PERDIZ
TREN
Beckley mira la señal digital
que comunica qué trenes están llegando a la plataforma. –Este próximo no es
nuestro; es un expreso. Esperaremos al siguiente.
Perdiz y Lyda siguen a Beckley hasta el final de la plataforma que
los pondría en el primer vagón. Lyda toma la mano de Perdiz. Miran hacia la
boca del túnel. Los ojos de Perdiz buscan por la oscuridad, como si pudiera
encontrar allí alguna respuesta. Los suicidios se sienten irreales. No pueden
estar sucediendo y, aun así, la culpabilidad lo engulle. Es su culpa. A él
tienen que acusar. Aprieta la mano de Lyda y ella le responde el apretón. Al
menos no está solo.
Justo entonces, un hombre con una cazadora negra da un paso hacia
las vías. El blazer está desabrochado, y un chaleco desacomodado se asoma por
debajo.
Beckley da medio giro y les hace señas a Lyda y Perdiz para que se
detengan, ellos lo hacen.
-La estación está cerrada; debes abandonar la plataforma y subir.
–Dice Beckley.
El hombre lo mira sin expresión en el rostro. –No hay lugar al que
ir. -Dice.
-¿Qué haces aquí abajo? -Dice Beckley. –Está cerrado señor.
-Saben por qué estoy aquí.
Perdiz suelta la mano de Lyda, se estira y toma el brazo de Beckley
¿Está el hombre aquí para saltar frente a un tren? Beckley mira a Perdiz como
para preguntarle si quiere manejar esto él mismo. Un líder toma el control de una situación
como esta, Piensa Perdiz. Le asiente a
Beckley.
El chico da un paso hacia el hombre pero mira hacia tras, a Lyda,
antes de hablar ¿Qué debería decir?
Ella alza una mano, casi como si le estuviera dando una bendición.
–Sí, ha habido problemas, pero va a estar bien. Las cosas se solucionarán.
–Dice Perdiz. –Necesitas darle tiempo.
El hombre registra por primera vez que este es Perdiz Willux. Su
cara se contorsiona, como si estuviera físicamente dolorido. –Tuve mi tiempo.
–Dice el hombre. -¡Tiempo que otros no! –Baja la vista hacia una simple vía.
–Lo supe todo el tiempo. Lo sabía, y no hice nada sobre ello.
-Perdiz. –Susurra Lyda ¿Le está advirtiendo? ¿Está asustada del
hombre? Si se acerca demasiado, ¿querrá tirarlo con él?
-Tuviste que continuar. Todos lo hicimos. –Dice Perdiz,
acercándose al hombre mientras Beckley y Lyda se quedaban atrás. –Teníamos que
sobrevivir.
-Mi hermana ya se suicidó, -Dice el hombre casi con orgullo. –Se
tragó las píldoras antes de que cualquiera pudiera atraparla.
-Debes ser valiente. –Dice Perdiz, tratando de sonar calmado. –No será
fácil, pero tienes que resistir.
Perdiz oye el correr distante del monorriel a sus espaldas. El
hombre también lo escucha. Levanta la cabeza y mira al túnel y de vuelta a
Perdiz. -No. Valiente es lo que estoy haciendo ahora. Valiente es terminar con
la mentira. –Dice, y una horrible sonrisa se asoma en los bordes de sus labios.
–Fui un cobarde hasta ahora.
-No digas eso. Mira, podemos conseguirte ayuda. –Dice Perdiz, y se
alivia al ver al hombre retroceder un paso, justo cuando el tren acelera en su
camino.
-Seguro, ayuda. –Dice el hombre y entonces, sin otra palabra,
salta hacia el camino del tren con la solapa negra de su cazadora curvándose
como papel quemado.
-¡No! –Grita Perdiz contra el rugido del monorriel y la estática
de la adrenalina en sus oídos y el golpe enfermizo del tren acabando con la
vida de otro hombre.
Y entonces, las brillantes ventanas del tren se deslizan,
brillantes y oscuras, y el tren deja entrar el aire.
Perdiz cae sobre sus rodillas.
Los frenos rechinan, una acción retardada; el tren se detiene
abajo en el túnel.
Lyda corre hasta el lado de Perdiz. –Trataste salvarlo. Realmente
lo intentaste. Hiciste todo lo que podías.
Toma su brazo y le rodea el cuello, abrazándolo.
Beckley grita en su walkie-talkie—saltador de monorriel, presuntamente muerto.
* * *
No es real.
No lo son los gritos que se escuchan adelante mientras corren por
las calles.
No el altercado en el callejón.
No el ulular colectivo de las ambulancias.
No el siguiente elevador que toman dentro del edificio
departamental de Lyda.
No el pasillo con sus alfombras rojas. No la puerta al apartamento
de Lyda. No Beckley o este nuevo guardia que se para junto a la entrada.
No el sillón donde Perdiz se sienta o la mesa de vidrio de donde
Lyda levanta el orbe.
No el orbe en sí mismo.
Dijo la verdad. La gente se está suicidando. No pudo evitar que un
hombre se tirara frente a un tren. Perdiz había visto morir a demasiada gente—su
hermano, su madre. Sus muertes pasan frente a sus ojos—brillando con sangre. Y
la muerte de su padre—su culpa; no fue una muerte. Fue un asesinato. –Demasiadas.
–Dice Perdiz. –Han habido demasiadas.
-Sí, -Dice Lyda. –Demasiadas.
¿Alguna vez verá a Glassings? Perdiz lo necesita, no al revés.
Necesita un plan. Necesita a alguien que le diga qué hacer ¿Es Glassings simplemente
un reemplazo de su propio padre? ¿Es realmente Perdiz solamente un niño
perdido, un huérfano? ¿Dónde está Glassings? Perdiz no puede salvarlo. No puede
salvar a nadie.
Dice, -Necesitan tiempo para procesar lo que dije, ¿verdad?
-Sí. –Dice ella.
-Van a parar de suicidarse. Sólo era unos ciertos pocos que ya
estaban sufriendo…
-No te retractarás en lo que dijiste. Todavía hiciste lo correcto.
–Le sonríe, pero su sonrisa parece frágil, como si ya estuviera tintada con
duda. Dice, -La sorpresa, ¿Recuerdas?
Él apenas lo hace.
Ella sostiene el orbe y juguetea con los controles. Él recuerda la
primera vez que lo vio. Iralene lo sostenía como una manzana—con las palmas
ahuecadas. Quería que Perdiz fuera feliz. Eso es todo.
Y entonces la habitación se oscurece. El aire está nublado. Casi
satinado.
Pero luego se da cuenta que no es oscuridad ni nubes ni seda.
Es ceniza.
Las paredes se ennegrecen. El sillón donde está sentado parece chamuscado.
Las ventanas se ven como si hubieran sido golpeadas con puñetazos—hundidas y
astilladas pero no rotas.
Este es el mundo fuera de la Cúpula.
Está Freedle, merodeando por el aire tintado.
Lyda se acurruca en su regazo. Envuelve su cuello con sus brazos y
descansa allí la cabeza. Él la mantiene cerca.
Ella dice, -¿Lo recuerdas?
-¿Cómo hiciste esto? ¿Cómo—?
-Lo necesitaba de vuelta.
El cuarto se enfría. Es invierno, después de todo. El viento
levanta la ceniza y el polvo, haciéndolos revolotear a su alrededor. Y,
finalmente, algo se siente real.
Nuevamente por aquí, es una inmensa alegrías que esta trilogía te envuelva y te enamore tanto como lo hace conmigo, hecho a volar la imaginación. Es tan.... catastrófico! Un abrazo :) sigue así... (por favor, sigue así, jajajaja!) Saludos desde México
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