lunes, 13 de octubre de 2014

Arder/Quemar - Capítulos 52:Ángel y 53: Sueño - TRADUCIDOS - Julianna Baggott

IL CAPITANO
ÁNGEL
Los brazos de Il Capitano están atados, dejándolo colgado de un marco de metal que solía ser un set alto de hamacas detrás de una escuela primaria. Helmud está tomado de su cuello. Hay una fila de gente esperando su turno para golpearlos a ambos con palos. Sólo puede ver a través de la ranura de uno de sus ojos inflamados; el otro se le cerró por la hinchazón—esto era de la paliza de antes: un gratis por todo. Los cuerpos de los supervivientes están doblados y envueltos, pero su ojo lloroso emborrona los detalles de sus cicatrices y fusiones, lo que es una bondad.
Habían elegido sus propios palos—algunos finos como látigos y otros pesados como tablas. Un superviviente está armado con lo que parece un viejo palo de golf, torcido y curvado. Il Capitano y Helmud están cubiertos en una mezcla de cortes sangrientos, moretones profundos y ampollas. El cuerpo de Il Capitano arde con un dolor tan agudo que siente la mente ligera.
Y recuerda ser pequeño—le taparon los ojos, le dieron un palo y le dijeron que golpeara un burro de colores brillantes colgando de la rama de un árbol. Era una fiesta de cumpleaños. Llevaba pantalones de pana nuevos que se agitaban a cada paso. Su madre se quedó todo el rato, lo que era raro, y sostuvo la mano de Helmud en lugar de dejarlo vagar por ahí.
Il Capitano sabía que la cumpleañera era de una familia rica porque tenían una pileta—aunque era otoño y estaba tapada.
Ya habían abierto los regalos, y los chicos en la fiesta se rieron del suyo—una muñeca de plástico. Era un presente barato, y la cumpleañera era demasiado grande para ella. Y entonces, cuando llegó su turno, golpeó el burro tan fuerte como pudo. Y cuando le dijeron que su turno había acabado, siguió golpeándolo. Le pegó una y otra vez hasta que escuchó un pop y llovieron caramelos, desparramándose por todos lados mientras el burro se mecía abierto.
Se sacó la tela de los ojos y miró a los niños pelearse. Helmud se libró del agarre de su madre y se les unió, pero ahora Il Capitano estaba más enojado aun. Los niños habían sido recompensados por reírse de él. –Ve y sírvete. –Le dijo el padre de la niña empujándolo por la espalda.
Se negó. No iba a buscar los restos de los chicos ricos. Se quedó allí y observó. Más tarde robó algunos de los caramelos de Helmud; alguien le debía algo.
Ahora él es el burro.
Incluso sin otra culpa o pecado, se merece esta golpiza sólo por haber perdido la bacteria.
Escucha a gente llamándolo—burlándose. Su visión es borrosa a causa del sudor y sangre. Parpadea por la brillante luz del día. El sol—incluso nublado como siempre—le causa un dolor abrasante en el cráneo. En su mayoría ve a adoradores de la Cúpula, pero algunas madres también se acercaron. Lo odian completamente. Además, reconoce un par de soldados de la ORS ¿No hizo cosas buenas por ellos?
Sus rostros demacrados saltan dentro de foco. Sus afiches de reclutamiento prometían comida sin miedo y que la solidaridad los salvaría. Se fue, y se marchitaron. Vinieron a presenciar su violenta ejecución porque los abandonó, porque muchos fallecieron y aquellos que se mantienen con vida están muriendo de hambre. Sabe cómo es ser abandonado. De niño, miró al cielo en busca de aeroplanos, deseando una pequeña conexión con su padre, un piloto que dejó la familia antes de que Il Capitano pudiera reunir siquiera un par de recuerdos del hombre.
Aun así, los soldados se ven casi felices. Los sobrevivientes aman una paliza. Hay tanto por lo que pagar. Cuando alguien es elegido para acarrear algo de culpa, es un alivio. Il Capitano conoce ese sentimiento. Mató personas y a veces pensó, con bastante simpleza
, la gente merece morir.
Pero dijo que lo sentía. Y fuese Dios o Santa Wi o alguna fuerza espiritual que ni siquiera puede comprender, se sintió perdonado ¿Por qué lo dejan sufrir así? ¿Se merece la golpiza? ¿Dios ya se dio por vencido con él?
Algunos de los que están en la fila son más nervudos y fuertes de lo que piensa, mientras otros llevan su fuerza en hombros endurecidos y estómagos musculosos. Il Capitano y Helmud no tienen los ojos tapados, lo que parece injusto, ya que ninguno simplemente batea el aire. Pero sólo los dejan golpearlos tres veces cada uno. Si alguien va por un cuarto golpe, Margit está allí para mantener la fila avanzando. –Guárdalo. –Dice. –Todos quieren el suyo, así que devuelta a la línea.
Busca a Bradwell. Fue forzado a mirar el gratis por todo, pero no fue golpeado en el proceso. Los sobrevivientes todavía le tienen una cierta estima. Se fue.
Algunos de los sobrevivientes dicen un nombre cuando lo golpean—algunos muertos, algunos que Il Capitano mató o que podría haber salvado si no hubiera ayudado a montar un régimen tan cruel como la vieja ORS. Cada nombre le resuena en la cabeza. Al principio se encorvaba y combatía los golpes, después sólo se preparaba para recibirlos y, ahora, los acepta.
Un hombre bajo, de torso ancho, lo golpea en los muslos con una tabla. -¡Minnow! –Grita. -Minnow Wells ¡Mi Minnow! –Suena como el apodo de un niño—de la forma en la que la madre de Il Capitano cambió de una forma muy profunda quién era al dejar de llamarlo Waldy ¿Minnow era el hijo o hija de este hombre? ¿Su amor?
Il Capitano recibe los golpes. -Minnow. Minnow Wells. –Susurra.
Sabe que posiblemente haya un golpe final, como el que le dio a la piñata. Probablemente morirá por las heridas internas más que por la sangre manando de él ¿Primero se detendrá su corazón o el de Helmud?
Una vez se imaginó cómo sería decirle a Pressia que Bradwell murió ¿Será Bradwell el que le diga de su muerte y de la de Helmud? Espera que en ese momento ella se dé cuenta de que lo ama. Eso es todo lo que él quiere. Se imagina que llorará y que Bradwell será quien la consuele.
En este escenario, podrían estar sentados dentro de una Cúpula quebrada.
Podrían haber llegado a esa realidad—sin él.
Estuvo cerca.
Alguien lo golpea con tanta fuerza que su cuerpo se arquea y balancea. La multitud—ahora cientos—celebra. Pero Il Capitano recuerda no tener peso—arriba, en el cielo, en esa aeronave. Si tiene un alma, y si el alma deja el cuerpo una vez alguien muere, le gustaría despegar como esa nave.
Me gustaría volar. Es su nueva oración. Me gustaría volar sólo una vez más.
Lucha por mantenerse despierto. Siente una sombra de entumecimiento colocarse sobre sus ojos. Oscuridad. La lucha. Su cuerpo se sacude. Sus manos son garras azules sobre su cabeza. Trata de mojarse los labios y saborea sangre. Escucha la voz de su hermano tarareando en su oreja—una tenue canción, una que Il Capitano no reconoce.
Los golpes pararon. El viento le suena en los oídos. La cosa se calmó y silenció
Excepto por una voz.
Il Capitano fuerza un ojo para que se abra.
Ve las alas de Bradwell arqueándose sobre sus hombros. El viento sacude sus plumas. Los sobrevivientes todavía sostienen sus palos y tablas, pero se callaron.
Bradwell tiene una forma de hablar que hace que la gente lo escuche. Siempre la tuvo. Historia Eclipsada. Bajo tierra. Tenía seguidores. Dirigía un movimiento.
¿Convenció Bradwell a Gorse para dejarlo hablar con la gente? ¿Hizo un caso en nombre de Il Capitano y Helmud? ¿Trata de salvarlos?
Escucha la palabra malvado. Quizás no esté intentando de salvarlos para nada. Il Capitano sabe cómo se siente la maldad—en la piel es como odio, pero cuando la encuentras bajando hasta tu estómago, es en verdad temor. El miedo es de donde viene la maldad. Y el odio siempre le vino fácil a Il Capitano porque se odiaba a sí mismo—con tal profundidad, tal totalidad, como si le hubieran disparado con auto desprecio, un spray de perdigones.
Por un vengativo segundo, piensa, Déjalos matarme a golpes. Déjenlos meterme el odio a palos. Sabe que hacerlo será su castigo. Matar a alguien—eso no puede ser lavado. Lo tendrán que llevar consigo—más fácil en grupo, más sencillo mover el pecado de una persona a otra, pero nunca indoloro. Llevarán su muerte por siempre.
Y la de Helmud también.
Igualdad—eso es de lo que Bradwell está hablando ahora ¿En este mundo?
Pero sea lo que sea que dice, funciona. Alguien había trepado a la punta de las viejas hamacas y está serrando la cuerda con un cuchillo. Otros sobrevivientes envolvieron sus brazos alrededor de las piernas de Il Capitano para que él y su hermano sean atrapados una vez la soga se rompa.
Sus vidas han sido salvadas ¿Por Dios? ¿Por la Santa Wi? ¿Por Bradwell?
Y entonces Bradwell está allí. Abraza a Il Capitano y Helmud.
-¿Qué pasó? –Susurra Il Capitano con su labio hinchado y partido.
-Hice un trato con Gorse. Le prometí llevarlo con su Hermana si me daba un par de minutos para dirigirme a la multitud. Y entonces le dije a la gente que fui enviado por Dios. Un ángel.
Il Capitano sonríe a pesar de que duele. –Las alas ayudaron.
-Finalmente son buenas para algo. –Dice Bradwell.
-Buenas. –Dice Helmud.
Bradwell llama a algunos de los supervivientes. –Límpienlos. Il Capitano estaba perdido pero ahora ha sido encontrado.
Los sobrevivientes empiezan a darse órdenes entre sí. Miran a los hermanos, perplejos pero también un poco sorprendidos. Las miradas ponen nervioso a Il Capitano. Siempre prefirió el miedo a la admiración, pero tal vez sea lo mismo. Poder. Por un segundo, se pregunta si Bradwell realmente los salvó a él y a Helmud porque los ama como hermanos o por alguna otra razón más compleja. Tal vez sabe que lo necesita para conseguir lo que quiere ¿Y qué quiere realmente Bradwell? ¿Derribar la Cúpula o regresar a Pressia antes de que ella decida quedarse allí?
-¿Qué sigue? –Le pregunta Il Capitano a Bradwell, pero el chico no lo entiende. La voz de Il Capitano está tan cruda que sólo puede susurrar, y sus labios están tan hinchados que sus palabras salen confusas.
Bradwell se arrodilla y apoya una mano en su pecho. -¿Qué dijiste?
-¿Qué sigue? –Dice Helmud, hablando por su hermano.
Bradwell dice. –Esperamos palabra.
-¿De Pressia? -Pregunta Il Capitano
-Esperamos palabra de lo alto. –Dice Bradwell en voz alta para que todos puedan escuchar. -¿Quién más? ¿Dónde más?
El brillo se centra en el rostro de Bradwell. Oscuridad traga los bordes de la visión de Il Capitano. Parpadea y parpadea e intenta decir algo. Pero entonces el mundo se vuelve negro.
PERDIZ
SUEÑO
Perdiz despierta; una figura está inclinada sobre él. Se sacude, se sienta. -¿Qué demonios?
Se encuentra en el sillón de su suite de luna de miel. Las cortinas están cerradas, excepto por un pequeño centímetro de luz… y allí está Foresteed, mirándolo. Lleva un uniforme militar—uno viejo de los días de la Ola Roja Honesta. Tiene enganchada una banda roja alrededor del bíceps, medallas brillan en su pecho, y una gorra se sienta levemente inclinada en su cabeza.
-¿Qué demonios quieres? –Dice Perdiz.
-Esto es lo que hemos estado esperando, Perdiz. Todos estos años. Es el momento. –Su voz suena casi nostálgica.
-¿Tiempo para qué, Foresteed?
-Vienen a por nosotros. Tu padre está muerto. Sólo somos nosotros ahora. Sólo nosotros.
-¿Quiénes vienen? Lo que dices no tiene sentido. Jesús ¿Dónde está Beckley? ¿Dónde está Iralene?
-Quería que habláramos a solas. –Dice Foresteed, metiendo la mano en el bolsillo del oscuro saco de su uniforme –Tengo otra pequeña grabación para ti, Perdiz. –Saca el mando y se lo da. –Presiona Play.
-No quiero escuchar más grabaciones ¿Me entiendes?
Foresteed se desabotona el saco, toma una pistolera alrededor  de su pecho y saca una pequeña pistola—de nuevo, se ve como si fuera del Antes. Sostiene el arma a su lado, apuntando al suelo. –Presiona Play. –Es la calma en su voz lo que lo asusta más que nada—indiferente, incruento.
Perdiz traga con sequedad. Toca el botón de play. La pantalla permanece en negro, pero escucha una voz—levemente amortiguada pero aun así distintiva.
-Debemos sacarte. –Es la de Pressia, inconfundible. – Van a llevarte y tomar al bebé una vez haya nacido.
Perdiz mira a Foresteed, pero el hombre le da la espalda. Pressia no le está hablando a Lyda ¿O no?
No tomarán al bebé, Quiere decir. Eso es de locos. ¿De dónde sacó Pressia eso? Se le acelera el pulso.
–Quiero volver con las Madres. –Dice Lyda. -Este lugar—no puede ser salvado. –Perdiz casi ríe. Lyda no puede querer volver con las Madres. Está aquí, a salvo. Pero sabe que no quería venir en primer lugar.
-Escucha, -Dice Pressia. –Tenemos la intensión de derribar la Cúpula. 
-¿Lo escuchas? -Murmura Foresteed, girándose devuelta hacia Perdiz. Con el brazo rígido empieza a golpear la pistola contra su pierna.
-¿Realmente van a hacerlo? –Dice Lyda. -¿Pueden? –Suena esperanzada. Dios mío ¿Por qué querría derribar la Cúpula? ¿Está celosa de la boda? ¿Le creyó a Pressia sobre lo del bebé siéndole apartado? ¿Se volvió loca?
-Si Perdiz se ha vuelto contra nosotros, –Dice Pressia. -Tendríamos que.
Eso es. El sonido se desvanece. Perdiz mira a la pantalla negra y brillante. -¿Vuelto contra ellos? –Dice Perdiz. Se siente completamente traicionado. –¿Entra, ve una boda y piensa que tiene el control de toda situación? –Está sorprendido, pero entonces escucha el golpe constante del arma de Foresteed contra su pierna. El hombre piensa que Pressia va a derribar la Cúpula. Esto es lo que estuvimos esperando, Perdiz. Todos estos años. Es el momento. Piensa que los Miserables vienen tras ellos. –Escucha, Foresteed. No pueden derribar la Cúpula. No hay forma de hacerlo.
-No sabes nada. El viaje a Irlanda la puso en contacto con gente muy avanzada que podrían vernos como una amenaza.
-No, no. –Perdiz se frota la parte de atrás del cuello. –Algo está mal. Sacaste esta grabación fuera de contexto.
-Debemos detenerla. –Dice Foresteed. –No se le puede permitir ganar ningún ímpetu. Tuve que tomar acción.
Perdiz se para. -Foresteed… ¿Qué hiciste?
-Estoy armando nuestra milicia en la Cúpula.
-¿Le estás dando armas a gente que se estuvo suicidando?
-Sólo a nuestra milicia—hombres en buena condición física. Debemos defender lo que es nuestro. Las tropas de Fuerzas Especiales allí afuera son ahora patéticas. Fueron apurados—un mal lote. Ya no tenemos a nadie protegiéndonos. No en realidad. Tuve que abrir los stocks.
-Esto es de locos. Déjame hablar con Pressia y Lyda. Puedo corregirlas. Es sólo un malentendido.
-No puedes hablar con ellas. –Dice Foresteed.
-¿Por qué no? –Dice Perdiz, sintiéndose amenazado.
-Se fueron.
-¿Qué? ¿Estas bromeando? –Perdiz camina hasta las cortinas y las abre. Tiene vista a la calle. Ve el montón de gente debajo, corriendo en todas direcciones. Pánico ¿Llevan armas? Es un desastre. –¿Fueron a dónde?
-Si supiéramos dónde están. –Dice Foresteed. –Serías capaz de hablarles.
Perdiz se gira hacia Foresteed. -¿Salieron de la Cúpula?
-No tenemos evidencia de que nadie haya escapado. Creemos que están aquí, en alguna parte.
-¡Es un domo, por el amor de Dios! ¡No puede ser tan difícil encontrarlas!
Foresteed alza la pistola, la frota suavemente. –Sabes qué podría pasar…
Perdiz inspira profundamente. Se imagina a la Cúpula siendo infiltrada por alimañas, Amasoides, las Madres, la ORS… Ve a los Puros—pálidos y sorprendidos, completamente desprevenidos, caminando por allí en sus cardiganes, en sus zapatos de tacón. Serán apaleados hasta morir. La Cúpula será saqueada. Las Fuerzas Especiales sólo hará la cosa más sangrienta. La raza inferior—los Puros. Los Miserables traerán enfermedades con ellos—unas que ellos ya sobrevivieron pero ante las que los Puros no tendrán inmunidad. Si el sello de la Cúpula es roto, el aire en sí mismo los asfixiaría. Caos. Baños de sangre. Una lista de muertes enorme. Y entonces lo golpea. –Su mi hermana dice que tiene la intención, entonces es verdad.
-Tenemos confirmación de afuera. -Dice Foresteed. –Capturamos al traidor que los llevó a la aeronave. Obtuvimos información suficiente sobre él para confirmar que tienen algún tipo de agente—una guerra química de alguna clase.
-¿Qué traidor?
-Un soldado de las Fuerzas Especiales que se rebeló.
No Hastings. No Silas Hastings. Por favor, no. -¿Quién?
-Alguien a quien una vez conociste bien, resulta. Hastings.
Perdiz aprieta su agarre sobre las cortinas. –No lo torturaste para obtener—
-No. Intentó combatirlo, pero no había mucho que pudiera hacer. Está programado para rendirse ante nosotros. Codificación de comportamiento. –Dice Foresteed melancólicamente. –Si sólo tu madre no hubiera bloqueado la tuya.
Perdiz está agradecido por eso. Sigue pudiendo tomar sus propias decisiones—para mejor, para peor. -¿Puedo hablarle?
Foresteed camina hacia Perdiz, parándose en el rayo de falsa luz solar entrando por la ventana.
Foresteed brilla con sudor. Levanta la pistola y la posiciona en el bolsillo mullido detrás de la mandíbula de Perdiz. Dice. –Vamos a estar listos. Tu hermana, si es encontrada, será ejecutada. Y tú, Perdiz—mejor haz lo correcto y ayuda a atraerla. Porque ¿Sabes lo que pasaría en una revolución? - Foresteed aprieta más la pistola. –Los Miserables te cortarían la cabeza primero, pero no si me dan ganas a mí de hacerlo primero ¿Sabes lo que digo?
Perdiz asiente y, entonces, como un disparo en el estómago, piensa en su propio bebé ¿Será este niño lo suficientemente fuerte para sobrevivir si la Cúpula es derribada? Sólo por ser concebido allí afuera no lo hace más duro o más inmune.
-¿Tienes un plan? –Pregunta Foresteed.
-Necesito conseguirle a su abuelo. Lo necesito. -¿Podía confiar en Arvin para mandar palabra entre Cygnus? ¿La ayudaron ellos a escapar? ¿O la están buscando también?
Foresteed bizquea. Sus ojos se aprietan con gotas acuosas. Dice. -¿Puedo confiar en ti?
-Ya lo dijiste. Mi padre está muerto. Sólo somos nosotros ahora, Foresteed. Tú y yo.
Foresteed sonríe con un lado de la boca y baja el arma. Sus ojos bizquean sobre el rostro de Perdiz. –Correcto. Tú y yo. –Se endereza el uniforme de la Ola Roja Honesta con un par de sacudidas. Es posible que Foresteed espere con ansias esto, tan nostálgico como es por los viejos días de la Ola Roja Honesta. Le da a Perdiz un saludo rápido y camina hasta la puerta, con la pistola aun en una mano. Sin mirar atrás, dice. -Toma al viejo. –Y después camina por la puerta y el corredor.
Perdiz trata de sacudirse el sentimiento permaneciente de la pistola presionada bajo su mentón.
Beckley aparece. –El reporte salió. Estado de emergencia. Un mensaje grabado de Foresteed. Dijo que los Miserables van a alzarse. Dijo que el momento es ahora ¿Es verdad?
Perdiz le estudia la cara un momento. –Sé lo que piensas de mí.
-¿Lo haces?
-Piensas que estoy demasiado metido. Piensas que no tengo idea de qué estoy haciendo. Piensas que me voy a ahogar. Nada o húndete, y le estás apostando al último.
-¿Son esas metáforas? No entiendo las metáforas.
-Afuera con la mierda. Crees que me hundo ¿O no?
-Perdiz, no tenemos tiempo para—
-Ni siquiera puedo decir si me hundo o si el agua es la que sube a mi alrededor. –Mira la habitación sin ver nada, sintiéndose ciego.
-Perdiz ¿Qué puedo hacer? Dame una orden.
Eso es verdad. Se supone que esté a cargo—incluso si no tiene poder, Beckley está de su lado ¿O no? –Debes llevarme con Peekins—las cámaras.
-Deberíamos ir rápido. Se está empezando a poner caótico allí afuera.
-Iralene viene con nosotros. Y nadie puede vernos.
-Encontraré la forma.
-Glassings. Lo necesito a salvo. También debo hablar con él.
Beckley sacude la cabeza y mira por la ventana, como si tratara de discernir el clima—como si pudiera cambiar. La piel alrededor de sus ojos es oscura—así que sin dormir.
-Beckley ¿Qué pasa?
-Glassings.
-¿Qué con él?
El guardia lo mira. –Murió en la noche.
-¿A qué te refieres? ¿Estuvo Foresteed involucrado? ¿Lo hizo él?
-Coágulo de sangre. En su corazón. Los hombres de Foresteed entraron para interrogarlo sobre Lyda y Pressia, pero se había ido.
Perdiz se pregunta si sabía en algún nivel que volvían a por más, si quiso morir porque no podía aguantar otra ronda. –Debería haber ido a verlo. Fui a los Archivos de Seres Queridos a ver la caja de mi hermano—estaba vacía. Podría haber estado allí. Quizás podría haber…
-Se fue, Perdiz. Ahora debes concentrarte en los vivos.
Perdiz siente que no tiene padre—un huérfano que ha quedado huérfano de nuevo. –Pero necesito verlo. Necesito a Glassings. No puedo hacer esto solo…
-Debes tener algo de fe en otras personas.
Ve a un hombre corriendo en diagonal por la calle con un rifle agarrado a la espalda. Milicia.
Perdiz alza la mirada y ve su propio reflejo. No soy mi padre, quiere decirle a la brumosa imagen de su propio rostro. No soy mi padre. Pero entonces recuerda nuevamente la mano temblante de la dependienta. Sí, su hermano está en todas partes. Su madre está en todas partes. Pero su padre también. Dice. –Soy un hijo de Willux ¿Qué aprendí sobre tener fe en otra gente?
Beckley se acerca y lo agarra por los brazos. –Ve a por Iralene. Debemos irnos. Ahora.
Perdiz camina con rapidez por el pasillo al cuarto. Se siente robótico. No puede procesar la muerte de Glassings. Agarra la manija fría. Piensa en la vida y la muerte—una fina membrana que las separa. Una puerta… a veces cerrada, a veces abierta.
Iralene duerme pacíficamente, sus suaves rulos cubriendo la almohada de seda.
Camina hasta ella, se sienta en la cama y gentilmente le sacude el hombro. –Iralene. –Susurra. -Iralene, despierta. Iralene.
Ella abre los ojos y se acuesta sobre su espalda. –Estaba teniendo un sueño. –Dice. –Sigo sin acostumbrarme a qué tan reales son, Perdiz. Era tan real.
-¿Uno bueno esta vez?
Ella asiente.
Él frota los puños—nudillos saltando nudillos. –Estoy asustado, Iralene. Foresteed le dijo a la gente que se acerca un levantamiento.
Ella se sienta y apoya una mano en su pecho. –Estaremos bien, Perdiz. No importa qué.
-No, -Dice el chico. –Si vienen por nosotros, gente morirá, Iralene ¿Entiendes lo que digo?
Ella lo envuelve con los brazos. Susurra. –En el sueño, éramos felices. Teníamos una casa, con cortinas floreadas. Tú la construiste, Perdiz. Estaba en un campo y el viento soplaba por entre el pasto. Creo que era el futuro.
-No creo que así sea cómo funcionan los sueños, Iralene.
-Era tan real. Mejor que el orbe. Caminábamos de cuarto en cuarto y espiábamos por las ventanas ¿Qué dirías si hiciera un lugar como ese real?
Le gusta el sonido de la voz de la chica. Cierra los ojos por un momento e imagina la casa.
-Tulipanes. –Dice ella. –Eso era lo que estaba bordado en las cortinas. Tulipanes—miles de ellos. Podía tocar la costura con las puntas de mis dedos y después, cuando miré fuera por otra ventana, había un campo de tulipanes, bamboleando sus pesadas cabezas en las brisas.
-¿No era sólo un orbe?
-No, era real ¿Crees que no escuché sobre la casa que Lyda te hizo? ¿Ese mundo oscuro y cenizo del orbe? No es la única que puede hacer un hogar para ti, Perdiz.
-¿Quién te contó sobre eso?
-Sé cosas—más de las porque me das crédito.
-No lo quería decir de esa forma. Es sólo que… ¿De qué casa estás hablando sobre hacernos?
-¿Qué pasa si pudieran crear un hogar para nosotros donde todos estemos juntos? Todos nosotros. Incluso a quienes perdiste, Perdiz.
¿Un mundo con su madre y Sedge? No con su padre—no él, no. -Glassings murió en la noche. –Sólo puede susurrar las palabras.
-Glassings también podría estar allí. –Dice Iralene, como si no le temiera a la muerte, y quizás no lo hace.
-Eso es lo que llaman paraíso, Iralene.
-¿Pero y si pudiera se aquí, en la Cúpula?
-No es posible. Sigues soñando.
-Podríamos ser felices allí. Es el futuro en el que podríamos entrar un día, si queremos. Recuéstate. –Dice. –Recuéstate conmigo y sueña un poco. –Se ve somnolienta. Sus ojos son tan claros como el cristal y hermosos.
Él no puede soñar—ni siquiera un poco. Tiene que sacar al abuelo de Pressia a por aire. Debe encontrarla y a Lyda—ella es con quien se supone que debe entrar en el futuro. -No. –Ya gastó demasiado tiempo. –No puedes estar aquí sola. Ya no es seguro. Ven conmigo.
-¿Dónde más quisiera estar?
-Te dejaré prepararte. –Dice.
Ella promete no tardar.
Perdiz camina hacia la puerta, la cierra despacio y trota por el pasillo, esperando que Beckley haya encontrado una forma de sacarlos sin ser vistos.
Cuando camina dentro de la sala de estar de la suite, ve una camilla cubierta con sábanas blancas. No es lógico, pero piensa en Glassings; no puede ser para él. Está muerto…
La puerta de la suite se abre. Beckley le está hablando a alguien en el corredor, agradeciéndole a la persona en voz baja. Cierra la puerta, sosteniendo dos batas de laboratorio en perchas, se gira para mirar a Perdiz, que dice. -¿Qué pasa? ¿Quién está enfermo?
-No enfermo, -Dice Beckley. –Muerto.
-¿Quién?

-Por ahora, -Responde Beckley, -Tú.

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