domingo, 26 de octubre de 2014

Arder/Quemar - Capítulo 56: En Todos Lados - TRADUCIDOS - Julianna Baggott

PERDIZ
EN TODOS LADOS
Perdiz está atado a la camilla y cubierto completamente con una sábana blanca. Ahora están fuera del hotel. Iralene y Beckley, vestidos con batas blancas de laboratorio y máscaras de cirugía, lo guían por las calles, las ruedas repiquetean contra el pavimento. Sólo puede ver la sábana iluminada, fina y brillante sobre sus ojos. Sabe que hay gente corriendo cerca. Pasan por un grupo de voces. Se desata una pelea—puede oír a dos hombres enojados gritando.
Hay un alarido y más chillidos en la distancia—un par de disparos.
Se supone que esté muerto, pero se siente muy vivo—le duele el corazón, cada latido es como un golpe dentro de su pecho. Glassings murió. Todos podría hacerlo ¿Puede estar su hermana realmente conspirando para derribar la Cúpula? ¿Es esta sábana que cubre su rostro—la tela fina y blanca que le entra a la boca cada vez que respira—una advertencia? Muerte—¿es ese su futuro cercano?
Escucha a Beckley gritar. -¡Cuidado con el cordón!
La camilla vira, choca contra el concreto.
Se están moviendo tan rápido como pueden. Pasan agujeros, sacudiendo su cuerpo. No hay auto esperándolos esta vez. Por suerte, están en el mismo nivel en la Cúpula que el rascacielos con las cámaras de suspensión.
Perdiz no soporta no ser capaz de ver. Pellizca la sábana, la levanta unos centímetros a un lado y gira la cabeza. Tiene una vista lateral de todo, las calles llenas de gente. Algunos corren, siguiendo niños, llevando jarras de agua y cajas de píldoras soytex. Están metidos en tiendas con filas que serpentean por la cuadra. Algunos están ocupados sellando ventanas con lonas y cinta adhesiva por miedo a que la Cúpula protectora se rompa. Gracias a Foresteed, algunos tienen rifles en la espalda.
Aun así, siguen empujando. Como hombre muerto, es ignorado. Los Puros se han acostumbrado a la muerte. Se están preparando para más. Sus rostros son una mezcla de miedo, pánico y una extraña resignación—como si hubiera llegado al fin algo que estuvieron esperando por un largo tiempo.
Pero entonces ve a alguien escribiendo en uno de los posters, Perdiz e Iralene en una cita—un hombre garabateando en pintura roja oscura sobre sus caras: LA ESCORIA DEBE MORIR.
Perdiz se estremece. Esta gente los amaba a él e Iralene. Ellos fueron la razón por la que se casaron—para mantenerlos felices, darles un motivo para vivir ¿Y ahora son escoria? ¿Deben morir? Deja caer la sábana ¿Va a ser asesinado por Puros? ¿Es así como irá?
Una vez dentro del edificio, Iralene y Beckley rápidamente lo desatan. Todos corren por lo que se está volviendo una serie más familiar de pasajes y pasillos largos e inquietantes, pasando cuartos apenas iluminados zumbando con la maquinaria que mantiene a la gente suspendida viva.
-Justo arriba. -Dice Iralene.
Perdiz los sigue a ella y Beckley por una esquina y ve una puerta, la luz sale de la habitación al pasillo. Iralene y Beckley bajan el ritmo. Perdiz se estira, pausa y después golpea. Peekins y una enfermera levantan la vista de una gráfica.
-Ah, es bueno verte, Perdiz. –Dice Peekins. –Me alegra que pudieras llegar bajo las… circunstancias.
El cuarto es sorprendentemente brillante y cálido. Beckley e Iralene se quedan cerca de la puerta, manteniendo un ojo en el corredor.
Perdiz camina hasta la cápsula y puede ver la silueta emborronada del rostro de Odwald Belze—su tieso cabello blanco, sus ojos cerrados, sus mejillas cetrinas—cristalizado con una fina capa de hielo. La cicatriz en su cuello es roja, preservada cuando era una herida quirúrgica reciente. Perdiz recuerda la pequeña caja azul que contenía el ventilador removido de su garganta, y la cara de Pressia cuando descubrió que significaba que su abuelo había muerto.
-Las cosas se están desmoronando rápido. –Dice Beckley.
-Debemos movernos rápido. –Dice Iralene.
-¿Cómo se ven las cosas? –Pregunta Perdiz.
-Sólo un poco más y sabremos si habrá daño a largo plazo. –Dice Peekins.
-¿Daño? Pensé que o sobrevivía o no.
-Hay un montón de escenarios en el medio. –Dice Peekins, obviamente frustrado con él. –Silencio, por favor.
El médico y la enfermera trabajan velozmente. Ponen la cápsula en posición horizontal. El brillante calor incubado desempaña el vidrio. El latido en la pantalla cerca de la cápsula se acelera. De hecho, Perdiz se preocupa porque el corazón esté ahora latiendo demasiado rápido. Los bips llegan pronto.
Con un zumbido eléctrico, el vidrio se retrae en la cápsula, revelando el rostro de Belze—rígido y húmedo por los cristales de hielo derretidos.
-Interesante capacidad pulmonar total. -Dice Peekins, y mete la información en la computadora, su rostro contraído por la concentración.
La caja torácica de Belze sube y baja temblando y entonces toma aire por la nariz. Tira la cabeza para atrás, sus mejillas y carrillos se mecen, y luego su rostro se contrae. Sus ojos se aprietan. Sus pulmones parecen cerrados.
-¡No respira! –Dice Perdiz.
-Aguarda. –Dice Peekins, sus ojos moviéndose por el panel de control. –Sólo aguarda…
El corazón de Belze empieza a latir con fuerza—el bip es estridente y continuo—pero yace con rigidez.
-Está funcionando a toda marcha. –Dice la enfermera.
Perdiz grita. -¡Hagan algo! ¡No podemos perderlo!
Y entonces Belze toma otra bocanada de aire, lo que parece imposible. Ahora está aguantando demasiado aire.
Su rostro se torna de un rojo purpureo profundo.
-Aguanta. –Dice Peekins. –Aguanta, aguanta, aguanta.
Los labios de Belze empiezan a volverse azules.
-Jesús. Está muriendo. –Grita Perdiz. -¡Está muriendo justo aquí ante sus ojos!
Iralene trata de hacer retroceder a Perdiz de la cápsula. –Perdiz. –Dice suavemente.
Peekins repentinamente parece ser presa del pánico. -¡No sé qué más hacer! ¡Nunca hice esto con alguien tan viejo!
Y entonces el latido se detiene. El bip se vuelve una sólida línea mortal.
Perdiz se estira y toma los hombros de Belze, que siguen fríos.
-¡Retrocede! –Grita Peekins, pero Perdiz empuja el cuerpo del anciano lo suficiente para hacerle colgar una rodilla sobre la cápsula, y después se inclina sobre las costillas de Belze. Aprieta contra su pecho con todas sus fuerzas.
Nada.
Beckley grita. -¡Perdiz! ¡Déjalo ir!
El chico aprieta de nuevo.
-¡Si vas a hacerlo, hazlo bien! –Grita Peekins y apunta al lugar donde las costillas de Belze se juntan en el centro del pecho.
Perdiz retrocede y empuja, sus codos trabados. El anciano sigue rígido.
Perdiz cierra los ojos y lo vuelve a hacer una y otra vez. -¡No mueras! –Grita -¡No mueras! –Puede sentir la fina piel del viejo, los huesos en su pecho, el ceder de sus ligamentos.
-Se ha ido. –Dice la enfermera.
-Perdiz. –Dice Peekins. -¡Detente! –Sacude al chico por el hombro. -¡Para!
Perdiz, sin aliento y sudando, sigue.
-Es una causa perdida. –Dice Beckley.
-Para, Perdiz. –Dice Iralene. -¡Por favor!
Y Perdiz se pregunta si tienen razón. Abre los ojos. El rostro del anciano está tenso. Ya falleció. Perdiz sigue. Quiere llorar, pero entonces la máquina salta. Hay un latido… y otro. Los ojos del hombre se abren con un revoloteo y se centran en los de Perdiz.
El pecho de Belze sube y baja con sacudidas. Sus ojos están bien abiertos. Deja salir un suspiro profundo y repiqueteante.
-Odwald. –Dice Perdiz. Se inclina hacia el anciano. -¡Odwald! ¡Estás aquí! ¡Estás bien!
Perdiz se baja de un salto. Peekins y la enfermera trabajan ahora con rapidez, estabilizando a Belze. No mucho después, está tranquilo. Su respiración y latido son estables. Perdiz dice suavemente. –Vamos a reunirte con Pressia ¿Si? Te extraña. Quiere verte ¿Bien?
-Pressia. –Dice el hombre viejo, sus labios temblando con su nombre.
-Sí. Te extraña.
-Mi esposa.
Perdiz sacude la cabeza. –No, tu nieta.
El anciano parece confundido. -¿Dónde estoy?
-Está bien. –Dice Perdiz. –Está bien.
-¿Dónde está mi esposa? ¿Dónde está Pressia?
-Tu nieta. –Dice Perdiz.
-No tengo una nieta ¿Cómo podríamos si ni siquiera pudimos tener hijos propios?
Perdiz mira al resto.
-Está desorientado. –Dice Peekins. –Quizás sea temporal.
-Esto ocurre algunas veces. –Dice la enfermera.
Perdiz camina hacia la pared y se apoya en ella, tratando de aclararse la cabeza.
-¿Dónde estoy? –Dice Belze.
-Estás en un hospital. –Le dice Peekins con calma. –Vas a ponerte bien.
Perdiz dice. –Él no era su abuelo real. La encontró después de las Detonaciones y la cuidó como si fuera propia. Debe de haberla nombrado por su esposa. Fue como la hija que nunca tuvo.
Peekins le está explicando cosas al anciano. –Pasaste por una operación, y estuviste en un tipo de coma, pero vas a estar bien.
Beckley dice. –Está aquí, pero no lo está.
Perdiz mira el suelo. No acabó aquí. Sale del cuarto y camina por los pasillos.
Corre aunque se siente mareado. Con una mano en la pared, se apoya en ella cuando gira.
Iralene y Beckley lo siguen. -¿Qué pasa, Perdiz? –Grita Beckley. -¿A dónde vas?
-¡Perdiz! –Lo llama Iralene.
Saben a dónde va. Sigue corriendo dentado por los pasillos hasta que llega a la cámara de alta seguridad—la que está toda sellada y a la espera de que Perdiz descubra algún código, alguna contraseña.
El chico mira la puerta, sin aliento, mientras Beckley e Iralene lo alcanzan. -¿Qué tienes allí dentro? ¿Qué me dejaste? –Le está hablando a su padre directamente. Está
en todas partes; dentro suyo.
-Quizás no quieras saber. –Dice Iralene.
-Tal vez no puedas saber. –Dice Beckley.
Perdiz se gira y sacude al guardia. -El abuelo de Pressia no la recuerda. Lo traje de vuelta—pero una parte sigue muerta ¡Intenta tú darle eso a Pressia como un regalo! Tú trata.
-Tranquilo. –Dice Beckley, alzando las manos.
-¿Qué pasa si su padre está allí adentro? Hideki Imanaka es la persona que mi padre más odiaba en el mundo. Mi padre amaba a sus pequeñas reliquias. Debió de haber mantenido a Imanaka si pudo. Y podía hacer lo que sea ¿no?
Beckley camina hasta la pesada puerta de metal.
-He hecho todo lo que pude para progresar. Necesito que éste sea el padre de Pressia. Lo necesito.
-Tratamos un montón de combinaciones, Perdiz. –Dice Beckley. –No podemos abrirla.
-Vuélala.
-Tu padre se aseguró de que esto no sea sólo sobre un show de fuerza. -Dice Iralene. –Era sobre un secreto. Algo que tal vez sólo ustedes dos sepan.
Perdiz se corre las manos por el cabello -¡Mi padre y yo no compartíamos secretos! No compartíamos nada. –Ni siquiera amor, piensa Perdiz. Su padre ni siquiera lo amaba. Eso es lo que le dijo antes de matarlo. Nunca entenderás el amor.
¿Quiere su padre amor?
Perdiz mira a Beckley. Sus manos sostienen la memoria de comprimir las costillas de Odwald Belze. Están temblando, como una vez lo hicieron las de su padre. Es como si el viejo nunca lo fuera a dejar. Es, por un breve momento, como si su padre se hubiera metido en su camino, como si hubiera transferido su cerebro al cráneo de Perdiz y está dentro por siempre. Odia a su padre más que nunca, y sabe ahora qué quiere—qué demanda.
-Debo saber qué hay allí adentro, Beckley.  –Toma la manga de la bata de laboratorio de Beckley. –Debo decirle que lo amo.
-¿Qué?
Perdiz sabe que su padre quiere que salga de su propia boca. –Hay un parlante. –Susurra de espaldas contra la puerta sellada. –Quiere que lo diga.
-¿Estás seguro de que es eso? -Beckley no suena convencido, pero no conoce a Willux como Perdiz.
Iralene posa la mano sobre el frío metal de la puerta.
-El cuarto dentro de la cámara de guerra estaba lleno de viejas fotos, cartas de amor—escritas para cada uno. Todas las cosas que nunca dijo. Porque nunca las decía, nunca las escuchó de vuelta. Sé qué quiere. -Nunca estuve más seguro de nada en mi vida. –Perdiz lo sabe porque su padre está dentro suyo—un hechizo desde el interior. Eso es lo que no le puede decir a Beckley.
-Dilo. -Susurra Iralene.
Perdiz se gira hacia la puerta. Camina hasta el pequeño parlante. Cierra la boca y sacude la cabeza. No lo dirá. No puede. Quiere decir:
Déjame en paz. ¿Es esto lo que le pasa a todos los asesinos? Su cuerpo es una prisión. Perdiz golpea los puños contra la pared sobre su cabeza.
Intenta pensar en alguien más. Puede fingirlo. Pero su padre está allí en su cabeza—sus manos curvadas y ennegrecidas, su respiración silbante. Un Miserable al final. Y entonces, no está seguro de dónde viene, pero dice. –Un Miserable como yo. –Hay una canción sobre ser un Miserable, sobre la gracia de Dios. Quiere decirle a su padre que son todos Miserables. Que todos necesitamos ser salvados. Pone la boca contra el parlante. –Te quiero. –Dice. –Eres mi padre. Siempre te quise. No tuve opción más que hacerlo.
En alguna parte dentro de las cerraduras elaboradas de su padre, sus palabras coinciden con algún criterio ¿Fue sólo su voz? ¿Fue el dolor en ella lo que activó algo? Nunca lo sabrá.
Empiezan los clics. La puerta finalmente cede. Su sello está roto. Frío se filtra del cuarto helado.
Niebla roda hacia el pasillo.
Perdiz pone la mano en la puerta y lentamente la empuja para que se abra.
Una luz adelante se enciende con un parpadeo, iluminando cuatro cápsulas pequeñas.
Perdiz se acerca y ve infantes en cada una. Yacen de costado. Tienen tubos en la boca. Sus pieles están todas levemente cristalizadas y tintadas de azul, igual que Jarv Hollenback cuando lo vio por primera vez aquí abajo. El cuarto también tiene una mesa en la esquina con una caja de metal sentada arriba.
-Cuatro pequeños bebés. –Dice Iralene, entrando a la habitación e inclinándose sobre uno.
-Mi Dios. –Dice Beckley cuando pasa por la puerta. –Mi Dios.
Perdiz no lo entiende. Mira a Beckley, quien empalidece y retrocede.
El guardia se toma del marco de la puerta y mira a Perdiz con los ojos bien abiertos. –Jesús, Perdiz ¿No lo sabes?
El chico sacude la cabeza y mira a Iralene. Observa el entendimiento también llegar a su cara.
Mira a las cápsulas de nuevo. Esta vez busca placas con nombres en los bordes. Encuentra una pequeña etiqueta plateada frente a cada cápsula con las iniciales:
RCW, SWW, ACW, ELW.
rcw—sus iniciales: Ripkard, su nombre real; Crick, su segundo nombre; y Willux.
sww—las iniciales de su hermano: Sedge Watson Willux.
Se agarra de esta segunda cápsula y se mueve rápidamente hacia la tercera placa: ACW. Aribelle Cording Willux, su madre.
Dice, -No, no. –Mientras sus ojos se disparan hacia la placa final: ELW. Su padre. Ellery Lawton Willux.
¿Podría ésta ser su familia—reconstruida?
Piensa en los bebés prematuros detrás del banco de ventanas en el cuarto de bebé. Clones—hechos de la codificación genética de Puros y Miserables.
¿Está mirando a su madre y padre—como infantes? ¿Está mirándose a sí mismo y a Sedge? ¿Es esto lo que su padre le dio? Su familia ¿De vuelta?
Una de sus rodillas cede. Se toma del borde de una cápsula y camina hacia la caja de metal en la única mesa. La mira por un momento. Le corre la sangre en los oídos. Sus ojos se empañan. Parpadea, y la caja vuelve a estar en foco.
Tiene que abrir la tapa.
-No. –Dice Iralene. –Déjala.
Pero no puede. Saca la tapa con los pulgares. Resuena contra la mesa.
Dentro, hay instrucciones médicas—un programa para envejecer los especímenes para que eventualmente tengan la diferencia de edad correcta para ser una familia de nuevo. ACW y ELW tienen que ser sacados y envejecidos por veinticinco años, y entonces SWW puede ser sacado. La madre y padre de Perdiz tuvieron a Sedge cuando tenían veinticinco años. RCW puede ser sacado dos años más tarde.
Y entonces… ¿Qué tenía su padre en mente? ¿Serían una familia? ¿Una familia normal? ¿Reunida y completa?
Tal vez no se arrepentía de haber matado a su madre e hijo mayor porque seguían vivos.
Perdiz vuelve a las cápsulas—los pequeños infantes ¿Qué hará con ellos? Ésta es su herencia.
La radio de Beckley lanza un graznido ¿Puso la hermana de Perdiz el plan en acción? ¿Están los supervivientes invadiendo? ¿Es este el principio de otra guerra sangrienta? Dice. -Iralene, dime algo en este mundo que importe. Dime algo sagrado.
-Tú importas. –Susurra ella. Pero esto no es lo que él necesitaba oír.
Beckley vuelve a entrar al cuarto. -Lyda y Pressia han sido encontradas.
-¿Piensas que ha empezado? –Pregunta Perdiz.
-Un grupo se formó no lejos de la Cúpula. –Dice Beckley. –De acuerdo a los reportes, parece que se mueven.
Iralene y el guardia salen al pasillo y, por un momento, son sólo Perdiz y los infantes. Su padre también pensó que estaba haciendo lo correcto. Pero ahora Perdiz sabe que él no es su padre. Su padre siempre le fue un extraño. Perdiz va a tratar de salvar la Cúpula, no por lo que significa, o por lo que aspira a ser, sino porque cada persona importa. Puede tratar de salvar vidas.
Iralene trata de nuevo. –El hogar es sagrado, Perdiz.
-Tenemos que traer a Lyda y Pressia al cuarto de guerra. A Odwald Belze también.
-La familia es sagrada. –Susurra Iralene. –Un hogar lleno con la familia.

Él camina hacia el pasillo. Las luces en la habitación se apagan con un parpadeo. La puerta se cierra automáticamente. El único ruido es el sonido de las cerraduras volviendo a su lugar con clics.

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