sábado, 30 de agosto de 2014

Arder/Quemar - Capítulos 41: Imitación - TRADUCIDOS - Julianna Baggott

PERDIZ
IMITACIÓN
Perdiz está en uno de los camerinos de lo que llaman la catedral-gym-torio. Es el lugar de la boda, y momentos después será transformado en un salón de banquete. Fue usado para cada gran evento de la Cúpula que pueda recordar—política, religión, entretenimiento. Escuchó los discursos de su padre aquí—los de Foresteed también. Ha visto el Pesebre ser representado al igual que animadores vestidos con disfraces raros, sincronizando labios con canciones pop autorizadas. La multitud gritaba como si fueran reales y no estuvieran imitando a nadie.
Se recuerda que él se está imitando a sí mismo.
Beckley dice. -¿Estás listo o qué?
Perdiz se observa en el espejo de cuerpo entero—en el que se miró su padre tantas veces. Piensa en cómo éste antes de morir le agarró la camisa con una garra de mano y le dijo que era su hijo.
Eres mío. El asesinato fue lo que los conectó finalmente. Se mira parado allí en su traje, y sabe que es un asesino a punto de también volverse padre—y ahora esposo.
-¿Está alguien jamás listo para algo como esto? –Le pregunta a su guardia.
-Sí. –Dice Beckley usando un traje propio, su pistola calzada detrás en sus pantalones. –Creo que es algo a lo que la gente es obligada, en realidad.
-Suenas como alguien que ha estado enamorado. –Perdiz se da cuenta de que no sabe mucho de nada sobre Beckley.
-Una vez estuve enamorado. –Dice.
-¿De quién?
-En realidad ya no importa. –Dice Beckley. Y Perdiz está seguro de que a quien amó está muerto.
-¿Qué edad tienes?
-Veintisiete.
Y allí está. Beckley era lo suficientemente grande para enamorarse antes de las Detonaciones.
-¿Crees que te volverás a enamorar algún día?
Endereza la corbata de Perdiz. –Espero endemoniadamente que no.
Hay un leve golpe en la puerta.
-Es hora. –Dice Beckley. –Esto es.
El guardia abre la puerta que lleva al escenario o altar o plataforma de trofeos—dependiendo de cómo se vea. Perdiz puede oír todas las voces hablando a la vez.
Tira de Beckley hacia atrás. –Dime que debería hacerlo.
-No puedo hacer eso.
-¿Pero tú lo harías, Beckley?
-No soy tú.
-Pero si lo fueras…
-Ni siquiera puedo imaginar cómo es ser tú, Perdiz.
El chico se pregunta si lo odia ¿Lo resiente por todo lo que le fue dado o es algo más? Es el tipo de cosas que Perdiz se volvió bueno captando, pero no puede leerlo bien. –Aun así, me entiendes a un cierto nivel, Beckley.
-¿Piensas que eso es realmente posible? ¿No conoces ya la compensación?
-¿Qué? ¿Ni siquiera puedo esperar que alguien me entienda—sólo por quién fue mi padre y por la vida en la que nací? –Piensa en Bradwell e Il Capitano ¿Eran siquiera amigos? Probablemente no. También lo odiaban en un cierto punto.
-¿Quieres que la gente te quiera por ser tú mismo? Hubiera supuesto que ya superaste eso para ahora.
Perdiz se siente inocentemente golpeado. Le gusta Beckley por ser honesto
—pero eso mismo es una espada de doble filo.
El hombre abre bien la puerta y la mantiene en su sitio.
Perdiz no tiene opción. La atraviesa y el largo pasillo se llena de pedidos de silencio. Llegan hasta el fondo y de pronto hay silencio. Perdiz se mueve a su punto en el medio del altar y se gira para enfrentar la audiencia.
Dios mío, piensa. Todos están aquí. Ve unas pocas filas de chicos de la academia, sus vecinos de Betton West, Purdy y Hoppes con sus familias, Foresteed, Mimi usando un gran sombrero enjoyado y mirando al altar, e incluso Arvin Weed, que asiente. Quizás lo perdonó por el golpe.
Perdiz escanea el mar de ojos observándolo. La gente lo está mirando fijamente, sonriendo, ya presionando pañuelos contra sus cachetes mojados. Lo aman de nuevo. Mira a Beckley, parado a unos metros, rígido y con la mandíbula apretada. Quiere que admita que hay algo de esta efusión que no es sólo sobre quién era su padre. Hay algo personal allí ¿Cómo sino podrías explicar estas caras, estas lágrimas, este mirar?
Sigue registrando la multitud, dándose cuenta de que busca a Lyda ¿Está allí afuera, en algún lado? ¿En serio vendría a este evento? Ella lo aprobó. De hecho, lo empujó a hacerlo ¿Pero siquiera le sería permitido estar aquí? Si no es así, ¿Está en casa? Las cámaras lo miran a él. Las luces brillantes le dan calor sobre la cabeza. Mira a una de las cámaras. Quiere decirle algo. Quiere que sepa que esto no es real.
Soy un imitador imitándome a mí mismo, quiere decir. Pero no puede. Así que guiña el ojo y agita un poco la mano ¿Sabrá que es para ella?
La multitud nota el saludo y suspira colectivamente.
Beckley se estira y lo palmea en la espalda ¿A modo de disculpa o de consolación? No está seguro.
Y entonces, apenas con aviso, la suave música de fondo, que ni siquiera notó realmente, baja de volumen y por unos segundos, todo está en silencio.
Entonces la tonada del órgano suena triunfante desde el techo. La audiencia se para al unísono y se gira.
Al principio Perdiz sólo ve las luces de las cámaras estallando con locura, y entonces Iralene sale a la vista, emergiendo de todas las luces repentinas y al final de una larga alfombra blanca que lleva al altar—a él. Su rostro está perdido detrás de un velo blanco.
Por un minuto, Perdiz piensa que podría ser Lyda debajo del tul. Pero puede decir por la equilibrada manera en la que camina, la elevación del mentón, y los pasos medidos, que es Iralene. Este es el momento para el que ella se ha preparado.
Y la chica asciende hacia el altar, los invitados perfeccionando su entrenamiento, Perdiz puede verle el rostro detrás del velo blanco. Es hermosa. Nunca lo negó, pero hoy se ve mucho más linda, si eso es posible.
El ministro empieza a hablar, y sorprende a Perdiz. Debió de haberse parado en el escenario cuando Iralene caminaba por el pasillo.
Perdiz sabe que no recordará lo que dice. Las luces le dan repentinamente demasiado calor. Curva los hombros hacia delante y los rueda hacia atrás, como si esperara poder estirar la tela de su traje un poco. Su moño y faja están ambos demasiado apretados ¿Por qué tenía el sastre que asegurar todo?
Le da un vistazo a Iralene, pero ella está mirando al ministro, un hombre de mediana edad con un bigote teñido de gris y abundantes dientes.
¿Cómo demonios me metí en esto? Se pregunta. Ahora puede oler todas las flores. Son abrumadoras. Mira a Beckley ¿No nota él cuánto calor hace? ¿Qué tan fuerte huelen las flores?
El guardia lo mira preocupado. Susurra. –Dobla las rodillas un poco. Te ves como si fueras a desmayarte.
-Estoy bien. –Susurra Perdiz. Pero sigue el concejo porque, de hecho, se siente mareado.
Jesús, no te desmayes frente a toda esta gente, se dice. No te desmayes.
Y entonces es momento de intercambiar votos.
Por suerte, el ministro le dice sus líneas, votos tradicionales—los que probablemente se dijeron sus padres y luego rompieron.
Soy un imitador, se recuerda, me estoy imitando a mí mismo.
-Para tener y atesorar. –Dice repitiendo al ministro, concentrándose en cada palabra para no equivocarse, y éstas salen a borrones hasta el final. –Hasta que la muerte nos separe. –La muerte nos separe. La muerte nos separe. Le hace eco en la cabeza.
Iralene también dice sus votos. Sus labios son rojos, sus dientes perfectos y blancos. Mira a Perdiz. –En la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad… -Y se da cuenta de que es Iralene la que lo trajo aquí. Sin ella, estaría perdido. Sin ella, su padre lo habría matado. Escucha a Beckley en su cabeza. ¿Quieres que la gente te quiera por ser tú mismo? Hubiera supuesto que ya superaste eso para ahora.
Lo que Beckley no entiende es que la gente nunca supera querer ser amada por como realmente es, especialmente cuando crece como una celebridad o en su borde ensombrecido. Es todo lo que Perdiz siempre quiso. Iralene no estaría allí si no fuera el hijo de Willux, pero lo ama. No hay nada de lo que esté más seguro en este momento que de eso. Glassings le preguntó si la quería, y no pudo responder. Gente murió por él—inocentes, quienes pudieron haber ayudado a lograr verdaderos cambios para bien. Idos ¿Qué pasa si hay amor entre él e Iralene, y el amor puede salvarlos? ¿No es eso lo que está pasando?
Pero ahora el ministro le dice que puede besar a la novia, y cuando levanta el velo, su corazón se ensancha al verla claramente—su hermoso rostro y la forma en la que lo mira en este instante. La música empieza de nuevo, y la besa y ella le responde. Él toca entonces su mejilla por un momento, y entonces, raramente, todo parece detenerse—toda la gente, el ruido, las luces, la música—y dice. –Gracias.
-¿Por qué? –Dice ella.
-Me trajiste aquí. –Dice. -¿En dónde estaría si no fuera por ti? –Es la verdad. Lyda no quería seguirlo a la Cúpula, pero Iralene ha estado a su lado a cada paso del camino. Es querible y merece ser amada ¿Es la próxima cosa buena que hacer, después de todo? ¿Es esto a lo que se refería Glassings?
Los ojos de Iralene se llenan de lágrimas y toma su mano. -¿Deberíamos saludar ahora a la gente?
Dice. –Hagámoslo.
Y juntos se giran y saludan. La multitud está de pie, gritando y celebrando tan fuerte que Perdiz siente la vibración en sus costillas. En este momento, sabe que ya no es una imitación. Esto es real.

Innegablemente real.

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