sábado, 21 de junio de 2014

Arder/Quemar - Capítulo 13: Reflejo - TRADUCIDO - Julianna Baggott

PRESSIA
REFLEJO
El aire está estancado y los motores son ruidosos. La aeronave se zarandea en el viento. El viaje entero toma cincuenta horas. Revisó la caja de metal algunas veces, tocando el vial y la fórmula—ambos intactos, gracias a dios; se ha vuelto un hábito nervioso. Ya pasó mucho del tiempo, pero aun así, las horas que quedan—¿Cuántas, exactamente?—se alargan ante Pressia sin descanso. En una mano, sólo está la vista por la claraboya del centelleante mar; en la otra, la nave es peligrosa. Il Capitano es un piloto novato, y estaba enojado cuando se dio cuenta que regresarían sin sus armas. Se veía perdido y desesperado. -¿Cómo demonios espera Kelly que lleguemos a ninguna parte sin pistolas? –Se calmó lo suficiente para despegar, y, ocasionalmente, suelta boyas de seguimiento reflectoras de láser. El sonido es ensordecedor mientras son lanzadas de la aeronave, iluminando las claraboyas y haciendo a la nave en sí misma traquetear. Podían morir aquí afuera—desplomarse, estrellarse y después hundirse, sin sonido, en el suelo oceánico. Esto le asusta, pero le ha temido a la muerte por tanto tiempo que ya no tiene tanto poder sobre ella como una vez lo hizo.
En su lugar, el sofocante sentimiento que tiene en el pecho—implacable y horrible—es por Bradwell. Él está sentado sólo al otro lado del pasillo, e, incluso aunque le salvó la vida, no han hablado ¿Cómo se siente estar atrapada en un espacio pequeño con alguien que la odia? La hace querer ser más y más pequeña hasta desaparecer.
Espera al momento en el que Bradwell baje la guardia un poco, en el que se suavice, se abra. Pero incluso mientras duerme, parece enojado. Su entrecejo se frunce en sueños, tal vez pesadillas. Patea sin descanso. Es duro para él simplemente sentarse en el asiento. Tieso e incómodo, sus alas parecen empujar sus hombros hacia adelante, forzándole a encorvarse.
Il Capitano y Helmud están en la cabina de mando con Fignan a su lado. Il Capitano está cantando canciones viejas—aunque nada de amor. Asume que está siendo cuidadoso.
Pero no hay tiempo para cuidarse del otro. Deben hablar sobre su próximo paso.
-¡Bradwell! -Dice Pressia.
No se mueve.
-¡Bradwell!
De nuevo, nada.
Se desabrocha el cinturón, cruza el pasillo y le sacude el hombro. -¡Bradwell, despierta!
Se despierta del sueño de la forma en la que lo solía hacer en el cobertizo mohoso donde se recuperó después de que casi mueren congelados en el suelo del bosque—sus brazos y piernas se sacuden y jadea en busca de aire. -¿Qué? ¿Qué pasa?
-Tenemos que hablar.
Mira a su alrededor, con los ojos bien abiertos, y luego a la claraboya—seguramente sorprendido de encontrarse en una aeronave cruzando el océano. –No quiero hablar sobre nosotros. –Dice. –No puedo.
-No sobre nosotros. –Dice ella, pero desea que pudieran hablar sobre lo que significan para el otro ¿Alguna vez lo harán? –Necesitamos un plan. Tenemos que hablar con Il Capitano y Helmud también.
Él se frota los ojos y asiente. –Tienes razón.
Bradwell sigue a Pressia a la cabina de mando. Il Capitano está cantando, y Helmud parece estar tarareando una harmonía. Es hermoso. Fignan parece estar en modo dormido, como si el canto lo hubiera apaciguado. Odia interrumpir.
La puerta está abierta, pero golpea de todos modos.
Él se detiene a mitad de una nota. –Pensé que estaban dormidos.
-Yo lo estaba. –Dice Bradwell. Con Pressia entran a la cabina. Él apenas cave en el espacio. Sus costillas, pecho y hombros se ensancharon. Sus alas son espesas y se arquean a su espalda.
-Debemos pasar a ver a Hastings. -Dice Pressia agarrando la espalda del asiento de copiloto vacío.
-Tendríamos que aterrizar en Crazy John-Johns y después despegar nuevamente. –Dice Il Capitano nervioso.
-No podemos dejarlo allí. –Dice Bradwell.
-No estaba diciendo que lo abandonaría. Es sólo un riesgo—eso es todo. Si nos aterrizamos/estrellamos como lo hicimos la última vez, no tendremos a nadie que nos ayude. Deberemos volver a casa a pie a través de un territorio en el que apenas sobrevivimos la primera vez.
-No tenemos opción. –Dice Pressia. –Nos necesita, y podríamos necesitarlo a él también.
-¿Necesitarlo para qué? –Pregunta Il Capitano.
Pressia suspira. –Voy a entrar a la Cúpula. Tengo que hablar con Perdiz. Debo llevarle la cura a la gente correcta dentro. –En ningún momento se suelta la mochila.
-Asumes que hay gente correcta en el interior. –Dice Bradwell.
-Gente correcta. –Dice Helmud con optimismo.
-No pueden ser todos malos. Y ahora que Perdiz está a cargo, estoy segura de que…
-Yo no estoy seguro de nada. –Dice Bradwell. -Kelly sabía que Willux estaba muerto, que Perdiz estaba a cargo, ¿Entonces por qué no ha escuchado sobre una nueva orden en la Cúpula?
-Tal vez Perdiz no tuvo tiempo. –Dice Pressia enojada. –Tal vez su plan está en marcha ¡O quizás empezó a hacer verdaderos cambios, pero decirle a Kelly, a un océano de distancia, no es su mayor prioridad justo ahora! -Se gira hacia Il Capitano. –Crees en Perdiz ¿No?
-Siempre dudo de la gente. –Dice Il Capitano. –Sobreviví por no creer en otros humanos.
Pressia lo entiende. Ella es alguien que decepcionó al Cap; no lo ama de la manera que él a ella.
-¿Cuál es su plan? ¿Derribar la Cúpula y que haya una guerra civil? ¿Más sangre, más muerte? –Les pregunta Pressia.
-Si quieres ponerte de su lado, adelante. –Le dice Bradwell a Il Capitano. –Cómo te sientes con respecto a ella ya no es un secreto. Haz lo que quieras.
A Pressia le sorprende que Bradwell haya dicho esto en voz alta. Mira a Il Capitano. Tiene los cachetes sonrosados. Él tose en su puño y mira fuera por el parabrisas. Están atravesando un banco de nubes.
-Solamente quieres que prueben que tienes razón después de todos estos años. –Le dice Pressia a Bradwell. –Tomarás justicia sobre paz, incluso si eso significa que va a morir gente.
-No estoy tratando de probar que tengo razón. La tengo. Hay una diferencia. La verdad es importante. –Dice Bradwell. –La historia es importante.
-Il Capitano hará lo que piense que es correcto—justicia o paz, -Dice Pressia. –Confío en él para que tome la decisión.
-Paz. -Dice Helmud, dando su voto.
A Pressia le alegra que Helmud esté de su lado. –Bien. –Dice Pressia. –Gracias.
-¿Cap? -Dice Bradwell.
-No, -Dice Il Capitano. –No voy a elegir entre ustedes. Debemos estar unidos en esto.
Bradwell mira por el parabrisas, y Pressia sólo puede ver su perfil, las cicatrices gemelas recorriéndole una mejilla. Él dice. –Mi madre murió agarrada a la camisa de mi padre. Sus ojos seguían abiertos, mirándolo, como si hubiera muerto rogándole que siguiera vivo. Pero murieron Puros, por dentro. –Se golpea el pecho. –Murieron como eran, luchando por revelar la verdad. –Se frota los nudillos y dice. -¿Qué soy yo? -Sus alas se tuercen a su espalda. –Soy un cuento de hadas que los padres les cuentan a sus niños para asustarlos y que tengan cuidado en la vida. No soy real.
Pressia se lo imagina como un niño pequeño corriendo por la casa y llamándolos con creciente pánico.
Algunas veces se le olvida el chico que una vez fue—quien fue enviado a vivir con sus tíos, quien corría por una bandada de pájaros cuando las Detonaciones ocurrieron, quien encontró su camino de vuelta a la casa de sus padres, al cofre en el cuarto seguro, quien se las arregló solo por años. Ella ama a ese niño. Ama el hombre en el que se convirtió—complejo y terco. -Eres real. Eres la misma persona.
Él sacude la cabeza. -No. Ese Bradwell se ha ido.
-¿Qué significa eso? –Pregunta ella.
-Lo que realmente me mantuvo andando todos estos años son la verdad y justicia. Podía mirar a la Cúpula, su cruz brillante, en cualquier momento, y tenía todo lo que necesitaba para sobrevivir. Mataron a mis padres.  Se encerraron en su perfecta pequeña burbuja y destruyeron al mundo. Soy un Miserable. Eso es lo que me hizo Puro ¿Y ahora? Con esos químicos dentro de mí ¿Qué es lo que soy?
-Todavía eres tú mismo. –Dice Pressia. Quiere decir más. Quiere decirle que es real, que lo ama. Pero su espalda está tensa. Sus ojos miran al cielo. Está distante. Dice. –Tienes toda la razón para odiarme.
-No te odio. Desearía poder hacerlo.
-Miren. –Dice Il Capitano. –Alguien tiene que comprometerse.
La cabina está en silencio.
-Aquí está mi compromiso. –Rompe Bradwell el silencio. –Sólo sobre mi cadáver saldrán los Puros de esto como héroes. –Mira a cada uno a los ojos y se va.
Pressia mira el parabrisas que sostenía su reflejo. Ahora es una pantalla negra temblando con nubes ocasionales. Él había bajado la guardia. Habló sobre haber encontrado a sus padres muertos. Desea haber dicho algo diferente, pero ¿qué?
Se gira hacia el reflejo de Il Capitano. Él atrapa su mirada y sonríe tristemente. -Perdón. –Dice. –Por todo. No debería haberlo empujado al…
-No. –Dice ella. –Está bien.
Helmud se estira, le roza el cabello y aparta la vista tímidamente.
Ella ve su propio reflejo y piensa en el juego de rimas que los chicos jugaban en el campo.
Mira tú reflejo. Halla tu pareja. ¡Encuéntrate! ¡Encuéntrate! ¡No quedes al final!
Alza la cabeza de muñeca ¿Quién sería sin ella? ¿Más ella misma o menos? No puede imaginarse cómo debe de ser para Bradwell—su cuerpo no es el suyo propio. Piensa en su propio ADN, las instrucciones sobre cómo construirla a ella, y solamente a ella. Pelo, piel, sangre.
Y luego recuerda el cepillo en su cuarto, cómo nunca tenía un sólo pelo en él a la mañana siguiente ¿Tomaron su ADN? ¿Habrán réplicas de ella—allí afuera—algún día? La idea la aterroriza en formas que no puede entender. ¡Encuéntrate! ¡Encuéntrate! Ella no sabe realmente quién es. Tampoco Bradwell ¿Alguien lo hace?
Il Capitano dice: -Estamos sobre tierra.
-Tierra, -Dice Helmud, como si le ordenara a su hermano que aterrizara. -¡Tierra!

Pressia se quita la mochila y se la abraza al pecho. Mira por el parabrisas al horizonte irregular. Desde aquí, se ve pacífico y en calma. Pero ella sabe que allí pululan Bestias y Terrones. La tierra en sí misma está viva—odiosamente viva. Tal vez la venganza es parte de todos ellos.

Arder/Quemar - Capítulo 12: Un Cuento de Hadas - TRADUCIDO - Julianna Baggott

LYDA
UN CUENTO DE HADAS
Lyda y Perdiz no han comido ni dormido bien en días—no desde que el hombre se tiró frente al tren. Los números de suicidio crecen. Perdiz pujó por la reunión con Foresteed porque quiere información clara, más estadísticas, un plan para acabar con lo que ahora es, claramente, una epidemia.
Se encuentran en la oficina de Foresteed, harta de mobiliaria devota al pasado y a la Cúpula.
-Nunca estuve aquí dentro antes. –Susurra Perdiz. Lyda tampoco lo ha estado, por supuesto. La asistente de Foresteed les ofreció un asiento donde esperar, pero no pueden evitar deambular, pensando en todo.
Carteles de reclutamiento para la Ola Roja Honesta están enmarcados en las paredes—hombres jóvenes con la mandíbula fuertemente apretada hombro con hombro, con una ciudad en llamas al fondo: UNETE AHORA, ANTES DE QUE SEA DEMASIADO TARDE… En la mezcla, hay un folleto tríptico enmarcado celebrando la inauguración del museo de la Ola Roja Honesta. Lyda le da un vistazo al texto, recordando levemente su propia niñez.
¡Dentro del museo, actores en vivo representan obras ambientadas en los tiempos problemáticos cuando criminales de ideas peligrosas vagaban por nuestras calles, cuando el feminismo no alentaba propiamente a la feminidad, cuando los medios de comunicación saboteaban al gobierno en sus verdaderos esfuerzos reformadores, cuando el gobierno no tenía el poder para proteger por completo buenos y trabajadores ciudadanos, del daño, y mucho, mucho más!¡Únetenos en el pasto para una reconstrucción histórica en un entorno completamente envolvente!¡Anima a los soldados de la Ola Roja Honesta mientras vencen a manifestantes y criminales y otros elementos malvados! Prepárate para asombrarte por nuestro creciente Sistema de prisiones, nuestros centros de rehabilitación, nuestros asilos para los difuntos… ¡Trae a tus estudiantes a esta oportunidad educativa! ¡Familias, pasen tiempo juntas uniéndose sobre el oscuro pasado reciente y nuestro esperanzador futuro! Compren en nuestra patriótica tienda de regalos de la Ola Roja Honesta. Chicos menores de 12 entran gratis.
A Lyda le da un escalofrío.
Perdiz se le acerca por detrás. –Fui de niño ¿Y tú?
Ella sacude la cabeza. –Mi padre no me dejaría. Creo que tenía algunas ideas ocultas propias sobre la Ola Roja Honesta. Puede ser por eso que ya no está con nosotros.
Lyda se mueve hacia un gabinete de vidrio protegiendo ediciones envueltas en cuero de: El manual académico para niñas, El manual académico para niños, y El Nuevo Edén: Prepara Tu Corazón, Mente y Cuerpo—un libro dado a cada dueño de hogar en la Cúpula. Detalla instrucciones sobre el tiempo de volver a vivir en el exterior, y también una lista de rasgos de carácter que deberían ser cultivados y alabados—fidelidad, devoción, pureza de corazón. Lyda recuerda la copia de su familia, prominentemente exhibida sobre el mantel para que la pueda ver cualquier invitado.
En otra caja de exposición hay viejos uniformes y recortes de periódicos sobre los planes de construcción de la Cúpula. Uno incluye una foto del padre de Perdiz en una ceremonia de apertura.
-Me pregunto si Foresteed alguna vez se casó. –Dice Lyda. -¿Tuvo una familia? ¿No lograron entrar?
-No sé. –Dice Perdiz. –No lo conocía por aquel entonces.
-Lo extraña. –Dice Lyda. –Los asilos, las batallas, las prisiones. Extraña la opresión en masa.
-Está enfermo de la cabeza. –Agrega Perdiz.
Lyda camina hacia el escritorio de Foresteed y se inclina sobre él. Hay un pilón de autorizaciones de padres para codificación—las firmas garabateadas como si pudieran elegir—y luego ve un archivo con su nombre en la etiqueta. De pronto, todo se siente más personal, situándola al límite.
Alza la carpeta levemente. Es su evaluación psicológica del centro de rehabilitación.
-¿Qué? –Susurra.
Perdiz está al otro lado de la habitación, concentrado en artículos de diario sobre su padre. Lyda toma la carpeta con rapidez.
Razón a referirse: se cree que Lyda Mertz sufre de un trauma emocional debido a un evento en el que participó de un robo y desaparición de un compañero de clase, Perdiz Willux…
Debajo de FUENTES DE INFORMACIÓN, hay una lista de todos los que entrevistaron y depusieron—sus maestros, la Srta. Pearl y el Sr. Glassings; algunas de sus compañeras; su madre; su pediatra. Hay resúmenes de sus reportes y luego una lista de pruebas psicológicas—todas dispensadas ¿Por qué? Porque las habría pasado. No estaba loca.
Un equipo que la entrevistó cuando fue traída al centro de rehabilitación describe a Lyda en su entrevista.
La Srta. Mertz estaba agitada y nerviosa… fácilmente distraída por la imagen de la ventana y frecuentemente se frotaba las rodillas con las manos. Estaba consciente de su cabeza rasurada y la mantenía cubierta. No mantuvo contacto visual consistente… una entrevistada reluctante… Encontró doloroso hablar de su padre y su muerte. No quería discutir las dificultades de ser criada por una madre soltera. Habló brevemente sobre su vida en la academia, diciendo que estaba “bien” y que había estado “feliz, ya sabes, más o menos”.
Estuvo feliz, más o menos, pero sólo porque no sabía lo que era la felicidad. No la entendía porque nunca tuvo la libertad de tomar sus propias decisiones, de elegir una vida.
La libertad y felicidad están entrelazadas—una no puede realmente existir sin la otra.
Se ve a sí misma en el ojo de su mente—esa niña callada y asustada en el centro de rehabilitación, avergonzada y humillada. No quiere volver a sentirse de esa forma de nuevo.
Lyda lee algo del denso lenguaje medico sobre su diagnóstico, no suena para nada verídico.
Y entonces las conclusiones.
Diagnóstico a corto plazo: Creemos que debido al pensamiento desilusionado de la Srta. Mertz, desobediencia deliberada, omisión de reglas y leyes, nuevo historial criminal y profundo nivel de negación, es una amenaza para sí misma y otros…
Sacude la cabeza. No, no es verdad. Para nada.
Diagnóstico a largo plazo: Creemos que la Srta. Mertz posiblemente no sea jamás capaz de una transición devuelta a la sociedad normal. Sus prospectos de encontrar pareja—a luz de sus deficiencias psicológicas—son remotas. No creemos que vuelva al nivel de completa participación y contribución como miembro de la comunidad. Sugeriremos—sujeto a análisis posterior—que sea considerada inapropiada para compañerismo. Fuertemente urgimos que no le sea dado el derecho a procrearse, al ver su debilidad psicológica como una posible raíz con origen genético del lado paterno.
Determinación Final: institucionalización de por vida.
Lyda baja la carpeta, se aleja del escritorio. Se siente atrapada de nuevo, como lo hacía en el centro de rehabilitación. Recuerda las sombras de las aves falsas moviéndose a través del recuadro de luz que se suponía que recordaba a los pacientes del sol. Quiere llamar a Perdiz, mostrarle la carpeta, pero no puede. Hay algo de vieja vergüenza dentro suyo. Profesionales pensaron estas cosas sobre ella—inapropiada para compañerismo, no le sea dado el derecho a procrearse… Quiere esconder esto de Perdiz.
¿Por qué anunciar que esta era una determinación, su futuro muerto?
¿Por qué está esto en el escritorio de Foresteed?
Susurra: “La Srta. Mertz posiblemente no sea jamás capaz de una transición devuelta a la sociedad normal.” Y se pregunta si esta es la cosa más cierta que jamás haya leído. Ahora que estuvo fuera en lo salvaje, ¿Podría sobrevivir aquí—incluso con Perdiz a su lado?
Camina hacia él ¿Lo necesita aquí dentro de una manera que no lo hizo allí afuera? Solía no tener miedo, ser audaz y fuerte. Extraña sus lanzas. Extraña a las Madres y al olor a bosque y a la forma en la que la ceniza gira en el aire. –Perdiz. –Dice.
Él se gira y la mira, su rostro ansioso y alerta. -¿Qué pasa?
Y entonces se abre la puerta y Foresteed—esbelto y bronceado—da una zancada dentro del cuarto. -¡Siéntense! Pónganse cómodos.
-No es realmente posible. –Dice Perdiz. –Necesitamos el nuevo conteo de suicidios ¿Todavía sube?
Foresteed se sienta en su escritorio. Mira la carpeta como si supiera que no está en el punto exacto donde la dejó. Observa a Lyda.
Ella aparta la vista y toma asiento en una de las sillas de cuero.
-El número sólo empeoró. -Dice Foresteed. –Y estamos sobrecargados en todas las facilidades, tratando de cuidar a aquellos que lo arruinaron todo. –Casi ríe.
-Haré cuanto pueda para ayudar en la situación. –Dice Perdiz. –Excepto, bueno, ya sabes qué pienso sobre retractarme. No puedo hacerlo.
-Por supuesto que no. -Dice Foresteed. –El daño está hecho, ¿o no?
Perdiz mira sus manos. Ha estado retorciéndose de la culpa. Lyda le trató de decir que no hay forma de que hubiera podido saber que la gente empezaría a suicidarse, que no es su culpa. Pero nada ayudó.
Foresteed golpea el escritorio con los nudillos como un martillo. –Creo que hay cosas que podemos hacer.
Perdiz se sienta e inclina hacia delante. -¿Cuál es el plan?
-Debes ofrecerles alguna parte de la verdad, Perdiz. Tienes que hacerles sentir que pasará algo de lo que les fue prometido, algo que reconozcan. Y sería genial si fuera también algo que los distrajera, dales una pequeñez que celebrar.
Foresteed toma la carpeta con la evaluación psicológica de Lyda, golpeando el escritorio. –Purdy y Hoppes tienen una muy buena sugerencia, y quieren que te diga que consideres…
-¿Purdy y Hoppes? Se supone que trabajan en la historia para que Lyda y yo podamos estar juntos.
-Como puedes imaginarte, todo eso está en espera. -Foresteed mira a Lyda.-Ahora no es el momento.
Lyda se siente azorada repentinamente. Es la madre soltera de nuevo, una vergüenza para su familia, su escuela. Se recuerda rápidamente que está orgullosa de quién es y cuán fuerte se volvió, pero la vergüenza no escucha lógica ¿De dónde viene? ¿Por qué es tan incontrolable y repentina? Foresteed parece saber exactamente qué decir para impulsarla. –Está bien. –Dice Lyda, tratando de sonar segura. –No estamos en ningún apuro. La mayor prioridad aquí es salvar vidas.
Foresteed apenas le presta atención. –Es serio, Perdiz. Purdy y Hoppes quieren que te pregunte si estás dispuesto a revertir el curso un poco. Hay demasiado para ser ganado de un personaje público que está más en línea con lo que le fue prometido a la gente. Románticamente hablando…
Perdiz parece saber exactamente lo que Foresteed sugiere. –No. –Dice.
-No ¿Qué? –Le pregunta Lyda. Es como si la estuviera excluyendo de la conversación. –No te ha preguntado nada aun.
-Sé qué preguntará y la respuesta es no.
-Perdiz. –Dice Lyda. –Gente se está suicidando, están muriendo. Chicos encuentran a sus padres en bañeras llenas de sangre. Si puedes hacer algo sin retractarte de la verdad, entonces tendrías que hacerlo. Debes hacerlo. –Toma su mano.
-Lyda. –Dice Perdiz. -¿No sabes que sugerirá?
-No, no lo hago.
-A la gente les fue contado un cuento de hadas. –Dice Foresteed. –Quieren un “felices por siempre”. Quieren algo que haga parecer que las cosas volverán—incluso aunque no lo hagan.
-¿Un cuento de hadas? –Dice Lyda. -¿Un felices por siempre?
-Purdy y Hoppes me dijeron que te preguntara. No fue mi idea. –Dice Foresteed golpeando los dedos en la carpeta. –Pero no es mala, considerando que realmente no tenemos otra ¿Por qué no darles una boda? La que les fue prometida.
Lyda mira a Perdiz. Suelta su mano. Entrelaza sus dedos y los mira. -Iralene. –Quiere asegurarse de entenderlo.
-Iralene. -Dice Foresteed.
-Una boda. Perdiz e Iralene, -Dice, su voz ahora un susurro. Presiona su mano contra su frente. Su piel está fría y húmeda.
Foresteed habla rápidamente. –Podemos trasmitir una conferencia de prensa en una hora. Sentimos que lo distraerá, como poco, y detendrá la explosión de muertes. Debemos hacer algo. –Y luego aspira profundamente y suspira. -¿Quieres que tu propio niño nazca en un mundo con tanta inestabilidad, violencia y muerte?
Lyda odia que Foresteed siquiera hizo mención a su hijo. Se siente repentinamente protectora. –Esto no es sobre mi niño. –Dice.
-Bien, entonces piensa en los chicos de las otras personas. –Dice Foresteed. -Los que crecerán sin uno de sus padres—como tú, perdiendo a tu padre tan joven.
Sabe que Foresteed trata de manipularla, y lo odia por eso, pero extraña a su padre y quiere que estas muertes innecesarias acaben. Él le sonríe grotescamente.
-Es sólo un cuento de hadas. –Dice Lyda. –Quieren un cuento de hadas. Un “felices por siempre” ¿Puede ser un casamiento temporal hasta que las cosas se estabilicen de nuevo?
-Exactamente. –Dice Foresteed.
¿Entonces por qué siente un pozo tan profundo de tristeza dentro suyo?
-No tenemos que hacerlo. –Le dice Perdiz. –En serio, no tenemos.
-Gente saltó de techos. Hay armas siendo disparadas en habitaciones. –Mira a Perdiz. No hay nada más. Él aspira pero no dice nada. Se gira hacia Foresteed. -Hazlo, -Dice. –Diles lo que quieren. Ve si funciona.

Hay un silencio y después Lyda le susurra a Perdiz. –No más sangre en tus manos. No más.

domingo, 15 de junio de 2014

Arder/Quemar - Capítulo 11: Dientes y Pulso - TRADUCIDO - Julianna Baggott

PRESSIA
DIENTES Y PULSO
Es de noche. Pressia no puede dormir. Los perros salvajes aúllan de forma tan aguda y desolada que se imagina sus costillas contrayéndose con cada aullido ¿Los perros se están acercando?
Pasaron dos días desde que hicieron el trato con Kelly. Supuestamente, la aeronave está lista y parten mañana. Kelly le dio a Il Capitano la bacteria en una caja de metal cerrada. Él los acompañará hasta la nave, que ya está llena de provisiones. Como el cable que una vez mantuvo a la nave atada dentro del Edificio del Capitolio, frágil y en ruinas, uno de los hombres de Kelly cortará la vid principal y el resto de las plantas se aflojarán.
Pronto volverán a casa.
Pero ¿Cómo es casa ahora? Willux murió y todo es diferente. Perdiz está a cargo de la Cúpula. Tomó el control ¿Está el chico en posición de ordenar la muerte de su padre o de dar algún tipo de adelante? ¿O murió Willux durmiendo—una muerte gentil y que Pressia no puede evitar pensar que no se merecía?
Si Perdiz está realmente a cargo, ¿Serán los límites entre ambos mundos—los límites de la Cúpula en sí misma—desmantelados?
Tienen que regresar para salvar a Wilda y los otros niños.
Con suerte, la Cúpula ahora trabajará con ellos. Y Hastings está allí afuera también, siendo cuidado por los supervivientes que viven en el parque de diversiones Crazy John-Johns—eso, si sigue con vida. Perdió una pierna y un montón de sangre en el proceso. Tienen que recogerlo y llevarlo con ellos.
Desde la reunión con Kelly, la puerta de Pressia ya no estuvo trabada. Tal vez para establecer una sensación de confianza. Y también, ¿A dónde iría? ¿Saldría a la noche de aullidos? La luz del corredor brilla por la apertura de la puerta. Las guardianas a veces pasan por allí—la luz se amortigua y después regresa.
La alarma roja ilumina la pared. La mira como si fuera una estrella distante. El fuego en la chimenea está apagado. Sólo hay ceniza, un montón de escoria, como casa. El cuarto está frío, pero se acurruca en las mantas para mantenerse caliente.
Bradwell le dijo que era egoísta y, después de todo lo que pasaron, ¿quiere venganza? Se pregunta cómo cambiar su cuerpo—esa capa masiva de alas—lo hizo ajeno a sí mismo. Ella lo vio suceder antes. La gente que acudía a su abuelo para que repare su carne—ya habían sufrido alguna deformidad, alguna fusión, y se habían adaptado a ella. Pero a veces era esta segunda herida—una pierna retorcida en los campos de escombro, una mano mordida por una Bestia, o alguna otra deformidad nueva—se volvía demasiado grande para soportar. Es como si el alma pudiera desplazar la imagen del cuerpo sólo una vez, incluso radicalmente, ¿Pero una segunda? ¿Una tercera?
¿Es Bradwell todavía la persona de la que se enamoró? Tal vez quiere creer que él cambió porque le es más fácil que creer que es el mismo pero que simplemente no puede perdonarla—o que ya no la quiere. Hay una diferencia.
Sabe que él nunca iría a través de ningún proceso—especialmente creado en compañía de la Cúpula—para remover sus alas. Fue una locura siquiera sacarlo a relucir en el granero, pero lo decía en serio. Él no debería decidir por los otros supervivientes.
Gira hacia la pared, cierra los ojos y se dice a sí misma que sueñe. Sus sueños han estado llenos de cenizas flotantes, como si una parte de ella, muy profunda, extrañara su hogar.
Pero en unos pocos minutos, una alarma distante suena—una sirena en crescendo. Gira hacia la puerta. Pasos corren por el pasillo.
Otra alarma suena. Ésta más cercana—en el mismo piso.
Los perros ya no aúllan ¿Qué les pasó?
Pressia sale de la cama y se viste con rapidez.
Cuando se está poniendo las botas, Fedelma abre la puerta.
-¡Ahora! –Dice– Hay un ataque ¡Debes irte ahora!
-¿Irme?
-Todo el camino. A la aeronave. –Sostiene una pequeña mochila.
-Pero quizás podamos quedarnos y ayudar. –Pressia corre hacia la puerta.
-Alcanzaron a los niños. Tres están perdidos. No puedes ayudarnos. Necesitas irte. –Pressia ve un destello a su lado—un cuchillo en su otra mano. –Tómalo. La vid está marcada, de rojo. La que necesitas cortar.
-¿Cómo la veré?
-Alguien le ha dado a los hermanos una linterna.
-¿Il Capitano y Helmud?
-Esperan al pie de la escalera.
-¿Y Bradwell?
-Fue sólo. No era sabio, pero no lo detuvimos. Tenemos nuestros propios problemas.
Fedelma busca en la pequeña mochila una caja de metal como la que tenía Kelly para contener la bacteria, pero más estrecha y larga. La abre rápidamente y le muestra a Pressia el vial—la única muestra restante de una vida de trabajo de la madre de Pressia, el poderoso brebaje que inyectó en la espalda de Bradwell, el vial que rescató del bunker de su madre. Yace en una muesca revestida con terciopelo, con una pequeña pieza de papel doblada a su lado.
-¡El vial y la fórmula! –Dice Pressia.
-Sí. –Dice Fedelma, y cierra la caja con cerrojo.
-No pensaste que nos los quedaríamos, ¿o no?
Fedelma pone la caja en la mochila y se la entrega a Pressia.
Ella se cuelga las correas de los hombros y desliza el cuchillo entre su cinturón y pantalón.
-Gracias. –Dice Pressia. –Por todo.
-Tengan cuidado allí afuera. No usen su miedo. Eso los atrae.
-¿A quién?
-Tuvimos tantos muertos. Tantos. Y Bartrand Kelly pensó que podría crear una fuerza para bien, una estirpe que saldría y mataría las violentas criaturas que venían tras nuestro una y otra vez. Pero los construyó y crió con un hambre que era demasiado fuerte. Sí, mataban a los otros, pero ahora, los anteriormente muertos, se volvieron en nuestra contra. Tengan cuidado. –Fedelma abre los brazos y abraza a Pressia de forma rápida y ruda y se separa –Especialmente cuídense de la niebla. Algunas veces tiene pulso.
Pulso. -¿Los antes muertos? Usó a los muertos. Los construyó y crió…
-Nos roban de nuestros jóvenes. Busca dientes en la oscuridad.
-Y la niebla tiene pulso… -Pressia está asustada y confundida.
-No puedo explicarlos mejor. Vamos.
Pressia corre hacia las escaleras y las baja de dos en dos. En el último rellano encuentra a Il Capitano y Helmud parados junto a la puerta, esperando, con la linterna en la mano del mayor.
-¿Lista? –Dice Il Capitano.
-¿Escuchaste sobre lo que hay allí afuera?
-Escuché lo suficiente. –Dice él.
-Suficiente. –Dice Helmud.
-Estoy lista. –Dice Pressia.
-Extraño mis pistolas. –Dice Il Capitano- Espero que las hallan devuelto a la aeronave.
-Espero que lleguemos a la aeronave. –Pressia dice.
Il Capitano empuja la puerta.
La niebla tiene pulso.

Busca dientes en la oscuridad.
Gente con linternas vagan por el campo, llamando a los niños perdidos. -¡Carven! ¡Darmott! ¡Saydley!
Algunas de las llamadas salen del bosque. Su propia linterna ilumina el campo y los matorrales y bosques cercanos.
-Se supone que no debemos demostrar miedo. –Dice Pressia. –Los que se llevaron a los niños—lo sienten.
-Como perros.
-¿A dónde fueron los perros? –Pregunta Pressia. –Dejaron de aullar.
-No quiero saberlo, ¿Y tú? –Dice Il Capitano.
-No quiero saberlo. –Dice Helmud.
-Bartrand Kelly hizo a estas criaturas. –Dice Pressia. –Las que se llevaron a los niños.
Il Capitano asiente. –Entonces Kelly se merece lo que obtuvo.
-No necesariamente. –Dice Pressia.
-¿No nos merecemos lo que obtenemos, Helmud? –Dice Il Capitano. -¿No cosechamos lo que sembramos?
-Cosechamos. –Dice Helmud. –Sembramos. Cosechamos.
Sembramos. Cosechamos…
Il Capitano no le dice a Helmud que se calle. Lo deja seguir y seguir y seguir, lo que no es del estilo del Cap.
Pero Pressia tampoco le dice que pare. Sembramos. Cosechamos. Sembramos. Cosechamos. Sembramos. Es un sonsonete hechizado. Quizás los mantenga a salvo. Al final, le da un ritmo a sus pasos que los mantiene moviéndose con rapidez.
Entran al bosque donde las vides comienzan a aparecer. Las enredaderas aún asustan a Pressia. Mantiene su distancia de las áreas donde crecen muy juntas y enredadas. Las sombras a cada lado del camino son oscuras. Las voces llamando a Carven y Darmott y Saydley son ahora lejanas ¿Eran idénticos—los tres? ¿Cómo es estar con imágenes espejadas vivas y respirando de ti mismo—hasta tu ADN? ¿Siguen vivos?
Pressia también deja los oídos abiertos por los niños, sólo en caso de que estén allí afuera, simplemente perdidos.
-¿Escuchaste cómo se ven? –Dice Il Capitano.
-¿Los niños? –Pregunta Pressia.
-¿Los niños? ¿Qué? No. Las creaciones de Kelly. Sus muertos y criados.
-Cosechamos. Sembramos. –Sigue Helmud. -Cosechamos. Sembramos.
-No. –Dice Pressia, apretando las correas de su mochila. –No sé cómo son. Debería haber preguntado. –Piensa en decirle que la oscuridad tiene dientes y la niebla pulso, pero le avergüenza saber estas cosas estúpidas sin haber obtenido una descripción, lo que ahora parece algo muy práctico y obvio de preguntar.
Caminan cuesta arriba. La aeronave no se encuentra lejos. De hecho, Il Capitano levanta el haz de la linterna hacia los árboles e ilumina el claro donde él, Helmud y Bradwell casi sangran hasta la muerte en las vides.
-Cosechamos. Sembramos. Cosechamos. Sembramos. –Dice Helmud, ahora más rápido.
Caminan arduamente por los árboles finales y atraviesan el claro. La niebla los ha envuelto.
Tiene pulso.
El haz cortante de la linterna golpea el aire neblinoso.
Del otro lado del claro, escuchan un grito ¿Humano? Es difícil de decir ¿Infantil? Carven y Darmott y Saydley—Pressia se imagina encontrándolos aquí fuera, envueltos de vides.
Il Capitano apaga la luz, y la oscuridad parece correr a envolverlos. Entonces Pressia siente la mano de Il Capitano en la de ella. Es áspera y callosa. Él dice:
-Por aquí. –Escucha a Helmud levantándose nervioso en su espalda.
Hay otro grito.
Sus ojos se ajustan lentamente a la luz de luna.
Caminan hacia un grupo de árboles y se detienen. Il Capitano suelta su mano y ella extraña el sentimiento de su agarre seguro.
-Están aquí. –Dice Il Capitano.
-Sin miedo ¿recuerdas? –Dice Pressia. –Sin miedo.
-Cosechar, sembrar. –Susurra Helmud.
Pressia asiente pero no puede controlar su propio temor. Nadie puede.
-Podemos escurrirnos entre ellos. –Susurra Il Capitano. –La nave está a quince metros. Podemos hacerlo.
-¿Qué pasa si tienen a los niños?
-Tenemos a más gente que salvar en casa que esos tres chicos.
-¿Pero dónde está Bradwell?
-Con suerte, ya se encuentra allí.
-¿Qué si no lo hace?
Il Capitano no responde. –Debemos movernos rápido.
-Vamos. –Dice Pressia.
Il Capitano empieza a correr. Pressia empuja un árbol y lo sigue. Es difícil evitar los árboles con tan poca luz, pero pronto Pressia—sin aliento y rápido—apenas puede ver el orbe redondeado de la nave, enganchada fuertemente con vides podridas.
Escucha otro grito y voltea.
Nada más que niebla espesa y árboles.
Entonces una sombra fugaz.
Mira hacia adelante y sigue corriendo, pero tropieza y cae. Atrás suyo ve a un perro salvaje muerto y mutilado.
Il Capitano susurra su nombre con voz ronca. Ella se tambalea hasta ponerse de pie. No puede verlo a través de la niebla. En sólo segundos se volvió tan densa que está rodeada de blanco.
Otro grito agudo y después uno más, como si respondiera.
Empieza a moverse tan rápido como puede—con más dificultad ahora con tan poca visibilidad. Debe dejar su mano de cabeza de muñeca extendida para tantear el camino de tronco a tronco.
“Ahora soy la presa” Piensa mientras apoya su palma contra la áspera corteza. Debe proteger la caja de metal en su mochila. Debe alcanzar la aeronave.
Escucha un paso a su espalda. Se gira pero no hay nada allí. Mantiene los ojos bien abiertos, como si esto le fuera a ayudar  a ver, pero no lo hace. Blanco. Todo a su alrededor. Blanco.
Se empuja por entre los árboles, pero entonces algo roza su mochila. Se tira hacia adelante, lejos de eso. -¡Cap! –Lo llama-¡Cap! –Miedo. Está mostrando miedo.
Ve el resplandor de la linterna, pero en la densa niebla sólo ilumina la bruma. -¡Cap! –Tal vez él pueda seguir su voz.
Un brazo—largo y delgado—se estira y la agarra del codo. Ella grita y trata de liberarse. El brazo está moteado de cicatrices y densos puntos hechos a las apuradas corren por sus venas. Se suelta pero estaba tan fuertemente agarrada que el dolor se dispara hacia su hombro. Aun así, logra mantenerse de pie.
Escucha extraños sonidos guturales—un llamado, una respuesta. Un par adelante suyo y después detrás.
-¡Cap! –Grita. -¡Aquí!
La luz sigue brillando más allá. Los gritos hacen eco a su alrededor en todas direcciones ¿Cuántos hay? ¿Qué les hicieron a los chicos? ¿Dónde está Bradwell?
Una mano agarra su otro brazo. Esta vez tira su brazo contra ella y repentinamente distingue una cara—una mandíbula gruesa, mejillas flacuchas cubiertas de piel quemada. Abre la boca y la piel se le estira—tensa y brillante y húmeda por el aire mojado. Su boca se cierra. Sus ojos están ciegos y errantes. La quiere en la niebla porque aquí ella está casi tan ciega como él.
Se imagina esos dientes escarbando en su carne y músculos. Trata de librar su brazo pero otros aparecen en la espesa bruma y la sujetan. Sus agarres son firmes ¿Cuántos? ¿Cinco, seis? No puede decir. La fuerzan contra el suelo. Se retuerce y patea, pero todavía la sostienen por la espalda. Puede sentir el borde filoso de la caja de metal sosteniendo el vial y la fórmula.
El suelo está frío y húmedo. Logra gritarle a Il Capitano.
-¡Cap! ¡Cap! –¿Está aquí?
-¡Pressia! –Grita. Se gira en dirección a su voz y ve sólo la linterna cayendo y rebotando hasta que se apaga.
Susurra su nombre mientras dos caras se le acercan por encima. Hay sangre ennegrecida en sus pieles, manchas—por las espinas o por los perros salvajes o… -¿Dónde están los niños? –Dice Pressia.
No parecen entenderle. Uno se estira y le toca la frente. Pasa su fría y huesuda mano por su cara. Ella se retuerce pero la mano la sigue. Aprieta los labios y uno asegura su cabeza con un agarre increíblemente fuerte, presionando uno de los lados de su rostro contra el suelo. Pero las criaturas tienen una extraña calma en ellos. Se mueven con lentitud. Espera encontrar su debilidad, o espera una distracción.
Ahora empiezan a tararear—sin tono y sosos. Uno toca su cabello con suavidad. Esto le da un escalofrío.
Tal vez no quieren matarla.
Tal vez la quieren.
Y ahora empieza a luchar con todo lo que tiene. Tira sus piernas al aire y golpea a una de las criaturas en el pecho. Rueda lejos de otro. Le clavan las uñas en el brazo. Su hombro está torcido. Se logra parar. No ser capaz de ver la hace sentirse mareada, desorientada. Su corazón palpita. La niebla tiene pulso—es el suyo propio, martilleándole.
Saca el cuchillo y sostiene la hoja frente a ella. La bruma se vuelve más fina donde hay una brisa y puede verlos—aunque sólo por un instante en un momento—elevándose a su alrededor, cuatro de ellos. No pueden ver el cuchillo, por supuesto, pero parecen reaccionar a su energía. No tienen forma, con extremidades desparejas y aire estupefacto. Sus cicatrices son marcas de las Detonaciones, quemaduras y gruesas y fibrosas queloides; pero también de los puntos. Sabe sobre coser. Su abuelo, el empleado de la funeraria, el remienda-carne, era conocido por su pulcro trabajo. Estos puntos eran apurados y desastrosos. Las cicatrices corrían por sus hombros y por algunos de sus brazos y pechos.
La huelen—captan su miedo, la pequeña espada de su confianza ¿Están siendo más atraídos?
Los muertos y criados de Kelly—hay un animalismo en ellos ¿Fueron concebidos para que fueran carnívoros viciosos? ¿Para que su sed de sangre no pueda saciarse? Están principalmente desnudos exceptuando por una especie mohosa de abrigos caseros diseñados para mantenerlos calientes. Puede ver ahora que la mujer se apartó del resto, como atraída por algo a lo lejos.
Pressia retrocede un par de pasos. El dolor en su hombro se intensifica con cada pisada. Saben que se está moviendo. Avanzan hacia ella con rapidez y después se detienen—¿Presienten el cuchillo? ¿Es la niebla—esa humedad en el aire lo que los conecta a todos, como alguna clase de red?
-¡Cap! ¡Helmud! –Los llama Pressia. -¡Demonios! ¿Dónde están?
Y entonces escucha un débil eco. -¡Demonios! ¿Dónde están?
Helmud—al menos él está vivo, pero su voz suena ahogada ¿Es esto lo que la criatura femenina olía en el aire? ¿Más presas?
Pressia se abalanza sobre las criaturas gruñendo salvajemente, luego gira y empieza a correr tan rápido como puede al no ser capaz de ver bien. Devuelve el cuchillo a su cinturón y mantiene su mano buena delante de ella. Cada vez que siente un árbol, lo agarra y le da un giro. Puede escucharlos detrás suyo. Sus jadeos suenan al nivel del suelo ¿Están sobre cuatro patas?
-¡Helmud! ¡Llámame!
-¡Llámame! ¡Llámame! –Dice Helmud.
Se está acercando. -¡Sigue llamando!
-Llamando –Grita Helmud.
Entonces escucha el gruñido. Saca el cuchillo de nuevo. La niebla se parte lo suficiente para dejarle ver que una de las criaturas tiene a Il Capitano y Helmud aferrados contra el suelo. Sus garras contra el cuello del mayor.
Pero la criatura debe de sentir a Pressia—¿La vibración en el espeso aire? La niebla tiene pulso.
Esta vez se mueve decisivamente, corriendo hacia la criatura con el cuchillo. Ésta salta fuera de Il Capitano y Helmud y, sin sus ojos vidriosos, tiene suficientes sentidos intactos para evadir el ataque. Y entonces, en un arrebato, la agarra por la muñeca con tanta fuerza que ella suelta el cuchillo. No tiene nada.
Il Capitano jadea en busca de aire y logra pararse. Helmud también jadea—aunque quizás es sólo un eco.
Las otras cuatro criaturas fueron atraídas y empiezan a rodearlos.
Il Capitano dice con la voz áspera. –Gracias.
-¿Por qué? –Dice Pressia, agarrándose las costillas con el brazo. –Estamos a punto de ser comidos.
-Cierto.
-¡Comidos! –Grita Helmud tan fuerte como puede. -¡Comidos!
Las criaturas le gritan de vuelta con ladridos y graznidos. Siguen girando en círculo, algunos en cuatro patas, otros erguidos. La cortina de bruma algunas veces se parte, revelando un muslo grueso atravesado de puntos, un pedazo de moho en una espalda, el brillo de ojos blanquecinos.
Il Capitano dice. –Quiero que sepas algo.
-¿Qué?
-No haría lo que Bradwell hizo. Te habría perdonado en seguida.
Ella lo mira con los ojos muy abiertos, tratando de descifrar su expresión a través de la niebla.
-Si fueras la persona parada a mi lado. –Continúa. –Me quedaría para siempre.
Esto es en lo que Pressia quiere creer—el tipo de amor que permanece, no importa qué. Es una declaración que proviene de la boca equivocada. Como si Il Capitano supiera lo que ella está pensando, dice:
-No te preocupes. No tienes que sentirte del mismo modo conmigo. Sólo necesitaba decirlo.
-Lo entiendo, sí. –Dice Pressia. Sí, sí, sí, quiere decir, porque él le hizo bien. La hizo sentirse un poco perdonada.
-Me alegra la niebla. –Dice. –De esta forma no tendremos que ver al otro ser asesinado.
-¿Asesinado? –Susurra Helmud.
Las criaturas empiezan a gruñir, de forma baja y profunda. Siente que va a llorar, no por estar asustada—que sí está—pero porque Il Capitano merece ser amado de la manera que la ama. Está mal morir sin eso. Es injusto. Quiere decirle que lo ama ¿Por qué no? Van a morir, pero no puede decirlo a menos que sea verdad. Realmente verdad.
-Eres bueno. –Dice en su lugar. –Realmente estás lleno de bondad, Cap. Helmud también.
-Ah, -Dice. –Lo entiendo. –Su voz se quiebra. Tiene miedo de haberlo empeorado.
Las criaturas se animan a acercarse más. Se estiran y los arañan. Rasgan los pantalones de Pressia, su abrigo. Uno corta el cachete de Helmud. Sangre cae por su cuello. Il Capitano golpea a uno, pero los otros aúllan y muerden el aire cerca de su rostro.
Cuando se separa un poco la bruma, Pressia tiene suficiente puntería para golpear a uno con sus botas, pero se levanta de nuevo, inmutado.
Pressia siente un brazo alrededor de su pierna y luego otro, y cae con fuerza. Il Capitano es derribado a continuación. Luchan y patean y arañan en respuesta, pero no sirve de mucho. Las caras de las criaturas aparecen y desaparecen en la niebla—las cicatrices, los dientes, los ojos ciegos.
-¡No quiero morir así! –Grita Pressia, y luego piensa en Bradwell. No quiere morir sin haber sido perdonada.
-¡No quiero morir! -Grita Helmud.
-¡Pressia! –Grita Il Capitano, tratando de arrastrarse hasta ella. -¡Pressia!
Pero no sirve de nada. Las criaturas fueron criadas para ser fuertes y despiadadas. Pressia recuerda al perro salvaje mutilado. Así es como se verá—lo sabe—en cuestión de minutos.
Y entonces escucha la voz de Bradwell. -¡Apártense! ¡Quítenseles de encima! –Lucha contra una de las criaturas, pero entonces el resto gira la cabeza hacia el ruido. Empiezan a correr hacia la agitación de moléculas, el pulso fresco. Ve la fila de luces de Fignan parpadeando en la oscuridad.
-¡Corran! –Grita Bradwell. -¡Lleguen a la nave! ¡Estaré allí!
-¡No lo lograrás! –Dice Pressia.
Il Capitano empieza a correr. -¡Créele! –Grita, corriendo hacia la nave. –Voy a soltarla para estar listos para despegar ¡Vamos!
-¡No! -Grita Pressia. Su miedo hace que algunas de las criaturas se giren hacia ella.
Entonces escucha a Bradwell luchar duramente. Sus alas se extienden y golpean el aire. Fignan suelta una estridente alarma que nunca había escuchado antes. -¡Ve! –Grita Bradwell. -¡Pressia, ve!
-¡No voy a dejarte!
Sus alas batientes crean una brisa que corta la bruma, formando más cortinas que se levantan y ascienden.
Puede ver a más de las criaturas y patea a la más cercana, sobre cuatro patas, en el estómago. Ésta deja salir un quejido pero luego velozmente se pone de pie. Las alas de Bradwell siguen empujando la niebla—aleteando, aleteando.
Y, de pronto, la criatura parece perdida y realmente ciega. Otra estira los brazos y tantea el aire.
-¡Sigue batiendo las alas! -Grita Pressia sin aliento. –Necesitan la bruma constante para sentir dónde están y dónde estamos.
Bradwell aletea más fuerte, la niebla alejándose en ráfagas ahora a su alrededor. Sus alas—ella nunca las había visto totalmente extendidas, masivas y fuertes. Quiere decirle que es así como se suponía que fuera—tan mal como fue para ella hacerle esto, tan mal como se siente, él es esta persona en este momento, y no hay nada más hermoso.
Las criaturas escapan en busca de la bruma que da sentido a su mundo, retirándose a los árboles.

Bradwell deja de batir sus alas. Se retraen apretadamente en su espalda. Y entonces es sólo ellos dos, mirándose mutuamente a través de la fina niebla.

domingo, 8 de junio de 2014

Arder/Quemar - Capítulo 10: Tren - TRADUCIDO - Julianna Baggott

PERDIZ
TREN
Beckley mira la señal digital que comunica qué trenes están llegando a la plataforma. –Este próximo no es nuestro; es un expreso. Esperaremos al siguiente.
Perdiz y Lyda siguen a Beckley hasta el final de la plataforma que los pondría en el primer vagón. Lyda toma la mano de Perdiz. Miran hacia la boca del túnel. Los ojos de Perdiz buscan por la oscuridad, como si pudiera encontrar allí alguna respuesta. Los suicidios se sienten irreales. No pueden estar sucediendo y, aun así, la culpabilidad lo engulle. Es su culpa. A él tienen que acusar. Aprieta la mano de Lyda y ella le responde el apretón. Al menos no está solo.
Justo entonces, un hombre con una cazadora negra da un paso hacia las vías. El blazer está desabrochado, y un chaleco desacomodado se asoma por debajo.
Beckley da medio giro y les hace señas a Lyda y Perdiz para que se detengan, ellos lo hacen.
-La estación está cerrada; debes abandonar la plataforma y subir. –Dice Beckley.
El hombre lo mira sin expresión en el rostro. –No hay lugar al que ir. -Dice.
-¿Qué haces aquí abajo? -Dice Beckley. –Está cerrado señor.
-Saben por qué estoy aquí.
Perdiz suelta la mano de Lyda, se estira y toma el brazo de Beckley ¿Está el hombre aquí para saltar frente a un tren? Beckley mira a Perdiz como para preguntarle si quiere manejar esto él mismo. Un líder toma el control de una situación como esta, Piensa Perdiz. Le asiente a Beckley.
El chico da un paso hacia el hombre pero mira hacia tras, a Lyda, antes de hablar ¿Qué debería decir?
Ella alza una mano, casi como si le estuviera dando una bendición. –Sí, ha habido problemas, pero va a estar bien. Las cosas se solucionarán. –Dice Perdiz. –Necesitas darle tiempo.
El hombre registra por primera vez que este es Perdiz Willux. Su cara se contorsiona, como si estuviera físicamente dolorido. –Tuve mi tiempo. –Dice el hombre. -¡Tiempo que otros no! –Baja la vista hacia una simple vía. –Lo supe todo el tiempo. Lo sabía, y no hice nada sobre ello.
-Perdiz. –Susurra Lyda ¿Le está advirtiendo? ¿Está asustada del hombre? Si se acerca demasiado, ¿querrá tirarlo con él?
-Tuviste que continuar. Todos lo hicimos. –Dice Perdiz, acercándose al hombre mientras Beckley y Lyda se quedaban atrás. –Teníamos que sobrevivir.
-Mi hermana ya se suicidó, -Dice el hombre casi con orgullo. –Se tragó las píldoras antes de que cualquiera pudiera atraparla.
-Debes ser valiente. –Dice Perdiz, tratando de sonar calmado. –No será fácil, pero tienes que resistir.
Perdiz oye el correr distante del monorriel a sus espaldas. El hombre también lo escucha. Levanta la cabeza y mira al túnel y de vuelta a Perdiz. -No. Valiente es lo que estoy haciendo ahora. Valiente es terminar con la mentira. –Dice, y una horrible sonrisa se asoma en los bordes de sus labios. –Fui un cobarde hasta ahora.
-No digas eso. Mira, podemos conseguirte ayuda. –Dice Perdiz, y se alivia al ver al hombre retroceder un paso, justo cuando el tren acelera en su camino.
-Seguro, ayuda. –Dice el hombre y entonces, sin otra palabra, salta hacia el camino del tren con la solapa negra de su cazadora curvándose como papel quemado.
-¡No! –Grita Perdiz contra el rugido del monorriel y la estática de la adrenalina en sus oídos y el golpe enfermizo del tren acabando con la vida de otro hombre.
Y entonces, las brillantes ventanas del tren se deslizan, brillantes y oscuras, y el tren deja entrar el aire.
Perdiz cae sobre sus rodillas.
Los frenos rechinan, una acción retardada; el tren se detiene abajo en el túnel.
Lyda corre hasta el lado de Perdiz. –Trataste salvarlo. Realmente lo intentaste. Hiciste todo lo que podías.
Toma su brazo y le rodea el cuello, abrazándolo.
Beckley grita en su walkie-talkie—saltador de monorriel, presuntamente muerto.
* * *
No es real.
No lo son los gritos que se escuchan adelante mientras corren por las calles.
No el altercado en el callejón.
No el ulular colectivo de las ambulancias.
No el siguiente elevador que toman dentro del edificio departamental de Lyda.
No el pasillo con sus alfombras rojas. No la puerta al apartamento de Lyda. No Beckley o este nuevo guardia que se para junto a la entrada.
No el sillón donde Perdiz se sienta o la mesa de vidrio de donde Lyda levanta el orbe.
No el orbe en sí mismo.
Dijo la verdad. La gente se está suicidando. No pudo evitar que un hombre se tirara frente a un tren. Perdiz había visto morir a demasiada gente—su hermano, su madre. Sus muertes pasan frente a sus ojos—brillando con sangre. Y la muerte de su padre—su culpa; no fue una muerte. Fue un asesinato. –Demasiadas. –Dice Perdiz. –Han habido demasiadas.
-Sí, -Dice Lyda. –Demasiadas.
¿Alguna vez verá a Glassings? Perdiz lo necesita, no al revés. Necesita un plan. Necesita a alguien que le diga qué hacer ¿Es Glassings simplemente un reemplazo de su propio padre? ¿Es realmente Perdiz solamente un niño perdido, un huérfano? ¿Dónde está Glassings? Perdiz no puede salvarlo. No puede salvar a nadie.
Dice, -Necesitan tiempo para procesar lo que dije, ¿verdad?
-Sí. –Dice ella.
-Van a parar de suicidarse. Sólo era unos ciertos pocos que ya estaban sufriendo…
-No te retractarás en lo que dijiste. Todavía hiciste lo correcto. –Le sonríe, pero su sonrisa parece frágil, como si ya estuviera tintada con duda. Dice, -La sorpresa, ¿Recuerdas?
Él apenas lo hace.
Ella sostiene el orbe y juguetea con los controles. Él recuerda la primera vez que lo vio. Iralene lo sostenía como una manzana—con las palmas ahuecadas. Quería que Perdiz fuera feliz. Eso es todo.
Y entonces la habitación se oscurece. El aire está nublado. Casi satinado.
Pero luego se da cuenta que no es oscuridad ni nubes ni seda.
Es ceniza.
Las paredes se ennegrecen. El sillón donde está sentado parece chamuscado. Las ventanas se ven como si hubieran sido golpeadas con puñetazos—hundidas y astilladas pero no rotas.
Este es el mundo fuera de la Cúpula.
Está Freedle, merodeando por el aire tintado.
Lyda se acurruca en su regazo. Envuelve su cuello con sus brazos y descansa allí la cabeza. Él la mantiene cerca.
Ella dice, -¿Lo recuerdas?
-¿Cómo hiciste esto? ¿Cómo—?
-Lo necesitaba de vuelta.
El cuarto se enfría. Es invierno, después de todo. El viento levanta la ceniza y el polvo, haciéndolos revolotear a su alrededor. Y, finalmente, algo se siente real.