creer que es ahora,
de todos los momentos, cuando los Nefilim están causando problemas. –Dijo
frotándose la cara con una mano. –Niños Nefilim, sin más ¿Cómo es que siquiera
está pasando?
Ese era el motivo de Magnus
al haberla esperado en la clínica para acompañarla a casa. No era porque el
vecindario era peligroso, que no lo era. Él la había esperado porque ya no era
seguro para los Subterráneos estar solos. Apenas podía creer que el mundo subterráneo
estaba en tal estado de caos y miedo por una manga de estúpidos niños Cazadores
de Sombras.
Cuando había escuchado los
rumores por primera vez, hacia tan sólo unos meses, Magnus había rodado los
ojos. Un grupo de Cazadores de Sombras de apenas veinte años, poco más que
niños, se estaba rebelando contra las leyes de sus padres. Gran asunto. La
Clave y los Acuerdos y trucos viejos pero respetados siempre le parecieron a
Magnus la receta ideal para una revuelta juvenil. Este grupo se llamaba a sí
mismo El Círculo, según el reporte de un Subterráneo, y era liderados por un joven
carismático llamado Valentine. El conjunto constaba de algunos de los mejores y
más brillantes de su generación.
Y los miembros del Círculo
decían que la Clave no era lo suficientemente dura con los Subterráneos. Así
fue como se giró la rueda, supuso Magnus, una generación contra la otra –desde Aloysius
Starkweather, quien quería la cabeza de los Hombre Lobo en su pared, a Will
Herondale, quien había tratado, sin haber tenido mucho éxito, esconder su
corazón abierto. La juventud de hoy pensaba que las políticas de la Clave de
fría tolerancia eran demasiado generosas, aparentemente. La juventud de hoy
quería combatir contra los monstruos, todos ellos. Magnus suspiró. Esta parecía
una estación de odio en todo el mundo.
El Círculo de Valentine no
había hecho mucho aún. Tal vez nunca lo harían. Pero habían hecho suficiente.
Habían vagado por Idris, usaron portales y visitaron otras ciudades en misiones
para auxiliar Institutos allí, y en cada ciudad que visitaban, Subterráneos
morían.
Siempre hubo Subterráneos rompiendo
los Acuerdos, y los Cazadores de Sombras los hicieron pagar por ello. Pero
Magnus no había nacido ayer, o siquiera en este siglo. No pensaba que fuera una
coincidencia que, donde sea que Valentine y sus amigos fueran, la muerte los
siguiera. Encontraban cualquier excusa para librar al mundo de los Subterráneos.
-¿Qué es lo que quiere este
chico Valentine? –Preguntó Catarina. -¿Cuál es su plan?
-Quiere la muerte y
destrucción de todos los Subterráneos, -Dijo Magnus. –Su plan es posiblemente
ser un gran idiota.
-¿Y qué si vienen aquí? –Preguntó
Catarina. -¿Qué van a hacer los Whitelaws?
Magnus había vivido en Nueva
York por décadas, y había conocido a los Cazadores de Sombras del Instituto todo
ese tiempo. Durante el último período, el Instituto había sido liderado por los
Whitelaws, siempre cuidadosos y distantes. A Magnus nunca le había gustado
ninguno de ellos, y a ninguno de ellos les había gustado Magnus. El brujo no
tenía pruebas de que traicionarían a un Subterráneo inocente, pero los Néfilim
pensaban tanto en su propia raza que no estaba seguro sobre lo que los
Whitelaws harían.
Él había ido a encontrarse
con Marian Whitelaw, la cabeza del instituto, y le había contado sobre los
reportes del Submundo de que Valentine y sus pequeños ayudantes habían estado
matando Subterráneos que no habían roto los Acuerdos, y que luego los miembros
del Círculo le habían mentido a la Clave.
-Ve a la Clave. –Le había
dicho Magnus. –Diles que controlen a sus mocosos revoltosos.
-Controla tu lengua
revoltosa, –Había dicho Marian Whitelaw fríamente. –cuando hablas de tus
superiores, brujo. Valentine Morgenstern es considerado uno de los Cazadores de
Sombras más prometedores, justo como sus amigos. Conocí a su esposa, Jocelyn,
cuando era una niña; es una mujer dulce y adorable. No dudaré de su bondad. Ciertamente
no con una prueba basada en los rumores maliciosos del Submundo solamente.
-¡Están matando a mi gente!
-Están matando a Subterráneos
criminales, en completo cumplimiento de los Acordes. Están mostrando fervor en
la persecución del mal. Nada malo puede salir de ello. No espero que lo
entiendas.
Por supuesto que los
Cazadores de Sombras no creerían que los mejores y más brillantes de ellos se
habían vuelto un poco demasiado sedientos de sangre. Por supuesto que
aceptarían las excusas que Valentine y los otros ofrecían, y por supuesto que
creerían que Magnus y cualquier otro Subterráneo que se quejara, simplemente
quería que los criminales escapasen de la justicia.
Sabiendo que no podían
contar con los Nefilim, los Subterraneos habían tratado de salvaguardarse a sí
mismos. Un refugio había sido montado en Chinatown, a través de una amnistía
entre los eternamente enemistados vampiros y hombres lobo, y todos estaban pendientes
de ello.
Los Subterráneos estaban por
su cuenta. Pero, entonces, ¿no lo habían estado siempre?
Magnus suspiró y miró a
Catarina sobre sus platos.
-Come, -Dijo. –Nada está
pasando justo ahora. Es posible que nada vaya a suceder.
-Mataron a un “vampiro
salvaje” en Chicago la semana pasada. –Dijo ella, pinchando una crepa con su
tenedor. –Sabes que querrán venir aquí.
Comieron en silencio,
pensativo del lado de Magnus y exhausto del de Caterina. Vino la cuenta y el
brujo pagó. Catarina no pensaba mucho en cosas como el dinero. Ella era
enfermera en una clínica de bajos recursos, y él tenía abundante efectivo a
mano.
-Necesito volver. –Dijo Catarina
frotando una mano contra su agotado rostro. Magnus pudo ver rastros de cerúleos
en la estela de sus dedos, su glamour desapareciendo mientras hablaba.
-Tú te vas a casa a dormir,
-Dijo Magnus. –Soy tu amigo. Te conozco. Te mereces una noche libre. Deberías
pasarla indagando en lujos extravagantes como dormir.
-¿Qué pasa si algo sucede? –Preguntó
-¿Y si vienen?
-Puedo conseguir que Ragnor
me ayude.
-Ragnor está en Perú. –Dijo Catarina.
–Dice que lo encuentra muy tranquilo sin tu maldita presencia, y esa es la cita
exacta ¿Puede venir Tessa?
Magnus negó con la cabeza.
-Tessa está en Los Ángeles.
Los Blackthorns, descendientes de su hija, corren el Instituto allí. Quiere
mantener un ojo en ellos.
A Magnus le preocupaba Tessa
también, escondida sola cerca del Instituto de Los Ángeles, en esa casa en las
colinas junto al mar. Ella era la bruja más joven a la que Magnus era lo
suficientemente cercano como para llamar una amiga y había vivido por años con
los Cazadores de Sombras, donde no podía practicar magia con el alcance que
Magnus, Ragnor o Catarina podían. El brujo había tenido horribles visiones de
Tessa lanzándose a sí misma al medio de una lucha entre Nefilim, ella nunca
permitiría que ninguno de los suyos sea lastimado si podía sacrificarse en su
lugar.
Pero Magnus conocía y
apreciaba al Gran Brujo de Los Ángeles. Él no dejaría que Tessa se lastimara. Y
Ragnor era lo suficientemente astuto para que Magnus se preocupara por él
demasiado. Él nunca bajaría la guardia en cualquier lugar en el que no se
sintiera completamente a salvo.
-Así que somos sólo
nosotros. –Dijo Catarina.
Magnus sabía que el corazón
de su amiga yacía con los mortales, y que ella estaba más involucrada por el
bien de sus amistades que por realmente querer pelear con los Cazadores de
Sombras. Catarina tenía sus propias batallas que enfrentar, su propio campo
sobre el que pararse. Era una mayor heroína que cualquier Nefilim que jamás
haya conocido. Los Cazadores de Sombras habían sido elegidos por el ángel.
Catarina había elegido ella misma luchar.
-Parece ser una noche
tranquila. –Dijo Magnus. –Vamos. Terminemos y déjame llevarte a casa.
-¿Es esto caballerosidad? –Dijo
la bruja con una sonrisa. –Pensé que eso estaba muerto.
-Como nosotros, nunca muere.
Caminaron de vuelta por el
camino por el que habían venido. Estaba completamente oscuro, y la noche había
tomado un giro decididamente frío. Había señales de una lluvia cercana.
Catarina vivía en un simple, suavemente deteriorado apartamento con escaleras fuera
de la Calle West Veintiuno, no muy lejos de la clínica. La estufa nunca
funcionaba, y las latas desechadas siempre rebosaban, pero a ella no parecía
importarle. Tenía una cama y un lugar para su ropa. Eso era todo lo que
necesitaba. Llevaba una vida mucho más simple que la de Magnus.
El brujo fue a su casa, a su
apartamento en Village, fuera de Christopher Street. Su hogar tampoco tenía
ascensor, y subió de dos escalones a la vez. Al contrario de Catarina, su
vivienda era extremadamente habitable.
Las paredes eran brillantes
y alegres tonos de rosa y amarillo margarita, y el departamento estaba
amueblado con algunos de los objetos que había coleccionado con el correr de
los años: una maravillosa mesilla francesa, un par de divanes victorianos, y un
impresionante dormitorio arte deco construido completamente con vidrio
espejado.
Normalmente, en una fresca
noche de primavera como esa, Magnus se serviría una copa de vino, pondría un álbum
de Cure en el tocadiscos, subiría el volumen y esperaría a que empezaran los
negocios. La noche era normalmente su tiempo de trabajo; tenía varios clientes
sorpresivos, y siempre había investigación que hacer o lecturas con las que
ponerse al día.
Esta noche hizo una jarra de
café fuerte, se sentó en su asiento en la ventana y miró hacia la calle debajo
de él. Esta noche, como cualquier otra noche desde que los oscuros rumores de
los sangrientos jóvenes Nefilim empezaron, se sentaría, observaría y
reflexionaría. Si el Círculo venía, como parecía que harían eventualmente, ¿qué
pasaría? Valentine tenía un odio especial por los Hombre Lobo, decían, pero
había matado a un brujo en Berlín por someter demonios. Magnus era conocido por
hacer esto una o veinte veces.
Era extremadamente probable
que, si venían a Nueva York, vendrían por él. Lo más sensato sería irse,
desaparecer en el país. Había adquirido una pequeña casa en Florida Keys para
ir durante los brutales inviernos neoyorkinos. La vivienda estaba en una de las
islas más pequeñas y deshabitadas, y también tenía un lindo bote. Si algo
pasara, podría subirse y perderse en el mar, encabezado al Caribe o Sudamérica.
Había empacado muchas veces, y
desempacado justo después.
No había punto en correr. Si
el Círculo continuaba con su campaña de supuesta justicia, harían el mundo
entero inseguro para los Subterráneos. Y no había forma en que Magnus podría
vivir consigo mismo después de huir, dejando a sus amigos, como Catarina,
tratando de defenderse.
Tampoco le gustaba la idea
de Raphael Santiago o alguno de sus vampiros siendo asesinados, o alguna de las
hadas que sabía que trabajaban en Broadway, o las sirenas que nadaban en el
West River. Magnus siempre se había considerado a sí mismo una piedra rodante,
pero había vivido en Nueva York por un largo tiempo. Se encontró a sí mismo
queriendo defender, no solo a sus amigos, sino también a su ciudad.
Así que se quedaba, y
esperaba, y trataba de estar listo para el Círculo cuando vinieran.
La espera era lo más difícil.
Tal vez era el por qué se había involucrado con el hombre en la clínica. Algo dentro
de Magnus quería que llegara la batalla. Contorneó y flexionó sus dedos, y una
luz azul circuló entre ellos. Abrió la ventana y respiró algo del aire
nocturno, que olía a una mezcla de lluvia, hojas y pizza de algún lugar en la
esquina.
-Simplemente hazlo. –Le dijo
a nadie.
Bueno, espero poder subir la próxima parte pronto J Dejen comentarios
por favor para saber qué tal les pareció :P
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