sábado, 13 de septiembre de 2014

Arder/Quemar - Capítulos 42: Débil y 43: Nombre - TRADUCIDOS - Julianna Baggott

PRESSIA
DÉBIL
-Elegiste un buen momento. –Dice el guardia. –Pero debemos ir rápido.
Una serie de puertas se abrieron en una ráfaga; el guardia lleva a Pressia a través de cada una, y se cierran a sus espaldas. Ella agarra las correas de su mochila—el vial, la fórmula—tan cerca ahora. Todo está reluciente y pulido. El aire huele a químicos raros mezclados con algo acre y dulce.
-¿Cómo sabías que estaba viniendo?
-Te vi en los ojos de un soldado muerto. Te plantó un rastreador. –Ella se estira y toca el punto donde sintió el extraño pinchazo y notó la rasgadura ¿La estaban rastreando? –Hemos estado mirando tu aproximamiento y cifrando tus alrededores a medida que eran reportados a Foresteed.
-¿Foresteed?
-Supervisa las operaciones militares.
-Así que Perdiz no ordenó los ataques ¿Fue Foresteed?
Él asiente.
A Pressia la anega el alivio. Tenía razón. Perdiz nunca habría hecho eso.
-Te necesitamos aquí. –Dice el guardia. –Queremos que hables con Perdiz.
-¿Qué quieren que le diga?
-Que debe hacer esto de la forma difícil.
-¿Hacer qué?
-Empezar de nuevo.
-¿Y lo está haciendo de la forma fácil?
-No hay forma fácil. Será sangriento. Tiene que dejar que sea así.
La lleva a un pequeño cuarto lleno de boquillas, como si fuera a ser rociada hasta morir.
-Ropa apilada para ti. Cámbiate rápido.
-Espera ¿Quiénes son?
-Somos Cygnus. Podemos llevarte con tu hermano. –Cierra la puerta.
¿Cygnus? ¿Cómo la constelación? El cisne. Todo esto se remonta a su madre. Siente fuertemente, por sólo un momento, que su madre está con ella.
Y está dentro. Esto es. La Cúpula. Está sorprendida. Toca el azulejo blanco, dejando un rastro de ceniza.
Mira a las boquillas, preparándose para el agua—¿o gas venenoso?
Nada viene.
Levanta la ropa de la pila—un traje de guardia, incluyendo una pistolera. Recuerda la primera vez que usó el uniforme de la ORS, cuánto amó la pomposidad del saco térmico incluso aunque se odió por ello. Siente la misma punzada aquí. No debería estar emocionada por estar dentro. Bradwell estaría furioso. Il Capitano querría reventar la cabeza del guardia—ayudando o no, el bastardo logró entrar. Fin. Pero tiene esperanza. La llevarán con su hermano, que es inocente. Quiere ver las academias femeninas y masculinas con canchas, los edificios apartamentales con cuartos limpios y literas, los campos y comida y falso sol y luz, sin frío, sin sufrimiento, sin oscuridad absoluta. Pero ha sido advertida: será sangriento.
En una esquina hay un pequeño cuenco con una barra de jabón y una toalla. Quieren que se lave. Es bueno que su piel ya no lleve el brillo dorado. Se viste con rapidez, nerviosamente sujetándose la pistolera alrededor de la cintura. No será capaz de llevar la mochila. Resaltaría demasiado. La abre, mete la mano y saca la caja. Abre el pestillo y revisa que el vial esté intacto, la fórmula en su lugar. Cierra la caja, la desliza entre su camisa a medida y saco apretado, y la posiciona sobre una cadera, la ropa es lo suficientemente ajustada para mantenerla en su lugar. Se mueve hacia el cuenco, se frota el rostro, el cuello y después mira la cabeza de muñeca. Por la alegría de estar dentro de la Cúpula, de haber logrado llegar hasta aquí, olvidó esto—la piel de la cabeza de muñeca manchada con cenizas, sus labios fruncidos, sus ojos parpadeantes. Le lava la cara, frota la fila de pestañas plásticas y el cráneo, donde sus nudillos se fusionan debajo de la superficie. La seca con toques de la toalla de mano y la cabeza de muñeca se ve fresca y limpia, con los cachetes rosados ¿Puede ser removida? ¿Puede ser curada aquí? Sale de la habitación, dejando la mochila vacía detrás.
El guardia le entrega una pistola como la de él. Ella la desliza en la pistolera y alza la muñeca.
-¿Qué hay sobre esto? –Dice. Pero él ya está preparado. Saca un rollo de vendajes.
Pressia levanta el brazo, y él enrolla la venda en la cabeza de muñeca, obviamente le incomoda. Aprieta tanto que, por un segundo, se imagina que la muñeca no será capaz de respirar. Ridículo, lo sabe. Engancha la venda en su lugar.
-Si alguien pregunta, diles que estuviste en un accidente.
Ella asiente, pero se siente enferma. No fue un accidente. Esa es la razón por la que está aquí. Le fue hecho a propósito. Todas esas pérdidas, asesinatos, muertes adrede. Bradwell diría: Mira qué tan rápido escondieron la verdad.
El guardia se toca un lado de la cara, el mismo punto donde ella tiene la quemadura en forma de media luna. –Cúbrete eso. –Dice. –Tira algo de cabello hacia delante. –Le entrega una gorra. –Y déjate esto puesto.
Es traición. Todo. La enferma.
Él la lleva por un pasillo. Ella escucha un rumor lejano y piensa en los Terrones rodeando Crazy John-Johns. Siente las mismas vibraciones en las suelas de sus botas. Está asustada y no tiene idea de qué esperar.
Pero pronto están junto a un túnel y un tren llega. Es elegante, una máquina hermosa—tan brillante que puede ver su reflejo. Es una guardia ahora.
Las puertas se abren. Entran. El vagón está vacío.
-Todos están frente a sus televisores hoy. –Dice el guardia.
-¿Por qué?
La observa y después aparta la mirada. –Boda. Perdiz va a casar se.
-¿Va a casar se?
-Sip.
Piensa en Lyda y el bebé ¿Se casan porque es mandatorio en la Cúpula hacerlo al embarazarse? Preguntaría, pero no está segura de si el embarazo es de conocimiento popular. Piensa en su boda en el bosque. Real pero no. Íntima. Un secreto. La única forma que parece poder existir es en su cenizo y desolado hogar. Pero el amor dentro de la Cúpula debe ser distinto. Aquí, enamorarte puede ser un evento, una proclamación sin reconocer que a todos los que amas pueden morir de forma horrible, que amar a alguien es aceptar la pérdida inminente.
Se siente un poco mareada. Se agarra de la vara brillante del tren, tan limpia que rechina cuando se le resbalan las manos.
Este es el día de boda de mi hermano, piensa, y a pesar de todo, se siente feliz, quizás incluso esperanzada.
Pero de todas formas, el vagón le recuerda al que estaba enterrado, en el que las Madres había hecho un túnel, con su suelo levantado y sus ventanas golpeadas. Puede oler los persistentes perfumes de los champuses de los Puros, lociones, fijador de pelo—una dulzura que le recuerda a su niñez en la barbería con sus pequeñas botellas de tónicos y geles. Mayormente, hay una ausencia de podredumbre y muerte, humo y carbón. La marea y también le dan ganas de llorar.
Se endereza y dice. -¿Me llevas a la ceremonia de la boda?
El guardia revisa su reloj. -La recepción. El lugar estará lleno de guardias. Alta seguridad. Encajarás.
-¿Seguro? –Sostiene en alto su puño vendado.
-Herida ¿Recuerdas? Sólo di eso.
-Accidente. –Dice ella. –Me dijiste que dijera que fue un accidente.
-Misma diferencia.
-Sólo porque ninguna es verdad.
El guardia la mira. -¿Qué?
-No fue un accidente. No estoy sólo lastimada.
-No nos adentremos en eso.
-¿Eso?
-Ya sabes.
Siente el calor de la ira enrollarse en su pecho. –Las Detonaciones nos deformaron. –Dice. –Mutilaron y fusionaron. Alteraron nuestro nivel más básico. Incluso los bebés nacidos después de las Detonaciones están mutados ¿Es eso en lo que no te quieres meter?
-Soy uno de los tipos buenos. –Dice el guardia a la defensiva.
-¿Eso te ayuda a dormir por la noche?
-No duermo de noche. –Él se inclina contra la ventana, su rostro reflejándose oscuramente en el vidrio. El tren desacelera. –Aquí es. –La mira. -¿Lista?
Ella no se puede imaginar en qué está a punto de entrar, mucho menos si está lista. –No estoy acostumbrada a tener elección.
Las puertas se abren.
-De aquí en adelante, caminamos hombro a hombro ¿Bien?
-Bueno. –Dice ella. -¿Cuál es tu nombre?
-Vendler Prescott. –Le responde. –Mis amigos me llaman Ven.
Éste es quién tiene de su lado. Ven. Hombro a hombro. –Vamos.
Caminan a través de más pasillos esterilizados. Asienten al encontrarse con un guardia ocasional. Pressia escucha la música distante, voces fuertes. Llegan a un par de puertas. Ven se detiene, la mira. Pressia asiente.
Él abre las puertas, y allí hay un gran y hermoso cuarto lleno de mesas con manteles y gente en vestidos y trajes. Meseros revolotean por allí con pequeñas tortas en platos. Algunas mujeres parecen estar usando pelucas elaboradas, por la forma en que los rizos están apilados en las puntas de sus cabezas. Los hombres tienen cabello liso, engominado hacia atrás.
Piel, piel, piel—toda perfecta.
Los chicos se agachan debajo de mesas, levantan los platos de torta abandonados por la gente. El suelo está cubierto de pétalos aterciopelados.
Nadie se encorva bajo el peso desigual de otra persona. No hay animales, ni vidrio o metal o plástico incrustado en sus cuerpos. Sin amputaciones, sin cicatrices profundas y rojizas, sin quemaduras de soga.
Sin la espesa capa de ceniza.
Todo está limpio y reluciente.
Y la música es gloriosa. Nunca escuchó algo como esto—tan grande y fuerte y hermoso. Mira el alto y espaciado techo. Globos están atrapados en las bóvedas.
Esto es una boda—no dos personas susurrando en un bosque. No importa cuánto ella y Bradwell se amen, esto se siente real de una forma en la que su casamiento nunca lo será.
Ven la toma del brazo, y Pressia recuerda que se supone que encaje, no que todo la asombre.
Caminan junto a una pared, lejos de las muchedumbres.
En la pista de baile, parejas tomándose de las manos se mecen y giran. Lo más impresionante es que es mejor de lo que jamás lo imaginó, y pensó que había esperado demasiado, que nunca sería capaz de cumplir con sus expectativas.
Pasan una torta con los pisos sujetos por columnas, como si fuera una catedral. Arañas—los cristales  tintineando sobre sus cabezas. Recuerda el comedor de la granja y cómo, después del incendio, la lámpara se estrelló contra la mesa, como una reina caída ¿Dónde está la prueba de que estas personas fueron gobernadas por alguien tan horrible como Willux? Quiere que Bradwell vea esto ¡Una boda! ¡Siguen existiendo! Los Puros pueden creer en un amor tan profundo que lo celebran abiertamente ¿Podrán ella y Bradwell alguna vez dejar de estar lo suficientemente hastiados para hacer algo así? Por supuesto, las bodas son probablemente comunes dentro de la Cúpula, pero para Pressia, se siente como un acto tan desnudo de esperanza.
¿Por qué razón en el mundo quería Lyda quedarse con las Madres? Esto es el paraíso. Bebe de la música; el aire dulce, limpio; los chicos chillando con alegría. Bradwell, piensa, ¿Ves? No son todos malos. Hay belleza aquí. Hay inocencia y gozo. Se siente vindicada.
Y entonces ve a Perdiz. Está siendo felicitado por un grupo de chicos de su edad. Levantaron sus vasos aflautados—¿Champán?—para hacerle un brindis. Pressia toma aire, con intención de llamarlo, pero se detiene. Es una guardia, no una hermana.
Uno de los amigos golpea su vaso vacío con un tenedor. Los otros se le unen. Ven para y espera. Un coro tintineante se eleva a su alrededor. Perdiz parece estar buscando a alguien ¿A Lyda? ¿Dónde está?
-¿Qué pasa? –Le pregunta Pressia a Ven.
-Se supone que se besen. Es una tradición.
¿Una tradición con un beso? Pressia piensa en las tradiciones con las que fue criada. Las Muerterías le vienen a la mente.
De un frenesí de mujeres, emerge un vestido blanco—abombado y de encaje, sostenido como la catedral de trota.
A Pressia le sorprende que Lyda haya elegido un vestido tan elaborado y enorme, pero entonces ve la cara de la novia.
No es Lyda.
Es una chica a la que nunca vio antes.
El tintineo se vuelve más y más alto y estridente.
Tiene que haber un error.
Pero entonces Perdiz toma la mano de la mujer, la acerca y la besa. Es rápido, pero un beso después de todo. La gente deja de golpear los vasos y estallan repentinamente en hurras. Pressia deja de respirar.
Perdiz y la mujer, esta extraña, saludan y después se susurran mutuamente, sonriendo.
Pressia agarra el saco de Ven. –¿Qué pasó? ¿Quién es ella?
-Iralene. –Dice Ven. –Willux la eligió para Perdiz.
-Pero… Lyda… y…
Ven sacude la cabeza, y ella sabe que no es sólo el embarazo secreto, sino Lyda también.
-Quiero hablarle a Perdiz. Quiero hablarle ahora. –Está furiosa ¿Qué demonios está él haciendo? ¡Lyda está en cinta! Es su hijo, ¿y sigue haciendo lo que su padre le dijo?
-Estoy tratando de acercarte; después tal vez ustedes dos puedan encontrar un lugar tranquilo—
-No me importa encontrar un lugar tranquilo. –Dice Pressia y se dirige a la multitud. Escucha a Ven diciéndole que espere, pero ella sigue—rodeando mesas, atravesando la pista de baile y yendo en línea recta hacia Perdiz.
La novia ha sido separada por algunos invitados. Perdiz le está hablando a un hombre más viejo de rostro delgado y bronceado ¿Cómo te bronceas en un lugar sin sol?
Pressia se detiene frente a ellos.
Le toma unos segundos a Perdiz notarla, pero cuando lo hace, su cara se ilumina. -¡Pressia! –Dice como si fuera una buena sorpresa.
Y por alguna razón, es su alegría lo que la enoja más que nada. Él le pasa su trago a un hombre cercano, se inclina hacia delante, con los brazos abiertos, listo para abrazarla, y antes de siquiera pensarlo, ella levanta la mano para abofetearlo, pero su muñeca es agarrada.
El hombre de rostro bronceado la ase con firmeza, acercándola.
-¿Quién demonios eres? –Dice Pressia. –Déjame ir.
-Soy Foresteed. Lindo conocerte, Pressia.
-¿Cómo sabes quién soy?
-Es difícil no reconocer a un Miserable tan conocido como tú ¿Crees que esos vendajes me engañan?
-Afloja, Foresteed. –Dice Perdiz, y el agarre lo hace y la deja ir. -¿Cómo llegaste? Vamos a algún lugar para hablar.
-No voy a ninguna parte.
Las mejillas de Perdiz se vuelven de un rojo oscuro, como si lo hubiera golpeado. Se frota las manos. –Necesitamos hablar.
Ella nota que todos sus dedos están allí. Se estira y le toma las dos manos, preguntándose por un segundo si recordó mal cuál meñique Nuestra Buena Madre le cortó. Pero ambas manos están intactas. Sus meñiques están perfectamente formados. –¿Cómo? ¿Por qué? –Apenas puede hablar.
Él retira sus manos y mira al enorme salón, y ella puede verlo caer en la cuenta—cómo esto debe de verse para ella. –Puedo explicarlo. –Dice. –Estoy haciendo lo correcto aquí. Tan sólo… Sólo que no…
-Me enfermas. –Su voz está tan ahogada de rabia que sale como un susurro.
-Debemos encerrarla. –Dice Foresteed. –Por el amor de Cristo, está contaminada ¿Cómo diablos llegó aquí adentro? –El hombre mira el poblado salón de banquete.
-Nos siguen matando allí afuera. Y a ti ni siquiera te importa. Mírate. –Dice Pressia.
La novia, como si presintiera la tensión, se acerca rápidamente. -¿Qué está pasando?
-Está bien, Iralene. –Dice Perdiz. –Sólo danos un minuto. –se gira de vuelta hacia Pressia. –Mira, ¡Tenía que casarme con Iralene! ¡No entiendes lo que está pasando aquí!
Iralene mira a Perdiz, herida por su comentario. Dice. -¡Quiero saber quién es ella!
-Soy Pressia ¿Dónde está Lyda?
-No pudo venir. -Dice Iralene. -¿Por qué querría hacerlo siquiera?
-¡Púdrete! –Le dice Pressia a la otra chica, cuyo rostro instantáneamente se tensa. –Y tú también, Perdiz. Eres peor que tu padre ¿Lo sabes? Al menos él tenía una ambición real.
Foresteed susurra. –Déjame escoltarla afuera.
Un hombre joven de aproximadamente la misma edad que Perdiz se abre paso a empujones hacia el pequeño grupo. -¿Es ésta Pressia? –Dice.
-Ahora no, Arvin. –Dice Perdiz.
-Quiero hablar contigo. –Le dice Arvin a Pressia. –Puedo ayudar—
Perdiz alza la mano. –Todos, sólo esperen…
-Quiero ver a Lyda. –Dice Pressia. -¿Dónde está?
Perdiz se gira y grita. -¡Beckley! –Un hombre de traje aparece. Es alto y ancho con pelo rapado. –Lleva a Pressia a lo de Lyda. –La mira. –Confío en Beckley. Estás en buenas manos.
-¿Buenas manos? ¿Quién diablos eres, Perdiz?
-Sigo siendo la misma perdona. Tenme fe.
Pressia sacude la cabeza.
-Te encontraré en lo de Lyda. Hablaremos entonces. Puedo explicarlo, Pressia. Puedo.
Iralene envuelve su brazo en el de él. –Beckley debe hacer el brindis. –Dice.
Beckley alza las cejas.
-Sólo ve. –Dice Perdiz.
El guardia empieza a escoltar a Pressia fuera, pero Iralene dice. -¡Aguarda! Se supone que Beckley haga el brindis.
Pressia da un par más de pasos pero se gira. No puede evitarlo. Está furiosa. –Te defendí. –Dice con la voz temblándole. –Pero tuvieron razón todo el tiempo. Eres débil.
-No digas eso. –Perdiz corre hacia ella. Dice en voz baja. –Tu abuelo,
Pressia—lo encontré. Voy a traerlo de vuelta.
-¿De qué estás hablando?
La multitud se está acercando. Iralene tiene su brazo. –No hagan una escena.
-No, no. No querríamos una escena ¿O no? –Dice Pressia.
-Puedo explicarlo. –Dice él, pero ella sabe que no está seguro. De hecho, tiene los ojos bien abiertos y ella sabe que está aterrado.
IL CAPITANO
NOMBRE
Más allá del centro comercial, Il Capitano ve una fila de columnas caídas, yaciendo frente a una gran pila de escombros.
Empieza a treparla. Con cada paso, siente los moretones de los golpes de  
Helmud. Su hermano le pateó el trasero ¿Y qué? Se merecía los golpes. Además, se siente bien ser un poco molido—encaja con cómo se siente dentro: golpeado, cansado, acabado.
-Revísala. –Le dice a Helmud sin mucha convicción.
Helmud pasa las manos sobre la cinta, la caja cuadrada. -¿Revisada? –Dice, más como pregunta que como respuesta.
Il Capitano sabe que se está soltando—demasiada pelea, demasiado sudor—pero la bacteria está en su lugar, más o menos. –Suficientemente bien.
Ve un hoyo en la pila de escombros. Grita. -¡Sal! ¡Sal! ¡Quienquiera seas! –Desearía tener un rifle para disparar al aire. Le gustaría darle a quién estuviera allí abajo la impresión de que está a punto de tirar. Sus pistolas son definitivas, y, para ser honesto, las necesita devuelta. Siente como si hubiera perdido todo sentido de sí mismo—dirección y propósito. Sólo está allí—con Helmud.
Su hermano no lo puede dejar solo. Lo odia y necesita y se odia a sí mismo por necesitarlo.
Il Capitano llama de nuevo, pero sigue sin respuesta. Retrocede y espera un poco.
Justo cuando piensa que está vacío, hay ruidos de rasguños. La cabeza de un hombre aparece en un agujero no muy lejano. -¿Il Capitano? –Dice, parpadeando ante la pálida luz. Divisa a Helmud sobre el hombro de su hermano. Deben de parecer bastante golpeados, pero este hombre también se ve un poco molido—y pálido. Parece asustado de Il Capitano. Su miedo alimenta a este último, que a veces extraña ser temido.
-¿Quién eres?
-Mi nombre Gorse. –Dice.
-Conozco ese nombre. –Dice Il Capitano. -¿El hermano de Fandra?
El chico duda antes de asentir y mira más allá de Il Capitano y a ambos lados. Las fusiones de Gorse deben de yacer debajo de su abrigo, que se abulta en un hombro. Sus manos tienen un brillo como si hubiera metido las manos en el fuego para sacar algo. –Escuché que estabas en la ciudad—con Bradwell. –Evidentemente se sentiría un poco más seguro si Bradwell estuviera aquí.
-Nos vamos a reunir. Él eligió este lugar. Pensó que sería seguro y bueno para salir del clima ¿Cuántos allí abajo?
Gorse alza las cejas. –Sólo dos de nosotros.
-¿Te importa si esperamos a Bradwell con ustedes?
Gorse no está seguro. Mira hacia abajo y después de vuelta a Il Capitano.
-Tengo buenas noticias para ti, Gorse. –Dice Il Capitano.
-¿Sí? ¿Qué es?
-Fandra.
-¿Qué hay sobre ella? –Lo mira con sospecha.
-Está viva. Sobrevivió allí afuera, apenas, y fue recogida por sobrevivientes en Crazy John-Johns. Está bien.
-No me mentirías ¿no?
-La vi yo mismo. –Dice Il Capitano. –Largo pelo rubio. Nos salvó el trasero allí afuera.
-Nos salvó el trasero. –Dice Helmud.
-No tienes que creer nuestra palabra. –Dice Il Capitano. –Bradwell está de camino, como dije. Se lo puedes preguntar tú mismo.
Gorse mira a Il Capitano y Helmud, y luego, algo detrás suyo le llama la atención.
-No hay que esperar. –Dice.
Il Capitano se gira. Bradwell está trepando los escombros. Ve a Gorse y grita. -¡Ey, Gorse! ¿Escuchaste las noticias?
Il Capitano mira de vuelta a Gorse. -¿Ves? Te dije que lo confirmaría.
Gorse debe querer escucharlo por sí mismo. Se hace el tonto. -¿Noticias? ¿Qué noticias?
-Tu hermana. La vimos fuera por el parque de atracciones. Está bien, Gorse. Lo logró después de todo.
Gorse se pone rígido. Sus ojos brillan con las lágrimas. Se limpia la garganta, se excusa y desaparece por el agujero.
-¿Y? –Le dice Il Capitano a Bradwell.
-Encontré a Pressia. Dije lo que debía. La dejé ir.
Il Capitano no está seguro de a qué se refiere ¿Le dijo que la amaba? ¿Qué le dijo? Decide que no quiere saber ¿Por qué castigarse con los detalles?
-¿Qué demonios les pasó a ustedes dos? Se ven como la mierda. –Dice Bradwell.
-Caímos.
-¿Por unas escaleras? -Dice Bradwell.
-Sí. –Dice Il Capitano. –Algo como eso.
-Algo. –Dice Helmud.
-como eso.
Gorse reaparece, sus ojos delineados con rojo. Ha estado llorando. Se frota la cara con rudeza. –Fandra ¿Viva? ¿Seguros?
-Seguros. -Dice Bradwell.
Gorse deja salir un sonoro sonido de alegría. –¡Bueno, debemos celebrar entonces! Tenemos algunas cosas de primera aquí abajo, de antes de que los bodegones explotaran.
-Sí. –Dice Il Capitano ¿Cuándo fue la última vez que tuvo algo de tomar? Le encantaría emborracharse. El tipo de embriaguez con la respiración desgarradora.
-No lo sé. –Dice Bradwell.
-No. –Dice Helmud. No le gusta cuando Il Capitano bebe.
-¿Qué no sabes? –Le dice Il Capitano a Bradwell. –No hay nada que podamos hacer ahora—no para nosotros, no para Pressia. No podemos hacer nada hasta que escuchemos de ella. Deberíamos celebrar cualquier cosa mientras todavía haya algo que celebrar. -Il Capitano se gira hacia Gorse y dice. -Déjame hacer esto simple: ¡Mierda que sí!
-Mierda. –Dice Helmud con nerviosismo. –Sí.
* * *
-A las Madres. –Grita Il Capitano. -¡Que me asustan como la mierda! –Ya brindó por los Terrones, las alimañas, los muertos, los vivos,  los jabalíes, las criaturas en la niebla… toma un largo trago. Le quema la garganta, le calienta el pecho. Él y Helmud están sentados en el suelo de la bóveda del banco con Bradwell y Gorse y otro chico que se había desmayado y acurrucado en una esquina. La puerta circular de un metro de espesor está permanentemente abierta, contraída por el techo torcido. Los muros de metal están alineados con pequeños cajones rectangulares—todos los cuales han sido abiertos y vaciados. La mayoría de los cajones en sí ya no están. Es acogedor aquí adentro. Se siente seguro, a salvo. Huele a metal. A Il Capitano le gusta.
Mientras le pasa la botella a Bradwell, Helmud se estira e intenta agarrarla. –Vas a recibir tu parte. –Dice Il Capitano. –Está en la sangre. –Se ríe con fuerza. Sabe Helmud no quiere un trago. Quiere llevarse la botella lejos suyo. No le gusta emborracharse—y seguro que ambos lo están ahora. Il Capitano se había olvidado de cuánto extrañaba el licor—la forma en la que suaviza al mundo, enmudece el sonido, emborrona las cosas. El viejo Ingership le solía dar un trago de vez en cuando. Le alegra que el hombre haya muerto, pero extraña el licor.
-Tu parte, tu parte, tu parte. –Murmura Helmud, los brazos flácidos y la cabeza colgándole sobre un hombro. Está retando a su hermano por tomar demasiado.
-¡Cállate, Helmud! –Dice Il Capitano. –Estamos celebrando aquí ¿Verdad, Bradwell? Dile ¿Verdad?
-Cierto. -Dice Bradwell pasándole la botella a Gorse.
-¡Cierto! -Grita Gorse, dando un trago. Il Capitano vigila de cerca la bebida, intentando averiguar si obtendrá el último trago o no.
Desea que Pressia esté aquí, aunque no quiere sacar su nombre a relucir—no frente a Bradwell. No quiere saber qué pasó entre ellos cuando corrió detrás suyo en la lluvia. A Il Capitano le gusta pensar en ella ahora—con esta linda embriaguez. Todo el dolor está despuntado. Puede imaginarse un futuro con ella—los dos, o incluso tres, contando a Helmud. Y es bueno.
Y entonces, como si hubieran tocado el interruptor, Il Capitano piensa en el niño muerto atrapado en la trampa ¿Por qué ahora? Se frota la frente. –No. No. –Murmura, pero hay más rostros de muertos apareciéndole en la mente. Sus caras son un borrón ¿Qué le pasó en esa cripta? Allí es donde empezó.
¿Por qué se siente tan enfermo sobre ello ahora? Jesús. Casi le reza a Dios o a esa estatua de la santa en busca de perdón. Si lo hubiera hecho ¿Qué le habría pasado? Tendría que admitir que estaba mal. No estaba mal. Mira—¡Está vivo! ¡Helmud está vivo en su espalda!
-¿Por qué te asustan? –Le pregunta Bradwell a Il Capitano.
-¿Dios y esa santa? –Pregunta Il Capitano.
-¿Qué? No. –Dice Bradwell. –Las Madres. Dijiste que te asustan como la mierda.
-¿No te aterran? –Responde Il Capitano.
-No dije eso. Sólo me preguntaba por qué les temes.
Il Capitano se inclina hacia el medio del círculo. –Parecen buenas y lindas y, bueno, son Madres. Solían organizar comidas a la canasta y hablar sobre cortinas, y ahora te matarían tan pronto como te vean.
-Eres quién para hablar. –Dice Gorse.
-Sí, pero nunca me enorgullecí por educar las mentes jóvenes del mañana al elegir la mejor escuela privada y conducir hasta ella en la mejor minivan.
-Todos fuimos inocentes hace un tiempo. –Dice Bradwell. –Técnicamente una vez fuiste un niño, ¿No, Il Capitano? Quiero decir, mierda—tenías un nombre aparte de ese, ¿O es así en tu libreta de bautismo?
-No lo recuerdo. -Dice Il Capitano. Walden. Walden era su nombre.
-¿No lo recuerdas? -Dice Gorse. -¿Tu propio nombre?
-¡Helmud! -Dice Bradwell. -¿Cuál era el nombre de tu hermano antes de ser Il Capitano.
-No lo sabe. –Dice Il Capitano. -¡No te rías de él!
Puede sentir la cabeza de su hermano dispararse hacia arriba detrás de él. –No te rías. –Dice Helmud.
-No me estoy burlando, Helmud. Sólo digo que podrías recordar el nombre de Il Capitano por su niñez compartida. Quiero decir, está allí, en lo profundo. Tu madre solía llamarte adentro cuando eras pequeño ¿Cierto? Te llamaba ‘¡Helmud!’ y después decía otro nombre ¿Cuál era?
Helmud se bambalea otro rato ¿Está recordando? ¿Hay algún pinchazo de luz iluminando la oscura esquina de su memoria?
-No lo molestes con esta mierda. No lo recuerda y tampoco yo. Mi viejo nombre está muerto. Soy Il Capitano.
-¿Qué hay de tu apellido? –Pregunta Gorse.
-Croll. -Dice en voz baja. –Mi padre era Sargento Warret B. Croll. Croll.
Bradwell se acerca más a Il Capitano. Se estira y sostiene las mejillas de Helmud en sus manos.
-Cuando tu madre estaba enojada, tal vez los llamaba a los dos por sus nombres completos. Las madres hacen eso ¿Cómo lo llamaba cuando estaba enojada con él?
-¡Déjalo en paz! –Grita Il Capitano, retrocediendo para que el rostro de su hermano resbale de las manos de Bradwell. Se levanta. Helmud parece increíblemente pesado en su espalda y lo hace chocar contra una pared con las cajas vacías del depósito de seguridad. La cabeza de Il Capitano golpea contra el metal—un golpe agudo.
Se deja caer al suelo de nuevo. Se toca la cabeza—no hay sangre.
-¡Qué demonios, Cap! -Dice Bradwell. -¡Sólo estamos pasando el rato!
-No deberías haber dejado que Pressia entrara sola. –Grita Il Capitano. –Si muere, es tu culpa ¡Lo sabes!
Helmud lo impulsa hacia arriba. -¡Tu culpa! –Le grita a su hermano.
-¿Qué? –Grita Bradwell. -¡La dejaste ir tanto como yo!
-Tranquilos, ahora. –Dice Gorse con las manos en el aire.
Il Capitano apenas puede verlos. Son figuras tenues y parpadeantes ante sus ojos. Mira al chico en la esquina y lo odia—repentinamente y sin ningún motivo aparente. –No la deberías haber dejado ir en absoluto.
-Cap. –Dice Bradwell. –Sabes que no tenía opción. Sabes que…
Il Capitano cierra los ojos y siente que el piso bajo sus pies gira, suelto. –Si muere. –Dice volviendo a abrir los ojos, parpadeando. –La sangre está en tus manos.
-¿Quién demonios te crees que eres? –Grita Bradwell, con sus grandes alas resplandeciendo en su espalda.
Il Capitano ni siquiera se prepara para un golpe. De hecho, espera que Bradwell lo ataque. -¡Nos deberíamos desgarrar mutuamente! –Grita. –Matarnos ¡Superarlo ya!
-¿Seguro sobre eso? –Dice Bradwell.
Pero entonces Il Capitano escucha movimiento y la voz de Gorse. –Déjalo dormir la mona.
La voz de Bradwell es áspera. –No tengo miedo de que vaya a morir. Es demasiado dura para eso ¿Sabes en qué no estás pensando todavía, Cap? No te preocupa que le guste—que elija la Cúpula por sobre alguno de nosotros.
Las palabras de Bradwell penetran lentamente, y se da cuenta de que tiene razón. Bradwell siempre podía ver todas las posibilidades antes que él ¿Qué pasa si ama cómo es estar en la Cúpula? ¿Qué pasa si se va… no muerta, pero se marcha de todas formas? No puede pensar en nada que decir—nada en absoluto. Siente como si fuera a empezar a llorar. Mierda. Lágrimas se deslizan por sus ojos.
Entonces siente una mano en su cabeza. Remueve el pelo de su frente gentilmente, con suavidad. La mano le palmea el cráneo como a un nene pequeño, sudoroso por jugar en el bosque. Una voz dice. -Waldy. Waldy, Waldy, Waldy. –Así es como su madre lo llamaba cuando era pequeño. Waldy. Apodo de Walden. -Waldy, Waldy. -Helmud recuerda. Le palmea la cabeza de la forma en la que su madre una vez lo hizo hace un tiempo, cuando eran inocentes, hace un tiempo, cuando Il Capitano era Waldy.
-No pude salvarla. –Le dice a Helmud. No se refiere sólo a su madre sino también a Pressia.
Helmud envuelve los brazos alrededor de su hermano, lo sostiene con fuerza. Il Capitano toma aire y lo suelta. Helmud lo sigue sosteniendo. Se cubre los ojos con las manos. Está llorando. –Lo siento.
Susurra. –Perdóname. Perdóname. –Lo siente no sólo por la muerte de su madre, sino por todas.
-Perdóname. –El niño en la trampa, las Muerterías, las jaulas de chicos fuera en el frío. Mató gente.
Fue causante de muerte y sufrimiento…
Lo siente por todo el dolor. Por todo.
-Perdóname. –Es lo que no pudo decir en la cripta.
Pero aquí, ahora, con Helmud, Il Capitano está pidiendo perdón a la Santa Wi o Dios o a cualquier fuerza que pueda existir más allá de ellos. –Perdóname. –Sigue diciendo.
Quiere decir: Llévate esto de mí. Llévatelo.
Y entonces lo siente—algo desgarrando su pecho. Y siendo levantado.
Y ya no está.


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