domingo, 13 de abril de 2014

Arder/Quemar - Capítulo 3: armadura - TRADUCIDO - Julianna Baggott

EL CAPITAN
ARMADURA
El Capitan no tiene un cuchillo. –No necesito uno, -Le explica a Helmud. –Estamos drogados. -Primero notó el cambio en el color de piel de los brazos de Helmud—siempre colgando alrededor de su cuello. Al principio pensó que era ictericia, pero luego, tan pronto como las guardianas le dijeron que era un químico que repelía a las vides—sus espinas filosas y caninas—requirió subir su dosis. –Dos corazones aquí, dos pares de pulmones, dos cerebros—más o menos, -Dijo. –Necesitamos el doble de medicinas. Mantenlo en mente.
Y ahora su piel se ve como si hubiera estado al sol durante todo el verano. No roja y ampollada, sino marrón dorado. Casi tenía un brillo metálico. Recuerda broncearse los brazos, cara y nuca de niño—un bronceado de granjero, o así era llamado. Pero su color siempre estaba mezclado con mugre. Él y Helmud eran el tipo de niños que se pasaban mucho tiempo en bicicletas sucias, trepando árboles, remolcándose en el lodo. Quizás así era más él que su hermano. De hecho, como niño, Helmud parecía, de alguna manera, refinado. El Capitan había sido el bravucón, el bruto—no tenía opción. Era el hombre de la casa tan joven.
Con sus manos envueltas en toallas robadas de un gabinete, usa las enredaderas para trepar hacia la escotilla, la cual, como la aeronave había rodado sobre un costado, está ahora en la parte superior ¿Pero dónde está la trampilla? No sobresale, que es como la había dejado cuando fue a buscar a Bradwell. Las vides debían de haberla cerrado cuando hicieron su camino por los costados de la nave.
Las enredaderas parecían presentir los químicos emanados por la piel suya y de Helmud. No retroceden pero ciertamente no son agresivas y parece que se alejaran. El Capitan escucha las espinas arañando el exterior de la nave. Lo mata estarla rayando.
Las vides lo espantaban—no simplemente porque casi lo matan una vez, sino porque no eran naturales. –Hay algo mal con este lugar, -Le dice a Helmud. Se refiere a la manada de criaturas pastando en la colina—¿son jabalíes gigantes? Y los chicos—todos por debajo de la edad de nueve, o así parece, lo que significa que nacieron después de las Detonaciones. Además, muchos eran parecidos. Para él no tenía sentido, pero sabe que está desmadrado. –Definitivamente mal ¿Pero quién soy para hablar, verdad?
-¿Quién soy? -Dice Helmud ¿Está hablando filosóficamente? El Capitan se alegra de que Helmud se pueda comunicar únicamente repitiendo. Si verdaderamente pudiera expresarse, El Capitan teme que su hermano podría empujarlo a llevar la conversación hasta un nivel más profundo. El Capitan no es alguien para filosofar.
Ríe. -¿Quién eres? Mantengamos nuestra mierda junta, Helmud, ¿sí? No vayamos por el camino profundo. Sabes a qué me refiero.
-Sabes a qué me refiero, -Repite Helmud, y El Capitan sabe que debe dejarlo. Helmud está en uno de esos humores en los que quiere reafirmarse como persona. Sin charlas para él.
Un cuchillo ayudaría, pero no tenía tiempo para ir a buscar uno. Quería salir. Quería ver su aeronave, y finalmente había reunido las fuerzas suficientes para deambular. Se había escabullido, ¿Y ahora estaba siendo vigilado a la distancia? Quizás ¿A quién le importa? Tiene una nave que poner en orden y, con suerte, de vuelta en el aire. Tiene personas a las que llevar a casa—Bradwell, Pressia. Piensa en ella y recuerda el beso.
Jesús.
La besó. Cada vez que piensa en ello, su corazón se vuelve una cosa tortuosa en su pecho, toda tornada y mal—una rareza que latirá por ella por el resto de su vida. La amará por siempre.
Bradwell pudo haber sido capaz de darle la espalda, pero El Capitan nunca podría hacerlo. Tendrá que aguantar el dolor. Tendrá que soportarlo dentro suyo eternamente. Había sobrevivido hasta ahora con el peso de su propio hermano. Conocía la carga. Se siente avejentado por ella, y aun así todavía joven. Era un niño en el momento de las Detonaciones, apenas más grande que Bradwell, pero se siente de mediana edad—probablemente porque nunca tuvo una infancia. Sin un padre y con su madre siéndole arrebatada y muriendo joven, fue apresurado dentro de la adultez siendo un niño pequeño.
Sólo espera que Pressia no esté destrozada por siempre por lo que le hizo a Bradwell—lo salvó, sí, pero también lo mató de cierta forma. Un golpe mortal. El Capitan vio su cara cuando se dio cuenta de lo que había hecho, y sabía a quién realmente amaba. Se había acabado. A la mierda con eso. El Capitan tenía que seguir adelante—sin importar que tan enfermo lo hiciera sentir. Nostalgia—eso lo podía arreglar ¿Asuntos del corazón? Simplemente tejen una red de cicatrices. Le estaría agradecido, algún día, por haberlo hecho endurecer su corazón. –Las cicatrices son buenas ¿No es verdad, Helmud? Es la manera del cuerpo de hacer una armadura.
Helmud se queda callado. Quizás su silencio signifique que no está de acuerdo.
El Capitan sigue empujándose con las vides, y después de tantear ciegamente a su alrededor por algunos minutos, encuentra el contorno de la trampilla.
Sabe qué esperar—sus raciones podridas, la mancha de su sangre, el caos del aterrizaje estrellado. La bucky de popa—uno de los tanques que ayudó a mantenerlos en alto, como un dirigible—se rompió durante el vuelo. Empezó a dejar entrar aire y es por eso que se estrellaron. Las otras buckies podrían estar rotas por el impacto. Pero no sabrá estas cosas a menos que la aeronave esté prendida y los diagnósticos funcionando.
Corre las vides, aflojándolas lo suficiente para abrir la puerta.
Está aquí sólo para verla, para entrar otra vez. No hay otro lugar en la tierra donde se sintió tan cómodo, tan en control. Mira el interior de la nave. Las vides sofocan tanto la luz que es sólo un agujero oscuro. No huele a podrido. Quizás las ratas entraron y comieron sus raciones.
Primero balancea las piernas hacia adentro y le dice a Helmud que se agarre. Baja con su doble peso, golpea con una bota y la aeronave se eleva un poco.
Ama su maldita nave. -Bebé, -Dice, -Estoy en casa.
Tiene un aire submarino. Las enredaderas envuelven las ventanas, sin dejar pasar la luz del sol.
Pasa los asientos, gatea hasta la puerta de la cabina de mando y entra. Camina hacia la consola, corre sus manos por sobre los botones, interruptores y pantallas. Están raramente prístinas. De hecho, parecen recién pulidas. El vidrio fracturado de la ventana había sido cambiado. Lo toca. No—el vidrio no fue reemplazado. De alguna forma fue arreglado. Puede sentir las ondas en donde alguna vez estuvo roto, y el está nublado justo en ese punto ¿Quién había estado aquí abajo? ¿Alguno de los hombres de Kelly? Si arreglaron el vidrio, ¿Hicieron lo mismo con la bucky de popa? Se siente esperanzado ¿Funciona la aeronave? Por supuesto que no puede hacerla volar. Está sujeta al lugar por vides, con una enorme fuerza colectiva.
-Deberíamos ser capaces de poner a este bebé devuelta en el aire, -Le dice a Helmud. -Dios, se sintió bien estar aquí al timón ¿O no?
-¿O no? -Dice Helmud.
-Nunca lo comprenderás—no como yo, -Le dice a su hermano. –No entiendes, Helmud.
Helmud levanta su peso de la espalda de El Capitan. –No entiendes Helmud. -Dice.
Y tiene razón. El Capitan solía pensar que entendía a su hermano porque pensaba que era un idiota, una marioneta grotesca que se sentaría en su espalda, para siempre. Pero durante los últimos meses, Helmud había cambiado, volviéndose sí mismo, de alguna forma—o quizás Helmud siempre había sido más complicado de lo que El Capitan le había dado crédito. –Me parece justo, -Le dice a su hermano. –Me parece justo.
Mira hacia donde una vez estuvo la bandeja de comida, las manchas secas de su propia sangre, una errante taza de hojalata. –Podría haber muerto aquí.
-Podría, -Dice Helmud.
Y entonces El Capitan recuerda la cara de Pressia, inclinada sobre él—su hermoso rostro—y la manera que tocó su cabeza y lo miró a los ojos. Ella tenía miedo de que estuviera muriendo. Quería salvarlo. Él quería que esa fuera la prueba de que lo amaba. Tal vez por eso la beso y le dijo que la amaba. Había confundido su amabilidad con amor. Tenía demasiado miedo de decirle cómo se sentía antes.
Había gastado su tiempo siendo un cobarde mientras Bradwell avanzaba, ganándosela. Pero en ese momento, se sacudió el miedo y eligió vivir de verdad.
Se pregunta si se lo debería haber dicho antes. Tal vez esperó demasiado. Pero entonces Helmud empieza a tararear a sus espaldas—una vieja canción de amor: Me quedaré justo aquí y esperaré por siempre hasta que me haya vuelto piedra—y sabe que no hubiera importado. De todas formas, no se iba a enamorar de él. Siente su pecho hincharse de dolor. Se niega a sentir pena por sí mismo. -¡Cállate, Helmud! -Dice. –¡Nadie quiere escuchar esa mierda!
-¡Cállate, mierda! -Responde Helmud.
-¿Me estás llamando mierda?
-¡Nadie!
-Púdrete, Helmud ¿Me escuchas? Si no fuera por ti, Pressia podría caer por mí ¿No lo sabes? ¿Piensas que alguien va a enamorarse jamás de alguno de los dos? Estamos enfermos ¿Me entiendes? Somos grotescos. Y siempre lo seremos.
Helmud empuja su cabeza contra el hombre de El Capitan. - Si no fuera por ti…
- Si no fuera por mí, tú estarías muerto.
-estarías muerto.
-Lo sé. Lo sé, -Dice. -¿Piensas que no sé que nos necesitamos mutuamente ahora? Te hubiera matado hace mucho si eso no hubiera significado matarme a mí mismo.
-¡Matarme a mí mismo! -Dice Helmud, como si estuviera lanzando una amenaza.
-No hables así. No seas tan dramático. Cállate.
-Cállate. Cállate. Cállate, -Dice Helmud. - Cállate.
El Capitan se apoya con fuerza contra el metal. Helmud resopla.
-Cállate, -Helmud resuella una vez más.
El Capitan se desliza hasta sentarse, sintiendo una punzada de culpa por golpear a su hermano tan fuerte. Odia la culpa. Estas punzadas son relativamente nuevas. No las tenía antes de conocer a Pressia—o no sabía qué eran—y desea que desaparezcan.
Mira las ventanas cubiertas de verde ¿Cuál es el punto de ir a casa si no puede estar con Pressia—no aquí, no nunca? -¿Sabes qué es lo que realmente lo arruina, Helmud? El amor. El amor es lo que nos arruina. –Deja que su barbilla caiga sobre su pecho. -¿Qué piensas, Helmud? No me repitas ¿Qué piensas realmente?
Helmud se queda callado por un momento, hasta que finalmente dice, -Piensas. Realmente piensas.
El Capitan cierra los ojos ¿Qué tendría Helmud para decir sobre el amor y su desperdicio? –No sé lo que dirías, Helmud. –Pero entonces le llega—como si verdaderamente estuvieran conectados en algún nivel elemental. -¿Quizás dirías que ya estamos arruinados, así que, qué es un poco más de ruina?
-¿Qué es un poco más de ruina? -Helmud dice. - Ya estamos arruinados.
Y entonces hay un ruido—vides moviéndose, arañazos de botas sobre sus cabezas—y voces ¿Otros vinieron para proclamar la aeronave como de ellos? ¿Siguieron a El Capitan y Helmud hasta aquí? ¿Están armados?
No hay a dónde ir. –Estamos atrapados, -El Capitan le dice a su hermano. ¿Cuántos hay? Dos, tal vez tres… posiblemente más.

-Atrapados, -Helmud susurra.

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