domingo, 15 de junio de 2014

Arder/Quemar - Capítulo 11: Dientes y Pulso - TRADUCIDO - Julianna Baggott

PRESSIA
DIENTES Y PULSO
Es de noche. Pressia no puede dormir. Los perros salvajes aúllan de forma tan aguda y desolada que se imagina sus costillas contrayéndose con cada aullido ¿Los perros se están acercando?
Pasaron dos días desde que hicieron el trato con Kelly. Supuestamente, la aeronave está lista y parten mañana. Kelly le dio a Il Capitano la bacteria en una caja de metal cerrada. Él los acompañará hasta la nave, que ya está llena de provisiones. Como el cable que una vez mantuvo a la nave atada dentro del Edificio del Capitolio, frágil y en ruinas, uno de los hombres de Kelly cortará la vid principal y el resto de las plantas se aflojarán.
Pronto volverán a casa.
Pero ¿Cómo es casa ahora? Willux murió y todo es diferente. Perdiz está a cargo de la Cúpula. Tomó el control ¿Está el chico en posición de ordenar la muerte de su padre o de dar algún tipo de adelante? ¿O murió Willux durmiendo—una muerte gentil y que Pressia no puede evitar pensar que no se merecía?
Si Perdiz está realmente a cargo, ¿Serán los límites entre ambos mundos—los límites de la Cúpula en sí misma—desmantelados?
Tienen que regresar para salvar a Wilda y los otros niños.
Con suerte, la Cúpula ahora trabajará con ellos. Y Hastings está allí afuera también, siendo cuidado por los supervivientes que viven en el parque de diversiones Crazy John-Johns—eso, si sigue con vida. Perdió una pierna y un montón de sangre en el proceso. Tienen que recogerlo y llevarlo con ellos.
Desde la reunión con Kelly, la puerta de Pressia ya no estuvo trabada. Tal vez para establecer una sensación de confianza. Y también, ¿A dónde iría? ¿Saldría a la noche de aullidos? La luz del corredor brilla por la apertura de la puerta. Las guardianas a veces pasan por allí—la luz se amortigua y después regresa.
La alarma roja ilumina la pared. La mira como si fuera una estrella distante. El fuego en la chimenea está apagado. Sólo hay ceniza, un montón de escoria, como casa. El cuarto está frío, pero se acurruca en las mantas para mantenerse caliente.
Bradwell le dijo que era egoísta y, después de todo lo que pasaron, ¿quiere venganza? Se pregunta cómo cambiar su cuerpo—esa capa masiva de alas—lo hizo ajeno a sí mismo. Ella lo vio suceder antes. La gente que acudía a su abuelo para que repare su carne—ya habían sufrido alguna deformidad, alguna fusión, y se habían adaptado a ella. Pero a veces era esta segunda herida—una pierna retorcida en los campos de escombro, una mano mordida por una Bestia, o alguna otra deformidad nueva—se volvía demasiado grande para soportar. Es como si el alma pudiera desplazar la imagen del cuerpo sólo una vez, incluso radicalmente, ¿Pero una segunda? ¿Una tercera?
¿Es Bradwell todavía la persona de la que se enamoró? Tal vez quiere creer que él cambió porque le es más fácil que creer que es el mismo pero que simplemente no puede perdonarla—o que ya no la quiere. Hay una diferencia.
Sabe que él nunca iría a través de ningún proceso—especialmente creado en compañía de la Cúpula—para remover sus alas. Fue una locura siquiera sacarlo a relucir en el granero, pero lo decía en serio. Él no debería decidir por los otros supervivientes.
Gira hacia la pared, cierra los ojos y se dice a sí misma que sueñe. Sus sueños han estado llenos de cenizas flotantes, como si una parte de ella, muy profunda, extrañara su hogar.
Pero en unos pocos minutos, una alarma distante suena—una sirena en crescendo. Gira hacia la puerta. Pasos corren por el pasillo.
Otra alarma suena. Ésta más cercana—en el mismo piso.
Los perros ya no aúllan ¿Qué les pasó?
Pressia sale de la cama y se viste con rapidez.
Cuando se está poniendo las botas, Fedelma abre la puerta.
-¡Ahora! –Dice– Hay un ataque ¡Debes irte ahora!
-¿Irme?
-Todo el camino. A la aeronave. –Sostiene una pequeña mochila.
-Pero quizás podamos quedarnos y ayudar. –Pressia corre hacia la puerta.
-Alcanzaron a los niños. Tres están perdidos. No puedes ayudarnos. Necesitas irte. –Pressia ve un destello a su lado—un cuchillo en su otra mano. –Tómalo. La vid está marcada, de rojo. La que necesitas cortar.
-¿Cómo la veré?
-Alguien le ha dado a los hermanos una linterna.
-¿Il Capitano y Helmud?
-Esperan al pie de la escalera.
-¿Y Bradwell?
-Fue sólo. No era sabio, pero no lo detuvimos. Tenemos nuestros propios problemas.
Fedelma busca en la pequeña mochila una caja de metal como la que tenía Kelly para contener la bacteria, pero más estrecha y larga. La abre rápidamente y le muestra a Pressia el vial—la única muestra restante de una vida de trabajo de la madre de Pressia, el poderoso brebaje que inyectó en la espalda de Bradwell, el vial que rescató del bunker de su madre. Yace en una muesca revestida con terciopelo, con una pequeña pieza de papel doblada a su lado.
-¡El vial y la fórmula! –Dice Pressia.
-Sí. –Dice Fedelma, y cierra la caja con cerrojo.
-No pensaste que nos los quedaríamos, ¿o no?
Fedelma pone la caja en la mochila y se la entrega a Pressia.
Ella se cuelga las correas de los hombros y desliza el cuchillo entre su cinturón y pantalón.
-Gracias. –Dice Pressia. –Por todo.
-Tengan cuidado allí afuera. No usen su miedo. Eso los atrae.
-¿A quién?
-Tuvimos tantos muertos. Tantos. Y Bartrand Kelly pensó que podría crear una fuerza para bien, una estirpe que saldría y mataría las violentas criaturas que venían tras nuestro una y otra vez. Pero los construyó y crió con un hambre que era demasiado fuerte. Sí, mataban a los otros, pero ahora, los anteriormente muertos, se volvieron en nuestra contra. Tengan cuidado. –Fedelma abre los brazos y abraza a Pressia de forma rápida y ruda y se separa –Especialmente cuídense de la niebla. Algunas veces tiene pulso.
Pulso. -¿Los antes muertos? Usó a los muertos. Los construyó y crió…
-Nos roban de nuestros jóvenes. Busca dientes en la oscuridad.
-Y la niebla tiene pulso… -Pressia está asustada y confundida.
-No puedo explicarlos mejor. Vamos.
Pressia corre hacia las escaleras y las baja de dos en dos. En el último rellano encuentra a Il Capitano y Helmud parados junto a la puerta, esperando, con la linterna en la mano del mayor.
-¿Lista? –Dice Il Capitano.
-¿Escuchaste sobre lo que hay allí afuera?
-Escuché lo suficiente. –Dice él.
-Suficiente. –Dice Helmud.
-Estoy lista. –Dice Pressia.
-Extraño mis pistolas. –Dice Il Capitano- Espero que las hallan devuelto a la aeronave.
-Espero que lleguemos a la aeronave. –Pressia dice.
Il Capitano empuja la puerta.
La niebla tiene pulso.

Busca dientes en la oscuridad.
Gente con linternas vagan por el campo, llamando a los niños perdidos. -¡Carven! ¡Darmott! ¡Saydley!
Algunas de las llamadas salen del bosque. Su propia linterna ilumina el campo y los matorrales y bosques cercanos.
-Se supone que no debemos demostrar miedo. –Dice Pressia. –Los que se llevaron a los niños—lo sienten.
-Como perros.
-¿A dónde fueron los perros? –Pregunta Pressia. –Dejaron de aullar.
-No quiero saberlo, ¿Y tú? –Dice Il Capitano.
-No quiero saberlo. –Dice Helmud.
-Bartrand Kelly hizo a estas criaturas. –Dice Pressia. –Las que se llevaron a los niños.
Il Capitano asiente. –Entonces Kelly se merece lo que obtuvo.
-No necesariamente. –Dice Pressia.
-¿No nos merecemos lo que obtenemos, Helmud? –Dice Il Capitano. -¿No cosechamos lo que sembramos?
-Cosechamos. –Dice Helmud. –Sembramos. Cosechamos.
Sembramos. Cosechamos…
Il Capitano no le dice a Helmud que se calle. Lo deja seguir y seguir y seguir, lo que no es del estilo del Cap.
Pero Pressia tampoco le dice que pare. Sembramos. Cosechamos. Sembramos. Cosechamos. Sembramos. Es un sonsonete hechizado. Quizás los mantenga a salvo. Al final, le da un ritmo a sus pasos que los mantiene moviéndose con rapidez.
Entran al bosque donde las vides comienzan a aparecer. Las enredaderas aún asustan a Pressia. Mantiene su distancia de las áreas donde crecen muy juntas y enredadas. Las sombras a cada lado del camino son oscuras. Las voces llamando a Carven y Darmott y Saydley son ahora lejanas ¿Eran idénticos—los tres? ¿Cómo es estar con imágenes espejadas vivas y respirando de ti mismo—hasta tu ADN? ¿Siguen vivos?
Pressia también deja los oídos abiertos por los niños, sólo en caso de que estén allí afuera, simplemente perdidos.
-¿Escuchaste cómo se ven? –Dice Il Capitano.
-¿Los niños? –Pregunta Pressia.
-¿Los niños? ¿Qué? No. Las creaciones de Kelly. Sus muertos y criados.
-Cosechamos. Sembramos. –Sigue Helmud. -Cosechamos. Sembramos.
-No. –Dice Pressia, apretando las correas de su mochila. –No sé cómo son. Debería haber preguntado. –Piensa en decirle que la oscuridad tiene dientes y la niebla pulso, pero le avergüenza saber estas cosas estúpidas sin haber obtenido una descripción, lo que ahora parece algo muy práctico y obvio de preguntar.
Caminan cuesta arriba. La aeronave no se encuentra lejos. De hecho, Il Capitano levanta el haz de la linterna hacia los árboles e ilumina el claro donde él, Helmud y Bradwell casi sangran hasta la muerte en las vides.
-Cosechamos. Sembramos. Cosechamos. Sembramos. –Dice Helmud, ahora más rápido.
Caminan arduamente por los árboles finales y atraviesan el claro. La niebla los ha envuelto.
Tiene pulso.
El haz cortante de la linterna golpea el aire neblinoso.
Del otro lado del claro, escuchan un grito ¿Humano? Es difícil de decir ¿Infantil? Carven y Darmott y Saydley—Pressia se imagina encontrándolos aquí fuera, envueltos de vides.
Il Capitano apaga la luz, y la oscuridad parece correr a envolverlos. Entonces Pressia siente la mano de Il Capitano en la de ella. Es áspera y callosa. Él dice:
-Por aquí. –Escucha a Helmud levantándose nervioso en su espalda.
Hay otro grito.
Sus ojos se ajustan lentamente a la luz de luna.
Caminan hacia un grupo de árboles y se detienen. Il Capitano suelta su mano y ella extraña el sentimiento de su agarre seguro.
-Están aquí. –Dice Il Capitano.
-Sin miedo ¿recuerdas? –Dice Pressia. –Sin miedo.
-Cosechar, sembrar. –Susurra Helmud.
Pressia asiente pero no puede controlar su propio temor. Nadie puede.
-Podemos escurrirnos entre ellos. –Susurra Il Capitano. –La nave está a quince metros. Podemos hacerlo.
-¿Qué pasa si tienen a los niños?
-Tenemos a más gente que salvar en casa que esos tres chicos.
-¿Pero dónde está Bradwell?
-Con suerte, ya se encuentra allí.
-¿Qué si no lo hace?
Il Capitano no responde. –Debemos movernos rápido.
-Vamos. –Dice Pressia.
Il Capitano empieza a correr. Pressia empuja un árbol y lo sigue. Es difícil evitar los árboles con tan poca luz, pero pronto Pressia—sin aliento y rápido—apenas puede ver el orbe redondeado de la nave, enganchada fuertemente con vides podridas.
Escucha otro grito y voltea.
Nada más que niebla espesa y árboles.
Entonces una sombra fugaz.
Mira hacia adelante y sigue corriendo, pero tropieza y cae. Atrás suyo ve a un perro salvaje muerto y mutilado.
Il Capitano susurra su nombre con voz ronca. Ella se tambalea hasta ponerse de pie. No puede verlo a través de la niebla. En sólo segundos se volvió tan densa que está rodeada de blanco.
Otro grito agudo y después uno más, como si respondiera.
Empieza a moverse tan rápido como puede—con más dificultad ahora con tan poca visibilidad. Debe dejar su mano de cabeza de muñeca extendida para tantear el camino de tronco a tronco.
“Ahora soy la presa” Piensa mientras apoya su palma contra la áspera corteza. Debe proteger la caja de metal en su mochila. Debe alcanzar la aeronave.
Escucha un paso a su espalda. Se gira pero no hay nada allí. Mantiene los ojos bien abiertos, como si esto le fuera a ayudar  a ver, pero no lo hace. Blanco. Todo a su alrededor. Blanco.
Se empuja por entre los árboles, pero entonces algo roza su mochila. Se tira hacia adelante, lejos de eso. -¡Cap! –Lo llama-¡Cap! –Miedo. Está mostrando miedo.
Ve el resplandor de la linterna, pero en la densa niebla sólo ilumina la bruma. -¡Cap! –Tal vez él pueda seguir su voz.
Un brazo—largo y delgado—se estira y la agarra del codo. Ella grita y trata de liberarse. El brazo está moteado de cicatrices y densos puntos hechos a las apuradas corren por sus venas. Se suelta pero estaba tan fuertemente agarrada que el dolor se dispara hacia su hombro. Aun así, logra mantenerse de pie.
Escucha extraños sonidos guturales—un llamado, una respuesta. Un par adelante suyo y después detrás.
-¡Cap! –Grita. -¡Aquí!
La luz sigue brillando más allá. Los gritos hacen eco a su alrededor en todas direcciones ¿Cuántos hay? ¿Qué les hicieron a los chicos? ¿Dónde está Bradwell?
Una mano agarra su otro brazo. Esta vez tira su brazo contra ella y repentinamente distingue una cara—una mandíbula gruesa, mejillas flacuchas cubiertas de piel quemada. Abre la boca y la piel se le estira—tensa y brillante y húmeda por el aire mojado. Su boca se cierra. Sus ojos están ciegos y errantes. La quiere en la niebla porque aquí ella está casi tan ciega como él.
Se imagina esos dientes escarbando en su carne y músculos. Trata de librar su brazo pero otros aparecen en la espesa bruma y la sujetan. Sus agarres son firmes ¿Cuántos? ¿Cinco, seis? No puede decir. La fuerzan contra el suelo. Se retuerce y patea, pero todavía la sostienen por la espalda. Puede sentir el borde filoso de la caja de metal sosteniendo el vial y la fórmula.
El suelo está frío y húmedo. Logra gritarle a Il Capitano.
-¡Cap! ¡Cap! –¿Está aquí?
-¡Pressia! –Grita. Se gira en dirección a su voz y ve sólo la linterna cayendo y rebotando hasta que se apaga.
Susurra su nombre mientras dos caras se le acercan por encima. Hay sangre ennegrecida en sus pieles, manchas—por las espinas o por los perros salvajes o… -¿Dónde están los niños? –Dice Pressia.
No parecen entenderle. Uno se estira y le toca la frente. Pasa su fría y huesuda mano por su cara. Ella se retuerce pero la mano la sigue. Aprieta los labios y uno asegura su cabeza con un agarre increíblemente fuerte, presionando uno de los lados de su rostro contra el suelo. Pero las criaturas tienen una extraña calma en ellos. Se mueven con lentitud. Espera encontrar su debilidad, o espera una distracción.
Ahora empiezan a tararear—sin tono y sosos. Uno toca su cabello con suavidad. Esto le da un escalofrío.
Tal vez no quieren matarla.
Tal vez la quieren.
Y ahora empieza a luchar con todo lo que tiene. Tira sus piernas al aire y golpea a una de las criaturas en el pecho. Rueda lejos de otro. Le clavan las uñas en el brazo. Su hombro está torcido. Se logra parar. No ser capaz de ver la hace sentirse mareada, desorientada. Su corazón palpita. La niebla tiene pulso—es el suyo propio, martilleándole.
Saca el cuchillo y sostiene la hoja frente a ella. La bruma se vuelve más fina donde hay una brisa y puede verlos—aunque sólo por un instante en un momento—elevándose a su alrededor, cuatro de ellos. No pueden ver el cuchillo, por supuesto, pero parecen reaccionar a su energía. No tienen forma, con extremidades desparejas y aire estupefacto. Sus cicatrices son marcas de las Detonaciones, quemaduras y gruesas y fibrosas queloides; pero también de los puntos. Sabe sobre coser. Su abuelo, el empleado de la funeraria, el remienda-carne, era conocido por su pulcro trabajo. Estos puntos eran apurados y desastrosos. Las cicatrices corrían por sus hombros y por algunos de sus brazos y pechos.
La huelen—captan su miedo, la pequeña espada de su confianza ¿Están siendo más atraídos?
Los muertos y criados de Kelly—hay un animalismo en ellos ¿Fueron concebidos para que fueran carnívoros viciosos? ¿Para que su sed de sangre no pueda saciarse? Están principalmente desnudos exceptuando por una especie mohosa de abrigos caseros diseñados para mantenerlos calientes. Puede ver ahora que la mujer se apartó del resto, como atraída por algo a lo lejos.
Pressia retrocede un par de pasos. El dolor en su hombro se intensifica con cada pisada. Saben que se está moviendo. Avanzan hacia ella con rapidez y después se detienen—¿Presienten el cuchillo? ¿Es la niebla—esa humedad en el aire lo que los conecta a todos, como alguna clase de red?
-¡Cap! ¡Helmud! –Los llama Pressia. -¡Demonios! ¿Dónde están?
Y entonces escucha un débil eco. -¡Demonios! ¿Dónde están?
Helmud—al menos él está vivo, pero su voz suena ahogada ¿Es esto lo que la criatura femenina olía en el aire? ¿Más presas?
Pressia se abalanza sobre las criaturas gruñendo salvajemente, luego gira y empieza a correr tan rápido como puede al no ser capaz de ver bien. Devuelve el cuchillo a su cinturón y mantiene su mano buena delante de ella. Cada vez que siente un árbol, lo agarra y le da un giro. Puede escucharlos detrás suyo. Sus jadeos suenan al nivel del suelo ¿Están sobre cuatro patas?
-¡Helmud! ¡Llámame!
-¡Llámame! ¡Llámame! –Dice Helmud.
Se está acercando. -¡Sigue llamando!
-Llamando –Grita Helmud.
Entonces escucha el gruñido. Saca el cuchillo de nuevo. La niebla se parte lo suficiente para dejarle ver que una de las criaturas tiene a Il Capitano y Helmud aferrados contra el suelo. Sus garras contra el cuello del mayor.
Pero la criatura debe de sentir a Pressia—¿La vibración en el espeso aire? La niebla tiene pulso.
Esta vez se mueve decisivamente, corriendo hacia la criatura con el cuchillo. Ésta salta fuera de Il Capitano y Helmud y, sin sus ojos vidriosos, tiene suficientes sentidos intactos para evadir el ataque. Y entonces, en un arrebato, la agarra por la muñeca con tanta fuerza que ella suelta el cuchillo. No tiene nada.
Il Capitano jadea en busca de aire y logra pararse. Helmud también jadea—aunque quizás es sólo un eco.
Las otras cuatro criaturas fueron atraídas y empiezan a rodearlos.
Il Capitano dice con la voz áspera. –Gracias.
-¿Por qué? –Dice Pressia, agarrándose las costillas con el brazo. –Estamos a punto de ser comidos.
-Cierto.
-¡Comidos! –Grita Helmud tan fuerte como puede. -¡Comidos!
Las criaturas le gritan de vuelta con ladridos y graznidos. Siguen girando en círculo, algunos en cuatro patas, otros erguidos. La cortina de bruma algunas veces se parte, revelando un muslo grueso atravesado de puntos, un pedazo de moho en una espalda, el brillo de ojos blanquecinos.
Il Capitano dice. –Quiero que sepas algo.
-¿Qué?
-No haría lo que Bradwell hizo. Te habría perdonado en seguida.
Ella lo mira con los ojos muy abiertos, tratando de descifrar su expresión a través de la niebla.
-Si fueras la persona parada a mi lado. –Continúa. –Me quedaría para siempre.
Esto es en lo que Pressia quiere creer—el tipo de amor que permanece, no importa qué. Es una declaración que proviene de la boca equivocada. Como si Il Capitano supiera lo que ella está pensando, dice:
-No te preocupes. No tienes que sentirte del mismo modo conmigo. Sólo necesitaba decirlo.
-Lo entiendo, sí. –Dice Pressia. Sí, sí, sí, quiere decir, porque él le hizo bien. La hizo sentirse un poco perdonada.
-Me alegra la niebla. –Dice. –De esta forma no tendremos que ver al otro ser asesinado.
-¿Asesinado? –Susurra Helmud.
Las criaturas empiezan a gruñir, de forma baja y profunda. Siente que va a llorar, no por estar asustada—que sí está—pero porque Il Capitano merece ser amado de la manera que la ama. Está mal morir sin eso. Es injusto. Quiere decirle que lo ama ¿Por qué no? Van a morir, pero no puede decirlo a menos que sea verdad. Realmente verdad.
-Eres bueno. –Dice en su lugar. –Realmente estás lleno de bondad, Cap. Helmud también.
-Ah, -Dice. –Lo entiendo. –Su voz se quiebra. Tiene miedo de haberlo empeorado.
Las criaturas se animan a acercarse más. Se estiran y los arañan. Rasgan los pantalones de Pressia, su abrigo. Uno corta el cachete de Helmud. Sangre cae por su cuello. Il Capitano golpea a uno, pero los otros aúllan y muerden el aire cerca de su rostro.
Cuando se separa un poco la bruma, Pressia tiene suficiente puntería para golpear a uno con sus botas, pero se levanta de nuevo, inmutado.
Pressia siente un brazo alrededor de su pierna y luego otro, y cae con fuerza. Il Capitano es derribado a continuación. Luchan y patean y arañan en respuesta, pero no sirve de mucho. Las caras de las criaturas aparecen y desaparecen en la niebla—las cicatrices, los dientes, los ojos ciegos.
-¡No quiero morir así! –Grita Pressia, y luego piensa en Bradwell. No quiere morir sin haber sido perdonada.
-¡No quiero morir! -Grita Helmud.
-¡Pressia! –Grita Il Capitano, tratando de arrastrarse hasta ella. -¡Pressia!
Pero no sirve de nada. Las criaturas fueron criadas para ser fuertes y despiadadas. Pressia recuerda al perro salvaje mutilado. Así es como se verá—lo sabe—en cuestión de minutos.
Y entonces escucha la voz de Bradwell. -¡Apártense! ¡Quítenseles de encima! –Lucha contra una de las criaturas, pero entonces el resto gira la cabeza hacia el ruido. Empiezan a correr hacia la agitación de moléculas, el pulso fresco. Ve la fila de luces de Fignan parpadeando en la oscuridad.
-¡Corran! –Grita Bradwell. -¡Lleguen a la nave! ¡Estaré allí!
-¡No lo lograrás! –Dice Pressia.
Il Capitano empieza a correr. -¡Créele! –Grita, corriendo hacia la nave. –Voy a soltarla para estar listos para despegar ¡Vamos!
-¡No! -Grita Pressia. Su miedo hace que algunas de las criaturas se giren hacia ella.
Entonces escucha a Bradwell luchar duramente. Sus alas se extienden y golpean el aire. Fignan suelta una estridente alarma que nunca había escuchado antes. -¡Ve! –Grita Bradwell. -¡Pressia, ve!
-¡No voy a dejarte!
Sus alas batientes crean una brisa que corta la bruma, formando más cortinas que se levantan y ascienden.
Puede ver a más de las criaturas y patea a la más cercana, sobre cuatro patas, en el estómago. Ésta deja salir un quejido pero luego velozmente se pone de pie. Las alas de Bradwell siguen empujando la niebla—aleteando, aleteando.
Y, de pronto, la criatura parece perdida y realmente ciega. Otra estira los brazos y tantea el aire.
-¡Sigue batiendo las alas! -Grita Pressia sin aliento. –Necesitan la bruma constante para sentir dónde están y dónde estamos.
Bradwell aletea más fuerte, la niebla alejándose en ráfagas ahora a su alrededor. Sus alas—ella nunca las había visto totalmente extendidas, masivas y fuertes. Quiere decirle que es así como se suponía que fuera—tan mal como fue para ella hacerle esto, tan mal como se siente, él es esta persona en este momento, y no hay nada más hermoso.
Las criaturas escapan en busca de la bruma que da sentido a su mundo, retirándose a los árboles.

Bradwell deja de batir sus alas. Se retraen apretadamente en su espalda. Y entonces es sólo ellos dos, mirándose mutuamente a través de la fina niebla.

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