domingo, 21 de septiembre de 2014

Arder/Quemar - Capítulos 43 a 49 - TRADUCIDOS - Julianna Baggott

PERDIZ
CONFETI
-Baila conmigo. –Grita Iralene por sobre la música. –Vamos.
Perdiz se siente sorprendido. Pressia iba a golpearlo. Sus ojos revolotean por la multitud, por mesas de banquete, vestidos brillantes, cabello lustroso, cubiertos relucientes, arcos dorados en el techo ¿Ésta fue la primer mirada de Pressia a la Cúpula? Y él está en el centro de todo, tomando champán en un traje hecho a medida, junto a su novia, ¿esposa? –No puedo. –Dice en voz baja.
Y justo entonces, alguien en alguna parte suelta confeti rosa. Lo vuela una máquina oculta y revolotea a su alrededor. Le recuerda el principio de todo—corriendo por el filtro masivo de aire, las aspas gigantes de ventilador, cortando los filtros rosas, todas las fibras girando a su alrededor. Le recuerda a la forma en la que la ceniza flota en el aire—allí afuera—y a Lyda y lo que ella dijo sobre estar encerrado dentro de un globo de nieve.
Iralene le tira del saco. -¡No dejes que Pressia lo arruine! Llegará a conocerme, y le gustaré. A ti tampoco te guste la primera vez. –Dice.
La chica lo empieza a empujar hacia la pista de baile. Él la detiene y la mira a los ojos. Recuerda cómo era la primera vez que la conoció. Estaba rígida y rara—casi como un extranjero. Y era una extranjera. Había vivido tanto tiempo suspendida. –Hice un desastre.
Ella envuelve los brazos a su alrededor, lo sostiene con fuerza. –No, no lo hiciste. Hiciste lo correcto. Te vi hacerlo. Sé que es la verdad. Se lo explicarás todo. Entenderá.
-No creo que jamás lo entienda.
-Sé qué harás, Sr. Perdiz Willux.
-¿Qué?
-Tienen el mejor regalo del mundo para darle, y una vez lo hagas, te perdonará todo. -Iralene le sonríe. -¿Verdad?
Perdiz tiene a su abuelo. Vivo. El ventilador asentado en su garganta fue sacado, y lo enmendaron, suspendieron. Incluso podría tener a su padre, aunque no puede acceder a esa cámara—no aún al menos.
Por ahora, puede devolverle a su abuelo. Puede intentar. Pero siente como si se estuviera ahogando. Falló.
Pressia lo sabe. Probablemente no sepa lo peor de eso.
-Al final, mirarás hacia atrás y todo tendrá sentido.
¿Alguna vez tendrá sentido? ¿Alguien alguna vez mirará a esta serie de eventos y sabrá que trató tan duro de hacer lo correcto—mientras todo se desmoronaba a su alrededor? -¿Qué más puedo hacer? –Dice.
-Puedes bailar con la Sra. Perdiz Willux.
Aún sorprendido, deja a Iralene llevarlo a la pista de baile, confeti llenando el aire, ensuciando el suelo como nieve rosa.

PRESSIA
SALTADOR
-Usualmente soy yo el que está vestido de guardia. –Dice Beckley. -¿Te molesta si me saco la corbata?
-¿Qué me importa? –Dice Pressia. Está furiosa. Tiene la sensación de dos puños golpeándole el pecho a la vez.
Bradwell tenía razón—sobre los Puros, sobre Perdiz. Le avergüenza haberse tragado la alegría, el amor, la desnuda esperanza de una boda—incluso por un segundo. Extraña a Bradwell más que nunca.
Él dice lo que quiere decir—incluso aunque sabe que a ella no le va a gustar. Es un lío—todos los humanos lo son—pero al menos es real. Il Capitano y Helmud también. Se pregunta si siquiera tendría que haber venido. Pero puede sentir la caja de metal clavándosele en la cadera. Debe tratar de salvar gente. Tiene que darle una oportunidad—incluso si Perdiz es una causa perdida.
Están caminando por una calle vacía. Los frentes de las tiendas están cubiertos con fotos de Perdiz e Iralene en varias poses. Se detiene en una del chico empujando a su prometida en una hamaca de madera. –Míralo.
Beckley se mete el moño en el bolsillo y para. –Estaba allí. –Dice. –Él no quería posar para las fotos.
-Tal vez no quería posar para ellas, pero el hecho es que lo hizo. Dejó que alguien los fotografiara. –Mira el rostro de Beckley. Es más grande que ella por bastante, se ve algo endurecido.
-¿Cómo es? –Dice ella. –¿Vivir en este lugar?
-¿Qué se yo? Ha pasado tanto tiempo que ya no tengo a nada con qué compararlo.
-¿No recuerdas el Antes? No te creo.
-Quizás esa es tu primera lección. No deberías creerle a nadie aquí. –Él se vuelve a poner en movimiento.
Ella camina detrás con rapidez. -¿Es siempre así de horrible y hermoso?
-Generalmente no está tan iluminado, pero sí.
-Perdiz dice que va a traer a mi abuelo de vuelta. Está muerto, Beckley ¿Piensa Perdiz que es Dios?
Fue cruel de parte de él decirlo—prometerle su abuelo. Perdiz sabe qué significaría para ella tenerlo de nuevo. Fue el único padre real que alguna vez conoció. No era su abuelo verdadero, pero eso sólo hacía todo lo que hizo más remarcable. Le salvó la vida.
-Dime ¿De qué lado estás? –Pregunta ella.
-No hay lados.
-¿Y es esa la segunda lección?
-Supongo que puede ser.
-Creo que hay un lado bueno. –Dice Pressia. –Y estás en él o no lo estás.
El guardia mira a la chica y después al aire mustiado. –De todas formas ¿Cómo es allí afuera?
¿Cómo puede describir el mundo fuera de la Cúpula? Es imposible. –No sé. –Dice Pressia. -Real.
Beckley mira el punto en la estrecha acera, más blanca que el resto.
-¿Qué es eso? –Pregunta Pressia.
Él se detiene, mira al edificio y apunta a una de las ventanas que ha sido cubierta por plástico grueso. –Saltador.
-¿Saltador?
Él asiente.
-¿Te refieres a que alguien saltó por esa ventana?
-Sip.
-Y la acera está blanca porque…
-Limpiaron la sangre con blanqueador. –Beckley se mete las manos en los bolsillos y sigue caminando.
Pressia mira de lado a lado la acera y la calle estrecha. Ve otra mancha de blanqueador. Después otra. Todas se ven frescas.
-¿Por qué hay saltadores, Beckley? –Pregunta.
-Es tan horrendo como hermoso, ¿O no? Y a veces también es real aquí. –El guardia camina hasta la puerta principal de un edificio departamental, aprieta el timbre. La puerta se abre. Entran a la recepción con lujosos muebles de terciopelo y grandes espejos con marco dorado. Orquídeas brotan de floreros ornamentados. No pueden ser reales.
Beckley asiente hacia un hombre sentado detrás de un escritorio. Está mirando una TV en miniatura. Pressia no ve una televisión desde el Antes. Tiene lluvia pero color—y entonces reconoce el lugar. El hombre está viendo la recepción de boda de Perdiz e Iralene.
-Es el gran día. –Dice el hombre, frotándose la panza. –Pensé que estabas allí.
-Otro día, otro dólar. –Dice Beckley.
El hombre mira a Pressia pero no hace preguntas.
Beckley la lleva a un ascensor. La puerta se desliza y abre. A Pressia la pone nerviosa tener que entrar a la casa, pero se niega a mostrarlo. Se para detrás de Beckley, quien ilumina un botón circular, y presiona la espalda a la pared. El elevador se sacude y sube. Se le da vuelta el estómago.
Justo cuando el ascensor se detiene, Beckley se estira y sostiene un botón. –Lyda no lo está llevando muy bien allí dentro.
Pressia se adelanta. -¿A qué te refieres?
Beckley sacude la cabeza. –Hoy puede no ser fácil, por obvias razones.
El guardia se cubre la boca con el puño y tose. Entonces, con su mano aún alzada, dice. –Una vez tenga al bebé, la van a volver a meter.
-¿Volver a meter?
El hombre suelta el botón y la puerta se abre. Mira a un lado y al otro del pasillo. –Perdón. –Dice, sacándole el arma de la pistolera. -Protocolo. –Y luego murmura, tan suave que ella apenas puede descifrar lo que dice. –Volverá al centro de rehabilitación. Para gente loca. Nunca saldrá.
-Pero el bebé…
-El bebé estará bien. –Susurra él. –El bebé es un Willux.
PRESSIA
MADRE E HIJA
El departamento es prístino, espacioso: muebles blancos, cortinas blancas, muros blancos enmarcados con impresiones de flores en vasos que casi hacen juego con las flores en los floreros sobre las mesas aquí y allá. Y sentados en dos sillones hay dos mujeres, un hombre y una chica, todos perfectamente posicionados alrededor de una televisión brillante, sintonizada en la recepción, por supuesto. No se le puede escapar.
Lyda no está entre ellos. A Pressia le disgusta la vacía perfección de todo ¿Alguien va a dejar que Lyda vuelva a ser mandada al centro de rehabilitación después de sacarle su bebé? ¿Sabe la gente el secreto?
Pensó que sabía qué era el infierno. Pensó que lo conocía íntimamente—una alimaña agarrándola en un campo de escombros, las muerterías de la ORS, los Terrones alrededor de Crazy John-Johns, las criaturas contenidas en la niebla en Irlanda, enfermas, los pulmones tapados, una muerte lenta.
Pero no. Este es un infierno que nunca se imaginó—uno educado y vicioso.
-¿Dónde está Lyda? –Les pregunta Pressia.
La miran, cada par de ojos observando su puño de cabeza de muñeca envuelto. No soporta la forma en la que la miran boquiabierta. Desgarra los vendajes. Debería haberlo hecho en la recepción—mostrarles la verdad de quién ella es. Deja caer el vendaje al suelo. Se siente libre de nuevo—como si la cabeza de muñeca pudiera ahora respirar.
Una de las mujeres toma a la niña y la abraza contra su pecho.
-¿Quién es esta, Beckley? –Pregunta la otra mujer. Se levanta y su vestido ondea como si estuviera debajo del agua.
Beckley da un paso hacia adelante. –La media-hermana de Perdiz. -Dice.
Pressia se saca el gorro y lo tira en una mesa para que puedan ver las quemaduras curvadas alrededor de uno de sus ojos. –¿Dónde está Lyda?
El hombre le dice a la mujer apretando a la niña. –¡Llévala a la cocina! ¡Por el amor de Dios!
-¡No! –La chica dice. -¡Quiero verlo!
Pero la madre dice. -¡Calla, Vienna! ¡Muévete! ¡Ahora!
El hombre agarra el brazo de la chica y la empuja hacia la cocina, la mujer los sigue de cerca.
La señora del vestido flotante se mantiene firme. Le dice a Beckley, ignorando a Pressia. -¡No quiero a mi hija hablando con esta Miserable! ¿Me escuchas? ¡Esta situación ya es lo suficientemente delicada!
-¿Eres la madre de Lyda?
La mujer mira a Pressia. Simplemente asiente cortante. -¡No lo soportaré! –Le sisea a Beckley. -¡No lo soportaré! ¡Dile que debe irse!
Beckley se encoge de hombros. De hecho, se ve algo divertido por la situación. –Puedes decírselo tú misma. Soy un guardia, no un mensajero.
-¿Perdona? No puedes usar ese tono conmigo. –Dice la madre de Lyda. –Espera a que reporte esto ¡Sólo espera!
Beckley sonríe con suficiencia. No le teme a la madre de Lyda. Puede ser que las mujeres dentro de la Cúpula nunca son tanta amenaza como escuchó que eran en el Antes, con el peso del feminismo femenino.
La madre de Lyda parece como si fuera a llorar, como si fuera bien consiente de que no tiene poder real. Dice. –Quiero lo mejor para mi hija. Mi única hija.
-¿Es eso verdad? –Tal vez tiene poder y Beckley lo está probando, por el bien de Lyda o el de ella.
La señora se gira; su pollera revolotea a su alrededor. Agarra su bolso y dice. –¡No puedo trabajar bajo estas condiciones! Soy una profesional.
¿Está aquí trabajando? ¿Es una madre profesional? Pressia no entiende.
La madre de Lyda camina hacia la puerta. –Quiero el cuarto de bebé desmantelado. Quiero que todo sea tirado y reemplazado. Cada cosa ¿Me escuchas? –Su voz es fría y distante.
Beckley no responde. Destraba la puerta y la mantiene bien abierta. Mientras la mujer pasa, mira de vuelta a Pressia. Ahora no parece enojada; es como si toda esa emoción se hubiera disipado repentinamente y como si lo que saliese en su lugar fuera miedo.
A Pressia le gusta. Piensa en Il Capitano—miedo es poder. No hay duda de por qué le gustó todos esos años. Lo hizo sentir protegido y a salvo.
Beckley cierra la puerta detrás de la madre de Lyda y se gira hacia Pressia. –Sacaré a la familia Culp de aquí. –Dice. –Puedes ir por ese pasillo. Lyda probablemente esté en el cuarto de bebé. La puerta está en la derecha. Tendrá traba.
-Gracias, Beckley. –Dice ella.
-¿Por qué? –Dice él.
-Ya sabes. –La respaldó.
El guardia asiente y va hacia la cocina.
Mientras camina por el pasillo, Pressia huele algo familiar—humo.
LYDA
PRUEBA
No.
Perdiz vendrá por ella. Empezarán una nueva vida. La ama. Recuerda despertarse con él en el vagón de subterráneo, el sucio viento levantando su capa. La besó rápidamente, antes de que Madre Hestra pudiera atraparlos. Luego, yaciendo uno junto al otro en la casa del alcalde, Perdiz fue el que quiso que vaya con él. La forma en la que la miró, en que la tocó, cómo se sintió cuando estaban cerca del otro—eso era amor ¿O no? ¿Puede el amor simplemente desaparecer?
Ella fue quien le dijo a Perdiz que se case con Iralene—para frenar los suicidios ¿No fue lo correcto que hacer? ¿Fue armado? ¿Quería Perdiz permiso para traicionarla?
Mira alrededor del cuarto—la cuna desmantelada, el pequeño colchón inclinado contra una pared junto a una pila de libros de bebé despedazados y el bol de cenizas donde quemó hoja tras hoja, la pila de lanzas que talló de los palos, las virutas ensuciando el suelo y las bolsas de hilo y agujas de tejer que le trajo Chandry.
Mira su vestido rasgado, lo apretado que está alrededor de su cintura, donde su panza seguirá creciendo… este es el cuarto de un loco, y ella es la loca dentro ¿Ha estado tan depravada del sueño que no podía verlo claramente por lo que era?
Levanta los pedazos de su vestido. Lo tirará a la basura, y nadie verá lo que le hizo. –Puedo cambiarme. –Susurra. –Puedo volver a ser mi vieja yo. –Alza la bolsa de elementos de tejido. –Puedo hacerlo. –Camina hacia la pila de libros de bebés destrozados, queriendo esconderlos, pero accidentalmente patea el bol de cenizas, que se desparraman por el piso. Se arrodilla y trata de devolver las cenizas al bol, pero mancha el suelo con hollín ennegrecido. Entre más la frota, más oscura se vuelve la mancha.
Hay un golpe en la puerta.
No, no. -¿Quién es? –Es su madre. Lo sabe. Su madre vuelve para decirle qué tan avergonzada está, cuan mal está Lyda, qué niña terrible crió. Le dirá a Perdiz todo sobre el cuarto del bebé.
-Lyda.
No es su madre. Es una voz que reconoce pero que no puede ubicar.
Se para y en silencio camina hacia la puerta. Toca la madera con la punta de los dedos, suavemente, como una araña de agua en la superficie de un estanque. Recuerda verlas de niña—empujando y deslizándose tan ligeras como el aire. -¿Quién es?
-Soy yo. Es Pressia.
No, no puede ser. Es un truco. Sacude la cabeza. –No te creo.
-Lyda, soy yo. Tenemos que hablar.
¿Cuánto pasó desde que en verdad durmió toda la noche? Quizás su falta de descanso la volvió paranoica, o tal vez debería estar paranoica. -¡No confío en ti! –Mira las esquinas superiores del cuarto donde cubrió las cámaras. –Sólo déjame en paz. Dile a Perdiz… -Pero no puede completar la oración ¿Qué querría que alguien le dijera a Perdiz?
-Puedo probar que soy yo. –La voz dice. –Pregúntame algo que sólo yo sabría.
Piensa en los tiempos que estuvieron juntas. –La granja. –Dice. –Dime.
-Todos estábamos allí. Illia también. Mató a su marido. -Illia. Lyda la recuerda en la bañera, sus puños brillantes sacudiéndose en el aire.
-Está muerta. –Dice Lyda. Quizás la gente en la Cúpula ya lo sepa. Necesita algo más específico. –El tapizado. –Dice Lyda. –Cuéntame sobre el tapizado en el cuarto de operaciones.
-Botes. –Dice Pressia. –La pared estaba cubierta de pequeños botes porque no era un cuarto de operaciones. Una vez fue una habitación de bebé.
Lyda mira a su alrededor, su propio cuarto de bebé ¿Es por eso que preguntó? El tapizado fue prueba de que alguna vez Illia pensó que iba a tener un bebé y entonces, por algún motivo, no lo tuvo.
Esto es a lo que más le teme ahora. Si Perdiz verdaderamente se casó con alguien más, ¿Qué pasará con ella y el bebé? Se encuentra repentinamente exhausta. Se inclina contra el muro, descansando la mejilla contra su frialdad, aplastando las palmas de sus manos. Mira a la manija ¿Está Pressia del otro lado? ¿Es una mentira? ¿Puede confiar en algo de lo que alguien diga dentro de la Cúpula?
Mira la leve huella de ceniza que marcó su mano. Aprieta la traba en la manija, la gira y abre un poco la puerta.
No puede mirar. Quiere ver tanto el rostro de Pressia que empieza a llorar.
-Lyda.
Levanta la vista.
Pressia ¿Cómo es posible?
Pressia entra en el cuarto del bebé, cierra la puerta con traba de nuevo, y las dos se abrazan.
Se sostienen mutuamente con fuerza.
PRESSIA
CYGNUS
Lyda tiembla en lo profundo. Apenas puede estar de pie. Pressia la sostiene en alto. –Debemos sacarte. Van a llevarte y tomar al bebé una vez haya nacido.
Lyda asiente ¿Ya sabe que es verdad? Si no, no la sorprende. –Quiero volver con las Madres. Este lugar—no puede ser salvado.
-Escucha, tenemos intensión de derribar la Cúpula. –Susurra Pressia.
-¿Realmente van a hacerlo? ¿Pueden?
-Si Perdiz se ha vuelto contra nosotros, tendríamos que. –Dice Pressia. -
Bradwell e Il Capitano están afuera, esperando mi palabra,
-¿Esperando por palabra para tirar abajo la Cúpula? ¿Cómo mandarías el mensaje?
-No lo sé. Pensé que tendría ayuda una vez estuviera aquí.
-Cygnus. –Dice Lyda en voz baja. –Están aquí. Son los seguidores de tu madre. Pueden ayudarnos, creo.
-Alguien de Cygnus me encontró cuando recién entré a la Cúpula.
-Podemos tratar de que nos ayuden. Sé que podemos. –Dice Lyda. -¿Qué dirá el mensaje?
-Bueno, no estoy lista para mandarlo. Tengo la cura conmigo. -Dice Pressia. –Necesito llevársela a alguien que sepa qué hacer con ella. Todavía podemos salvar gente—los sobrevivientes. Podemos hacerlos completos. No podemos derribar la Cúpula hasta que trate de darle esto a alguien en quien podamos confiar.
-Sí, pero ¿Qué tipo de mensaje enviarías? ¿Qué diría? -Pregunta Lyda.
-Sería algo que sólo puede ser mío. –Mantienen sus voces bajas.
-¿Un mensaje en código?
Pressia asiente. –Le diría a Bradwell que nuestras vidas no son accidentes. Este es el principio, no un final. Le diría que haga lo que deba hacer. Sabrá que es de mí y que es tiempo de tirar todo abajo. Tal vez una imagen. –Piensa en Cygnus, la constelación, los seguidores de su madre—su madre sigue con ella, de alguna forma. –Quizás un cisne.
-Creo que puedo encontrar a alguien que ayude a enviarla. –Dice Lyda.
-No estoy segura de si alguna vez será lo correcto. Es sólo que Perdiz parece ido. Tan ido…
-Está ido. –Dice Lyda. –Lo está.
-Me dijo que tiene a mi abuelo, que lo va a traer de vuelta—de los muertos ¿Es eso posible, Lyda? ¿Lo es? –Pressia tiene miedo de que Lyda le diga que sí, y también de que le diga que no.
-¿Es por eso que realmente estás esperando a decirles que la derriben? ¿Tu abuelo? –Lyda aspira desigualmente.
-¿Es posible que siga vivo? Por favor, dime.
-Pueden hacer cosas que parecen buenas, pero son horribles, Pressia ¿Me entiendes? Horribles. –Empieza a llorar de nuevo, peor esta vez, sus costillas convulsionan. -¡Manda el mensaje! ¡Mándalo!
Pressia la abraza y la mece gentilmente. –Todavía no. Dame tiempo.
-Entonces hazme un pequeño favor. –Susurra Lyda, su voz temblando.
-¿Qué?
-Dile al guardia que el orbe está roto.
-¿El orbe?
-Los orbes mantienen las imágenes de los cuartos cambiando. No puedo explicarlo. Sólo prométemelo.
-Lyda, justo ahora tenemos que concentrarnos en—
-¡Sólo díselo! -Grita Lyda.
-Bueno. –Dice Pressia tan gentilmente como puede. –Se lo diré. Está bien. Va a estar bien.
-Estoy tan cansada. –Susurra Lyda. –No puedo dormir.
-Estoy aquí. –Dice Pressia. –Podrás dormir ahora. Estoy aquí.
PERDIZ
CAMAS DE LATÓN
Perdiz alza a Iralene, la lleva atravesando el umbral dentro de una suite en el pent-house. Esta es una luna de miel.
No debería estar sorprendido por el lujo de todo, pero lo está. La suite es exuberante—incluso después de todos los lujos del día. Deja a Iralene sobre sus tacos y juntos caminan por una sala de estar con muebles de cuero y un comedor, por un piano de cola mignon y una bañera con patas de garra en un baño tan grande como un dormitorio.
Perdiz no puede dejar de pensar en Pressia. Desde que la vio, no puede evitar ver todo doble: desde su perspectiva y desde la de ella—toda la arrogancia, riqueza gastada y crueldad de tanto lujo cuando ambos saben qué hay fuera de la Cúpula. Se siente atragantado por la culpa.
Iralene tomó demasiado champán, y él también—más de lo que debía porque quería ahogar la culpa. Pero ahora desea no haberlo hecho. Le gustaría ser capaz de pensar. Debe llegar con Pressia y Lyda lo más pronto posible ¿Cómo?
Iralene corre adelante suyo y abre la puerta del dormitorio. Lo llama. -¡Tienes que ver esto! ¡La cama es tan grande como una pileta! –Desaparece en el cuarto.
Él camina hacia el salón pero no entra a la habitación. Esta no es una luna de miel real
Iralene saca la cabeza por la puerta del dormitorio y lo mira. -¡Zambullámonos! –Se saca los zapatos.
-Iralene, -Dice él. –Sabes que es todo falso.
-¿Qué? –Dice ella. –No puedo escucharte.
Él camina hasta la puerta de la pieza y se inclina contra el marco.
Iralene había trepado la cama de dosel, su manta blanca cubierta de pétalos. Se gira y cae de espaldas, los brazos estirados, los pétalos rebotando a su alrededor. -¡No te escucho! ¡No te escucho! –Canta.
Perdiz camina hacia la cama y se sostiene a uno de sus postes, como alguien en un bote tratando de recuperar el equilibrio.
Es, de hecho, una gran cama con dosel—con un brillante marco de latón.
Como la que estaba arruinada en el tercer piso de la casa del alcalde donde él y Lyda se arroparon y tuvieron sexo—donde él le contó que la amaba.
Una cama de latón.
-No puedo dormir aquí, Iralene.
Ella alza a cabeza. -¿Qué?
-Sabes que no puedo. Sabes por qué.
-Pensé que lo decías en serio. Lo que dijiste hoy. Lo que me prometiste. Lo sentí.
-Creo que sí lo hacía.
-¿En serio?
-No sé.
-¿Sabes en qué soy buena, Perdiz? ¿Sabes cuál es mi rasgo más perfeccionado?
Se propulsa sobre sus codos. Se ve hermosa en la cama rodeada de pétalos de flores. –No tengo idea.
-Paciencia.
Tiene razón. Creció a la espera, suspendida. Se refiere a que va a esperar a que realmente se enamore de ella—de ella y de nadie más.
-Voy a ponerme al teléfono y hablar con Weed. –Dice Perdiz. –Quiero que ayude a Peekins con el abuelo de Pressia. Quiero que trate de ayudarme a entrar en la cámara bloqueada sin nombre de allí abajo. Tengo que—
-Haz lo que necesites hacer, pero recuerda—todavía me debes.
-Lo sé. –Dice él, pero la voz de Iralene cambió de una forma que lo puso intranquilo. Se dirige hacia la puerta.
-Perdiz. –Ella susurra.
Él se detiene.
-Puedes no haberlo dicho en serio lo de hoy, pero yo sí. –Dice Iralene. –Sólo para que sepas. A veces no lo hago. A veces tengo que decir lo que la gente quiere que diga o lo que necesite para sobrevivir. Aunque hoy lo decía en serio. Cada palabra.
Perdiz asiente. Cierra la puerta con gentileza y se para allí por un momento ¿Por qué nunca Lyda le respondió las cartas? ¿Cómo se siente sobre él ahora? ¿Realmente quiere saber la respuesta a esa pregunta?
Camina por el pasillo a la sala de estar de la suite. Se acaba de casar, pero por algún motivo, se siente increíblemente solitario. Tal vez es porque está solo. Su madre, su hermano, su padre—todos se han ido.
Justo ahora extraña a Sedge más que nada. Sedge habría sido su padrino. Quizás incluso lo hubiera podido aconsejar. Perdiz ni siquiera tiene un recuerdo de su hermano.
Entonces le viene a la memoria la excursión a la que Glassings llevó a su clase de Historia Mundial—los Archivos de Seres Queridos. Todos los chicos de la academia caminaron por los pasillos alineados con cajas en orden alfabético, cada una con un objeto personal de alguien que murió.
Había abierto la caja de su madre, donde encontró algunas pistas importantes de su existencia—pistas que le habían sido plantadas. Pero nunca abrió la de su hermano. No había tenido el coraje. Ahora desea haber visto lo que hay dentro.
Y entonces se da cuenta de que no necesita permiso para ir a los Archivos de Seres Queridos. Está a cargo.
Quiere ir. Ahora. Extraña a su hermano y quiere ver qué hay en esa caja.
Se da cuenta de que parece loco, tal vez borracho ¿Pero a quién le importa?
Camina hacia la puerta de la suite y la abre. Allí, parado con firmeza, hay un guardia. No Beckley. Él sigue con Pressia y, probablemente, ahora con Lyda. Éste es un guardia que no conoce bien para nada—Albertson.
-¿Señor? -Dice Albertson.
-Quiero que me escoltes a un lugar.
-No puedo simplemente hacer eso, señor. Tendría que obtener permiso. Tendría que hacer llamadas.
-¿A Foresteed?
Albertson aparta la mirada.
-Es mi día de boda, Albertson. Qué tal si como regalo no haces ninguna llamada, ¿sí?
-No sé. –Dice Albertson. –Es sólo que no estoy seguro.
-Vamos, Albertson. Sabes que es lo correcto. Sólo un pequeño viaje. Tú y yo.
-¿Ahora, señor?
-Sí.
-¿A dónde?
-Quiero visitar a mi hermano.
IL CAPITANO
MIERDA QUE SÍ
Il Capitano siente una gran presión en el pecho. Está en el suelo de la bóveda del banco, las cajas del depósito de seguridad se emborronan en la pared. Está oscuro, excepto por un par de linternas parpadeantes. El jadeo de Helmud en su espalda. -¿Qué es esto? –Dice Il Capitano. Le retumba la cabeza. El aire está lleno con el olor a biodiesel.
Una mano toma una de sus muñecas y después la otra, y al sentir que se las atan detrás de la espalda, se sacude y retuerce. -¿Qué demonios pasa?
Pero ahora alguien los está aplastando contra el suelo.
Una voz de hombre dice. –Estamos listos para arrastrarlos, Frost.
El hombre a su espalda, Frost, murmura. –Bueno.
¿Dónde está la bacteria? Helmud lo está empujando, y puede sentir los bordes agudos de la caja. –Revísala. –Le gruñe a su hermano.
Helmud no responde.
-¡Revísala! –Grita Il Capitano de nuevo. -¡Revísala!
Todavía nada. E Il Capitano sabe que ya no está. Es un fracaso. Perdió lo único que podía derribar a la Cúpula. Se acabó.
-¿Bradwell? -Grita Il Capitano. -¿Estás aquí? –Alza el mentón, raspándose con el suelo, y gira la cabeza. Dios, no quiere que sepa que ya no está.
Bradwell está sentado en el suelo, ya amordazado, sus brazos detrás de su espalda. Dos hombres están parados junto a él, uno a cada lado. Bradwell debe de haber luchado con bastante fuerza. Tiene un corte en la cabeza, sangre corriéndole por la sien. Sacude la cabeza y pasa los ojos hacia la pared de cajas detrás de él. Il Capitano no puede leer el gesto.
Divisa la lata de gasolina cerca de la puerta circular de un metro de espesor de la bóveda del banco ¿Qué diablos están haciendo con eso aquí abajo? No puede ser bueno.
El rostro de Gorse repentinamente aparece al apoyarse sobre una rodilla. Sostiene un rifle viejo de la ORS. –Pensaste que podía perdonar y olvidar todo el asunto con la ORS ¿eh? ¿Pensaste que todos veríamos alguna nueva versión brillante al regalar comida y abrigo, y todo el resto desaparecería?
-¿Por qué ataron a Bradwell? Está de su lado.
-¿Lo está? Parece que perdió su camino, aliándose contigo.
Il Capitano mira a Bradwell. Se siente mal por haberlo arrastrado. Bradwell encoge sus pesadas alas—una especie de perdón. –Pero realmente he cambiado. –Dice Il Capitano.
-¿Alguna vez pagaste por lo que hiciste? –Dice Gorse. -¿Lo hiciste?
No tiene que pensarlo mucho. La respuesta es no. No pagó en realidad. Impartió tanta muerte y sigue vivo. -¿Qué van a hacer conmigo?
-¿Conmigo? –Susurra Helmud.
-Será servida justicia. –Dice Gorse, y después mira a Frost, quien tiene a los hermanos trabados contra el suelo. –Ve y amordázalos a ambos.
-¡Gorse, espera! –Grita Il Capitano. -¡Pensé que éramos amigos!
-Ahora sabes mejor.
-¡Pero encontramos a tu hermana!
Gorse se para y le apunta el rifle a la cabeza. –No vuelvas a hablar de mi hermana. Quizás esté muerta. Quizás esté viva. Pero el hecho es que pensé que estaba muerta todos estos años por ti ¿Cuántos dejaste morir en las muerterías? ¿Cuántos se congelaron en tus jaulas? ¿Cuántos cazaste y usaste como blanco? ¿Mantuviste la cuenta? ¿Eh?
Il Capitano trata de luchar de nuevo contra las cuerdas. Si no puede librarse es hombre muerto. Ambos, él y Helmud. Gorse lo patea en las costillas. Se dobla a la mitad. Jadea en el piso, retorciéndose sobre el dolor, mientras Frost le envuelve un trapo en la boca, haciéndolo aún más difícil respirar.
Justicia, piensa Il Capitano. Está bien. –Golpéame de nuevo. –Gruñe contra el trapo. -¡Hazlo! –Es lo que se merece. Pero puede escuchar los gritos de protesta de su hermano pronto sofocados. Il Capitano no dejará que Helmud pague. Luchará por él, por sí mismo. Es quién es. Peleará todo el camino.
-¿Le tapamos los ojos? -Pregunta Frost.
-No. -Dice Gorse. –Quiero que vea esto.
Frost tira de Il Capitano para ponerlo de pie. Los dos hombres, ambos con rostros retorcidos y metal sobresaliendo de sus brazos, como si hubieran estado en el mismo lugar durante las Detonaciones y tuvieran suerte de no estar fusionados juntos, levantan también a Bradwell. Caminan por la puerta dentada de la bóveda del banco hacia los yacimientos desmoronados de la recepción y por el agujero en los escombros—no le es tan fácil con las manos atadas detrás de la espalda, bajo el peso de su hermano.
Sobre el nivel del suelo, el viento es frío y cortante. Bebió demasiado; se siente enfermo. La cabeza lo está matando, y se siente algo mareado. Está casi feliz de que Frost tenga un agarre tan fuerte sobre su brazo superior; de otra forma, podría caer.
Están rodeados por una docena de gente, más o menos, incluyendo un par de Amasoides aglomerados. Trata de distinguir todos los rostros para ver si hay algún amigo entre ellos.
Entonces escucha una voz que recuerda bien. -¡Felicidades, Il Capitano! –Ve a los adoradores de la Cúpula que encontraron a Wilda en un campo cuando recién fue devuelta de la Cúpula, purificada, como era.
Recuerda las cicatrices bulbosas y trenzadas corriéndole por un lado de la cara. Margit. Ella lo odia.
Margit se acerca, le encaja los dedos debajo de la mordaza, empujándola hasta la punta de su mentón. -¿Qué dices?
-Mierda. -Il Capitano dice, sacudiendo la cabeza.
-¿No estás feliz de ver gente de mi calaña?
-La última vez que te vi habías sido golpeada por una araña, atrapada ¿Así que no explotaste?
-Fui salvada. Por Dios.
-Un regalo de la Cúpula, adivino, ser salvado así.
-Y no están felices con nosotros, Il Capitano. No están felices para nada.
-¡Pero querían a su hijo devuelto y eso pasó! ¿Qué podrían posiblemente querer ahora?
-Deben de querer otro sacrificio. –Dice ella.
Il Capitano asiente lentamente. –Y adivino que no será un auto-sacrificio.
-¿Yo? No. Quiero estar aquí cuando seamos llamados para unírseles en el paraíso de la Cúpula. No ser ceniza en el viento.
-Ya veo. –Il Capitano ahora sabe para qué será usado el biodiesel. Arder hasta morir—no su preferencia para irse. –Pero te pediré una bondad.
-¿Qué cosa?
-Dejen a mi hermano. –Dice Il Capitano. –Es un ángel. Es bueno. Dejen a mi pobre hermano. –No puede evitar el hecho de que haya un tono irónico en su voz.
-Ahora ¿Cómo lo salvaríamos y no a ti, hombre tonto?
-Creo que van a tener que ser suaves conmigo. -Il Capitano alza las cejas. –No pueden dejar morir otra alma buena ¿O no?

Margit alza su puño apretado y con los nudillos golpea a Il Capitano en la cabeza. Le recuerda a su abuela que lo golpeaba cuando se le iba debajo de los pies. –Tal vez esa sea la mejor parte—tú sabiendo que tus pecados causaron la muerte de tu hermano. -Margit se gira y le dice a Gorse. –Deberíamos golpearlos bien y sólidamente primero y después prender fuego al hermano en su espalda para que Il Capitano pueda escuchar sus gritos.
A Gorse le gusta la idea. -¡Mierda que sí! –Dice burlándose de Il Capitano de la noche anterior. -¡Mierda que sí!
Y antes de que Il Capitano pueda escupir algo más, Margit le vuelve a meter la mordaza en la boca.

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