viernes, 26 de septiembre de 2014

Arder/Quemar - Capítulos 50: Herida de Bala - TRADUCIDOS - Julianna Baggott

PERDIZ
HERIDA DE BALA
En media hora, Perdiz está junto a Albertson en la entrada de los Archivos de Seres Queridos. Golpean y esperan. Es media noche ¿Habrá alguien de turno?
El rostro de una mujer pálida aparece en una pequeña ventana rectangular junto a la puerta. Le sorprende ver a Perdiz. Él saluda. Ella se congela un momento y después sostiene en alto un anillo con llaves. Desaparece. Los cerrojos se abren.
Abre la puerta. -¿Puedo ayudarlos? –Es una mujer pequeña con un corte de pelo justo por encima de los hombros.
-Esperaba poder tener un par de minutos. Hay alguien a quién quiero buscar. –Dice Perdiz.
Ella mira a su espalda y después dice. –Es pasada la hora. No tenemos visitantes usualmente, pero en
tu caso. –Dice ella, aturullada. –Entren.
-Gracias.
-Sabes que tu padre aún no tiene una caja.
-No estoy aquí por mi padre.
Albertson dice. –Les daré privacidad. –Mira a la dependiente, quien asiente velozmente.
Ella traba la puerta. –Tal vez sepas el camino.
-Lo hago.
-Bueno, entonces. Vendré a controlar en unos minutos.
Al adentrarse por el pasillo, Perdiz siente una extraña sensación de calma. La última vez que estuvo aquí fue como ladrón. Robó los contenidos de la caja de su madre. Su padre sabía que lo haría. Había sido embaucado.
Esta vez, es consciente de su padre. De hecho, en este momento, se siente más cercano a él que en ninguno de los funerales—¿O es que está más próximo? ¿Acercándose?
Encuentra el pasillo alfabéticamente correcto al final del cuarto y lo sigue. Sus talones chocan contra el suelo embaldosado—golpes rápidos y cortantes, como si hubiera alguien en el frío en la puerta principal, esperando a que lo dejen entrar. Tiene miedo por un segundo de no ser capaz de abrir la caja de su hermano—justo como la última vez. Pero el sentimiento es fugaz. Abrirá la caja, pero nunca sabrá si lo que hay dentro es lo que su hermano realmente dejó atrás o si es algo que su padre plantó para que lo encontrara. Ese es el pensamiento que enlentece sus pasos. No quiere tener más que descifrar sobre su padre.
Déjame en paz, quiere decirle al viejo.
Pasa por los nombres sobre el frente de las cajas tan rápido como puede. Debajo de ellos hay una lista con causas de muerte. Está buscando a Willux—Sedge Watson Willux. Camina por las V, hasta las W, y entonces se detiene.
Weed.
Marta Weed. Victoro Weed. Los nombres de los padres de Arvin. Estaban en la lista de su madre. Perdiz le preguntó a Weed sobre sus padres. Dijo que estaban bien, que tenían un resfrío, pero que eso era todo ¿Murieron?
La causa de muerte lee, simplemente, CONTAGIO.
Y entonces hay dos otros nombres: Berta Weed, cuya muerte está enlistada como ATAQUE AL CORAZÓN , y Allesandra Weed, que tiene una sola palabra escrita debajo de su nombre: INFANTE.
Perdiz recuerda el día de la excursión con la clase de Historia Mundial con Glassings. Fue Arvin quien preguntó si podían abrir las cajas. Había encontrado una tía—tal vez Tía Berta. Sus padres no estaban muertos.
¿Había quedado su madre embarazada de nuevo?
Perdiz tiene el extraño deseo de abrir la caja de los padres de Arvin. Nadie está aquí. Está sólo.
No. Estas cajas son sagradas.
Camina un par de pasos y encuentra SEDGE WATSON WILLUX y junto a él ARIBELLE CORDING WILLUX. Presiona la punta de los dedos contra el nombre de su hermano. Su mente revive el momento de la muerte suya y de su madre—juntos—el beso, la explosión, la sangre esparciéndose finamente a su alrededor.
Sacude la cabeza. -No. Viva. Quiero verla viva. –Cierra los ojos y piensa en ella en la playa, metida hasta los tobillos en la espuma oceánica delineando la costa. Su cabello vuela al viento. Está mirando al horizonte. Él susurra. –Mírame. –Y ella gira la cabeza, y puede verle el rostro. Su madre se tira el pelo hacia atrás y lo mira con amor. Amor real. Le duele la garganta.
Abre los ojos. La causa de muerte de su hermano es la misma que cuando estuvo aquí la última vez, la mentira que solía creerse: HERIDA DE BALA, AUTO-INFLINJIDA. Odia a su padre por matar a su hermano—dos veces. Una vez con una mentira. Otra al tocar un botón.
La última vez que estuvo aquí, no podía soportar ver la vida de su hermano reducida al contenido de una caja.
Pero ahora, tomará lo que pueda obtener.
Saca la pequeña caja de su ranura, aguanta la respiración, y la abre.
Está vacía.
Mete la mano y la presiona al fondo—como Sedge una vez le enseñó, nadar hasta el fondo de la parte más profunda de la pileta y aplanar las palmas contra el piso. Un recuerdo rápido y cortante.
Sedge le enseñó a nadar.
Devuelve la caja a su agujero y después tira rápidamente de la manija de la de su madre.
Nada, por supuesto. No tiene nada en absoluto ¿Esperaba algo? ¿Sigue queriendo algo de su madre?
Sí, lo hace. La extraña con un dolor agudo.
-¿No hay mucho que robar esta vez, o no?
Se gira y allí está la dependienta. Ella se aprieta su saco de punto al alrededor de las costillas y cruza los brazos. Perdiz debe de verse tan culpable. No sabe qué decir.
-Estaba de turno la última vez que estuviste aquí. De hecho, -Dice ella inclinándose hacia él con su pelo meciéndose hacia adelante, tocándole las mejillas. –Era yo quien controlaba las cámaras cuando tomaste las cosas de tu madre.
-Se lo reportaste a mi padre ¿Supongo?
-Oh, la cadena de mando es larga y complicada. No conocía el motivo de por qué se suponía que robarías esas cosas. Sólo sabía que era bueno si lo hacías y que debíamos entonces dejarte ir.
-Fue un ardid bastante elaborado. –Dice Perdiz. –Le concederé a mi viejo eso.
La dependienta asiente. –Intentó hacerlo también con Sedge. Un plan muy similar. Un par de años antes de que aparecieras por aquí.
-¿Qué quieres decir conque lo trató con Sedge?
-Oh, Sedge también fue traído en una excursión—no con ese maestro tuyo. Era alguien más. Y fue con la caja de tu madre. Y dentro había retazos de piezas, chucherías, como las que encontraste. Pero no las robó. No pudo. Miró a su alrededor y estábamos mirándolo por medio de cámaras de vigilancia—yo y otro dependiente a cargo de reportarlo pero no detenerlo. No, no. Sabíamos que quería robar sus cosas. Nos aseguramos de que esté bastante solo. Pero había algo en él que no lo dejaría tomarlas. –La dependienta sonríe ante la memoria. -¡No es tanto un ladrón como tú!
Así que su padre probó a Sedge ¿Pero su negación contó como aprobar o fallar?
-Aunque Sedge se tomó mucho tiempo. –Dice la dependienta. –Leyó una pequeña tarjeta de cumpleaños—esa era para él, por supuesto, con su nombre en ella. Miró el collar con la borla en él, y algo más.
-¿Una caja de música? –Dice Perdiz.
-Sí.
Era una caja de música. Y si me lo preguntas, se dio cuenta de algo al sostener esos objetos. Lo sintió en lo profundo. Lo que encontró lo conmovió. Supo algo que no sabía antes.
-Quizás supo que nuestra madre podría no estar muerta, después de todo.
-¿Es eso?
Perdiz asiente.
-Después fue a las Fuerzas Especiales. Escuché que fue el primero en ofrecerse voluntario para dejar la Cúpula. Quería estar allí afuera. –La dependienta pasa la mano por un par de asas. Cada una resuena, metal contra metal. -Tal vez fue a buscarla. No de la forma en la que tú lo hiciste, pero a su propia manera.

Entregó su cuerpo a las Fuerzas Especiales. Se volvió una máquina de lucha, casi un animal sin habla. De alguna forma mantuvo una parte de sí mismo y, al final, nunca se volvió contra su hermano. Luchó por él.
Perdiz se pone una mano sobre los ojos, inclina la cabeza. Empieza a llorar. Se imagina a Sedge en los momentos después de saber qué había en la caja de archivos personales de su madre ¿También dejó su padre la pista de que podría estar viva fuera de la Cúpula? ¿Sintió como si quisiera peinar toda la tierra por ella, de la forma en la que Perdiz quería? –Lo extraño. –Dice.
-¿Piensas que una persona sólo existe en un cuerpo? No, no. –Dice la dependienta. –No mucho más que la vida de una persona puede encajar en una pequeña caja de metal. Está aquí. –Dice y agita la mano en el aire como si estuviera repentinamente cargado con electricidad. –Todos. –Dice. -¡Están todos a nuestro alrededor! ¡En todos lados!

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