domingo, 27 de abril de 2014

Arder/Quemar - Capítulo 5: Origami - TRADUCIDO - Julianna Baggott

LYDA
ORIGAMI
El hombre de reparaciones es de extremidades largas, enjuto y alto. Lyda se lo imagina fuera de la Cúpula—como un cazador, como un carroñero. De hecho, podría irle bien allí fuera, pero luego recoge el orbe roto—su regalo de navidad de Perdiz—y nota cuan suaves y pálidas son sus manos. Sostiene el aparato con tal delicadeza que Lyda sabe que tiene miedo—¿de ella? Vino tan rápido que su petición debe de haberle llegado por un canal especial ¿Sabe él que es la… qué? ¿Amante? ¿Señora? ¿Qué es ella de Perdiz?
Sabe qué palabras usa la gente para chicas que se embarazaron sin casarse como ella—arruinadas, deshonrosas, penosas… Estas niñas que supuestamente se enamoraron, siendo atrapadas. Lyda sólo escuchó rumores. Ciertas chicas desaparecidas de la academia, que si volvían, llevaban brillantes pelucas, al ser afeitadas sus cabezas, y se veían pálidas y asustadas—cómo versiones de muñecas de porcelana encogidas de sí mismas.
Habían sido encerradas en el centro de rehabilitación. Lyda lo recuerda bien—su solitaria celda con luz falsa, las filas de píldoras, los especialistas con anotadores, incluyendo su madre, quien trabajaba allí y apenas podía mirarla por la vergüenza ¿Qué piensa de ella ahora? No la vino a visitar aunque de seguro que sabe que Lyda está aquí, en este departamento que Perdiz le mandó a preparar con su reciente poder.
Y ella también tiene un poder extraño, nota ahora, mirando a las manos temblorosas del hombre de reparaciones, pero no lo entiende. Quizás a las chicas arruinadas, como ella, se las conoce por ser salvajes, apartadas de la sociedad de una manera que no puede ser arreglada, y por esto las reglas ya no aplican para ellas ¿Hay libertad en su ruina—incluso encerrada fuera del ojo público? ¿O es simplemente su conexión con Perdiz lo que le da ese poder? No puede leer la nerviosidad del hombre de reparaciones.
Su cabello está volviendo a crecer. Se pasa un pequeño mechón detrás de cada oreja. –Gracias por venir tan rápido, -Dice probándolo un poco. -¿Respondes a todos los llamados con esta rapidez?
-¡Estos orbes son especiales! –Dice él sosteniéndolo en alto. –No recibo muchas llamadas por ellos. De hecho trabajé en el prototipo. –Su nombre es Boyd. Está impreso en la tarjeta enganchada a su remera. –Mi primer trabajo fuera de la academia.
El orbe es un pequeño dispositivo que le permite a Lyda cambiar el decorado de la habitación—incluso la vista desde las ventanas—para que el apartamento pueda sentirse repentinamente como si existiera en alguna versión del Cairo, París, las Islas Canarias, los Alpes suizos u otros lugares—todo durante el Antes. -¿Sabes cómo funciona realmente esta cosa? -Pregunta Lyda.
-Sí. Seguro. Las correcciones deberían de ser bastante simples. –Lleva el orbe a la pequeña mesa de vidrio en el comedor, sacando un pequeño set de herramientas. -¿Te importa si trabajo aquí?
-Por mí bien, -Dice. -¿Quieres beber algo?
Boyd la mira con rapidez pero aparta la vista. –No. No, gracias. Lindo de tu parte ofrecerlo, pero no, gracias. –Se sienta, sonrojándose, e inclina la cabeza hacia el orbe.
Está tan nervioso que Lyda se pregunta si pensará que coquetea con él, tratando de seducirlo. Tal vez otros la consideran, no penosa, sino peligrosa. Lo prefiere de esa forma.
Se sirve un vaso de agua y se sienta frente a él en la mesa. –Dime cómo funciona.
-Es realmente complicado. Quizás deberías mirar la transmisión del funeral. Todos lo estábamos haciendo en el trabajo, pero luego recibí esta llamada urgente, así que…
-¿Urgente? No sé nada sobre eso.
-Es el único motivo por el que me estoy perdiendo la trasmisión, es mandataria. Está en vivo en cada hogar. Creo que se supone que usted…
-Ya no tengo que hacer lo que se supone que haga. Esa es la ventaja de ser una marginada social.
Él sacude la cabeza, asintiendo rápidamente. –Aun así, deberíamos tenerla encendida. Ellos saben, sabes, lo que está prendido y lo que no. Me sentiría más cómodo si estuviera encendida. Me refiero… ya sabes.
Lyda se levanta y camina hacia la televisión pero no la prende. Sabe qué verá—a Perdiz mintiendo. Estará con Iralene, tal vez incluso sosteniendo su mano. En la víspera de navidad, le prometió que acabaría pronto, que alguien estaba a cargo de manejar esto para que ellos dos pudieran emerger, juntos. Sólo unos pocos días más, le prometió hace unos días, la última vez que lo vio—hace una semana como mucho. Con el cuarto puesto en el Cairo y la vista de pirámides a la luz de la luna desde la ventana, le había confesado que mató a su padre. No le diría los detalles—sólo que no quería hacerlo, pero lo hizo. Lo entendía ahora, habiendo vivido con las Madres y comprendiendo la supervivencia en su nivel más básico. Pero aun así, su confesión le hacía sentir un quiebre dentro de sí misma. Era lo correcto, sí. No duda de que Perdiz se sintiera obligado a hacerlo—para sobrevivir o hacer bien lo malo del pasado o hacer los cambios dentro de la Cúpula posibles. Pero también estaba mal. Incluso si era noble, no había forma de escapar de este hecho inmutable. Y cambia a la persona. Perdiz ahora es diferente. Lo sintió antes de que le hubiera confesado el asesinato, pero tan pronto como lo hizo, sabía que era la razón del cambio—uno casi imperceptible. –Y Lyda, -Le dijo, -Algo bueno tiene que salir de todo esto. Tiene que. –Sabía que se refería a que quería hacer de este mal la fuente de algo mejor.
Y sí, todo se le abalanzó encima cuando volvió a la Cúpula—siendo Iralene parte del paquete. No era su culpa. Lyda le cree pero a veces se pregunta qué tan duro peleó él por ella. Iralene es innegablemente hermosa de un modo que ella siempre quiso ser pero nunca consiguió.
-¿Vas a prenderla? -Pregunta Boyd de nuevo. Pero lo ignora.
Se acerca más a la pantalla y ve su propio reflejo. Su cara engordó un poco, y sus labios están más llenos—como si su cuerpo supiera qué está viniendo.
El sistema de filtrado de aire zumba y aun así en la Cúpula se asfixia—siente que apenas puede respirar. Y todavía a veces le dan nauseas. Los estantes se encuentran llenos de libros sobre el embarazo y parto. Ella no es Lyda. Es la vasija que carga a un Willux.
-Puedo prenderla sin sonido, Boyd ¿Es ese un compromiso con el que puedas vivir? –Perdiz le contó lo que se le decía a su padre en estos servicios, y no puede aguantar la efusiva adoración.
-Realmente pienso que deberíamos…
Lo mira. Aún tiene la fiereza que las Madres le enseñaron—algo que siempre tuvo pero que nunca usó.
-Bueno, -Dice él. -Bien.
Prende el televisor y allí está Perdiz, apretando manos, aceptando condolencias. Un reportero narra sobre quién se encuentra en la fila, cómo sirvieron a la Cúpula o su relación con Willux. Aprieta el silencio. -¿Puedes reprogramar el orbe? –Le pregunta a Boyd.
-¿A qué te refieres? ¿Por qué querrías hacer eso? –Mira a su alrededor, y ella sabe que busca las cámaras de vigilancia. Perdiz le aseguró que todos los equipos de grabación estaban prohibidos aquí. Aun así, Lyda—y seguramente Boyd—tiene sus dudas.
-Quiero que agregues un mundo ¿Puedes?
-Si los algoritmos fueron inventados, sí. Hay un montón de atajos. Fue hecho para que una persona no experta pueda elegir entre las distintas opciones con facilidad. Willux los quería hacer baratos y “amigables” para todos. Todavía son un poco muy caros para entregarlos como dulces, pero se están acercando ¿Dónde quieres que te lleve?
Se imagina el viento empujando ceniza, las frías sombras que sentía justo al borde del bosque raquítico, y la nieve. Dios, sí—nieve gris filtrándose del cielo. –Allí fuera.
Boyd para. Sus manos se congelan. -¿Afuera? –dice con un respingo.
Lyda entrecierra los ojos. -Sí.
-¿Pero por qué? –Mira hacia el orbe y luego a la televisión como si los rostros allí pudieran verlo y escuchar la conversación. Lyda también mira. Un niño pequeño está saludando a Perdiz. Su mano perfecta, su rostro perfecto—tan limpio y liso, casi parece irreal. –¿Cómo es allí fuera? –Pregunta Boyd en un susurro.
-Difícil de explicar, -Dice Lyda. –No recordaba realmente el Antes así que me impresionó el aire, qué tan rápido da vuelta las cosas. El sol real—cubierto pero maravilloso. Y la luna también—como una lámpara brillante en el cielo. La gente, las Bestias y los Terrones, las deformidades, lo grotesco… No te puedes imaginar la belleza en sus vidas. Todo está sucio y es real. No hay nada falso o estéril. Es… la vida ¿Sabes a qué me refiero?
Boyd había empezado a llorar. Dos lágrimas manchaban sus mejillas. No se las seca. -Lo recuerdo. Soy un poco más grande que ti así que… sí. Sé de qué habIas. Solía trepar árboles. Incluso me caí de uno una vez y me quebré un hueso de la mano. –Cerró su puño. –A veces, cuando me acuesto de noche, recuerdo cómo era caer en el aire y aterrizar con fuerza sobre el suelo embarrado. No podía respirar. Todo el aire había salido de mis pulmones. Pero yo simplemente miré al cielo. Había nubes—nubes grandes, gordas y blancas que parecían moverse muy rápido por el cielo. –Sacude la cabeza. –Maldita sea.
Lyda camina hacia la mesa y apoya su mano sobre las de él. –Quiero el mundo detonado. El verdadero, -Dice. -¿Lo harías por mí? Viento, ceniza, suciedad, nubes oscuras, todo quemado y chamuscado y roto.
-No lo sé, -Dice, mirando a Foresteed en la pantalla de la TV. Justo terminó su discurso y se está bajando de la plataforma. –No creo que se suponga que yo…
-Creo que se supone que hagas lo que yo digo, -Dice Lyda. No está segura de si funcionará ¿Está este hombre de reparaciones por encima de su estatus social porque está arruinada, o está por debajo porque el bebé es un Willux? Las jerarquías de la Cúpula son estrictas, pero este es territorio desconocido para ella. Aplana su voz, tratando de hacerla sonar más distante, menos temblorosa. -¿Sabes quién soy? ¿Sabes quién está a cargo?
Perdiz va a hablar ahora. Va a dar sus comentarios, que terminarán de la manera que siempre lo hacen: espero que todos podamos ir hacia el futuro con seguridad y esperanza. Lyda lo ayudó con esas líneas. Podría sacarlo a relucir frente a Boyd. Camina hacia la televisión y sube el volumen.
Pero Perdiz no está diciendo lo usual. Le cuenta a la gente que su padre era un asesino de masas; los llama ganado. No—no ganado. Miembros de la audiencia. Les dice que son cómplices. Quiere que reconozcan la verdad ¿Cómo sino podremos avanzar hacia el futuro?
El corazón de Lyda empieza a martillearle el pecho. Se lo debemos a los supervivientes allí afuera y nos lo debemos a nosotros mismos. Podemos mejorar. Aún está hablando—sobre el Nuevo Edén, sobre ser perdonados… La pantalla se pone en blanco.
Lyda apenas puede respirar. Lo hizo. Dijo la verdad. Se siente excitada y sorprendida. Es una vindicación. Quiere decirle a las Madres y a todos los Miserables fuera de la Cúpula. Quiere gritarle a Bradwell, Pressia e Il Capitano y Helmud, ¡Lo hizo!
Pero también está asustada. Esto significa cambio—uno grande y radical. El futuro. Lleva una mano a su estómago. Había entrado en su segundo mes de embarazo. Se siente hinchada, la primera pista de que su cuerpo empezaría a abultarse. El futuro, el mundo donde su niño vivirá—acaba de tomar una nueva forma.
Camina de vuelta hacia la mesa y mira a Boyd. -¿Acaba de…? –No puede terminar la oración. Sólo quiere asegurarse de que tiene un testigo. No se ha vuelto loca.
-Sí.
-Todo va a cambiar, -Le dice, aunque en lo profundo de su estómago, no está segura de si para mejor o peor. -¿Puedes creerlo?
Boyd se para. Se ve incómodo con su peso y brazos larguiruchos. Se cubre la boca con las manos y sacude la cabeza.
-¿Qué pasa, Boyd?
Él no se mueve.
-¿Qué pasa? –Es un extraño, pero aun así se acerca agarrando sus muñecas y apartando las manos de su boca. -Dime.
Él cierra los ojos lentamente y después los abre. –Demasiado pronto, -Susurra. –No estábamos listos.
-¿Nos?
Busca en su bolsillo con su mano derecha y luego le da un apretón de manos, como si recién se estuvieran conociendo.
Lyda siente la presión de algo en el centro de su palma. Lo toma, escondiéndolo en su mano cerrada, y luego se sienta en una de las sillas del comedor. Se inclina lentamente, y a través del vidrio de la mesa, ve una pequeña pieza de papel—un cisne de origami.
Mira a Boyd. Es uno de ellos. Es parte del movimiento revolucionario en el interior, las células durmientes que fueron alineadas a la madre de Perdiz—aquellos que querían derribar la Cúpula. Es como si su rezo silencioso fuese respondido. Se siente conectada a algo más grande que simplemente ella y Perdiz.
Cierra su mano sobre el pequeño cisne de papel. Piensa, ¿Demasiado pronto? ¿No estábamos listos? ¿Acaba Perdiz de cometer un error terrible? Se siente alterada.
-Pero es bueno, -Dice. –Va a contarle sobre nosotros también. Esto es lo que se suponía que hiciera. Tenía que decir la verdad.
Boyd le mira la mano en el bolsillo.
Ahora ella está asustada del cisne. Lo da vuelta en sus manos y ve el borde de una palabra debajo del ala. Lo desdobla. Y allí hay un mensaje. Glassings necesita tu ayuda. Sálvalo.
¿No se supone que Glassings ayude a Perdiz? Él había querido contactar con su maestro. Lo necesitaba, ¿pero ahora debía salvarlo primero? La red que, sólo momentos antes, parecía que podía ayudarlos se veía ahora frágil.
Lyda dice, -Me prometió que iba a… -Contarles a todos lo de su bebé. Prometió que estarían juntos—públicamente. Pero sabe que ahora todo ha cambiado. Dijo la verdad—era demasiado pronto ¿Pero iba alguna vez a ser el momento adecuado para decir lo que debía decir? Está enojada y asustada ¿Qué le pasó al futuro?
Boyd no le pide que termine la oración. Sabe que no hay nada que pueda hacer para ayudar.
Lyda pone el cisne en su bolsillo. Mira a Boyd. –Me encargaré de esto cuando vea a Perdiz de nuevo, pero debes hacer algo por mí a cambio.
-Por supuesto.
-Programa el orbe de la manera que te lo pedí, -Le dice. -¿Harías eso por mí?
-Sí, Srta. Mertz, -Dice, -Por supuesto. Haré lo que digas. Ese es mi trabajo.


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