domingo, 10 de agosto de 2014

Arder/Quemar - Capítulos 34: Frutilla y 35: Riesgos - TRADUCIDOS - Julianna Baggott

PERDIZ
FRUTILLA
Sólo un par de días después, Perdiz e Iralene se encuentran en un picnic rodeados por un enrejado bajo ¿De dónde vino la verja? ¿La instalaron en la noche? Es el tipo de cerca usada para enrejar los jardines delanteros de la gente en el Antes en las comunidades con un cercado mayor—rejas entre rejas.           Existen para que la gente sepa que no debe acercarse demasiado. Este picnic—aunque no fue anunciado—tiene una audiencia creciente.
-Actúa natural. –Dice una de las mujeres del séquito de Iralene mientras arregla el collar del vestido de la chica.
-¿Actúa natural? –Dice Perdiz. -¿No es eso una contradicción? Estoy actuando, así que no es natural.
La señora se levanta y se aleja.
Estas mujeres fueron las primeras en juntarse en la reja, pero pronto hay más de cien personas. -¿Quién sabría que alguien pasaría su tiempo mirándome comer un sándwich triangular y sorber limonada? –Perdiz sólo pincha su comida, la revuelve en el plato de papel.
-No a ti. –Lo corrige Iralene. –A nosotros.
-Nosotros. –Dice él. –Lo siento. –Piensa en Lyda, ese es el nosotros del que se supone que sea parte.
-Ahora sé cómo se sienten los peces en el acuario. –Dice Perdiz.
-¡No golpees el cristal! –Dice Iralene.
Él mira el lujoso edificio departamental rodeando el parque. Allí es donde se quedó cuando recién lo trajeron devuelta a la Cúpula—donde en uno de los pisos inferiores hay gente suspendida en el tiempo, cada uno en su propia cápsula oscura y congelada. –Sabes que no estamos lejos de ellos. -Dice.
-Lo sé. –Dice ella con tanta rapidez e impasibilidad que no está seguro de si sabe de qué está hablando en realidad. Alza una frutilla. –Se ve real ¿O no?
-¿No lo es?
-Creo que es comestible.
-Eso es diferente a ser real. –Dice él.
Ella muerde y la multitud—gente que mayormente sobrevive a base de píldoras soytex y suplementos—parece inclinarse más cerca. Ella sonríe y dice. -Mmmmm. –Entonces levanta la frutilla y la sostiene frente a los labios de Perdiz.
-Cómela. –Quiere preguntarle si sigue a bordo como guía por las cápsulas.
Abre la boca. Ella aleja la frutilla y luego, cuando él empieza a protestar, ella se la mete en la boca para que sus dientes muerdan la fría dulzura. La multitud murmura, feliz.
-Sabes que si te tocara la nariz justo a ahora,  estallarían en awwws. –Dice ella. –Tenemos un montón de poder.
-Nunca tuve menos poder en mi vida.
Perdiz mira al grupo de gente. Atrapa la mirada de la mujer joven que le dijo que actúe natural. Ella sacude un dedo a modo de advertencia; no se supone que debe mirar a la multitud porque los pone incómodos. Y, de hecho, ellos cambian su postura y apartan la mirada.
Se gira devuelta hacia Iralene.
-Tenemos mucho poder, Perdiz. –Ella le toca la nariz y la multitud dice awww—tal vez liderado por el séquito, pero la adoración es considerable. Lo pone nervioso—la inmediatez.
Él se recuesta, como si estuviera en un picnic de verdad, con los brazos cruzados por sobre su cabeza, mirando el falso cielo—todo con tal de pretender que el público no está allí, rodeándolos.
Iralene también se recuesta. Descansa la cabeza en su pecho, acariciándole la pera con la nariz.
-Tus amigas me odian. –Susurra él. -¿No se supone que yo sea el tipo bueno?
Ella musita. –Piensan que eres consentido, superficial y cruel.
-Wow ¿Yo soy consentido y superficial? Podría decir lo mismo de ellos.
-Piensan que te entregaron todo en bandeja de plata.
-No es la primera vez que escucho esa queja. –Los niños de la academia siempre pensaron que la tenía mejor que ellos—el hijo de Willux. Weed justo lo estaba acusándolo de esto también, en tantas palabras. Y después escapó de la Cúpula y estuvo fuera, y se vio increíblemente mimado para Pressia y Bradwell y, bueno, para todos los que conoció.
-Y cruel. –Susurra ella. –No reaccionaste a eso.
-Soy cruel. Tienen razón en eso. –Dice manteniendo la voz baja.
Iralene alza la cabeza y lo mira. –No eres cruel. No te conocen como yo.
-Le estoy fallando a todos los que conozco, todos los que me importan.
-¿Incluso a mí?
-Sí, a ti. Me importas, Iralene. Lo sabes.
-No olvidé mi promesa. –Susurra ella. –El favor por favor.
-¿Tienes un plan? –Ahora sabe por qué ella eligió este lugar. Estaba muy consciente de qué tan cerca del edificio de las cápsulas está.
-Traje una radio. Tendrás que bailar conmigo para que esto funcione.
-¿Es parte del plan? ¿Tengo que bailar frente a toda esta gente?
Ella asiente. –Tienes que bailar y alzarme y darme vueltas. Beckley va a ayudar. Y tengo a alguien dentro—un experto—esperando.
Mierda. -¿Bailando? ¿Podemos hacerlo de alguna otra forma?
Ella sacude la cabeza y sonríe. -Nop. Es parte del plan.
Iralene se sienta, mete la mano en la enorme bolsa de lona y saca una radio pequeña. La multitud murmura entre sí inquieta, como si esto fuera justo lo que hubieran estado esperando. La chica prende el aparato y juega con el dial. Una canción suena con claridad. Es como la música tintineante de ensueño de un viejo parque de diversiones al que fue de niño ¿Cómo se llamaba? Crazy John-Johns. Recuerda la calesita, la montaña rusa, el dulce caramelo enrollado al aire en un palo de papel.
Y entonces se escuchan tambores.
Él sabe qué se supone que haga. El baile debe ser su idea. Se levanta y extiende la mano. Ella la toma y Perdiz tira para ponerla de pie. Se paran sobre el pasto. Él alza una mano y pone la otra en la parte baja de la espalda de Iralene. La canción es alegre y triste al mismo tiempo. El cantante quiere ser más viejo, quiere vivir con su novia, quiere ser capaz de decirle buenas noches y después dormir con ella. La última vez que Perdiz bailó, fue con Lyda. Estaban en la cafetería de la academia, transformada para el baile con calcomanías de estrellas pegadas en el techo. Recuerda la forma en la que ella olía—a miel—y siente la seda de su vestido y, debajo, sus costillas. Eso fue cuando se besaron por primera vez.
Pero aquí está Iralene. No sería lindo, no sería lindo, no sería lindoEl cantante sigue recitando la misma frase. Quiere vivir en el tipo de mundo que ambos encajen. Este no es, piensa Perdiz con la multitud oscilando a su alrededor. No lo es para nada.
La mano de Iralene encaja perfectamente en la suya. Ella se estira y toca la parte trasera de su cabello que roza el collar de su camisa. –Álzame y gírame ahora. Álzame.
Él la levanta mientras el cantante dice que quiere hablar sobre eso, incluso aunque lo empeore, pero todavía quiere hacerlo. Y mientras gira a Iralene, Perdiz piensa en Lyda, lo que lo hace peor, pero no puede evitarlo. Siente ese deseo. Cierra los ojos. Iralene es liviana. Le da más y más vueltas. Mira su rostro, retroiluminado con la falsa luz solar, y ella sonríe, y aun así, tiene los ojos llenos de lágrimas.  No sería lindo Ve la canción por un segundo como ella debe de verla— No sería lindo si todo esto fuera verdad… No sería lindo si realmente la amara… No sería lindo si pudieran casarse y quedarse juntos para siempre… ¿Eligió ella la canción? ¿Es esto lo que significa para ella? El cantante quiere casarse para que los dos puedan ser felices. Perdiz quiere llorar entonces, girándola y girándola.
La multitud aplaude ahora porque saben que la canción está terminando.
Si las cosas fueran diferentes—si no se hubiera ya enamorado de Lyda, tal vez él e Iralene podrían estar juntos. Quizás incluso podrían ser felices. Podría amarla de la manera que ella quiere que lo haga. Incluso desea—por un momento—que las cosas fuesen de la forma en la que Iralene lo imagina; sería mucho más simple. Entonces siente culpa por pensarlo. No, ama a Lyda, y va a ser el padre de su bebé.
El cantante le dice buenas noches, que duerma bien, la llama bebé.
Cuando Perdiz baja a Iralene, la multitud parece seguir girando a su alrededor, y mientras sigue sosteniéndola por la cintura, ella se lleva una mano a la frente y dice. -¡Perdiz! Estoy tan… mareada. –Y cuando se le aflojan las rodillas él la acerca más—tan cerca que ve el batir de los párpados de la chica.
El gentío lanza un grito ahogado y Beckley está allí enseguida. Le dice a Perdiz. –Levántala.
El chico la alza hasta su pecho.
-Atrás, gente. -Dice Beckley. –Llevémosla a algún lugar frío. –Le grita a los otros guardias. –Quédense aquí. Controlen a la gente. La llevamos a dentro. Asegúrense de que nadie nos siga.
Beckley guía a Perdiz lejos de la multitud, por el pasto en pendiente hacia el edificio en el que Iralene le prometió meterlo y guiarlo—el lugar que ella conoce desde siempre y al que nunca quiso volver.
Sus ojos se abren con un revoloteo. -¿Ves, Perdiz? Le soy fiel a mi palabra. Y tú también lo serás cuando llegue el momento de devolverme el favor ¿no?
-Por supuesto, Iralene. –Dice él dudando. –Por supuesto.
PERDIZ
RIESGOS
Alguien estuvo aquí antes que ellos. La falsa sala de estar titila sobre las paredes de cemento. Iralene sostiene la mano de Perdiz con Beckley a su lado. Esta es la casa que ella conoce. Él puede decir que la asusta ahora. Perdiz reconoce la felpuda alfombra blanca, el pequeño perro jadeante, los sillones enormes y sillas y arte moderna colgada de las paredes, y la cocina reluciente donde la imagen de Mimi una vez hizo muffins, una y otra vez, diciéndole a Iralene—sentada en el piano al otro lado del cuarto—que vuelva a empezar la canción.
Pero este bucle no es uno que Perdiz haya visto antes. La imagen de Iralene entra al cuarto usando una bata y pantuflas, después a la cocina, donde se sirve un vaso de leche y agarra un plato de galletas.
-Odio este. –Dice la Iralene real, apretando con más fuerza la mano de Perdiz. –Tu padre se lo hizo a mi madre. Un regalo del día de la madre.
Su madre llega desde la imagen de una puerta que Perdiz no recuerda que sea real. También lleva una bata, bien cerrada.
Mimi dice. -¿Qué hay de una charla de chicas con tu leche y galletas?
La falsa Iralene dice con alegría. -¡Bueno!
Perdiz sigue caminando. –El corredor está en la esquina ¿no? ¿El que lleva a las cápsulas?
La mano de Iralene se desliza de la de él. Ella camina hacia su imagen y la de su madre. –A veces pienso que él en realidad quería que fuéramos felices. –Dice.
Perdiz mira a Beckley, quien dice. –No tenemos mucho tiempo aquí. Si tardamos demasiado, la gente pensará que estás de verdad enferma y entrará en pánico.
Iralene se para dentro de su propia imagen. Conoce su parte y líneas. Alza la mano en perfecta sincronía con la imagen y se retuerce un mechón de pelo. Ella y la imagen dicen ambas al unísono. –Hay un chico en la escuela. Creo que es realmente especial.
-¡Oh, en serio! –Dice Mimi. -¿Y piensa él lo mismo de ti?
La imagen de Iralene baja la cabeza con timidez. Pero la Iralene real se estira y toca la cara de su madre. Por supuesto, no está allí. Su mano resbala en el aire. –Hay unos míos de cuando era incluso más joven. Con mi madre enseñándome a coser. Leyéndome cuentos en el sillón.
A Perdiz le da un escalofrío la idea de ver su vida en lugar de vivirla. -¿Las miraba mi padre?
-No podía simplemente meternos y sacarnos de suspensión cada vez que nos extrañaba. Debía tener estos pequeños momentos nuestros de vez en cuando. Y mi madre y yo los mirábamos, por supuesto. Eran versiones fantásticas de nuestras vidas. Nos amábamos allí dentro. Cada vez que nos traía uno nuevo, lo saborearíamos juntos.
Esto pasaba cuando el padre de Perdiz los ignoraba a él y Sedge, cuando los mandaba a la academia, cuando, después de que Sedge estuviera supuestamente muerto, ni siquiera se molestó en dejar que Perdiz volviera a casa para las vacaciones. Se siente extrañamente celoso, pero también enfermo. Esta no era manera de amar una familia.
Iralene ríe de la imagen de su madre, que está diciendo que tan maravillosa es la chica, cómo cualquier chico tendría suerte de ganar su corazón. –Ella nunca hubiera dicho eso en la vida real. Habría dicho: Debes hacer que se enamore de ti ¡Debes ser perfecta, Iralene! Si vale la pena, tendrás que engañarlo para que te quiera. –Se gira hacia Perdiz y Beckley mientras ambas imágenes siguen conversando. –No soy el tipo de chica de la que un chico se enamoraría con naturalidad.
Perdiz no está seguro de qué decir. Es encantadora—justo de la forma que es—pero no puede amarla.
Beckley es el que responde primero. -¿Sabes cuantos hombres te quieren? Tu imagen ha sido plasmada en cada pantalla.
-Quieren mi aspecto entonces. –Dice ella inexpresivamente.
Perdiz sacude la cabeza. –No, no lo compro. Con verte una vez de verdad—
-¿Y qué? -Dice Iralene con tantas ansias que lo interrumpe.
-Pueden ver a través de tu imagen. –Dice Perdiz. –Quién eres realmente. –Ella camina hacia él, toma su brazo y lo acerca. Perdiz se siente culpable cada vez que es amable con ella. Sólo le está dando falsas esperanzas, y está traicionando a Lyda ¿Pero qué debería hacer? ¿Ser cruel, en su lugar?
-Vamos. –Dice ella. –Por aquí.
Lo guía a él y Beckley por un pasillo. Las puertas a ambos lados están marcadas con placas—especímenes numerados y nombres. El aire zumba con electricidad. Iralene se detiene cuando llega a la puerta donde solía estar su nombre. El de su madre sigue allí debajo del espacio ahora vacío—MIMI WILLUX.
-¿Sigue viniendo tu madre?
-No puede permitirse envejecer, especialmente ahora que vuelve a ser soltera. –Dice Iralene como si fuera un hecho. –Pero ha estado fuera para todos los funerales y nuestra cita. –Apoya la mano en la puerta. –Aunque yo no volveré. Le hice prometer que podría ser libre ahora. –Ladea la cabeza. –Bueno, tan libre como pueda.
Siguen por el pasillo.
Este lugar es acechantemente oscuro y frío y lúgubre. Existen cuerpos detrás de cada puerta zumbando. Cuerpos mantenidos en el tiempo—¿por cuánto? Demonios. Weed tenía razón. Si puede liberarlos, arriba por aire, ¿Qué va a hacer con todos ellos?
-¡Dr. Peekins! -Llama Iralene por el corredor.
Escuchan el ruido de zapatos. Peekins da vuelta una esquina y se detiene con las manos en sus anchas caderas.
Es un hombre bajo y con pies de pato de la generación del padre de Perdiz. –Iralene. -Dice.
-Hola. –Dice ella con calidez.
Los dos se abrazan.
Iralene dice. –El rostro del Dr. Peekins era el primero que veía cada vez que salía a tomar aire.
-Y a veces también tenía que dormirte, lo que era desagradable cuando eras pequeña, antes de que entendieras por completo. –Desagradable es el tipo de eufemismo que la gente de la Cúpula usa ante algo horrible, inadmisible… Perdiz sólo puede imaginar cómo era anestesiar a Iralene de niña.
La chica inclina la cabeza y dice. –Me contaste historias para dormir ¿Recuerdas? El bebé en la canasta en el bosque que creció fuerte y hermoso.
Los ojos de Peekins están húmedos ¿Fue una figura paterna para Iralene? –Por supuesto que recuerdo. –Entonces Peekins se voltea hacia Perdiz. -¡Y este debe ser el mismísimo joven! –El hombre mantiene la mano en alto. Perdiz la sacude. –Nunca tuvimos el placer de conocernos, pero por supuesto, sé quién eres. –Como buena medida, también sacude la mano de
Beckley, lo que agrada a Perdiz. Mucha gente lo ignora.
-Perdiz necesita tu ayuda. –Le dice Iralene a Peekins.
Los ojos de Peekins recorren el pasillo de lado a lado. Se acerca un paso, bajando la voz. Parece saber que ayudar a Perdiz podría ser peligroso ¿Le contó Foresteed que está a cargo?
-¿Tiene que ver con Weed?
-¿Ha estado aquí? –Pregunta Perdiz.
-Mandó palabra. El bebé Hollenback. –Dice Peekins con suavidad. –Y ahora Belze.
-Sí. –Dice Perdiz. -Odwald Belze ¿Puedes ayudar?
Peekins se frota la ceja. –No se supone…
-Es importante. –Dice Perdiz.
-Sí, pero hay conflictos, sabes. –Se rasca el mentón. –Cosas más allá de mi control. Lo que puedo hacer es limitado.
Iralene toca su hombro. –Por favor ¿Puedes intentar?
Su cara se suaviza. –Por aquí. –Siguen a Peekins por un pasillo y después otro. -Belze es un hombre viejo y un Miserable, y ha sido mantenido sedado por mucho tiempo. Los congelamientos profundos son mucho más complejos que los cortos, como Iralene sabrá—parecido a la forma en la que trabaja la anestesia.
-¿Puedes traerlo con cuidado? –Pregunta Perdiz.
-Siempre tengo cuidado. –Dice Peekins, y se detiene frente a una muerta marcada como ODWALD BELZE. –Pero hay riesgos.
-¿La otra alternativa es nunca sacarlo al aire—nunca intentarlo siquiera? –Pregunta Perdiz. -¿Qué diferencia hay entre suspensión permanente y muerte?
Iralene asiente. –Cada vez que me sedaban me preguntaba si había sido olvidada.
-Nunca te habría olvidado. –Dice Peekins. –Lo sabes.
El hombre abre la puerta. Iralene y Perdiz lo siguen hacia un cuarto pequeño. Beckley se queda en el pasillo, haciendo guardia.
Y allí hay una cápsula de dos metros, con el vidrio empañado y gris hielo. Perdiz siente un escalofrío—desde muy adentro hasta la superficie de su piel. Peekins limpia el vidrio, revelando el rostro congelado de un hombre viejo.
Su expresión es tensa y dolorida. Tiene una larga cicatriz rosa oscuro corriéndole por el cuello, bisecada a un tercio del camino como una cruz. El abuelo de Pressia.
-¿Dónde está su pierna? –Pregunta Iralene.
-Vino así. –Dice Peekins. –Es un tipo de fusión en realidad. Algo de las Detonaciones. Hay un nudo de cables en el muñón. De qué, exactamente ¿quién sabe?
Perdiz recuerda estar con su media hermana cuando murió su madre—la sangre homicida llenando el aire. Ambos perdieron tanto. Y aun así, aquí está el hombre que cuidó de ella toda su vida, la única figura paterna que alguna vez conoció y que piensa que está muerto, y Perdiz puede devolvérselo. Es el mejor regalo en el que puede pensar. Amor, devuelto. –Quiero que sea tratado con mucho cuidado. –Dice Perdiz.
-Por supuesto. -Dice Peekins. –Sólo puedo tratar ¡Sin promesas!
-No le digas a Foresteed o Weed o a nadie más en el poder. –Incluso aunque Glassings respondió por Weed, Perdiz no está seguro. –Te lo estoy pidiendo directamente ¿Si?
Peekins asiente. –Sí, sí.
-Hay algo más por lo que vino. –Dice Iralene.
-Creo que sé que te trajo. –Dice Peekins
-¿Qué? –Pregunta Perdiz.
-No eres la primera persona en bajar y preguntar por eso. Cualquier cosa encerrada con tanta seguridad debe de haber sido de increíble valor para tu padre ¿no? –Así que sabe que Perdiz quiere que se le permita entrar a la cámara ¿Quién vino antes que él? Probablemente Foresteed. Tal vez Weed ¿Trataron miembros de Cygnus obtener acceso?
-¿Sabes qué hay allí dentro? –Pregunta Perdiz sin rodeos.
-Lo que está en el cuarto no es para ti. –Perdiz no está seguro de qué se supone que signifique eso ¿Es para su padre? ¿Para alguien más?
-No esperaba encontrar mi herencia, Peekins.
Este comentario sorprende a Peekins. Su cabeza se sacude un poco, y entonces aparta la mirada.
-¿Sabes qué hay en el cuarto? ¿O debería decir quién?
Peekins no responde.
-Debes decirme.
-No. –Dice Peekins. –No lo hago.
-Estoy a cargo ahora ¿No escuchaste? –Es una mentira, pero Peekins podría no saber la verdad.
El hombre lo mira y parpadea.
-Dr. Peekins, pensé que sabía cómo seguir órdenes. –Dice Beckley, parándose en la puerta con una mano en la pistola.
-Estoy siguiendo órdenes.
-¿De quién?
Mira a Perdiz. –De tu padre.
¿Su padre está vivo? ¿Es esto lo que Peekins está diciendo? -Jesús, Peekins. –Dice Perdiz tratando de reír. -¡Está muerto!
El doctor no se mueve, no dice nada. Se ve tan congelado como uno de los cuerpos en suspensión ¿Por qué estaría siguiendo las órdenes de su padre? –A menos que no esté muerto ¿Es él quien está en la cámara, Peekins? ¿Mi padre? ¿De alguna manera fue resucitado? –Perdiz apoya el hombro contra la pared para estabilizarse. -¿Es esa urna supuestamente llena con sus cenizas y puesta en exhibición en cada endemoniado funeral sólo un fraude? –Empiezan a pitarle los oídos. Lo maté, se recuerda. Lo maté. Quería que muera, y lo hizo.
Peekins sigue sin contestar. Perdiz quiere golpearlo en la cabeza. Quizás Weed tenía razón y un pequeño acto de violencia es necesario de vez en cuando. –Dime la verdad, Peekins—ahora. Dime lo que sabes.
-¿O qué?
Perdiz retrocede. Tortura. –O te haré entrar.
-¿Dónde? -Dice Peekins. –Escuché que pusiste fin a todo eso.
El chico aprieta la mandíbula. Mira a Iralene y Beckley en busca de ayuda ¿Pero qué pueden decir ellos? Peekins está declarando lo obvio. –Llévanos a la cámara de alta seguridad ¿Puedes manejarlo?
Peekins los guía por los pasillos hacia uno de los finales frente a la gran puerta de metal. Tiene cerrojo y barras, con un sistema de alarma iluminado con azul montado en la pared y un teclado a un lado de la puerta.
Perdiz posa la mano en la pantalla azul, esperando que funcione como alguno de los sistemas de huellas en el cuarto de guerra y antecámara de su padre, pero como Peekins predijo, nada sucede. Se inclina, buscando un escáner de retinas, pero nada ilumina sus ojos.
Mira el teclado ¿Es esto lo único que lo separa del cuerpo suspendido de su propio padre, presuntamente muerto? ¿O de Hideki?
Empieza a escribir todas las palabras clave que asocia con su padre:
Cisne. Sin respuesta.
Cygnus. Sin respuesta.
Fenix, Operación Fenix. Nada.
-Peekins, ¿Estoy cerca? ¿Es así como funciona?
Peekins está callado. Perdiz lo odia por esto. –Mierda. –Murmura. Está tan frustrado que empieza a errarle a las letras, escribiendo mal—aprieta BORRAR, BORRAR, BORRAR y empieza de nuevo. Siete, los siete.
Escribe cada uno de los nombres de los Siete—el de su madre, de su padre, Hideki Imanaka, Bartrand Kelly…
Entonces a Beckley le llega un mensaje por su auricular. –Los otros guardias dicen que la multitud está empezando a preocuparse. Quieren llamar a una ambulancia. Un doctor se identificó a sí mismo y preguntó si puede ayudar. Debemos irnos.
-Todavía no. –Dice Perdiz.
-¡Tenemos que! –Dice Iralene, tirándolo del brazo, haciendo que se equivoque de nuevo.
-¡Iralene! ¡Suéltame! –Empieza de nuevo. Edén, Nuevo EdénNada funciona.
Peekins se acerca y susurra. –No se supone que estés aquí en verdad. Conozco la verdad.
¿Que Foresteed tiene todo el poder real? ¿Que lo está chantajeando? ¿O está Peekins diciendo que sabe que Perdiz mató a su padre?
-La verdad es que mi padre está muerto. No puedes seguir sus órdenes. –Le grita Perdiz a Peekins.
-¡Sé que lo está! –Entre más dice que su padre murió, menos real se siente. Las palabras parecen desprenderse de su significado y son sólo sonidos. –Sólo tratas de meterte en mi cabeza ¿O no? ¿Para quién trabajas en realidad? ¿Foresteed? ¿Weed?
Peekins alza el mentón y no dice una palabra.
-Voy a meterme en esta cámara, Peekins. Con o sin tu ayuda. Deberías estar en el lado correcto cuando el momento llegue.
-Reconozco el lado bueno del malo. -Dice Peekins lentamente. -¿Y tú?
Perdiz se inclina hacia delante y pone la cara a un centímetro de la del hombre. –No me presiones ¿Me escuchas? No me presiones.
Por primera vez, Peekins se ve un poco asustado. Asiente lentamente ¿Así se siente un bully? Se pregunta Perdiz. Si es así, se siente bien.
Beckley dice. –Vamos.
-Tenemos que irnos. –Dice Iralene. –Sígueme.

Y empiezan a correr por los pasillos, pasando placa tras placa—tantos cuerpos, congelados, atrapados, pero con vida.

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